Dirige la obra Esperando el tren en el Teatro del Artefacto, la sala que fundó su papá y que Manuela Serrano Bruzzo mantiene de pie contra viento y marea; radiografía de una artista que se luce con ADN propio
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Recibe ella misma. Abre la puerta del Teatro del Artefacto, la sala que está bajo su responsabilidad y en la que dirige la pieza Esperando el tren, que cuenta con dramaturgia de Ricardo Hana y se ofrece los viernes, a las 20.30, en ese centro creado por el actor, director y maestro Raúl Serrano, su padre. No hay dudas que lleva el arte en su identidad. Si aquel hombre intelectual y admirado por sus discípulos la marcó desde la pedagogía, fue su madre, la recordada actriz Alicia Bruzzo, quien selló en ella su pasión por la interpretación escénica y audiovisual.
Manuela Serrano Bruzzo hace honor a ese apellido compuesto que lleva -no es para menos- con no poco orgullo. También ella hizo de la escritura, la dirección y la actuación un modo de vida que le da sentido a sus días. En la charla con LA NACION se entusiasma al hablar de su presente, pero no se opone a recordar una infancia entre bibliotecas, camarines, escenarios, sets de cine y estudios de televisión. “Para mí era normal jugar entre los decorados de los programas que grababa mi mamá”, explica.
Raúl Serrano partió hace pocos meses. Alicia Bruzzo, en cambio, falleció en el verano de 2007. Ambos dejaron su huella indeleble, ya no sólo en su descendencia, sino también en el universo de la cultura nacional. Manuela Serrano Bruzzo estuvo muy cerca de sus padres, tanto en la vida como en sus minutos finales y, a pesar del dolor, no evita recordar aquellas horas de la despedida con ambos.
Añoranzas
-¿Cómo recordás a tu madre?
-La vida con ella era, en el buen sentido, muy caótica, siempre había algo nuevo.
-No existían las rutinas.
-Para nada y su trabajo tampoco se lo permitía.
-¿Se ocupaba del seguimiento de tu escolaridad y de las cuestiones de la vida cotidiana?
-De la casa siempre se ocupó una empleada porque mamá trabajaba mucho. Cuando yo era chica, sí se preocupaba por mirar mis cuadernos de clase y estar al tanto de todo, pero, al crecer, me inculcó ser responsable de mis obligaciones y estudios, así que ya no estaba tan pendiente. Mi papá, en cambio, estaba más atento, me preguntaba cómo me iba y si me podía ayudar, pero con mi mamá había más libertad.
Manuela y su madre vivieron en San Cristóbal y Balvanera, los barrios cercanos al Centro que a la actriz le permitían no perder demasiado tiempo viajando por la noche cuando debía cumplir con alguna temporada de teatro.
-¿Percibís el cariño que la gente guarda por tus padres?
-Sí, lo que sucedió en los funerales de ambos fue muy impresionante. En el de mi mamá apareció gente que la familia no conocía, eran sus seguidores: Al de mi papá llegó un montón de exalumnos de camadas muy antiguas, muchos me decían que para ellos era como un “segundo padre”.
Manuela tenía 20 años cuando Alicia Bruzzo falleció, luego de luchar, en sus últimos años de vida, con las consecuencias de una intoxicación provocada por ingerir propóleo en mal estado y de atravesar una larga enfermedad que se le manifestó en más de una oportunidad. “Estaba muy bombardeada, el desenlace se produjo cuando lo que tenía tomó el cráneo y de ahí pasó al cerebro”, explica la actriz y directora, tan cordial como lo había sido su mamá.
-Luego de la intoxicación con propóleo, ella había podido volver a trabajar.
-Sí, le había cambiado el metabolismo, pero seguía activa, a pesar de haber ganado varios kilos y padecer algunos dolores de huesos.
-¿Qué pasó después?
-En el año 2000, al poco tiempo de fallecer mi abuela materna, a mi mamá le diagnostican cáncer, una enfermedad que suele tener un origen emocional.
