El actor se multiplica en Mar del Plata con Entre notas, espectáculo musical en el que ejecuta el saxo junto a Oscar Kreimer, y protagoniza el unipersonal En el aire; perfil de un hombre que se reinventó a sí mismo y atravesó situaciones límites
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MAR DEL PLATA.- Facundo Arana es parte de la temporada teatral marplatense por partida doble. Los lunes y martes hace música -junto al maestro Oscar Kreimer y una banda de destacados intérpretes- en Entre notas, la propuesta en la que el actor aborda su afición por la ejecución del saxo en el bellísimo Espacio Viamonte, y los jueves se presenta en el Teatro Colón con su unipersonal En el aire, dirigido por Manuel González Gil.
“Venir a hacer temporada haciendo lo que más te gusta no es trabajar, es pasarla increíble, son tres meses que uno espera con el alma”, reconoce Arana, quien se quedará hasta los últimos días de febrero en esta ciudad que, además, visita todo el año dada su afición por los deportes frente al mar. La misma pasión que le imprime a actividades de divulgación como la imprescindible donación de sangre.
Acordes
“La música me atravesó desde siempre”, reconoce Arana, quien, incluso, ha llegado a cultivar su arte como artista callejero, mucho antes de convertirse en una figura famosa. El jazz siempre lo atravesó.
-Además de involucrarte con la música, lo hacés con un maestro de la talla del saxofonista y clarinetista Oscar Kreimer.
-Es mi referente, tiene una forma de tocar el saxo tan mágica y superior a lo escuchado. Disfruto mucho tocar con mi amigo.
Era un adolescente de 13 años cuando, viajando en el automóvil de su padre, escuchó por radio el sonar de un saxo. Una revelación, a pesar que su familia no cultivaba especialmente la inclinación por la música. Aquella canción era “Never Surrender”, interpretada por Corey Hart. “Fue una locura. Fue escuchar ese solo de saxo y decir ´quiero tocar ese instrumento´, sin saber qué era, fue mágico. Claro que eso que escuché implicaba muchos años de estudio, ahí está la revelación y todo lo que había por aprender, un camino largo”.
-¿Te ha sucedido mucho tener ese tipo de epifanías?
-También me pasó a los diez años con el dibujo, a los 15 con la actuación y con María (Susini) a los 34.
Con un gran amigo de la infancia y la adolescencia compartió sueños, “proyectábamos el futuro, mientras tomábamos mate”. Arana dibujaba y aquel “hermano de la vida” se encargaba de los textos. “También habíamos decidido que yo sería saxofonista y él trompetista. Y también soñábamos con una camioneta 4x4 con focos de yodo”. El actor señala la vereda del Boulevard Marítimo Patricio Peralta Ramos en dirección a esa camioneta estacionada con la que llegó a la entrevista con LA NACION. Otro anhelo cumplido. “También con aquel amigo soñábamos con tener perros, el mío está esperándome en casa”. A perseverante no le gana nadie. Habrá que creer en la fuerza de voluntad.
-¿Cómo nace, a los 15 años, la vocación por el teatro?
-Este mismo amigo me dijo: “Facu, vamos a hacer teatro”. Para mí fue como si me dijera que nos haríamos especialistas en colores de tejas.
Primero se negó, pero terminó yendo al estudio de Alicia Muzio, de quien hoy es amigo. “Vi el escenario del colegio Lasalle, sólo iluminado con una luz cenital azul. Fue una epifanía. ´No sé qué se hace ahí, pero yo quiero ser parte de eso´. Evidentemente, mi alma sabe elegir muy bien porque nunca lo solté”.
El primer cruce con su mujer -madre de sus tres hijos- también tuvo ribetes especiales. Se conocieron en un asado, a instancias de unos amigos en común que propiciaron el encuentro. “En cuanto se me paró enfrente, supe todo. Ni siquiera necesité darle la mano”.
Renacer
Intuición, decisión, escuchar aquellas señales y atreverse a lo nuevo. De eso se trata, al menos en su vida. “A los 17 fue un punto de inflexión muy grande porque me dio un linfoma, mezcla de Hodking con células no Hodking. Cuando eso sucedió, toda presión externa que yo percibiese había desaparecido”.
-¿Por qué?
-Dejé de percibir presiones de mandatos familiares o sociales. Todo se convirtió en un “si he de morir, que sea con una sonrisa, haciendo lo que quiero”. En ese entonces, ya tenía muy claro que quería tocar el saxo, dibujar y ser actor.
-A los 17, ¿apareció en vos la posibilidad de la finitud?
-A esa edad uno se piensa inmortal. No te pueden hablar del final del libro cuando vas por la página tres, pero también puede suceder que tu libro sólo tenga tres páginas. De todos modos, a los 13, habían fallecido dos compañeros de colegio, entonces sabía que la muerte era algo que podía ocurrir.
