El actor protagoniza una de las apuestas con mayor producción de la temporada teatral de Mar del Plata, ciudad en la que reconoce que transcurrieron momentos fundamentales de su vida
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MAR DEL PLATA.- “Es un éxito que se hizo en Broadway y en el West End de Londres, pasó por quince países y lleva trece años en cartel, además de contar con su versión cinematográfica”. Federico Bal se entusiasma con los números en torno al musical Kinky Boots -escrito por Harvey Fierstein y con música original de Cyndi Lauper- donde encabeza el elenco personificando a Lola, una drag queen que busca abrirse camino en la vida.
A la estudiada estadística vertida por el actor, faltaría agregarle que su versión también se vio el verano pasado en Villa Carlos Paz y, sin pasar por Buenos Aires -ciudad en la cual la pieza estuvo a cargo de Martín Bossi, Fernando Dente y Laura Esquivel- desembarcó durante la primera semana de enero en la sala Radio City, siempre con dirección de Ricky Pashkus.
Durante la actual temporada, comparte el escenario con Germán Tripel, Sofía Pachano y un numeroso dream team de 25 artistas que cantan en vivo acompañados por una banda de cinco músicos que suena muy bien. Además, hay un numeroso staff de vestuario y peluquería que trabaja en el backstage para cumplir con los innumerables cambios que debe realizar cada intérprete, incluido el propio Bal.
-Tu exigencia física es importante.
-Llego al teatro tres horas antes de la función para preparar mi garganta y maquillarme, ya que me esperan ocho cambios de vestuario con tres pelucas distintas.
-¿Cómo es tu Lola?
-Es el papel que todo actor espera toda su vida y, a veces, no llega. Me hubiese encantado que mi viejo me hubiera visto.
No hace falta decir que su padre fue el comediante, autor y director Santiago Bal, ni que su madre es Carmen Barbieri, la histriónica exvedette, bailarina, actriz y conductora. Fede Bal se crió entre artistas. El de los escenarios es su mundo. “Debido al trabajo de mis padres, viví en un teatro de revistas toda mi niñez, me crié entre transformistas y la homosexualidad fue moneda corriente en mi vida”, explica el actor, anclando aquel pasado con el entretejido que propone Kinky Boots.
-Tu crianza fue en ese universo, pero no era lo normal a nivel social.
-Nací en 1989, en un mundo donde todavía estaba vigente el “callate puto”. Aún hoy hay mucho por deconstruir. Cuando salgo al escenario, tengo un radar para descubrir al que llegó traído por la mujer y que, aunque sabe quién soy, siente incomodidad por el mundo trans.
-¿Alguna anécdota que refleje esto?
-En Villa Carlos Paz un hombre me esperó en la puerta del teatro y me contó que tenía un hijo gay al que no le hablaba desde hacía diez años y que, esa misma noche, rompería con esa distancia.
El material, aunque envuelto en un embalaje de musical festivo, va en busca de algunos tópicos que interpelan a la platea. “A pesar que nos mostramos gay friendly, todavía hay mucha homofobia e, incluso, transfobia, por eso el valor de estas obras”, repasa el actor, que ya dejó atrás su nombre completo para ser mencionado por todos -incluida la marquesina del teatro- como Fede.
Las influencias de sangre son tan potentes que hasta se atreve a servirle a su personaje algunos guiños -morisquetas y frases- que recuerdan a su madre. “Hay algo de vedette en mi Lola”.
-Dada tu crianza, la desnudez estaba naturalizada en vos.
-Las primeras tetas que vi fueron las de Sandra Domínguez en un camarín. Tenía dos años y quedé impactado, fue un despertar, me explotaron los planetas. No se trataba de algo promiscuo, sino de un oficio que se maneja así. Por eso, ahora que me tengo que poner tacos, es como si lo hubiese hecho toda mi vida. También era habitual ver varones desnudos o que me dijeran: “fulano es el novio de aquel bailarín”. Todo estaba muy naturalizado en mi niñez.
