Fanny Navarro, una estrella consumida por la pasión, el poder, la depresión y el olvido
Era hermosa, talentosa, y comenzó a actuar siendo adolescente. Sin embargo, la imagen que proyectaba Fanny Navarro no cargaba el halo seductor de Zully Moreno, tampoco la cándida inocencia de Mirtha Legrand. Ella era la encarnación de la mujer fuerte y autosuficiente, capaz de abrirse paso en un mundo que muchas veces le resultaba adverso. Es decir, de acuerdo al imaginario de los años 40, ni sugerente ni idealista: peronista.
Fanny Julia Navarro nació el 3 de marzo de 1920. Hija de Lilia María Luisa Sarcione (hermana del actor Juan Sarcione, uno de los primeros maestros de la actriz) y del comerciante Dardo Domingo Navarro, la futura estrella del cine argentino fue la tercera de cuatro hermanas.
Su carácter se reveló ya en sus primeros años. "La pequeña" Fanny se hacía escuchar, y transitaba la infancia a la par de sus hermanas mayores, a pura convicción y carácter, el mismo espíritu decidido que la llevó desde muy chica a soñar un futuro en el espectáculo. Una anécdota de su niñez describe su temple y vaticina su futuro. A los cinco años, una tarde su madre comenzó a buscarla preocupada, ni sus hermanas ni los vecinos del barrio de Flores donde vivía la familia sabían nada de la nena. Hasta que a Lilia se le ocurrió subir a la terraza de su casa: ahí estaba Fanny "actuando" para un público imaginario, con unas frazadas haciendo de telón e inventando una obra donde ella hacía todos los personajes.
Aquella primera función fruto del instinto continuó durante la preadolescencia, pero ya con una audiencia conformada por varios amigos que compartían el mismo sueño y más tarde serían colegas: en el grupo estaban Rosita Gamas con quien sería su futuro marido, Gogó Andreu, y Tato Bores.
Junto a la adolescencia llegó para Fanny el teatro, el radioteatro y el cine. Emprendedora y decidida, prestaba atención a cualquier proyecto que le significara estar cada vez más cerca del mundo del espectáculo, al que ella aportaba una generosa dosis de talento y entusiasmo. Así, fue haciéndose un nombre en el medio, con diferentes trabajos en la radio y en el teatro y, para los primeros años de la década del 40 ya una decena de películas en su haber. Entre sus muchas ocupaciones de entonces, un proyecto que teatral que debió suspender en favor de una película (la puesta de Hogar dulce hogar, en 1941), la habría unido a otra actriz en ascenso, Eva Duarte. Una persona que algunos años después sería clave en su carrera; y más tarde, también su condena.
El bodeguero mendocino y la señora de su casa
Si la vida de Fanny Navarro giraba en torno a los reflectores del set y el escenario, era lógico que su vida amorosa también. Luego de algunos romances con hombres por fuera de la industria, a medida que fue creciendo su fama, comenzaron a vincularla con famosos de la época. Siempre de acuerdo a los medios de entonces, pasaron por sus brazos nombres tan eclécticos como Carlos Ginés, Juan Carlos Thorry, el guionista Freddy Rey (que le prometió un futuro estelar en Hollywood que nunca concretó), el dibujante Guillermo Divito y Pepe Iglesias "El Zorro", entre otros.
Pero aunque el cine le dio trascendencia, fue el teatro quien la unió a su único marido. En 1943, Fanny fue tentada por su amigo Homero Cárpena para ser parte del elenco de la obra Mis amadas hijas. Quien aportaba el dinero para llevar a cabo el proyecto (que luego contó con el protagónico de Narciso Ibáñez Menta) era un bodeguero mendocino con sueños de productor teatral, José Bautista Cicchitti. Si el empresario ya estaba seducido por la noche porteña y sus estrellas, cuando conoció a Fanny todo aquello quedó en un segundo plano. A pesar de que en un principio él era para ella poco más que un benefactor, Cicchitti hizo todo para volverse digno de ella. Salidas, paseos, cenas costosas, regalos diarios y hasta un anillo de diamantes y esmeraldas, con los que intentó mostrarle el lugar que ella ocupaba en su corazón.
Por cuestiones legales de él (tenía dos matrimonios anteriores), Fanny y Cichitti se casaron los primeros días de marzo de 1944 en Montevideo. Nunca quedó muy claro por qué la actriz tomó una decisión tan repentina, con alguien que apenas conocía. Tal vez la tranquilidad de tener un hombre mayor a su lado, tal vez la búsqueda de una imagen paterna que hacía mucho no tenía, la seguridad económica, o simplemente el halago por un amor incondcional. Sin embargo no fue tan así, porque su ahora marido tenía varias condiciones para imponerle: que se maquillara menos, que diera una imagen de mayor sobriedad, que abandonara su carrera artística, y que se fuera a vivir con él a San Rafael. Nada de ello era aceptable para ella.