-Entonces...
-A los 17 entendí que la vida era generosa porque me daba la oportunidad de batallar. Y también debo agradecerle que tuve una madre que me dio la vida dos veces porque se me puso al lado, tipo La vida es bella, y me acompañó. Soy todos esos chicos que dicen “tengo a la mejor madre del mundo”.
Aquella mujer que le dio la vida lo acompañó en su adolescencia para que no la perdiera. Una forma de parirlo por segunda vez. “´Vamos a hacer la quimioterapia, pero después nos compramos calamares para cenar calamares con arroz´”. Así ella encaraba el tema que yo tenía que atravesar y a mí me resultaba un programón. En Fundaleu y en el Centro de Hematología Pavlovsky, donde hacía el tratamiento, todos me parecían magos maravillosos que hacían todo con una sonrisa y mucho amor, la contención hacía que me sintiese indestructible”.
Quizás pensando en ese modelo de madre es que encontró en María Susini a una compañera con la que comparte el mismo ideario de familia. “No hice casting, me la llevé por delante, la tacleé. Me ofrecí de cuerpo y alma”.
-Atravesar lo que atravesaste, ¿te permitió entender la vida desde un lugar de mayor sabiduría?
-Hay cosas que ocurren que uno no se lo puede explicar, pero que el alma entiende perfectamente bien. No puedo dibujar ni un ángel ni el amor, sin embargo, sé de qué se trata. Puedo decir que disfruto la vida como si fuese un viaje que se goza desde que arranca. Para mí no corre el “¿cuánto falta para llegar?”, el camino es lo que importa.
-¿Qué te aparta de ese “estado de gracia”?
-Vivimos en un mundo que está lleno de estímulos que te corren del eje, pero hay que centrarse en los pequeños momentos para disfrutar y que no pase un solo día sin eso.
-También es importante tener conciencia de esos momentos porque pueden pasar inadvertidos.
-Siempre te das cuenta, pero, si no lo lográs, es muy trágico. Para mí, lo perfecto es bajar la vara. No se puede ser feliz solo cuando se saltó dos metros cuarenta y salió todo con exactitud. Si bajás la vara desaparece la frustración.
Situación límite
Además de ser un cultor de diversos deportes, se ha especializado en el escalamiento de altas cumbres. Su llegada a las cimas del Aconcagua (Mendoza) o del Everest (Nepal) dan cuenta de estos desafíos extremos. “Cuando llegué a la cumbre del Everest me di cuenta de dos cosas. En primer lugar, no había escrito el papelito con la declaración de la llegada. Había gente que mostraba letreros, eran como obras de teatro. Me sorprendió un montón, era toda gente del primer mundo”.
-¿Qué hiciste cuando cumpliste el objetivo?
-Lo primero que hice fue llamar a casa y lo segundo comunicarme con Alexia Keglevich, quien me había hecho posible la cumbre. Le pedí que hablara con mis viejos y les dijera que esa cumbre iba dedicada a ellos, ya que habían llevado en brazos a ese hijo que no podía caminar ni dos cuadras y que ahora, esas mismas “patitas” lo habían llevado solito a la cumbre del Everest. Pero, por otra parte, ni bien pisé la cumbre me di cuenta de algo fundamental, que ahí no estaba la cumbre.
-¿No?
-La cumbre era abrir la puerta de mi casa y estar con mi familia. Una vez que toqué la cima, el desafío se transformó en el regreso, en poder bajar, recorrer el mundo en un vuelo, y llegar a casa sano y salvo para abrazarme con los míos.
Facundo Arana hizo cumbre en el Monte Everest el 23 de mayo de 2016, pero cuatro años antes, había habido un intento fallido, donde corrió riesgo de vida. “Tuve un edema cerebro pulmonar, mal de altura”.
-¿Fue tan grave como trascendió?
-Es grave si no se emprende la bajada, ya que puede causar la muerte. El edema es como un globo, si uno comienza a bajar, ese globo se va desinflando, enseguida desaparecen los síntomas y se mejora.
-Pero la bajada no es cuestión sencilla y, con ese cuadro, no habrá habido demasiado tiempo para perder.
-Efectivamente, no se baja en automóvil, se puede hacer caminando o en burro, pero son tramos interminables, con lo cual no hubiera llegado con vida.
-¿Cómo te bajaron?
-Te tienen que sacar en helicóptero, pero, ese día, todo estaba gris, con lo cual no se podía lograr la llegada de la nave.
-Todo contrarreloj.