-Interpretás a Lola, una drag queen que, como casi todas, debe sortear escollos y prejuicios, pero que es el eslabón para salvar a otros. ¿Cómo llegaste a la esencia del personaje?
-En primer lugar tuve en cuenta que las drag queens son personas que, en muchos casos, suelen padecer infancias muy duras, con entornos muy hostiles, marcadas por familiares abusivos, atravesadas por las drogas. Ese fue mi punto de partida.
Hace más de una década, Bal había visto, junto a su madre, la versión que en Broadway encabezaba Billy Porter. “Lloramos los dos”.
-¿Fuiste espectador de Kinky Boots con Martín Bossi y Fernando Dente?
-Sí, claro, fue excelente, ellos son dos genios, pero la propuesta era otra. Bossi es un gran showman y su Lola llevaba lo suyo. Es que, cada uno de nosotros, tiene su propio clown.
“Tengo que bajar de peso”, dice Bal y reconoce que luego de cada función termina “arruinado”. “Me tengo que quedar veinte minutos debajo del agua fría para sacarme el maquillaje, mi cara queda devastada”.
Recuerdos en una ciudad
-Mar del Plata, que es una ciudad receptiva, amorosa y bella, también podría traerte malos recuerdos. Pienso en la separación de tus padres, en tu enfermedad...
-En mi ex.
-Lo dijiste vos.
-En cada esquina, y esto es literal, tengo una historia. Me acuerdo de mi papá, de Rolo Puente, de mis amigos y de mis novias. En cada playa he surfeado.
-Elegís quedarte con lo bueno.
-Y abrazar lo malo.
-¿Abrazar lo malo?
-Absolutamente. No somos nada sin nuestros dramas y fracasos, que deben mostrarse más que las victorias, porque son los que también te ayudan. Incluso me acuerdo de mis ex.
-La crisis matrimonial de tus padres tuvo epicentro en esta ciudad. ¿No hubo demasiada exposición de ese “caso”?
-Ellos se encargaron de que así sucediera, no supieron manejarse; eran de otra generación y hablaron de más.
Ante aquella sonada infidelidad de Santiago Bal, su hijo reconoce: “Se lo he reprochado, me enojé, lo entendí, lo perdoné, lo abracé, somos humanos”. También fue en Mar del Plata donde Carmen y Santiago protagonizaron la revista Nuevamente juntos, dirigida por su hijo, una suerte de despedida del rubro artístico, poco antes de que Bal falleciera. “Él quería trabajar con mamá y conmigo, después de todo lo que sucedió. Le pedía perdón delante de la gente, era una película de Netflix. Un francés no lo entendería”.
-Sin juzgarlos, los Bal-Barbieri, y te incluyo, ¿no han hecho un reality de sus vidas?
-Si me miro de diez años a esta parte, creo que he cambiado mucho, hay cosas que ya no expongo de más. Sin embargo, no me puedo hacer cargo de todo, ya que, en mi última relación, ella se ha encargado de exponer cosas mías. Hoy busco que crezca mi artista y para esto tengo que bajar mi exposición. Desde ya, sé que hay algo de mi vida personal que seduce a la gente, por eso me dejé de ofender cuando enciendo la tele y hay un grupo de gente hablando erróneamente sobre una situación de mi vida privada.
-Antes te afectaba.
-He parado el auto en la puerta de América para meterme en Intrusos para hablar en vivo con (Jorge) Rial.
-¿Cuándo sucedió eso?
-Cuando fue la separación con Bárbara, mi ex, la hija de Nazarena (Vélez). Dejé el auto encendido y me metí en el canal. Lo increpé y eso midió 14 puntos. Fue muy doloroso.
-¿Te volviste a cruzar con Bárbara o con Nazarena Vélez?
-No, nunca más. Además, está todo en calma. Por eso, el dolor y el enojo es con mi madre cuando elige pelear peleas que no son las de ella. Mi vieja argumenta que yo no sé lo que es tener un hijo al que le dicen cosas feas en la tele.
