El 7 de octubre cumple 80 años y el número no le preocupa. Salvo por un problema de salud que lo aqueja desde hace un tiempo, sus ganas por seguir entregándolo todo sobre un escenario siguen intactas. Es cierto que ahora debe descerrajar sus incisivos monólogos sentado y acudir a asistentes para entrar y salir de escena. Pero su humor sigue siendo el de siempre. Y su agudo análisis de la realidad, también. Sólo basta asistir de miércoles a domingos al Multiteatro, donde protagoniza el unipersonal Al fondo a la derecha..., para comprobarlo. "El cuerpo me ha abandonado, pero la cabeza no", dirá en medio de la entrevista con LA NACION. Y es cierto, en dos horas de espectáculo no pierde nunca el hilo del intrincado discurso sobre la realidad nacional, maneja los tonos como nadie y no se permite pausas ni respiros, ni siquiera para tomar un vaso de agua. Está claro que Enrique Pinti hay uno solo y para rato.
-Hace un mes tuviste que suspender varias funciones. ¿Cómo estás hoy de salud?
-Eso fue por afonía, no tuvo nada que ver con la diabetes. La diabetes me jodió en cuanto a que me obliga a trabajar sentado, porque las piernas se me han aflojado por la acumulación de líquidos. Pero en el resto no, no me ha afectado en nada. De todos modos es jodido porque después de Al fondo a la derecha... me gustaría hacer otra cosa, por ejemplo preparar una comedia. ¿Pero qué personaje podría interpretar en este estado? Salvo un paralítico en silla de ruedas no se me ocurre ninguno. Y ojo, no es que yo en realidad esté paralítico, porque vos me viste caminar, pero para el juego escénico estoy un poco complicado.
-¿Cuándo se te declaró la enfermedad y cuándo empezó la limitación física?
-La diabetes me vino en 2015, se desató de golpe. Por el asunto de la obesidad desde chico. Siempre tuve que someterme a controles, pero nunca habían aparecido señales de diabetes. Había antecedentes familiares, sí, pero por suerte no me alcanzaban. Por eso esto a esta altura de la vida me sorprendió. No me lo esperaba. Recién ahora siento una limitación física. Hasta comienzos de 2015, cuando volví a hacer Salsa criolla para celebrar el 30º aniversario del espectáculo, no sentía ninguna dificultad: hacía el cuadro de la bicicleta y todo lo demás. A partir de ahí, me empezó a doler todo. Al principio me dije: bueno... se acercan los 80. Pero después me topé con el diagnóstico de la diabetes.
-¿Sos insulino dependiente?
-Sí, desde 2016. Tres veces por día me aplico insulina, a la mañana, antes del almuerzo y previo a la cena. Me la aplico yo mismo, es una tontería total, lo hacés con una lapicera. Prefiero esto a las pastillas, porque pueden dañar el riñón. Y, como te imaginarás, lo último que quiero es pasar por la diálisis.
Llegué a pagar 35.000 pesos mensuales por la insulina, ¡me estafaron!
-¿Así lográs frenar la enfermedad?
-No necesariamente. La diabetes va y viene, y en el camino se entretiene... Lo que hace la insulina es controlar que en el promedio del día los valores (de glucosa en plasma) no superen los 150. Los valores normales son de 80 a 110, pero cuando ya tenés una cierta edad y sos diabético se aceptan los 150.
-¿Es verdad que hasta hace poco tu prepaga te cobraba la insulina que debía darte gratis?
-Sí, me decían que tenía que comprar una insulina importada. ¡Y no existe la insulina importada! Llegué a pagar 35.000 pesos mensuales por la insulina.
-¿Le iniciaste acciones legales?
-No. Eso sería pasar por un estrés espantoso, y yo ya tengo bastante con la enfermedad. No sirvo para entrar en pleitos. Además me pidieron que por favor me calle y me dijeron que fue una confusión de formularios... ¡Me estafaron! Habrán dicho: este es un boludo, si pasa, pasa. Ahora me lo están devolviendo, descontándomelo mes tras mes, de las cuotas.
-¿A cuánto asciende el costo de tu tratamiento?
-Y... no sé. Más allá del costo de la prepaga, de la que soy socio desde 1984, y de lo que pagué indebidamente por la insulina, debo tomar siete pastillas por día, ¡que son carísimas!; por ejemplo, tengo que tomar un diurético especial porque el exceso de diurético puede perjudicarme el riñón. Por eso cuando Cristina (Fernández de Kirchner) dijo que la diabetes era una enfermedad de ricos... ¡tenía razón! Doy fe. Y me congratulo de poder afrontarla.