Finalmente, Alicia Bruzzo murió en febrero de 2007. Podría decirse que lo hizo en su ley. Aquel verano, no dudó en visitar su casa de Mar del Sur, un poblado al sur de la ciudad de Miramar. “Le encantaba el mar, era muy importante en su vida”.
-¿Cómo fue el último verano?
-Creo que ella sabía que podía pasarle algo en cualquier momento porque su enfermedad había llegado al cráneo.
-¿Lo hablaba con vos?
-Sí, pero calló bastante, no se quejaba. A mi vieja le gustaba mucho la vida, por eso, ese verano hicimos lo imposible por ir a Mar del Sur, quería ir o ir.
-¿Pudo disfrutar de esos días de descanso?
-Sí, fuimos a la playa, se metió en el mar, pero, en febrero, a mitad de las vacaciones, se descompensó y hubo que traerla en ambulancia a Buenos Aires, donde murió. Mi papá fue hasta Mar del Sur e hizo el viaje de regreso escoltándola con su auto. Creo que mamá se fue a despedir del mar.
-¿Ves las grabaciones que son un registro del trabajo de tu mamá?
-Cuando era chica no veía nada porque me daban miedo sus personajes, pero, de grande, comencé a mirar todo.
-¿Qué fue lo último que viste?
-Hace una semana volví a mirar la película Pasajeros de una pesadilla, sobre los Schoklender.
-¿Tenés relación con algún compañero de trabajo de tu madre?
-En general no, aunque suelo mandarme mensajes con Graciela Borges, ya que con mi mamá se amaban.
Raúl Serrano falleció durante el mes de junio pasado, tenía 89 años y aún continuaba al frente de su escuela de teatro. “No estaba enfermo, fue totalmente repentino, no sabemos qué tuvo”.
-¿Cómo fueron sus últimas horas?
-Él se fue de la escuela un martes a las diez de la noche, luego de dar una clase estupenda. Se despidió con un “mañana nos vemos”. Al otro día me llamó Roxana Randón, que era la novia de mi viejo, para avisarme que no la había llamado como lo hacía todas las mañanas y que ella había intentado comunicarse, pero que no le respondía. Inmediatamente, llamé al encargado del edificio donde vivía para que se acercara al departamento a ver qué sucedía, mientras yo salía para el lugar.
Cuando Manuela estaba en camino, el encargado le confirmó que había encontrado a su padre sin signos vitales: “Me dijo que no le respondía y lo notaba frío”.
-¿Sabés en qué circunstancias falleció?
-Seguramente murió mientras dormía, ya que lo encontramos en su cama y sin ningún rasgo de reacción de ningún tipo. Estaba plácido.
Herencia
Cuando su madre protagonizó la segunda versión de la obra Yo amo a Shirley, Manuela Serrano Bruzzo la acompañó en el escenario bailando griego. Lamentablemente, fue una experiencia que no se volvió a repetir.
-El camino artístico que tomaste fue mandato familiar o una influencia que generó tu vocación?
-Todo lo que veo, luego me gusta imitarlo y hacerlo, por eso me interesan tantas cosas. A mi mamá la he acompañado mucho a las filmaciones y a los canales de televisión, así que veía cómo era todo ese ambiente. Así como ella me llevaba mucho al teatro o a ver ballet, con mi papá, en cambio, íbamos al cine.
-Llevar el doble apellido Serrano Bruzzo, ¿cómo te potencia y, en tal caso, condiciona?
-Siempre hice mi carrera desde abajo, nunca me interesó escalar por mi apellido. Es más, más de una vez, evité decir mi apellido.
Dado que sus padres han mantenido el bajo perfil sobre su vida personal, no son pocos los que no entienden la fusión del Serrano con el Bruzzo: “Muchos se sorprenden y me preguntan por qué tengo ese nombre”. Se ríe recordando la infinidad de oportunidades en las que le preguntaron si tenía algo que ver con Raúl Serrano y con Alicia Bruzzo y, ante la respuesta afirmativa, el silencio absorto de la sorpresa. “Dieron muchas notas juntos, pero la gente no los asocia”. Cuando el matrimonio se disolvió, Manuela tenía solo dos años. El resto de su vida vivió con su mamá, pero jamás perdió el vínculo con su padre.
