La locutora, voz icónica de La peña de morfi, mantuvo una extensa charla con LA NACION donde, por primera vez, recuerda al periodista y cuenta aspectos desconocidos de su vida
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Basta saludarla para, rápidamente, empatizar con esa voz reconocible, de coloratura joven, que acompaña cada domingo desde La peña del morfi (Telefe), el ciclo dominical creado por Gerardo Rozín, el periodista que fuera su pareja durante varios años. Sus siempre acertados bocadillos -dichos a tiempo y sin invadir la escena- acompañan cada instancia del ciclo musical que el año próximo cumplirá una década en el aire. Además, se la puede ver y oír cada noche en Pasó en América (América), la síntesis que hace esta señal de su programación diaria.
“No estoy acostumbrada a que me pregunten, no suelo hablar sobre mí”, dice Eugenia Quibel cuando se le propone la entrevista con LA NACIÓN. Cuesta mucho convencerla. “¿Sobre qué querés conversar conmigo?”, pregunta, acostumbrada a estar parada en otro sitial, menos expuesto y al servicio de los demás. Sin embargo, la locutora construyó -con estricto bajo perfil- una sólida carrera en los medios, siendo una de las profesionales destacadas de su camada.
“No suelo exponer mi vida personal”, aclara desde el vamos, sabiendo que la charla también derivará en el recuerdo de Rozín, el querido comunicador que murió el 11 de marzo de 2022. “La parte de la intimidad prefiero guardármela”. Sin embargo, a lo largo de la charla, radiografiará esa ligazón que la unió a quien fue un profesional admirado por ella y uno de los afectos más importantes que marcaron su vida.
Quibel trata de evitar la emoción al referirse a ese hombre al que acompañó durante varios años y sostuvo en el tramo final de su vida. “Aún es muy reciente”, dice ante las primeras lágrimas que brotan de sus ojos. “¿Ves? Por esto no me gusta dar notas”. Durante la entrevista, esta vecina de Palermo recurrirá varias veces a sus pañuelos de papel descartables para secar sus ojos. “Supongo que, alguna vez, podré recordar a ´Gera´ sin llorar”.
-Sé que no te divierte mostrarte frente a cámaras, aunque en Pasó en América estás expuesta. En cambio, en La peña de morfi tu rol es más cercano al lenguaje radiofónico.
-Cuando arrancó Morfi, todos a la mesa, que era un programa diario, la premisa que me dio Gera era “quiero que hagas radio en la tele; metete, participá”.
Quibel y Rozín se conocieron trabajando en Radio Pop, en el ciclo que lideraba el periodista y donde la locutora formaba parte del staff. “En la televisión participa mucha gente, con lo cual tuve que aprender cómo intervenir, cuándo hablar, cómo hacer para no pisar a nadie; luego se convierte en una gimnasia. A veces, uno puede pisar a un compañero y, en otros casos, el comentario entra justo y se convierte el gol”.
-Un formato como La peña de morfi es de muy compleja realización dada las áreas que abarca, la salida en vivo y durante tantas horas.
-No es nada sencillo, pero hay un gran equipo detrás. Es un grupo de grandes compañeros.
Compañero, maestro y pareja
-¿Cuándo comenzaste a trabajar con Rozín?
-En 2009 entré a Radio Pop, ahí lo conocí.
-Existió una forma de hacer televisión que lo definió, ¿quién fue influencia en él?
-Siempre decía que su gran referente era Juan Carlos Mareco.
-Imagino que no debe haber sido fácil pisar Telefe ni bien sucedió su fallecimiento y, además, para formar parte del programa creado por él.
-Fue duro...
Eugenia Quibel no puede contener llorar. El dolor aún la acompaña. Quizás suceda siempre. Aunque también reconoce que junto a amigos en común también suelen recordar los momentos más amorosos que compartieron con el periodista: “Trato de quedarme siempre en las risas, hay un montón de historias y anécdotas en las que prefiero apoyarme, porque si no, no se puede”. La locutora hace una pausa, seca sus ojos y apela al jugo frutal que pidió en el bar frente a plaza Armenia, en donde se realiza esta entrevista: “Por esta emoción es que prefiero no dar notas, no lo puedo evitar”.
-No puedo no preguntarte por Gerardo.
-Es parte de mi historia, mi trabajo de los últimos años es gracias a que él me dio un espacio y confió en mí; quizás mucho más que lo que yo confío en mí misma.