Fanny lo intentó. Llegó a mudarse a Mendoza, a intentar una vida fuera del mundo del espectáculo, comenzó a maquillarse menos y de a poco se convirtió en "la señora de". Pero cada visita a la Capital la desgarraba por dentro, se daba cuenta de que su lugar era en un escenario o frente a una cámara. Las discusiones con su marido comenzaron a ser moneda corriente, y sus caminos se abrieron. La actriz se cansó y lo dejó, aunque siguió frecuentándolo y recién firmó los papeles de divorcio en 1949.
Su regreso a la ciudad fue con todo éxito, llegando a ser la vedette principal del teatro Maipo, un logro que no era para cualquiera. Su nombre volvió a las marquesinas, a las críticas de los diarios (que en general solían ser elogiosas) y su imagen a las tapas de las revistas. Justo mientras su estrella volvía a brillar, un nuevo movimiento político llegaba al poder y también acaparaba la atención de los medios y la sociedad: el peronismo.
Juan y Eva, su bendición y su condena
Por entonces Fanny Navarro compartía escenario con Iris Marga, quien cada noche después de la función la llevaba en auto a su casa, como parte de un arreglo que había hecho Iris con Lilia, para que la señora no se quedara cada noche hasta cualquier hora esperando a su hija.
Sin embargo, una noche esa rutina diaria se interrumpió porque Marga recibió la visita a la salida del Teatro Ateneo del funcionario de gobierno Raúl Alejandro Apold, que necesitaba hablar con ella. Para no dejar esperando a su amiga, y suponiendo que se trataría de un encuentro breve, Iris le pidió a Fanny que la acompañara. Apold tampoco estába solo, a su lado esa noche se encontraba Juan Duarte, el hermano de Evita y mano derecha de Perón.
Cuando Juan Domingo Perón asumió la presidencia de la Nación nombró a Juan Duarte como su secretario privado. Desde ese momento, el pibe humilde de Los Toldos, tomó alas y se convirtió en un bon vivant, un playboy seductor afecto a la noche porteña, que se caracterizaba por derrochar dinero y favores en partes iguales.
Aquella noche fue inolvidable para Fanny Navarro, quien cayo seducida por la imagen y los modos de "Juancito". No pasó mucho tiempo para que Duarte -que encontraba fascinantes a las actrices, y que ya había tenido sus historias con otras chicas del ambiente- se convirtiera en amante de Fanny. El romance comenzó siendo secreto, al menos para el público. En el ambiente artístico se sabía, y de pronto la actriz comenzó a cosechar tanto amor como odio entre sus colegas. Eran tiempos de grieta entre peronistas y antiperonistas, y aunque a Fanny no le interesaba lo más mínimo la política, su entorno se debatía entre el cariño genuino, y el distante respeto que producía la fantasía de una posible represalia, dado su nuevo status.
Duarte llenaba de halagos y joyas a su nueva novia. Al tiempo que comenzó a mover influencias para que su presencia en los medios se multiplicara, y hasta la apadrinó en la grabación de un simple de tango acompañada por Julio De Caro. Pero todo no se puede tener, y muy pronto Fanny comprendió que estaba condenada a compartir el amor de Juan Duarte con otra actriz, Elina Colomer, igualmente joven y bella que recibía de él favores parecidos y encima había llegado primero a su vida.
A lo largo de su relación con Juancito, Fanny sufrió en silencio de celos, desgarrándose por dentro cada vez que una revista hacía referencia a la cercanía de su novio a su rival. Pero había algo que la consolaba: si el corazón de Juan estaba repartido, el de su hermana era solo para ella. Porque Evita la adoptó casi como una hija (a pesar de tener prácticamente la misma edad), y esa devoción mutua fue, al mismo tiempo, su bendición, y también en su condena.
La vida por Perón
Como ya se dijo, a Fanny Navarro nunca le interesó la política; por eso no entendió por qué Evita la nombró en 1950 presidenta del recién creado Ateneo Cultural Eva Perón. Este lugar, que se promocionó como un refugio de intercambio para actrices, era en realidad un espacio para captar nuevas figuras que se alinearan a la causa. Fanny, sin entender esto, se avocó genuinamente a trabajar en él junto a otras compañeras.