“Si bien sabía que eran importantes, hasta que no me puse más grande y comencé a hacer cosas vinculadas al teatro, no me daba cuenta de la envergadura de mis padres, para mí eran mis viejos”.
-¿Fue un peso?
-No, jamás me sentí a la sombra de nadie.
-¿Qué percibís que heredaste como actriz de Alicia Bruzzo y como directora de Raúl Serrano?
-Pienso que tengo algo de ambos. De mi mamá heredé el poner el cuerpo y de mi viejo, todo lo contrario, la capacidad de observación y el pensamiento más frío.
-Tu padre fue un difusor de las técnicas de Konstantín Stanislavski en nuestro país.
-Sí, tomó lo que consideraba que podía servirle para sus clases; con los años también desarrolló una técnica propia.
Mucho de aquellas enseñanzas del maestro están condensadas en Lo que no se dice, una teoría de la actuación, el volumen editado por Atuel y de lectura imprescindible para los que buscan desarrollarse en el camino de la actuación.
-¿Estudiaste con tu padre?
-Sí, hice los tres años de la escuela y, por suerte, pude tenerlo como profesor. Entiendo la actuación desde la metodología de su escuela.
Esa institución hoy sigue funcionando con un cuerpo de docentes que ya lo venía haciendo junto a Raúl Serrano. Cuando se le consulta sobre la dificultad de tener a un padre como maestro, se sincera: “Nos pusimos de acuerdo en diferenciar los roles y que, en clase, debíamos cumplir con el vínculo profesor y alumna, al principio nos costó un poco”.
Presente
En Esperando el tren, Manuela Serrano Bruzzo dirige a un elenco conformado por Lourdes Cerdán, Juan Salamone, Miguel Angel Atilio Farina y Tuco Turleone. “La obra transcurre en 1990 y está ambientada en una estación de tren de pueblo; el ámbito nos permite hablar de todo lo que sucedió en aquellos años donde los trenes fueron cerrados y muchísimas personas quedaron aisladas y con su lugar muriéndose”, explica la directora y agrega “no sólo refleja una época, sino también historias puntuales de vida, se habla de la soledad, de quiénes perdieron su rol en la sociedad y de la lucha de tanta gente”.
-En tu caso, ¿el teatro ha sido tu lucha?
-El teatro me encanta aunque, cuando terminé el secundario, quería ser veterinaria porque amo a los animales y me apasiona saber sobre el tema.
Tiene cinco gatos y tres perros, una forma de estar cerca de aquel deseo de juventud que trocó por estudios de comedia musical en la escuela de Julio Bocca. “Toda mi vida hice mil cosas relacionadas al arte, estudié canto, ballet y hasta circo”.
-¿En qué ámbito considerás que fluís mejor?
-Me siento muy cómoda en el rol de directora, por fuera de la exposición, aunque también me encanta actuar, algo en lo que debería incursionar más.
-¿Con qué criterio programas tu sala?
-El Teatro del Artefacto es de puertas abiertas, me gusta que todo aquel que tiene el deseo de estar, pueda hacer su obra en la sala, ya que todos tenemos el derecho a aprender. Si yo no hubiese tenido este teatro, no sé cuándo habría podido estrenar una obra propia.
-Si tuvieras que recordar a tus padres con una idea, ¿cuál sería?
-Mi mamá era puro presente, me decía “viví el aquí y ahora”, mientras que mi papá era todo lo contrario, el consejo era “sé previsora”. Él siempre decía que veía en negro, pensando lo peor, para que luego la vida lo sorprendiera favorablemente.
-A pesar del amor hacia tus padres, has podido construirte de manera independiente.
-No me gusta encasillarme, ni tener que responder a una expectativa de la gente, mis padres fueron mis padres y yo soy otra persona, ni más ni menos que ellos.
Para agendar
Esperando el tren. Viernes, a las 20.30. Teatro del Artefacto (Sarandí 760)
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