-A propósito, ¿cuál es hoy tu situación económica? En el verano dijiste "el agua me llegó al cuello".
-Fue una manera de decir... Todo había aumentado de una manera disparatada y me asusté. A los 35.000 pesos de la insulina se me juntaban los 14.000 de la prepaga y un montón de gastos fijos más: los servicios de mi casa, las dos personas que me ayudan y mi asistente en el teatro. Y así llegaba a los 250.000 pesos de gastos. ¡Una barbaridad! Siempre me sobró dinero porque tuve mucha suerte y en los 30 años de Salsa criolla me fue muy bien. Aún en momentos de mierda, cuando el país se iba para abajo y luego para arriba y más tarde para abajo. Y pese a la inflación, el corralito y todo lo que se te ocurra, me alcanzaba para irme todos los años dos meses de viaje a los Estados Unidos y Europa y en business. Así fue desde los ´80 hasta el 2017. Evidentemente he sido un señor muy gastador, lo reconozco. El tema es que no invertí en propiedades. Si hubiera comprado seis departamentos hoy estaría mejor económicamente, pero sería un burro, no hubiera conocido el mundo como lo conocí. Tampoco fui especulador. Jamás entré en la timba financiera porque la detesto y porque creo que es la forma opuesta a la verdadera riqueza de un país y su población. El dinero sólo debe ganarse trabajando.
-¿Ahora el agua te tapa la cabeza o podés respirar un poco?
–Y... con sólo 25 o 30 espectadores de promedio por función... digamos que el agua no bajó mucho. Pero me las arreglo igual porque tengo ahorros. Pero no tantos como para decir: ahora me duelen las piernas y entonces no voy a trabajar un año. No es así. Más allá de que mi profesión me encanta y me genera un gran placer, tengo que seguir trabajando para pagar las cuentas. A lo sumo podría dejar de hacerlo por seis meses, no más.
-Por aquella frase fuiste muy criticado por Alfredo Casero, quien te tildó de "verdadero cagueta". ¿Cómo está tu relación con él? ¿Hicieron las paces?
-Mi relación con él no existe ni nunca existió. Así que no tengo que perdonarle nada. Pero sí me pareció inmerecido lo que dijo de mí. A Alfredo lo respeto un montón, me ha hecho reír mucho desde la época de Cha cha cha y creo que es un excelente actor; tiene una gran capacidad intuitiva, puede hacer sin problemas un juez de la nación, como lo hizo en La dueña junto a Mirtha Legrand. El solía saludarme arrodillándose y diciéndome: "maestro, maestro". Y dos veces me lo encontré en el aeropuerto de Puerto Madryn y me invitó a comer un asado a la casa que tenía allá. Quedó en llamarme al teatro donde yo iba a hacer funciones y luego no lo hizo. Eso es todo. No teníamos una amistad profunda. Después, cuando salió a criticarme, no me enteré inmediatamente porque no tengo redes sociales. Cuando lo supe me sorprendió y mucho. Dijo que era un gordo y un asqueroso porque en la época del kirchnerismo me había callado la boca. Y no es que me haya callado, es que en 2004, después de Candombe nacional, me apareció la propuesta de hacer el musical Los productores, un sueño de toda mi vida, en el que obviamente no tenía por qué hablar de la realidad nacional. Pero más tarde hice Pingo argentino y ahí a Cristina la hice c.... porque no me gustó cómo manejó el conflicto del campo. Después vino otro musical, Hairspray, y más tarde un clásico en el San Martín: El burgués gentilhombre, de Moliere. Acto seguido Carlos Rivas me propuso protagonizar Lo que vio el mayordomo, de Joe Orton, un autor al que adoré toda la vida, un iconoclasta, un loco de la guerra talentosísimo; y por último Javier Faroni me ofreció un papel divino en el musical Vale todo, con Florencia Peña. ¿Iba a decir a todo esto que no por tener que criticar al gobierno? Lo que más me sorprende de Alfredo es que nunca me vino a ver al teatro, jamás, así que está entre los tantos que hablan de mí sin haberme visto. Otra cosa: como él es un fanático de este Gobierno podría haberse agarrado con un militante de la oposición, como Dady Brieva. ¿Pero por qué conmigo? ¡Yo no soy un militante de nada! Pero, bueno, si ha insultado al Papa...
-Dijiste que hoy en día tenés una media de 25 o 30 espectadores. ¿Es duro pasar de llenar salas de 700 localidades a trabajar para tan poca gente? ¿O lo vivís como una contingencia más de la profesión?
