Está presentando Cazador galáctico, el último álbum de su banda Pájaro de fuego; perfil de un músico que hizo de la diversidad sonora y de la persistencia un estilo de vida
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Entregarse a la escucha de Cazador galáctico, el flamante álbum de Pájaro de fuego, la banda liderada por Esteban Sehinkman, es sencillamente, ni más ni menos, que la posibilidad de sumergirse en un viaje de múltiples connotaciones sensoriales. Algo de lo etéreo por fuera de lo terrenal se pone de manifiesto para azuzar múltiples posibilidades en la escucha.
Sehinkman es un reconocido jazzero, fanático de San Lorenzo y, fundamentalmente, un músico que siempre está en la búsqueda de nuevos sonidos. En su adolescencia, el rock fue un lenguaje que lo atravesó y, con los años, Astor Piazzolla marcó parte de su camino. “La rigidez genérica tiene que ver más con las bateas de las disquerías y con ciertos encasillamientos que con la realidad de la música, que es más flexible”, sostiene ya de lleno en la charla con LA NACIÓN, previa al concierto que brindará este viernes en Notanpuán, un bello espacio de San Isidro, donde continuará presentando el repertorio de su banda, “un grupo electrógeno”, como le gusta definirla.
Pianista, tecladista, compositor y productor de música, egresado de la Escuela de Música Popular de Avellaneda y del Berklee College of Music, entre 1998 y 2003 vivió y trabajó profesionalmente en Boston y Chicago. Además, un dato de su vida personal se filtra rápidamente ante su apellido -para algunos de compleja pronunciación-, pero que también resuena en el ámbito académico y del mundo de la comunicación, ya que su hermano Diego es un reconocido psicólogo y periodista.
Empedrados
Los hermanos Sehinkman son tres. “Diego, el periodista, es el más conocido, yo soy el del medio y Andrés es el más joven, se dedica a la producción de contenidos visuales, hace documentales sobre naturaleza, es muy capo. Con su productora ganó varios premios internacionales. Los tres hemos hecho carreras de rubros muy diferentes y compartido la virtud de la persistencia. Cada uno ha sido paciente y constante con su carrera”, explica Esteban Sehinkman.
Sus padres se dedicaron a la medicina, volcados a la especialidad de la psiquiatría. La vocación por la salud fue heredada por las generaciones anteriores, tanto de parte paterna como materna. “Toda una familia dedicada a la salud mental”.
–¿Cómo fue tu infancia?
–Éramos de San Cristóbal, en el sur de la ciudad de Buenos Aires, y nos educamos en la escuela pública. Con Diego nos criamos en la calle, aún se podía jugar a la pelota con la barra de los chicos del colegio. Fue una época bastante linda, muy sencilla. Íbamos al parque o a las canchitas debajo de la autopista, todos los chicos por igual, nadie te preguntaba nada.
–¿Cómo sentís que te marcó la educación en la escuela pública?
–Tuve grandes maestras, con mucha vocación por la educación, con el deseo de respaldar a los chicos y contener a los padres, como eran las viejas maestras, con gran cariño por su tarea, a pesar de que los edificios de las escuelas ya estaban medio destruidos. A veces, teníamos clases solo tres veces por semana porque los baños no funcionaban. Había una maestra llamada Rosario que nos daba clases en las casas de los compañeritos para que no nos atrasáramos.
Esteban Sehinkman tiene 50 años y la cercanía de edad con su hermano Diego lo unió en diversas vivencias de infancia y juventud. “Siempre nos llevamos muy bien, íbamos a la cancha juntos a ver a San Lorenzo y a jugar al fútbol juntos. Hoy, si bien el tiene una profesión que es muy demandante, tratamos de hacernos espacio para encontrarnos y dialogar. Hay un vínculo familiar muy fluido”. El amor por la camiseta llevó sus sonidos jazzeros nada menos que a la celebración del regreso del club a su antiguo predio de Boedo.
–¿Tus padres apoyaron tu vocación?
–Me preguntaron si estaba seguro, ya que no había ningún antecedente en la familia; por otra parte, no tenía mucha facilidad para el aprendizaje musical, me llevó un tiempo descular la cuestión. Sin embargo, ante el convencimiento, ellos acompañaron.
–Hablabas de “la virtud de la persistencia”.
–Fue transmitida por mis viejos, ambos muy laburantes. Gente con persistencia, energía y convicción, algo que pudimos sostener los tres hijos y trabajar de manera pasional. Es una suerte trabajar de lo que uno ama, pero la vocación también es algo que se forja, no siempre viene dado o uno está muy contento desde el primer momento. Como en el fútbol, hay que persistir para que se abra el arco.
Su vocación se le ofreció de manera “tardía” y sus estudios de música comenzaron cuando tenía 16 años. Con compañeros del colegio armó una banda de rock “de manera intuitiva”, cuenta. “Porque no tocábamos nada, pero, como había un piano en casa, fui el tecladista”. Pronto llegaron las fiestas del colegio y festivales barriales. “Eran fines de los ochenta y comienzos de los noventa, una época de apertura, óptima para hacer este tipo de cosas. Uno sentía que los sueños estaban al alcance de la mano y que todo era posible”.
Tomó sus primeras clases de música durante el mundial de fútbol de 1990. “Alguna clase se me superpuso con un partido”, repasa. Muy pronto, con la banda Hermano Diu, comenzó a tocar en lugares muy referenciales de la época como Paladium o la Confitería del Molino, tan distintos y tan porteños.
–¿Qué inspira más, la calma o el dolor?
–Si alguna idea musical surge de una emoción, le doy cauce. Claro que, si es algo muy intenso, no sé si la composición es mi prioridad.
–¿Manejás un método de trabajo?
