Ayer estrenó Los 39 escalones, en el Tronador de Mar del Plata, y acaba de lanzar su primer libro de cómic, Los trapecistas. En charla con LA NACION habló de su mujer y sus hijos, sus proyectos y las vivencias que atravesó
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El tipo si te tiene que encontrar, agarra su moto y vuela hacia donde pueda poner su sonrisa sincera. Y entrega el tiempo que sea necesario si por el camino lo saludan, le piden sacarse una foto (¿los autógrafos se habrán extinguido en tiempos de selfies?) o simplemente le cuentan cómo su popularidad es familiaridad para ellos. Así es Facundo Arana. Sí, es buen tipo, macanudo y tiene una virtud mayor: cumple sueños. Le salen, le aparecen así sin planearlos.
Pensemos que superó un linfoma de Hodgkin que se le descubrió a los 17 años. El valor que le da a la vida es segundo por segundo y lo demuestra. Su último trabajo en la pantalla chica fue Pequeñas Victorias, pero recientemente hizo su obra En el aire en Israel, España y Uruguay; de la nada le apareció un trabajo divertidísimo en Budapest; y, como si fuera poco, en el mismo año editó dos libros. El primero es La pluma de Caly, una bellísima recopilación de relatos y cuentos que parten de la figura de su mejor amigo, que murió a los 18 años víctima de un aneurisma. “Caly es uno de esos seres que no necesitó vivir 100 años para ser inmortal en la vida de quienes lo conocieron, que dejó una huella enorme, extraordinaria”, expresó Facundo. La “pluma” de su compinche de la infancia siempre lo motivó, lo inspiró. Juntos escribieron sus propios testamentos (sí). Y tal vez “guiado” por aquel ángel propio, también cumplió un sueño inimaginado pero ligado a aquel muchacho tímido que se sentaba en el último banco de la clase y se pasaba horas dibujando historietas, personajes, autos, naves. El 10 de diciembre presentó Los trapecistas, un libro de cómic escrito por él e ilustrado por el prestigioso Juan Carlos Quattordio, en Comic Con. “Me puse muy contento porque esto llegó justo a los 50, que cumplí en marzo. Es como si la máquina tragamonedas hubiera dejado caer todas juntas. Me siento como el chiquito de la película El globo rojo, al que le empiezan a venir todos los globos y los empieza a agarrar a todos”, reflexiona.
–¿Se te presenta en algún momento aquel Facundo solitario, que se sentaba en la última fila de la clase?
–Todo el tiempo. Y me encuentro con muchos chicos que se sentaban en la última fila solitarios, les pongo una mano en el hombro y les digo: “compa, yo también estuve así toda mi vida, no aflojes lo que sea que esté pasando ahí. No vale soltar”.
–Hablemos de Los trapecistas, el libro de historietas que, de alguna manera, te devuelve parte de la infancia, el juego.
–Es el mismo guiño a aquel chico que fui. También lo hago desde el escenario en En el aire, con el mismo saxo con el que tocaba en el subte. Entonces, hoy es el chabón de cincuenta guiñándole el ojo a aquel joven muerto de ansiedades ante esa página en blanco hacia adelante, viendo cómo todos los barcos zarpaban prolijos en sendas que parecían seguras, sendas de una carrera universitaria, de un negocio familiar seguro… Y luego verme con el saxo, los pocos años de teatro encima, una enfermedad a cuestas y pensando si era posible construir una vida en la que yo quisiera estar toda mi vida. Así es como hoy, con el mismo saxo, miro hacia atrás, le guiño el ojo al pibe y le digo: “Sí, absolutamente”. Con este libro de historietas es un sí absoluto a aquel pibe que dibujaba historietas y escribía en el colegio.
–Podríamos decir que también es una consecuencia de La pluma de Caly, desde lo metafórico y lo escrito en tu primer libro.
–Sí, absolutamente. De hecho es un cuento que se desprende de otro que está en La pluma de Caly. Son muchas cosas muy mágicas. Digo que son así cuando se vive la vida desde algo mágico, cuando ocurre y nunca es “planeo en unos años hacer tal cosa”. Es el momento y te das cuenta de que estuvo esperando ahí toda la vida. Es como un fruto que crece.
–En tus cuentos vos ilustrás con palabras. En tus historias, tus relatos, hay un dibujo que se crea en la cabeza del que lee. En este caso, que es inverso, ¿cómo llevás las palabras al dibujo?