-¿Qué le respondés?
-Que su hijo es grande, paga las cuentas, el Monotributo y la AFIP. Si yo no elijo una batalla, no la tiene que tomar ella, más allá de que sé que a la gente le interesa nuestra intimidad.
-¿Se lo decís?
-Sí, claro, y podemos no hablarnos por dos semanas.
Nueva oportunidad
-Estás nuevamente en pareja.
-Sí.
-¿Cómo comenzó la relación?
-Vino a verme al teatro y, luego, me envió un mensaje por Instagram.
-Es una figura del medio...
-Se llama Florencia Díaz y fue compañera de Pachu (Peña) en el Bailando. Es argentina, pero vive en México.
-¿Fue por Instagram el inicio de la relación?
-Comenzamos a mensajearnos por ahí, luego pasamos al WhatsApp; conectamos mucho.
-¿Cuándo se vieron personalmente?
-En Panamá, cuando llegué con el programa Resto del Mundo. Ahí nos enamoramos, luego viajé a México, donde me quedé más de un mes. Ahora que estamos lejos, hablamos todos los días, pero pronto vendrá a Mar del Plata. La vida nos juntará en diversos lugares del mundo.
-Quizás esa sea la fórmula.
-¿Por qué no? Es la cura y la enfermedad. Por otro lado, me gusta tener la zanahoria enfrente e ir pensando cuándo y dónde nos volveremos a ver, quizás sea la fórmula para alguien como yo que se aburre rápido y detesta las rutinas. La verdad es que hoy la padezco más que lo que celebro, llevamos más de un mes sin vernos.
Incorregibles o porque sacan mucho partido de la exposición, los Bal-Barbieri siguen ventilando su intimidad en público. Hace pocos días, Florencia Díaz fue entrevistada en Mañanísima (eltrece), el programa de Carmen.
-Se dijo “Fede Bal es adicto al sexo”. Te escucho...
-Ser adicto a algo es un problema, yo no creo que tenga ningún tipo de adicción. Se me ha vinculado con mujeres muy bellas, del espectáculo; muchos se preguntan por qué me dan bola, menospreciándome porque no soy Luciano Castro.
-Eso es prejuicio.
-Si, claro.
-¿Cuál es el sex appeal de Fede Bal?
-Si alguien me gusta se lo digo en la cara. Siempre siento que puedo tener chances y que la otra persona, si me deja, hasta se puede reír mucho conmigo; soy un caradura.
-¿Y muy sexual?
-Soy un “chabón” al que le gusta el sexo, porque creo que la vida sin sexo es una m..., pero llevar eso a una adicción y que se diga que, por esa razón, no puedo tener un vínculo con una mujer, es una locura.
Insiste en que no es él quien elige mostrar más de la cuenta: “Cuando salen en la tele los chats, claramente no soy yo el que se ocupa de difundirlos. Siempre son mis exparejas enojadas, con unas ciertas ganas de hacerme mal o teñir mi presente”.
-Con tu última separación te cerraste las puertas de un hotel.
-De varios lugares, empresas. Lo digo con humor, le tengo mucho amor a esa familia.
Antes de su actual relación, su novia durante algunos años -quizás los más complejos de su vida por un cuadro de salud- fue Sofía Aldrey, nieta de Florencio Aldrey Iglesias, uno de los empresarios más importantes de Mar del Plata.
“Con mi metro sesenta y siete tengo una gran autoestima. En este medio si no tenés actitud te pasan por encima”, explica Fede, buscando que quede claro por dónde se define su personalidad.
-¿Te chocaste mucho contra las paredes?
-Si no hay fracaso, ¿cómo se puede disfrutar un éxito? ¿Cómo se valora el amor, si no sabés qué significa que te dejen?
La noticia menos esperada
“Hay mucho tatuaje con la palabra ´resiliencia´”, afirma Fede Bal, cuando comienza a desandar los recuerdos en torno al cáncer que le diagnosticaron en 2020.