-Fueron varios años de pareja y de trabajo compartido.
-En la productora Corner (uno de sus socios era Rozín) no solo hice Morfi, todos a la mesa y La peña de morfi, además me tocó estar en Gracias por venir, junto a Gera y Julieta Prandi, y también hubo un Morfi, café y un formato para chicos que era Morfi kids, donde Gerardo, como sabía que me interesaba el mundo infantil, me llevó a armarlo y escribir los guiones. Él siempre confió en mí.
-Rozín falleció en marzo de 2022 coincidentemente con el inicio de una nueva temporada de La peña de morfi. ¿Cómo hacías para cumplir con tu rol profesional allí en medio del duelo personal?
-Te debo confesar que, al principio, iba al canal en piloto automático. Su partida, me dejó rota, pero a todos nos afectó muchísimo. Su ausencia es imposible de llenar.
-En ese vacío, además, el desafío de salir al aire en un programa de clima festivo.
-La vida tiene estas cosas, la muerte es parte de la vida. Siempre tuvimos la premisa de continuar porque era lo que él quería. Mucha gente sugirió que La peña... sin la presencia de Gerardo debía terminar y la verdad es que no es eso lo que él quería. Dejó una serie de indicaciones que se tratan de cumplir.
-¿Dejó indicaciones?
-Bueno, dejó una manera de hacer televisión y de quién le gustaría que, eventualmente, lo sucediera, pero, a veces se puede y, a veces, no.
-Alguno de los nombres que él sugirió, ¿condujo el programa?
-Finalmente, no. Desde ya, también es un lugar muy difícil de agarrar y no todos los profesionales se animan.
-¿Gerardo pidió taxativamente que el programa continuase?
-Sí, claro. Y dejó un modo de hacer televisión que tiene que ver con la calidad y la calidez. Le gustaba hacer una televisión linda donde se sintiera cómodo el televidente y el artista invitado. Creo que eso no se perdió en el ADN del programa.
-Rozín tenía conciencia sobre su realidad, sobre su cuadro de salud.
-Tenía toda la conciencia, lo tenía más claro que nadie.
-Él y vos nunca desearon convivir.
-Fue una decisión, era nuestro formato de pareja.
-Fueron una pareja de muy bajo perfil.
-Por eso hoy prefiero guardarme lo más íntimo para mí.
-No siempre es sencillo trabajar en familia o en pareja.
-Lo bueno es que no nos llevábamos nada a casa porque no convivíamos. Más allá de eso, nos gustaba trabajar juntos, disfrutábamos, por eso siempre nos elegíamos como equipo. Pero no sucedía solo entre nosotros dos, Gera decía que éramos como un circo pobre porque cambiábamos de radio o de programa y siempre seguíamos los mismos, sabía formar equipos y ser fiel a su gente.
-¿Qué consejo recordás especialmente?
-Siempre fui más temerosa y él más lanzado, por eso me decía siempre que hiciera, sostenía que “no se equivoca el que no hace”. Él consideraba que era mejor arrepentirse por algo que se hizo que por algo que nunca se hizo.
-¿Recordás la última charla con él?
-Sí, claro, me acuerdo de todo, pero prefiero guardármelo para mí.
-¿Se llegó a despedir de vos?
-Sí.
Rosario, cerca y lejos
Rosarino de ley y de alma, Rozín ha hecho un culto de la ciudad que lo vio nacer en 1970 y a la que solía regrear junto a Quibel. “Aún no pude volver sola, me moviliza mucho, a pesar que hay un montón de gente con la que no perdí contacto y a la que deseo abrazar”.
-Su amor por Rosario fue extraordinario.
-Amaba a su ciudad y hasta se divertía, como fanático de Rosario Central, que, en la calle, los hinchas de Newell’s lo putearan. Era como una broma que él entendía.
-¿Visitaban el bar El Cairo?
-Nunca faltaba un café allí.
-Seguramente encontrarás el momento indicado para regresar a esa ciudad.
-Los duelos son muy personales, no sé cuánto duran ni cómo se terminan. El proceso es largo y no tiene que ver con fechas, no necesito un aniversario para recordarlo.
-¿Cuándo y cómo lo recordás?
-Permanentemente, una canción o un plato de comida pueden llevar a recordármelo, pero no me puedo quedar ahí, la vida sigue.