–Es que escribo corto. Los cuentos más largos son un rejunte de diez capitulitos que escribí. “Del 1 al 10″ es uno de ellos. Ahí estaba el cuento Los trapecistas. Me gusta jugar a contar un universo con pocas palabras. Soy de la época del chicle Bazooka. Eran tres viñetas. Soy de la época de Robin Wood. En una historieta de siete páginas estabas en el mundo del jenízaro negro. Por eso escribo corto. Fue extraordinario darle el cuento a Juan Carlos Quattordio y que me diga: “me guía solo”. O que Facundo Barrios diga: “no lo puedo adaptar porque ya está adaptado”. Ahora Juan Carlos se llevó “Candece”, que es el cuento de África, que también está en La pluma de Caly. Y vamos por Los trapecistas 2.
–O sea que es el comienzo de una larga saga.
–No sabés nunca adónde te lleva. Y eso es lo maravilloso, tocar el saxo y, un día, tener una banda y estar tocando en el Luna Park o en un escenario de Israel o Rusia. Hoy, mañana, pasado, ver cómo está creciendo el árbol que da los frutos. Hace poco volví a Israel con En el aire. Fue al mismo tiempo en que se estaba editando el libro de cómic. También estuve en Budapest, Montevideo, Valencia, Madrid y me volví para hacer una función de En el aire, en Tigre; y para presentar el libro en Cómic Con.
–¿No sentís que en tus trabajos artísticos el ego se corre y deja colarse cierta generosidad naturalmente? En La pluma de Caly te exponés desnudo, con tus dibujos pasa lo mismo, y En el aire tiene un mensaje muy marcado, un propósito muy altruista.
–Lo que pasa es que al ego ya le dimos de comer un montón. Está pipón, lo mandamos a donde va Morfeo. Siento que fui una persona muy afortunada. Y además soy muy memorioso, recuerdo cada uno de aquellos momentos en donde tuve las ocasiones más preciosas, más dulces, más honestas... ver a mi viejo y a mi vieja aplaudiéndome en un teatro o en la música o con un premio… Me fue tan pero tan bien, fue tan generosa la vida conmigo que hay una vuelta de campana muy linda. Además, mi ego se portó siempre muy bien.
–Además, la vida te lo domó por anticipado.
-Sí, pero guarda porque el ego se repone muy rápidamente. Pero siempre pensé que probablemente tenga un ego muy inteligente.
–Utilizás también las herramientas del actor en tus relatos. Los personajes son tridimensionales.
–El dibujante Juan Carlos Quattordio me dijo: “te voy a hacer a vos”. Lo hizo rubio, con una nariz parecida. “Te me apareciste”, me dijo. Le pedí que lo cambie un cachito porque no soy el del cuento. Verlo terminado fue emocionante. Una ramita más de lo que quiero hacer con mi arte: actuar, cantar, tocar, escribir, dibujar… Y la historieta nutría todo pero no estaba hecha. Esto fue inesperado, muy importante para mi vida.
–¿Pensaste alguna vez que los 50 te iban a sorprender así?
–No, no… La idea de la edad, es un regalo que viene desde hace mucho tiempo. Yo no pude creer llegar a los 20, a los 30… siempre pensaba que Dios me regalaba días, años… Pero ya dejé de contar y me dediqué a disfrutarlo. Accidentalmente fue una buena forma de vivir la vida con toda el alma. Todo el tiempo estoy pensando que el reloj corre más rápido para mí.
–¿No te agarra la sensación del ahora o nunca?
–Sobre todo ahora. Porque ahora ya hay ahoras que pueden no ser nunca.
–¿Cómo cuáles?
–El Everest, por ejemplo. Me tendría que apurar. De todas maneras, los “ahora o nunca” ya los hice todos.
–Te diste con todos los gustos.
–Todos. Y ante cada atardecer pienso en el que vendrá. El que pasó, no reparo en él sino en el que viene.
–Precisamente hace muy poco posteaste un video de un atardecer en el muelle de tu casa, con los tuyos, pero también con un perro, una cabra, un chanchito, un cordero, varias especies de animales que completaban esa familia. Un degustador de la vida...
–La arquitecta de todo aquello es María (Susini, su esposa). Pero es cierto, la familia tiene una energía muy particular como para que animales de distintas especies quieran estar en un lugar determinado, juntos. La casa es grande y tienen acceso ilimitado. Pero es muy bueno que elijan tirarse ahí donde estamos todos. Y vienen solos.