-¿Cómo te enteraste?
-Desde hacía un año, “cagaba” con sangre. Te pido que lo escribas así, literal.
-¿Eso era permanente?
-No, eran ciclos. Fue mi exnovia quien me impulsó a consultar a un médico. Ella me acompañó un montón en todo lo que me pasó.
-¿Vos no sospechabas nada?
-Pensaba que podían ser hemorroides. Ella me llevó de los pelos a hacerme una colonoscopía, por eso fue una gran mujer para mí.
-El resultado no fue bueno.
-Se encontró un tumor maligno de cinco centímetros alojado arriba del recto, a diez centímetros del intestino. Cuando salí de hacerme el estudio, me dijeron que habían hallado un pólipo grande, que no me asustara, pero que iban a hacer una biopsia. Esto fue un lunes en Buenos Aires, yo debía volverme a Mar del Plata a hacer función de Mentiras inteligentes. “Yo te llamo”, me dijo el médico. El sábado, cuando estaba yendo a surfear, me llamó. “Llegaron los estudios, el tumor es maligno”. Paré el auto y le pregunté si eso significaba que tenía cáncer. “Sí, tenés cáncer”.
-Entonces...
-Le pregunté qué debía hacer y me dijo que lo mejor sería que volviese a Buenos Aires y tener una reunión con el equipo de médicos. “Doctor tengo dos funciones y está todo vendido”, me acuerdo que le dije. Se río y me remarcó que sería mejor que regresara lo antes posible.
Bal reconoce que “por primera vez le dije algo importante al público, que es cuidar el cuerpo y hacerse estudios que pueden detectar enfermedades a tiempo y eso puede salvar la vida. Me sentí muy acompañado por la gente y por el medio. Al verme joven entendieron que le podía pasar a cualquiera. Se agotaron los turnos de las colonoscopías, me sentí embajador de eso”.
-¿Pensaste en la muerte?
-No, jamás pensé que me iba a morir de eso, mi muerte tenía que ser distinta, más épica, no podía ser estando pelado y pesando treinta kilos a los treinta años.
-¿Jamás perdiste el humor?
-Hubo momentos de miedo, pero siempre me reí.
-¿En qué te modificó la experiencia?
-La pirámide de prioridades me cambió completamente. No me importa el pasado ni el futuro. Ya no me angustio por cosas que no valen la pena.
El trabajo, la sanación
-Más allá de la influencia de tus padres, hubo en vos una elección.
-Ya ni sé qué sucedió, creo que estaba escrito. Cuando está por levantarse el telón, me pregunto por qué hago lo que hago y tengo claro que no es por la plata.
-¿Por qué es?
-Por vocación. No hago teatro para poder vivir, me voy con deudas. Alquilo una casa linda, me gusta ir a comer y agasajar a mis amigos, ya que, durante el año, no estoy nada en el país.
-Algo ganarás.
-En teatro, para ganar de verdad, no hay que actuar, sino producir.
-Tu madre siempre dice “cuando hay dinero se come faisán y, si escasea, las plumas”.
-Es el fiel reflejo de nuestro trabajo.
-¿Recordás privaciones?
-Cuando era chico, todas. Hasta mis diez años, no había plata en casa, pero tampoco necesidades; eso es otra cosa. Mi viejo se ponía a escribir una comedia o sketches, agarraba una combi y se iba con mi vieja a buscar la plata, por eso me crié muy solo.
La temporada de Kinky Boots concluirá a finales de febrero. En marzo, Bal volverá a subirse a un avión para registrar los nuevos episodios del muy buen programa Resto del mundo (eltrece), con una primera parada en Japón. Y mientras sueña con conocer ese país, deja flotando al pasar: “Todo el tiempo pienso en comprar un teatro para poner mis obras y darles trabajo a mis compañeros, qué lindo sería tener una salita”. A empeño nadie le gana.
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