-Donde debía haber un intercambio gaseoso dentro mío se había transformado en fluidos del propio cuerpo. En una palabra, cuando eso sucede, te ahogás en vos mismo. Había que irse rápido sí o sí, pero el helicóptero no podía llegar por las nubes que lo cubrían todo. No había tiempo. Finalmente, ya estaba en emergencia. No tenía margen, estaba ocurriendo. Una médica llamada María, vaya casualidad, llamó a un servicio de helicópteros de Katmandú, allí le aseguraron que, a la mañana siguiente, si el techo de nubes se abría intentarían meterse con el helicóptero, algo muy riesgoso, ya que el piloto se jugaría la vida. A las ocho de la mañana, estaba sentado en el helipuerto, pero seguía todo gris. Una hora después, las nubes comenzaron a levantarse pocos centímetros. Finalmente, cuando se abrieron unos ocho metros, empecé a escuchar el sonido del motor. Ver a un helicóptero subiendo una ladera, con sus patines tan cerca de la montaña y su rotor de cola moviendo las nubes, fue algo increíble. Me pasó por al lado, siguió subiendo, hizo un viraje escarpado y aterrizó al lado mío.
-Volver a la vida.
-El piloto bajó, se sacó la bigotera con oxígeno, me la colocó a mí y me dijo “not today” (“no es hoy”). Me levantó, me subió al helicóptero y me sacó. Andá a saber cuánto tiempo me quedaba si el helicóptero no llegaba.
-¿Perdiste el conocimiento?
-Es una locura, pero, acostado y con el edema producido, sentía que era la persona más feliz del mundo. Estaba contento, sonreía, “me quiero quedar acá”, pero, en realidad, me estaba muriendo. El alma es muy sabia. Somos máquinas perfectas, ¿vos te creés que, cuando estamos por morir, el alma no tiene una carta jugada para que nos vayamos con una sonrisa?
Arte
Es hora de volver a pensar en el teatro y en aquello que lo ocupa durante la presente temporada. Otra forma de elevación. “Te diría que Entre notas es un juego mágico, un fogón que no te querés perder y, encima, escuchando a Oscar Kreimer, un inmenso de nuestra música que tocó con Roberto Goyeneche, Osvaldo Pugliese, Mercedes Sosa. Este es un espectáculo que no me perdería ni loco”, dice en torno a la propuesta donde él también es uno de los músicos que le dan oxígeno al blues, el jazz y el pop, como cuando lo hacía en las calles o en los pasillos del subterráneo.
Los jueves, Arana recupera su rol de actor. En el monólogo En el aire personifica a Marcos, un locutor de radio que transmite desde un teatro y va desgranando una serie de recuerdos. “No muchos artistas pueden contar con el tiempo para desarrollar un texto como este, siempre quiero volver a hacerlo. No se puede hacer así nomás, lo puedo lograr luego de muchos años de trabajo, de madurez, de un proceso de vida y de oficio”.
La pieza nació cuando él regresó del primer intento de escalamiento del Everest. “Nadie me esperaba, había llegado un mes antes, entonces me tuve que poner a pensar qué hacer”. Primero llamó al productor Javier Faroni, quien lo contactó con el director Manuel González Gil. “No puedo ser más agradecido a trabajar con semejante ´bestia´, que viene a ver las funciones y me dice ´no cambies nada´. No hay premio mayor”.
-Sos un actor que ha transitado con frecuencia y comodidad el lenguaje televisivo, ¿cómo vivís la ausencia de nuevas producciones de ficción en la televisión abierta?
-La ficción cambió de lugar.
-¿Es lo mismo?
-Es muy nuevo todo, es una revolución, hay que ver qué sucede. Las productoras siguen trabajando, pero para plataformas. Supongo que, en el tiempo, todo se irá acomodando. Adrián Suar me describió esta realidad hace 15 años. “Estoy apuntando los cañones hacia una nebulosa”, me decía cuando aún ni siquiera existía Netflix. Había que ser él para poder ver con esa anticipación.
Arana participa en los últimos episodios de Buenos chicos, la última ficción de Polka, actualmente en el aire de eltrece. “Era grabar y sentir que todos se preguntaban, ´¿qué pasará después?´ Pero esa sensación de inseguridad hacia adelante, siempre la hemos vivido”.
-Al ser un actor que hace música y un músico que tiene su costado de popularidad televisiva, ¿te sucedió padecer el prejuicio tanto del mundo actoral como del mundo del jazz?
-El prejuicio no es algo que le sucede a uno, sino que le pasa al otro. Es más, ni siquiera te das cuenta. Además una persona prejuiciosa no elige con quién serlo, así que lo será también con sus hijos, algo muy triste. Lo mismo sucede con la envidia. Yo no me doy cuenta de eso, camino por la vida y, si puedo, doy una mano al otro. Y, por supuesto, no me juzgo. Siento que mi alma sonríe y eso, en este mundo, es un montón. Yo quiero que mis hijos me vean con el alma sonriendo, aún con todas las cosas que también pasan.
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