–¿Qué pasó con los pichones de chimangos que encontraste?
–Están a punto de volar, pero hay que ir liberándolos de a poco. Vuelven para comer y vuelan… Un día armarán pareja y se irán. Mientras tanto, vuelven.
–¿Cómo fue la experiencia en Israel? ¿Vieron la obra con subtítulos?
–La hicimos en castellano, ante 270 personas promedio por función. Apenas comenzó la obra, escuchaba a varias personas traduciendo al oído a alguien en hebreo. Al finalizar la función, fue hermoso el aplauso. Es una obra indestructible.
–A través de las redes te vimos muy divertido, como un showman, en la televisión húngara.
–Llegué por accidente. En febrero me llamaron de Eslovaquia para ir a sorprender a una actriz famosa que creció viendo nuestras telenovelas. Le preguntaron cuál sería su sueño y respondió: “que me salude Facundo Arana”. Lo pasamos espectacular allá, con Dominika Kavaschová. Luego me llamaron de Hungría y me propusieron que participe de Bailando con las estrellas. Cuando me dijeron que era para bailar les respondí que les iba a fundir el canal si hacían eso. Al tipo le pareció que era muy ocurrente, muy simpático y cortamos. Pero, a los dos meses, me volvió a llamar y me ofreció ser jurado del certamen. Ahí acepté porque me dijeron que me iba a divertir. En el primer programa, hice mi devolución, como todos los jurados, y cuando el director me preguntó cómo lo había pasado le respondí: “Bien, pero no hice nada”. Otra vez me ofreció bailar y le dije que le fundiría el canal. Pero me contó que había una banda en vivo y le propuse rockearle el estudio. Ensayamos y fue tirar la casa por la ventana, en Hungría, adonde no había ido nunca. Lo pasé genial, el programa anduvo bárbaro. Fui a divertirme.
–Vos y Natalia Oreiro son reyes allá.
–Yo pensé que eso ya había pasado. Y no es así, se acuerdan mucho. Voy a volver. Hay frutos inesperados, maravillosos. La pluma de Caly ya se está traduciendo al hebreo para ser editada en Israel. Es hermosa la sensación de hacer un chasquido y que caiga un fruto que se empezó a gestar mucho antes, porque un fruto necesita tiempo para nacer.
–¿Y solés tener ese tiempo?
–Cuando escribís, viene cuando viene. Y cuando aparece, no necesitás más de 20 o 30 minutos. Se canaliza desde lo más profundo de uno en el papel. Uno de los cuentos de La pluma de Caly se llama “Carajo”, que agrupa palabras al “cuete” porque la inspiración no aparece. El mismo cuento dice: “nací para ser una obra de arte y soy esto, carajo”.
Verano en familia
También casi por casualidad, el fin de año lo encontró en Mar del Plata. Ayer estrenó como protagonista una nueva versión de Los 39 escalones, de Alfred Hitchcock en versión de Patrick Barlow, y dirigida nuevamente por Manuel González Gil. Esta vez, el protagonista de Muñeca brava y Padre coraje comparte el escenario del Tronador con Freddy Villarreal, Guillermina Valdés y Maxi de la Cruz. Y hacia allí se mudó con toda la familia.
–¿Tenías planeado hacer teatro en el verano?
–No, apareció de golpe. Mi hija India quería ir a Mar del Plata, pero toda la temporada. Hablé con María y también le gustó la idea, así que lo fui a ver a Lito Gras y le propuse volver a hacer En el aire. Me propuso hacerlo de gira y me negué porque cuando hicimos la gira casi nos matamos dos veces en la ruta. Es verdad que en Mar del Plata ya la hicimos. Se me ocurrió Los 39 escalones y ahí se armó. La dirige Manuel González Gil, como en las otras versiones, y Guillermina Valdés, Maxi de la Cruz y Freddy Villarreal aceptaron. Me doy la vuelta al mundo con ellos y nunca había trabajado con ellos. Había visto a Guillermina en Sexo con extraños, junto a Gastón Soffritti, y me había encantado. El primer día de ensayo tiró unas pinceladas hermosas.
–Es una comedia compleja, una partitura.
