Alberto Biondi es hijo del hermano menor del querido y recordado Pepe Biondi, un humorista que escondía su vida marcada por una niñez muy dura y una madurez atravesada por graves dolencias físicas
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“Ahora es normal llevar el apellido Biondi, pero, cuando yo era chico era difícil porque mi tío era muy famoso”. Alberto Biondi recibe a LA NACIÓN en el corazón de Banfield, barriada que siente especial aprecio por Pepe Biondi, el querido cómico del que su sobrino, a pesar de las diferencias en el peinado, guarda un gran parecido en el recorte de los ángulos de su rostro.
Alberto Biondi es hijo de Rafael Alberto, el hermano más chico del artista nacido en Buenos Aires en 1909 y que se convirtiera en una de las figuras más queridas por el público durante las décadas del sesenta y setenta gracias a su programa de sketchs Viendo a Biondi, basado en el humor inocente, apto para todo público, y del que emergieran personajes aún recordados como Pepe Galleta, el único guapo en camiseta; Pepe Curdeles, abogado, jurisconsulto y manyapapeles; y Narciso Bello, beldad de fama universal, entre varios otros.
Fueron esas creaciones desopilantes, de humor absurdo que trastocaban la lógica de la realidad, las que vociferaban frases como “¡Qué suerte para la desgracia!”, “¡Qué fenómeno, m´hijo!” y una onomatopeya que se convertiría en el gran símbolo oral del actor: “¡Patapúfete!”. Aún hoy, no falta quien pronuncie alguna de estas frases inmortales.
Conversar con Alberto Biondi es desandar el derrotero artístico, pero, sobre todo, el camino personal y desconocido de José Biondi -tal el nombre de cédula del artista-, no exento de grandes traumas de infancia y una madurez con serias complicaciones físicas jamás expuestas de manera pública, pero que diezmaron su vida.
“Yo vivía seis meses en mi casa y seis en la de Biondi, con Teresa, la esposa de mi tío, su hija Margarita y su yerno, el actor Pepe Díaz Lastra y Marcelo y Jorge, sus hijos. Como era muy inquieto, mis padres no me aguantaban y me mandaban con ellos”, explica un poco en serio y otro poco en broma este hombre que menciona a su tío por el apellido, como lo llamaba todo un país.
Alberto Biondi encontraba guarida en el séptimo piso que su tío habitaba en Rodríguez Peña y Tucumán. Se trataba de tres departamentos, todos propiedad del humorista. Uno era ocupado por él y su esposa, otro por la familia de su hija y el tercero estaba reservado para huéspedes. Cuando el grupo de payasos españoles Gaby, Fofó y Miliki visitaron el país, se hospedaron en ese aposento gentilmente cedido por Pepe.
“La cómica era mi tía, pero él no era melancólico. Ella era un personaje y él, un señorito muy respetuoso y ubicado”. A diferencia de muchos de sus colegas, cuya vida personal distaba mucho del perfil artístico, podría decirse que Pepe Biondi no tenía las características del “payaso triste”.
Una infancia dolorosa
Pepe Biondi nació en Barracas, pero siendo muy chico su familia se mudó a Villa Barceló, una zona de Lanús que, a comienzos del siglo pasado, era casi un descampado. Allí se crio, junto a sus padres -inmigrantes napolitanos-, José Biondi y Angela Cavalieri, y sus siete hermanos.
A los siete años, la vida del pequeño Pepe cambiaría por completo. Inesperadamente, la carpa del circo Anselmi se instaló en un potrero a metros de su casa, alterando la vida de la barriada y generando la inevitable atracción en todos los niños de la zona. Él era muy curioso, con lo cual solía acercarse recurrentemente hasta los carromatos del circo. Un artista de origen brasileño de la compañía prestó atención en su simpatía y en las morisquetas y acrobacias improvisadas que solía hacer a modo de divertimento, lo cual lo llevó, con buen ojo, a pedirle a sus padres que le permitieran incorporarlo como aprendiz de acróbata.
“La familia no quería que el circo se lo llevara, pero tanto insistió que terminó entrando”, recuerda Alberto Biondi. Si bien, la infancia en el circo significó el despertar de una vocación, rápidamente se convirtió en un inesperado calvario que duró los cinco años que el niño acompañó al circo en gira, lejos de los suyos.
El entrenador solía propiciarle a Pepe duros golpes ante algún error en las rutinas que le enseñaba, razón por la cual, solía lucir las marcas en su piel, algo que llegó a un límite cuando, durante una madrugada de frío extremo y escarcha sobre las lonas de la carpa, el instructor lo obligó a entrenar, pero, dado que se encontraba entumecido debido a la inclemencia climática, el pequeño Pepe se negó. El hombre, cuyo nombre artístico era “Chocolate” y tenía una adicción al alcohol, una vez más, le pegó con firmeza, esta vez con el rebenque que se utilizaba para domar los caballos, luego le dio una trompada en el estómago que lo dejó inmovilizado. El niño, doblado de dolor y de pavura, fue salvado por un médico que ocasionalmente pasaba y lo encontró sin poder respirar. Le salvó la vida al aprendiz de acróbata que ya demostraba algunas virtudes como contorsionista.