–En general, cuando tengo que generar un material nuevo, entro en un modo muy prolífico. Tengo que tener espacio para componer. Ahora, en cambio, estoy abocado al concierto. Por otra parte, me dejo sorprender, si voy caminando y aparece algo, trato de retenerlo. También me sucede, cuando estoy soñando, que aparezca una melodía.
–¿Le das cabida?
–Sí, son cosas que vienen del inconsciente, les doy cabida, me levanto y las bajo a tierra. Me parece que hay que prestarles atención a esas cosas, no dejarse llevar tanto por lo racional.
Su constancia, vocación y convencimiento lo llevaron a crear Real Book Argentina, proyecto sin fines de lucro que recopila y difunde partituras escritas por compositores enrolados en el jazz argentino. Además, Esteban Sehinkman ha obtenido ocho Premios Gardel con los distintos proyectos que ha integrado.
El disco
El imaginario en torno a un símbolo pagano como el Gauchito Gil, una escollera necochense penetrando en el mar, la naturaleza. Ideario, convicciones y texturas que emergen en los temas que componen el disco Cazador galáctico. “Siento que, en la música, se filtra algo visual. Me parece inspirador”.
–En el acontecimiento de la escucha, cada quien formulará sus propias imágenes.
–Es así, por ejemplo, el tema “Gauchito Gil” tiene una raíz folklórica, pero conlleva implícito un galope de caballo, propio de los gauchos que llegan hasta el santuario. En “Escollera” hay algo más violento vinculado al mar golpeando sobre esa estructura que se mete mil doscientos metros adentro del océano.
Pájaro de fuego, que se formó en 2010 y cuenta con cuatro álbumes editados, hoy está integrada por Tomás Babjaczuk en batería, Martín Lozano en bajo, Sebastián Lans en guitarra y el propio Sehinkman en piano y sintetizadores.
“Mañana en el abasto” es el único tema no original del último álbum de su banda. El cover del tema de Sumo da cuenta de los orígenes rockeros de Sehinkman y de su vocación por este género que jamás dejó de aflorar, aunque mixturada por otras posibilidades como el jazz o el folklore. “La generación de los ochenta se formó con rock, rock nacional y pop; mi viejo es muy tanguero y a mi vieja le gustaba la música clásica. En lo personal, también me interesa mucho la electrónica, hasta que llegó el jazz y se sumó a la paleta de colores”, explica el artista, dejando en claro que la sumatoria de posibilidades estéticas y de lenguajes musicales hacen a un todo orgánico, coherente y diverso. “No me considero un especialista ortodoxo en ningún género, mi naturaleza es la fusión”.
–¿Tiene algún costo la riqueza de esa fusión?
–Es una buena observación. Claro que tiene un costo. Lo más directo para abordar al público es estar involucrado en un género que tenga una forma de consumirse determinada, pero siempre trabajé con mucha libertad y esa libertad tiene un costo. De pronto, saco un disco de jazz, pero el anterior era más electrónico, me lo permito siempre. Lo más importante es el concepto genuino que hay detrás de la música y que se haya podido desarrollar una estética sonora alrededor. Ese es mi terreno, no puedo ser un estilista y sentirme honesto. Uno, como músico, tiene una responsabilidad creativa.
–¿A qué te referís?
–¿Para qué es el trabajo que nosotros hacemos? Es para afrontar la búsqueda de libertad creativa. Buscar lo genuino de la época y de la persona sucede en todas las artes. También entiendo que la música tiene muchas aristas y la industria del entretenimiento unos cuantos requerimientos.
–¿Tuviste que hacer muchas concesiones a lo largo de tu carrera?
–Cuando me sucedió eso, traté de hacer lo mío lo mejor posible, pero no puedo con mi esencia, siempre vuelvo a esa anarquía y búsqueda personal.
–¿Qué artistas te atravesaron de manera significativa y fueron influencia en vos?
–En los ochenta, con la vuelta de la democracia, el rock nacional.
–¿Quiénes?
–Charly García, Virus, Sumo, una época de esplendor del rock nacional. Y también me gusta la música de la segunda mitad de los sesenta, con grandes discos de los Beatles, Rolling Stones, Doors, Beach Boys. Es una época que me resulta significativa a nivel compositivo.
–¿Cómo te llevás con el tango?
–No hago ese repertorio, pero me gusta mucho. Me encantan Carlos Gardel, Mariano Mores, Horacio Salgán y todo lo que está en el “medio” hasta llegar a Astor Piazzolla, que me parece lo más grande que le pasó a la cultura argentina en toda su historia.
–Tenés un vínculo muy directo con su música.
–Sí, tuve la suerte de participar de algunos proyectos del Piazzolla electrónico, invitado por Pipi Piazzolla, con quien también compartimos otros proyectos. Lo interesante es que fui con lo mío, a aportar colores electrónicos en esos espacios. Cuando uno tiene la oportunidad de vivir esa música desde adentro, toma mayor dimensión de la magnitud del compositor.
–Trabajaste con Escalandrum...
–Tuve la chance de trabajar en la producción artística de Escalectric, su última producción, donde Pipi (Piazzolla) me pidió que hiciéramos algo nuevo, no escuchado a nivel sonoro; ese es un rasgo de su abuelo.
–¿Con qué se encontrará el espectador que irá este viernes a Notanpuán?
–Con un cuarteto ajustado, que conoce el repertorio a transitar y que tiene un sonido original, propio, que, al espectador atento, le dará una vueltita de tuerca. Siempre buscamos riesgos y apartarnos de los lugares comunes de la sonoridad. No es un show solemne, sino para mover las “patitas”.
Pájaro de fuego presentará Cazador galáctico. Este viernes 30 de agosto, a las 21, en Notanpuán, Chacabuco 459, San Isidro
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