Facha Martel: de noches rodeado de mujeres y adicciones a una muerte en profunda soledad
Tuvo todo lo que un hombre joven aspira tener. Fama, dinero, mujeres para compartir sus noches, un porte agraciado que le generó el apodo de “Facha”. Sin embargo, los desórdenes y las adicciones fueron minando su salud. Cuando la fama desapareció, los apremios económicos coronaron un cuadro dramático. Vendió casi todo para poder subsistir. La torre de marfil se desmoronó rápidamente. El 21 de febrero de 2013, el actor Adrián Martel falleció casi en soledad y bastante olvidado. Su ex mujer y su hijo estaban allí, cuando mucha gente del ambiente prefería alejarse de su nombre. Tenía 65 años y una vida que de tan intensa se le apagó temprano. Había nacido como Pedro Julio César Martínez y en sus últimos tiempos se habían convertido en la sombra patética de aquel galán con cartel francés.
Adictivo
Adrián Martel tenía una personalidad adictiva. Era de esas personas desbordadas. Sin límites. Así fue en el amor y cuando alguien le ofreció por primera vez consumir cocaína. Si bien se mostraba ganador, escondía temores, debilidades, inseguridades que lo llevaron a ampararse en sostenes engañosos.
El “Facha” era el simpático de todas las reuniones. Cuando ganó a lo grande, no dudaba en regalar, invitar. Y ahí estaban los infaltables amigos del campeón. Al pie del cañón para saquearlo.
En 1981 ingresó al elenco de No toca botón, el programa humorístico escrito por Hugo Sofovich, protagonizado por un líder indiscutido: Alberto Olmedo. Martel rápidamente se hizo amigo del cómico rosarino. Fueron compinches de travesías y se confesaban los más íntimos secretos. Cuando Olmedo llevó el éxito televisivo al teatro, Martel ocupaba un lugar destacado en la marquesina. Era querido por el público y, si bien los tickets los venía Olmedo, su figura sumaba un valor agregado en un elenco con nombres populares como los de Javier Portales, Susana Romero o Silvia Pérez.
Eran tiempos donde el “Facha” hacía y deshacía a su modo. Se sentía poderoso. Gozaba de esa potestad, muchas veces efímera, que tantas veces otorga la fama, la popularidad. Estaba sentado a la derecha de Alberto Olmedo y ese era también un poder por traslación.
En aquellos tiempos, a Martel se lo asociaba con diversas mujeres del medio. Algunos de esos romances eran ciertos. Otros, solo fabulaciones. Lo cierto es que se lo vinculo a nombres como los de Noemí Alan, Mónica Gonzaga y Yuyito González. Sin embargo, Martel era discreto a la hora de mostrarse con mujeres. Era un mujeriego con códigos.
En esos tiempos de veranos intensos en Mar del Plata, luego de las dos funciones diarias junto a Olmedo, Martel partía a disfrutar de la noche de la ciudad balnearia en un tiempo de temporadas gloriosas, recaudaciones millonarias y clima festivo. El bicho tuvo la culpa, El negro no puede y Éramos tan pobres fueron algunos de los títulos que arrasaban con las boleterías. La gente adoraba ver a Olmedo, a sus chicas sensuales y al “Facha”, el galán de la compañía. El actor pasaba largo rato en la puerta de las salas firmando autógrafos ante la multitud que lo esperaba, sobre todo mujeres seducidas por su porte.
En esas madrugadas de sexo o en las reuniones sociales con esos amigos de cofradía, se dejaba llevar por el consumo de drogas. Sentía que podía manejar la fama, el dinero, el asedio de las mujeres y su adicción. Sin embargo, no pudo con nada de eso. Las drogas lo destruyeron, los amores se alejaron y la fama se esfumó como el humo de sus cigarros. Los amigos del campeón también se escurrieron cuando Martel dejó de ser el triunfador.
Cristina Furri fue la mujer que lo convirtió en padre de Román, el pequeño que no logró encausar la vida de su padre. El matrimonio con Furri se quebró, pero la mujer fue la única que estuvo junto a él cuando ya nadie estaba. Ella y su hijo lo acompañaron en la decadencia artística y en el quebranto de salud.
El caso Monzón
En el verano de 1988, Martel alquiló una casa en la calle Pedro Zanni en el barrio La Florida de Mar del Plata, una zona donde suelen vivir los artistas que realizan temporada teatral en el balneario. Debido a su estrecha amistad con Carlos Monzón, compañero de las largas madrugadas y debilidades, le ofreció la vivienda para que se hospedara con Alicia Muñiz, la reconciliada pareja de Monzón, y Maxi, el hijo de ambos. La criatura, además, era compañero de juegos de Román, el hijo del Facha que, en la madrugada fatídica del 14 de febrero, estaba allí.
Aquel día en el que Monzón mató a Alicia Muñiz con golpes y arrojándola del balcón de la vivienda, fue la primera gran piedra en el inicio del declive artístico y personal de Martel. Su nombre, como inquilino oficial de la casa, sonó fuerte, sin tener nada que ver con el femicidio de la modelo de 32 años. Era referido en las crónicas policiales.
A menos de un mes de aquel acontecimiento que enlutó la temporada, el 8 de marzo Alberto Olmedo caía desde el piso 11 del edificio Maral donde se hospedaba. El fallecimiento del cómico, en circunstancias que nunca terminaron de esclarecerse, fue el comienzo del fin de la estelaridad de Adrián Martel, quien sin el capocómico cobijándolo en sus proyectos, se encontró artísticamente huérfano. Demasiado para un solo verano. Lo suficiente para manchar un nombre y estancar una carrera.
Muerte prematura
En los años post Olmedo, Gerardo Sofovich lo contrató en algunas temporadas y participó de programas menores en televisión. De a poco, la estrella de Martel se fue apagando. También se alejaron los amigos de la noche, las mujeres seducidas por el galán y los que le facilitaban todo y más porque tenía dinero.
En 2010 sufrió una fractura de cadera que diezmó una salud ya quebrantada por sus adicciones. Al tiempo, una complicación renal y coronaria complicaron el cuadro. Su corazón comenzó a dar signos de alerta. Los dos infartos de miocardio derivaron en dos bypass.
Durante tres años vivió sorteando la muerte. Debilitado, con 40 kilos menos y entrando y saliendo de las internaciones. El 21 de febrero de 2013, al anochecer, falleció en Buenos Aires. Su ex mujer y sus hijos estaban allí para llorarlo. Había muerto un galán carismático, un hombre que lo había tenido todo: lo bueno y lo malo.
Adicciones, noches interminables y compañías funestas lo llevaron a una decadencia terminal. Ya no estaba Olmedo para protegerlo y guiarlo. La orfandad artística era la orfandad del hombre. Sus restos descansan en el Panteón de la Asociación Argentina de Actores.
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