Para Biondi, aquellos años fueron los más tristes de su vida, por eso evitaba referirse al tema. “Él no hablaba sobre eso, a mí me lo contó Margarita”, recuerda su sobrino. Finalmente, Pepe logró escapar de la compañía de circo para iniciar una nueva vida, aunque ya con la vocación artística muy encendida.
Su amigo Dick
Buscando ayudar la economía de su familiar, Pepe realizó diversos trabajos, entre ellos, ocuparse del reparto de diarios como canillita, pero nunca abandonó su vínculo con el mundo del circo, haciéndose amigo del payaso Napoleón Seth, muy famoso en su tiempo, y de un acróbata llamado Peter, un maestro para él, que le permitió aprender las técnicas de esa disciplina que le gustaba tanto y con quien llegó a realizar giras por el país y Uruguay.
En uno de esos tours, conoció a Dick, un inmigrante ruso llamado Bernardo Zalman Ber Dvorkin, con quien formaría un dúo artístico durante más de dos décadas. El rubro Biondi y Dick ofreció su arte en escenarios de España y buena parte de Latinoamérica, pero una lesión en la columna le impidió a Pepe continuar con los números de destreza física y acrobacia. Tal fue el suceso de Biondi y Dick que llegaron a compartir un escenario mexicano con la bailarina Joéphine Baker.
En 1952, el dúo debutó en la televisión cubana y, lo que serían unos pocos programas de prueba, se convirtieron en largas temporadas en horario central debido a la gracia y carisma de ambos artistas. El 23 de febrero de 1958, un grupo comando secuestró a Biondi. Fue durante una celebración del régimen de Fulgencio Batista. Lo secuestradores organizaron el operativo “Hoy Cuba no debe reír” y se llevaron a Biondi a un lugar secreto para dejarlo en manos de un sacerdote que debía entregarlo a la Embajada Argentina. El hecho impulsó su regreso a nuestro país. “En Cuba, mi tío había conocido a Goar Mestre”, recuerda Alberto Biondi. El dato no es menor, teniendo en cuenta la injerencia del empresario en los medios argentinos.
Un cubano lo convirtió en estrella
Ya instalado en Buenos Aires, Pepe Biondi recibió la oferta del cubano Goar Mestre, entonces a cargo del privatizado Canal 13, para ofrecer su programa de humor. Indudablemente, fue la oportunidad que lo convertiría en la gran figura de las familias argentinas. El 7 de abril de 1961, casi una década después de la primera transmisión televisiva en nuestro país, se estrenó Viendo a Biondi en el horario central de las 21.30 y con producción de Proartel (Producciones Argentinas de Televisión), la compañía que llevaba adelante los destinos de la grilla de la señal liderada por Mestre.
El programa se basaba en sketchs donde el humorista desplegaba su galería de icónicos personajes, acompañado por su yerno Pepe Díaz Lastra, Mario Fortuna (h), Lita Landi, Carlos Scazziotta, Carmen Morales y Luisina Brando, entre otros nombres.
“Cuando mi tío muere, Joe Rígoli, que estaba radicado en España, le quería comprar los libretos, pero mi tía se negó”. Aquellos guiones eran manuscritos y con el tiempo se fueron perdiendo. En la autoría del programa también participaron los humoristas y libretistas Golo y Guille. La dirección del ciclo era responsabilidad de María Inés Andrés, una referente de aquel tiempo.
Cada personaje hacía de las suyas en hilarantes situaciones que remataban siempre con una frase del cómico mirando a cámara y la cortina característica del programa. “A uno de sus personajes se le levantaba la corbata de manera automática, ese mecanismo lo diseñó mi papá”. Biondi accionaba un dispositivo que llevaba escondido y la corbata se elevaba graciosamente, lo mismo con el sombrero que, en muchas veces, se desfondaba y permitía ver una frase para rematar el sketch.
Más allá de los personajes que más repercusión tuvieron, el programa también solía incluir otros momentos no menos simpáticos. Las visitas especiales eran un gran atractivo del ciclo. Uno de los momentos más importantes se dio con la visita de la gran Tita Merello, quien dejó un mensaje conmovedor, luego de anunciarse falsamente la muerte del cómico.
Otro momento saliente del formato se dio cuando se grabó un sketch especial con la participación de Silvia Legrand, Pedro Quartucci, Joe Rígoli y Raúl Lavié.
“En Canal 13, el programa llegó a tener 75 puntos de rating”, recuerda Alberto Biondi. En el programa, su creador no dudaba en apelar a su gran destreza física, a las cachetadas de payaso, a las contorsiones camufladas, a jugar con sus pectorales y a las caídas. En definitiva, también en Viendo a Biondi se respiraba aquel aire de circo que tanto amaba el actor.