Quibel es madre de Emilia, de 13 años. “Como mamá soy menos relajada de lo que supuse que iba a ser. Como adolescente, está en la edad en la que le doy vergüenza, pero trato de no perderle el rastro. Mi casa es de puertas abiertas, sus amigas pueden venir todo el tiempo que quieran, me gusta monitorearlas. Me encanta viajar con ella y darle espacios de intimidad, de charla”.
-¿Cuál fue el último viaje?
-Fuimos a Barcelona y Sevilla, porque tengo familia allí.
Mamá orgullosa sostiene que su hija “es una alumna intachable, autoexigente y aplicada, le tengo que pedir que afloje porque es muy responsable”. Emilia toca el piano y tiene conexión con los animales “aún tiene tiempo para elegir su camino”.
-¿Qué te interesa legarle especialmente?
-Quiero darle todas las herramientas posibles y demostrarle que soy una mamá que se rearma todo el tiempo.
Vuelve a quebrarse. “Soy un papelón”, se excusa ante su hipersensibilidad a flor de piel. “No puedo llorar tanto”.
Como revancha de la vida, Quibel conformó una nueva pareja que le devolvió cierta felicidad y luminosidad a su vida: “No lo oculto, pero no lo publicito. Es una persona hermosa que no es del medio, me supo acompañar en un momento muy jodido, me conoció rota y me dio tranquilidad”.
-Fueron valientes.
-Creo que sí.
Los comienzos
-Cuando rendiste el examen en el Cosal, fuiste reprobada, pero lograste ingresar al Iser para cursar la carrera de locución.
-Allí me formé, pero, antes, por una cuestión de fechas, rendí en el Cosal, donde no pude entrar; así que dudé en presentarme en el Iser, ya que se trataba de un lugar con mucha exigencia. Sin embargo, en marzo de 1997 pasé por los cinco exámenes que tomaban para ingresar y logré entrar.
Contaba con solo 17 años y los sueños amasados a lo largo de una infancia donde su madre le narraba textos y donde ella misma solía “jugar” a la radio, leer en voz alta lo que llegaba a sus manos y, desde ya, ofrecerse para hacer lo que hiciera falta en los actos escolares. Su padre arquitecto y su madre decoradora -con la carrera de edición cursada en la UBA- fueron un estímulo creativo. “El fruto no cae lejos del árbol”, sostiene con no poca certeza.
“Las vocaciones presentan indicios cuando uno es chico. El trabajo con la voz siempre me gustó”. Aquel grabador hogareño funcionaba como micrófono y también como propalador multiplicador de esas lecturas en las que se germinaba a la futura profesional que hoy también dicta talleres de radio, laboratorio y lectura en voz alta en colegios: “Me parece que es fundamental, porque, con los años, eso es algo que se va perdiendo. Los chicos suelen leer poco y mal, en gran medida por la cercanía con los dispositivos y la lejanía con los libros que, además, trae aparejada la comprensión de textos”.
A los 20, ya era locutora nacional. También cursó algunos años de Comunicación Social en la UBA, casa de estudios donde, además, aprobó varias materias de Sociología.
-El Cosal no te aceptó, pero no claudicaste y te presentaste en el Iser. ¿En la vida sos así de perseverante?
-Nunca claudico, siempre para adelante. Soy de pasos lentos, pero avanzo.
-Pasos meditados.
-Pienso mucho cada cosa que voy a hacer.
-¿Quiénes eran tus referentes en el mundo de la radiofonía?
-De chica me iba a dormir con una radio chiquita que ponía debajo de la almohada para no despertar a mi hermana, que dormía en la cama de al lado. Escuchaba a Bobby Flores, Mario Pergolini, Ari Paluch.
-Durante muchos años, las radios, sobre todo las FM, uniformaron sus voces, todas sonaban igual, a diferencia de décadas atrás donde figuras como Betty Elizalde o Nora Perlé mantenían estilos propios y bien diferenciados.
-Lo lindo es que cada profesional tenga su identidad, por eso, más acá en el tiempo, valoro a una persona como la “Negra” Vernaci.
-El vínculo entre la radio y quien escucha es sumamente fidelizado e íntimo.
-Poder conectar con esa voz, con la idea de esa persona, es hermoso. Uno, como oyente, genera un vínculo estrecho con quien te acompaña desde la radio. Cuando un programa se termina, el oyente siente un vacío.