-No, no es duro. Es parte de la montaña rusa que es esta profesión, ni más ni menos. Les pasa a todos, ¿por qué no me iba a pasar a mí? Yo no tengo coronita. ¿Por qué antes venía más gente? ¿Por qué era divino y sublime? No, porque caí en un momento justo, que no fue un furor de sólo seis meses sino de 20 años, en los que expresé cosas que una parte del colectivo tenía como deudas pendientes y se las ofrecí en forma graciosa y amena. Después se empezó a agrietar la cosa y apareció aquello de que estás acá o estás allá. Y yo no sirvo para eso, porque no estoy ni acá ni allá, estoy donde quiero estar. Es probable que se haya desgastado la fórmula, y que el equilibrio no rinda más. O simplemente que se hayan cansado de escucharme y yo no voy a cambiar, esto es lo que me gusta hacer y decir.
-¿La grieta tuvo que ver en la disminución de tu público?
-–Es muy difícil asegurarlo, pero a lo mejor la gente que puede pagar 1000 pesos la entrada pertenece más al grupo que simpatiza con Macri que con el kirchnerismo. Y esta gente ya me tomó ojeriza como que soy medio K. Entonces para que hable mal de Mauricio y defienda a la chorra, pensarán ellos, no vienen. ¿Viste el conflicto Mirtha Legrand? "Me decepcionaron, Macri es un fracasado pero lo voy a volver a votar. Daría mi vida para que no vuelva el kirchnerismo". Bueno, es ese quilombo que Mirtha verbaliza sin filtro y en un mismo programa dice "lo odio, lo detesto, lo voto, es mi amigo". Algo así le debe pasar al público que tiene plata para venirme a ver pero duda: "sí, Pinti tiene razón, pero me da no sé qué, habla mal de Mauricio, no quiero". En cambio, la gente que podría pagar una entrada de 200 pesos seguramente estaría más de acuerdo conmigo. Ojo, esto me pasa con el público de la Capital, porque el otro día fui a Morón y metí 350 personas; eso sí, a 600 pesos la platea; y en La Plata, me fue aún mejor: 650 personas en dos funciones.
-Hace poco dijiste "Macri no me ilusionó nunca". ¿Alberto Fernández te ilusiona?
-No, no, no, tampoco la pavada. Pero le tengo más confianza. Porque hay cierta semejanza con lo que pienso, y con las maneras. Yo también soy prudente, ideológicamente. Soy muy lanzado en un escenario y puedo decir barbaridades, pero esa es la parafernalia. Pero en lo personal soy muy equilibrado o al menos trato de serlo, no me caso con nadie. Veo en él prudencia y eso me gusta. Lo que me molesta de los dirigentes es la imprudencia, me molesta tanto en Cristina como en Patricia Bullrich. La Bullrich no puede decir: "acá no se muere nadie de hambre y si no que vayan a los comedores" cuando 15 minutos antes había salido la gente de los comedores diciendo que no había arroz, y que sólo hubo 20 raciones para 70 personas. Pero peor fue cuando aseguró: "acá no hay hambre, hay necesidades". Eso me mató, realmente me hizo mal. En este país y en este momento lo que hace falta es prudencia. Y en ese aspecto, a Alberto lo veo equilibrado; a Mauricio, no. Y además creo que a Macri le falta sensibilidad, por eso nunca me ilusionó. Una persona que se duerme en un teatro, como yo lo he visto dormir, no me despierta confianza como dirigente.
-¿Un político debe necesariamente tener sensibilidad artística?
–No, es una cosa mía... Pueden no ir al teatro porque están muy ocupados o directamente no tener sensibilidad artística, pero deben tener sensibilidad. Lo importante es la actitud. Yo analizo la actitud de ciertos presidentes o mandatarios. Alfonsín, por ejemplo, no iba mucho al teatro pero tenía un respeto enorme por la gente del arte. Evidentemente en él había una sensibilidad especial. A Perón le gustaban mucho los artistas, medio al estilo Mussolini pero le gustaban. Y después debo nombrar a Menem, que era un cholulo y un tipo muy considerado con la gente del arte. Eso no se lo podemos negar.
-¿Ya sabés a quién vas a votar?
–Es difícil que vaya a votar. Porque tengo dificultades para subir las escaleras y a me toca votar a sólo dos cuadras de casa, pero en un tercer piso. La última vez tuve que hacer bajar la urna y me rodearon todas las viejas de Recoleta al son de "vote bien, vote bien". Me sentí muy observado y me agarró un ataque de culo tal que no sabía si matarlas o qué. Pero, bueno, como estoy en contra de cualquier tipo de femicidio, me controlé. Yo votaría a Lavagna porque nos sacó de la crisis de 2001. Está bien, en ese entonces no era Presidente sino ministro de Economía. Okey a lo mejor ahora como Presidente y con 20 años más por ahí no sirve. Por eso hoy dudo entre Fernández y Lavagna.