Angelado
La altísima audiencia de su ciclo televisivo había elevado la figura del cómico al rango de estrella, por eso, para pasar inadvertido cuando debía cumplir con un compromiso personal, caminaba por la calle con anteojos y sin su peluquín característico. Aunque el público no lo sabía, el peinado que solía lucir era artificial ya que solo le crecía el cabello en los costados de su cabeza. Sin embargo, cuando no lo aquejaba ninguna urgencia, pisaba las veredas con el deseo de ser saludado. “Le encantaba caminar y estar en contacto con la gente y firmar autógrafos, por eso, casi siempre salía con peluca”, recuerda su sobrino, quien reconoce que su tío “no tenía un personaje favorito, pero el mío siempre fue Pepe Galleta”.
Alberto Biondi relata una anécdota que pinta de cuerpo entero cómo era su personalidad y su vínculo con el público: “Íbamos caminando por la calle, como tantas veces lo hacíamos, y, de pronto, vio a un pibe limpiando vidrios. Lo llamó, ´vení para acá´. Lo subió al coche y se lo llevó a comer, después le compró ropa. En su departamento, lo hizo cenar y le dio dinero, ´no te quiero ver nunca más en la esquina lustrando vidrios´. A la semana, el pibe volvió al lugar. Biondi era así, generoso y especial”.
Otra situación, en este caso más simpática, lo tuvo como protagonista al ídolo. “En Palermo le dieron ganas de ir al baño, así que se puso frente a un árbol y, mientras hacía sus necesidades, comenzó a silbar mirando para arriba, entonces la gente lo imitaba y no se daba cuenta de lo que, en realidad, estaba haciendo, tenía esas salidas”.
Alberto Biondi recuerda que su madre era una gran cocinera y que sus pastas al pesto eran un manjar al que el humorista no se podía resistir, al punto tal de solicitarlo en un restaurante en España: “Estando en Madrid, pidió fideos con pesto, pero allá esa salsa no se conocía. Cuando el mozo le dijo que no sabía a qué se refería, entró a la cocina y explicó la receta”. En ese restaurante hoy se sirven los “fideos a la Biondi”, en honor a ese ferviente fanático de Racing que solía decir que era hincha del “club que tiene los colores del cielo en la camiseta”.
La salud, ese gran dolor
Pepe Biondi padeció una severa insuficiencia en la irrigación de las venas en sus miembros inferiores. “Era un hombre especial ya que le hicieron 37 operaciones”, explica su sobrino.
“Le trajeron de los Estados Unidos venas de cordero para hacerle el by pass, era lo más moderno que se podía hacer en esa época, hace más de cincuenta años. Lo íbamos a buscar a la casa para salir a caminar, porque eso le habían pedido los médicos, y lo llevábamos hasta los bosques de Palermo”, sostiene Hugo Mateo, amigo de Alberto Biondi y presente en la charla con LA NACION. Esa intervención se realizó en 1966, ya con su programa fuera del aire.
El sobrino del cómico también recuerda que “lo operaron en los Estados Unidos para ponerle arterias nuevas. Estaba abierto de arriba abajo para que le pudiera irrigar sangre a las dos piernas”.
Aunque en algunas biografías se afirma que el artista era fumador, Alberto Biondi niega tal versión. “Se le formaban quistes en el cuerpo permanentemente, lo tenían que operar para sacárselos, no sabían qué se los provocaba, era un enigma para los médicos, hasta que se dieron cuenta que era alérgico al material de las arterias que le habían puesto”, revela. Los sinsabores que le deparaba su salud se contraponían con los lauros de una carrera artística intachable. El tormento del hombre que vivía del humor, pero cuya vida personal se había convertido en una tragedia.
Su fragilidad era tal que debía cuidarse de contraer cualquier tipo de virus. Tal su paranoia al respecto que, en ocasión de haberse tropezado y caído en la puerta de su casa, se quitó toda la ropa y la tiró a un cesto de basura, evitando contagiarse alguna infección. A la hora de comer, contaba con su propio juego de vajilla que debía ser sanitizado de manera especial.
Quizás, lo peor de la fragilidad de su cuadro se daba por las noches. Alberto Biondi explica que “dormía atado, porque el material que le habían puesto en las venas, si se aplastaba, le podía provocar la muerte; entonces buscaban que no pudiera moverse, que no se podía dar vuelta en la cama; tampoco podía manejar”.
Su última actuación en vivo fue durante el verano de 1972, en el Piso de los Deportes de Mar del Plata y junto a Carlitos Balá. Al año siguiente, el 26 de octubre de 1973, se emitió Biondirama, un especial que se vio por Canal 11 y fue su despedida de la televisión.
El 4 de octubre de 1975 falleció en un centro de salud privado de la ciudad de Buenos Aires. Aún era joven, tenía 64 años, pero su cuerpo estaba diezmado por los azotes que le propiciaron en la niñez y por la dolencia crónica en la irrigación en sus piernas, un combo que aceleró su envejecimiento, aunque jamás alteró su buen humor.
Sus restos fueron llevados al cementerio de Lanús, pero luego la familia habría indicado su traslado. En la plataforma 1 de la estación Banfield del Ferrocarril General Roca su imagen anticipa a los viajeros que están llegando a una de las zonas donde se lo reverencia. Aunque su recuerdo vive fresco en varias generaciones de todo un país. “¡Qué fenómeno!”.
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