Quibel se inició en los medios a los 21 años, con su título de locutora aún humeante. “Pasé por todos los roles, comencé como cronista de calle gracias a Sandra Borghi, mi compañera de cursada, quien sugirió mi nombre en el programa La cornisa radio, que hacía Luis Majul y donde ella trabajaba. Siempre le agradeceré ese gesto. Trabajando con Majul me mandé todos los mocos que se te ocurran, pero aprendí. Así se aprende, no hay otra”.
Cuando Borghi se mudó a la señal de noticias TN, Quibel pasó a ser la locutora de estudio, labor que desempeñó durante varios años. “También fui la cronista ´de color´ de Rolando Hanglin y Mario Mactas en radio Continental. Allí también aprendí mucho y me divertí un montón”.
Fue la voz que comentaba el estado del tránsito, hizo informativos y llegó a ser coordinadora del área de noticias de radio América. Folklore a la carta, su primer programa propio, comenzó a salir al aire hace unos años desde Nacional Folklórica, gracias a una invitación que le hizo Mavi Díaz, entonces directora de ese medio, cuando la observó trabajar en La peña de morfi, un domingo en el que la exintegrante de Viuda e Hijas de Roque Enroll tocó en el programa con su grupo Las Folkies.
Con la llegada de nuevas autoridades a la emisora estatal, el ciclo fue discontinuado hace algunos meses. “No era planta permanente y, cuando mi contrato finalizó, no fue renovado”. Sin embargo, no pierde la ilusión de volver a la emisora con una idea nueva que le presentó a las flamantes autoridades de la señal y donde estaría acompañada por una figura conocida.
En simultáneo a su tarea en los medios, realiza la conducción de eventos (próximamente hará la animación de la presentación de la nueva edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata) y suele grabar publicidades, spots y cápsulas en el estudio profesional que tiene montado en su propia casa.
-A pesar de tu “incomodidad” a pararte frente a cámaras, ¿cómo resulta la experiencia de Pasó en América?
-En realidad, a mí me gusta ese lugar, pero siento que la mayor soltura la logro en la radio. De todos modos, el equipo es fantástico y tanto Tartu (Augusto Tartúfoli) como Sabri (Sabrina Rojas), los conductores, me hacen sentir muy cómoda.
-Llevás muchos años trabajando en Telefe, ¿qué vínculo te une a ese canal?
-Telefe es mi casa, un lugar de pertenencia, por eso estoy tan agradecida a Darío Turovelzky, Guillermo Pendino y Federico Levrino, sus directivos, quienes me permiten trabajar tan cómoda, en un espacio donde me siento respetada y querida. Ellos han sido un soporte fundamental para mí, tanto como todo el equipo de La peña de morfi, los que están delante de cámara como los que la gente no ve porque trabajan en producción y técnica.
Hasta el año pasado, La peña de morfi continuó con la conducción de Jésica Cirio -quien fuera coequiper de Rozín- y, sucesivamente, se fueron sumando Jey Mammon, Georgina Barbarossa y Diego Leuco. Y este año, el programa encontró una dupla muy amalgamada y empática con las audiencias cuando el canal decidió que continuase al frente del ciclo Leuco y sumar a la histriónica Lizy Tagliani: “De diversas formas, tanto Lizy como Diego, que son extraordinarios, tienen cosas de Gerardo, pero nadie puede suplir a nadie, cada profesional maneja su propio estilo”.
-¿Qué aspectos de Rozín encontrás en ellos?
-Lizy es maravillosa y nos hace participar y jugar a todos, tanto como lo hacía Gera. Es lúdica, generosa. Y, en el caso de Diego, con otro perfil, es un muy buen compañero, súper profesional y se le nota que disfruta y tiene afinidad con la música, y esa era también una característica de Gera.
-El año que viene el programa cumplirá una década en el aire, ¿está confirmada la nueva temporada?
-Sería hermoso poder seguir y celebrar ese aniversario, pero hoy no te lo puedo confirmar.
Sobre el final, el cronista le hace escuchar a Quibel un audio que le fuera enviado por Rozín, algunas semanas antes de fallecer y luego de ofrecer a LA NACIÓN su última entrevista. Un saludo de fin de año que conmueve, pero que, a pesar de su conciencia sobre la finitud, estaba lleno de optimismo. “Así era él”. Nuevamente las lágrimas. La emoción. Es tiempo de finalizar la charla.
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