–De la partitura, Guillermina tiene un metrónomo. El presunto poco tiempo que había para preparar esa partitura terminó sobrando porque está hecha con sesionistas de lujo. Estoy haciendo una obra que no hubiera pensado hacer y que nos fascina.
–Estás un poco alejado de la ficción televisiva. ¿Qué pasa?
–Me suelen preguntar si me gusta esto o aquello. Pero ahora todos producen para plataformas. Mi cuento Los trapecistas está presentado en Disney y en Paramount y lo están analizando.
–¿Estás diciendo muchas veces que no?
–Sí, muchas. Pero, gracias a Dios, nunca me faltaron ofrecimientos. Los que me llegan no me convencen. La bendición es poder esperar. Yo no tengo un deathline para entregar un cuento y eso es una bendición de Dios.
–En La pluma de Caly tenés dos ficciones maravillosas: la del cementerio y “Longinus”.
–Las estoy presentando de a una. La del cura con Longinus es tremenda. Me gustaría hacerla yo, además ahí puedo hasta fantasear. Si el tipo estuvo en la mazmorra 25 años, quedó inmortalizado en los 50.
–Grabaste un disco, sos músico, hiciste todo lo que quisiste con la actuación, ahora estás metido en otro ámbito que no te esperabas hace unos años… ¿qué faltaría?
–No me lo esperaba este mismo año mismo. Es una malcrianza absoluta del universo, corporizado en ángeles que veo caminando por la calle. Por ejemplo, mi representante y amigo Marcelo Rey cuando me lo encontré y me preguntó qué quería hacer de mi vida. Me diseñó una carrera frente a mí. Me dijo: “no se puede hacer más lento. Si hacés esto y esto vas a llegar acá cuando tengas 35″. Tenía 24 y a los 33 estaba haciendo Padre coraje, con todo Buenos Aires puesto. Eso lo hizo Marcelo Rey, así como también Gustavo Yankelevich, Raúl Lecouna, mis viejos, María, mi compañera… fueron muchos ángeles, “Calys” disfrazados de seres humanos.
–Y la vida te va encontrando…
–Recontra. Y aparte tenés que hacer lo tuyo: ser ese ángel de otros. Entonces todo empieza a ser como una red de pequeños milagros.
–¿Seguís creyendo que hay que atravesar el miedo para llegar a la felicidad?
–Sí, cuando el miedo existe. Para mí no hay nada más genuino que alguien que logra algo mientras su mano tiembla irremediablemente por el miedo y cruzó. El campeón de surf, que surfea maravillosamente, pero es fóbico al agua y a los tiburones. Esos me encantan. Cuando presenté Los trapecistas en Cómic Con vi a Enrique Alcatena sentado entre el público y le dije, desde el escenario mirándolo a los ojos: “vos pasaste una vida muy solitaria detrás de un atril dibujando, haciendo tus cómics, pero no te das cuenta cómo en esa soledad llenaste de compañía mi soledad cuando yo era chico”. Es un héroe de la historieta argentina. Quién me quita la felicidad de ponerle a mi papá la canción 7 de mi disco (”Tú y yo”), bajando la montaña. “Son vos y mamá en La Biela después de toda la vida juntos”, le dije. Lo escuchó, reconocía lo que decía la letra y me pidió que se lo repita una y otra vez. Unos meses después se murió. El disco llegó en el momento justo, para que no se lo pierda.
–¿El saxo para vos es un instrumento o un vehículo para viajar?
–Es todo eso. En el aire no sería lo mismo sin el saxo del subte. Cuando vas viendo que todo va teniendo sentido, que todo te hace sonreír, te encontrás con cierta plenitud. Y los problemas tienen lugar pero sólo desde el lugar de los problemas.
–¿Cómo hacés para surfear en un mundo donde el odio no para de crecer?
–Nosotros ya nacimos en un mundo muy complejo que se viene complejizando aún más, pero usando esa imagen: alrededor de mi tabla de surf todo es luz. No puedo con el mundo, pero alrededor de mi tabla está iluminado.
–¿Y si se te cruza una tabla negra?
–Pasa que vienen teñidos de negro buscando un refugio de luz. Y está lleno de refugios de luz.
–Sos fanático de Chips. ¿Ponch o Jon?
–Uh, qué cosa… Es que yo era Jon… es como es… era como él. Y mi amigo, más petisito y gordito, era Ponch. Los remates los tenía Ponch, pero el que hacía los willys en la moto era Jon. ¡Y era el sargento Saunders!
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