-Se te ha definido como humorista o monologuista, pero bien se podría pensar en vos como el primer "standapero" argentino. ¿Cómo te llevás con ese género? ¿Te gusta el stand up?
–Me encanta. Pero el stand up es una invención bien norteamericana, que tiene la impronta de hablar más bien de cosas cotidianas, de lo que te pasa en el supermercado o en el estacionamiento. Es una cosa fantástica, maravillosa, que de alguna manera aquí la han tenido siempre Carlos Perciavalle y Antonio Gasalla. Yo más bien era discursero. Mi primer espectáculo unipersonal fue Historias recogidas, la historia de las tragedias. Hacía de un profesor con peluca, al estilo Peter Sellers, y hablaba de las tragedias en forma muy grotesca, pero siempre basándome en hechos reales. Carlos y Antonio, además de monologar, tenían reservado un espacio para la participación del público, algo que es habitual en los shows de los standaperos norteamericanos. Yo, en cambio, tenía un cagazo terrible de que alguien me interrumpiera en el medio del monólogo, por eso hablaba tan rápido.
-¿Y fue así que nació tu estilo tan verborrágico?
-Exacto, fue por cagazo a que me interrumpieran. Yo pensaba: no tengo que dejar espacio para que nadie diga nada. Porque en los café concert la gente, un poco relajada con un whisky en la mano, se había acostumbrado a hablar de repente; un poco alentados por Carlos y Antonio. O por el gordo Bergara Leumann que en La Botica del Ángel les preguntaba qué habían traído y hasta les abría las carteras. Aún hoy, que soy tan conocido, tengo terror tanto de que me interrumpan sobre un escenario como de que me hagan participar en un espectáculo de otros. No niego que lo mío podría verse como un stand up, y de hecho creo haber participado del comienzo del género en el país, pero más armado. Y mis monólogos siempre estuvieron y están basados en la historia, la política y la actualidad. Pero no en la actualidad cotidiana, que es el ingrediente común del stand up.
-Aunque siempre mantuviste un perfil bajo en cuanto a tu vida íntima, hacia el final de Al fondo a la derecha... confesás que nunca tuviste una pareja. ¿Por qué?
-No sé, me dio pereza. Te juro: ¡ni siquiera tuve una pareja de truco! Seguramente se debió a que estaba tan metido en mi trabajo que puse toda la libido ahí. Sí he tenido un polvo de vez en cuando, cómo no, encantado y con gente amable. Nunca tuve esa necesidad de pareja. O no la encontré o no dejé que los otros la encontraran en mí. Debí haber puesto una muralla gigante porque si no tendría que haber percibido algo. Con una mano en el corazón te digo que si alguien estuvo interesado, nunca me di cuenta; ni ví ni sentí a nadie que estuviera perdidamente enamorado de mí. Amable, divino, simpático, amigazo, lo que vos quieras, pero enamorado de mí nunca vi a nadie.
-¿Y el amor? ¿Estuviste alguna vez enamorado?
-Sí, a los 16, 17 y 18 años. Ay, qué lindo que es, me decía, qué lindo que es. Con respecto a tal o cual. Pero eran todas fantasías porque nadie me respondía con hechos a mi enamoramiento. Y yo no iba a ir a atacar, de ninguna manera. Estaba totalmente inseguro de mí, siempre me vi horrendo, feo, gordo y fofo. Fue ahí que me dije "el amor no es para mí". Yo era muy primitivo, pensaba que sólo la belleza podía provocar el romance; que el romance sólo era para gente hermosa, divina y perfecta, para una Barbie y un Kevin. Un concepto obviamente equivocado, pero que de alguna u otra manera me acompañó toda la vida.
-¿Finalmente te casaste con el teatro?
-Sí, sí, eso es evidente. El teatro fue y es mi gran amante.
-Por último, en el escenario se te ve muy lúcido como siempre, pero disminuido físicamente. ¿Nunca abandonarás el teatro? ¿Sos de los que piensan morirse sobre un escenario?
-No, no, no, morirse en un escenario es feo, sobre todo porque hay que devolver las entradas. Y eso nunca, ¡jamás! Por lo pronto estuve pensando qué voy a hacer en el verano. ¿Y sabés qué? Creo que ya lo he decidido: me voy a ir a hacer Sex con Muscari en silla de ruedas.
Agradecimiento: Novotel
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