Esa dedicación la llevó a acompañar a Evita casi diariamente en entrevistas, reuniones laborales, o en la intimidad. Así, poco a poco, comenzó a generarse un vínculo inquebrantable entre ambas, al mismo tiempo que se despertaba en la actriz una conciencia justicialista que rayaba la militancia. También, la cercanía con la Primera Dama la llevó a transmutar su introspección y timidez en una actitud, para muchos, altanera y sobrebia. "Usted es una estrella Fanny, dese corte", fue el consejo de Eva en la primera reunión que tuvieron.
Amparada por el peronismo, la actriz gozaba cada vez de más poder, y por ende hacía valer su opinión sin miramientos. A veces con buenos modos, otras veces no tanto. En la dicotomía de aquellos años, muchos actores recuerdan como Navarro usó sus influencias para que les mejoraran las condiciones de trabajo, los sacaran de "listas negras" o les cumplieran los contratos. Otros, en cambio, se quejan de sus actitudes de diva, sus llegadas tarde y sus malos modos.
Fanny palió su angustia por la indiferencia selectiva de Juancito con el trabajo en el Ateneo, además del teatro y el cine: en esta etapa protagonizó Deshonra, uno de sus papeles más recordados. Pero el sueño se rompió el 26 de julio de 1952, cuando abrazada a su madre escuchó en la radio la noticia de la muerte de Eva Perón.
Con la desaparición de su referente, Fanny buscó amparo en el presidente, pero este se mantuvo distante de ella, como así también de Juancito. Perón no estaba de acuerdo con el accionar de su cuñado, y tenía referencia de sus negociados y corrupción en nombre de la causa. Tampoco Fanny le caía particularmente bien, tal vez por su cercanía a Juancito, o porque no le hubiera dicho a él o a su mujer lo que sabía sobre él. Decidido a ir a fondo contra Duarte por su enriquecimiento ilícito, el presidente llegó a declarar en una entrevista: "Aunque sea mi propio padre irá preso, porque robar al pueblo es traicionar a la Patria".
El ocaso de una estrella
Juan Duarte murió el 9 de abril de 1953 en circunstancias sospechosas. Enfermo de sífilis, fue encontrado sin vida por su mayordomo en su habitación del departamento de Callao 1944 con un agujero de bala en la cabeza y un revólver a su lado. El aparente suicidio, para muchos todavía hoy fue un asesinato.
Sin referentes en el gobierno, y vulnerable por todo lo sucedido, Fanny comenzó a encontrar dificultades para seguir trabajando, y muchos medios comenzaron a darle vuelta la cara. Tratando de entender qué pasaba, un periodista le reconoció que tenían órdenes de Raúl Apold de no hablar de ella. De esta manera Apold cumplía su venganza, luego de que años antes Navarro lo acusara ante Evita de que el funcionario proscribía a muchos actores en nombre de ella.
Fanny comenzó a trabajar cada vez menos, y solo encontró refugio en teatro. Al mismo tiempo, muchos colegas que hasta unos años antes le cumplían todos sus caprichos, ahora la ignoraban. En este período filma solamente dos películas: El grito sagrado (Luis César Amadori, 1954) y Marta Ferrari (Julio Saraceni, 1956). Con la caída de Perón en 1955, el tema empeoró y pasó a integrar una lista negra, por su manifiesta militancia.
A la intérprete le sobrevino un cuadro de depresión, y comenzó a aislarse de su entorno. Su condición empeoró llegando a padecer delirios paranoicos, que la llevaron a portar en su cartera un espejo, que ponía sobre la mesa cada vez que estaba en un lugar público para ver si la miraban o la seguían.
Su obsesión era comprensible si se tiene en cuenta el trato que recibió por parte de integrantes de la Revolución Libertadora. No solo fue perseguida, y confinada en su casa, mientras se investigaba su participación en los negociados de su expareja, sino que durante un interrogatorio conducido por Próspero Fernández Alvariño -conocido como el "Capitán Ghandi" a cargo de la comisión investigadora Nº 58- que duró más de cinco horas, la actriz fue víctima de un acto de extremo sadismo: para presionarla a hablar, el Capitán Ghandi destapó ante sus ojos el cráneo de Juan Duarte, cercenado de su cuerpo. Fanny se desmayó sobre el escritorio, y esa imagen la perturbó por el resto de su vida.
En 1958, con la asunción de Arturo Frondizi, la actriz pudo salir de su ostracismo profesional. Y si bien recibió el cariño del público, la depresión y los golpes emocionales que recibió en tan pocos años, hicieron mella en su estado de salud.
Fanny Navarro falleció el 18 de marzo de 1971, a poco de cumplir 51 años, pobre, sin trabajo y recluída. Una estrella que brilló tanto, pero tanto, que terminó consumiéndose en su propio fuego.
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