Enrique Dumont: por qué su papá no quería que fuera actor y cuál fue la condición que tuvo que cumplir antes de concretar ese sueño
El único hijo de Ulises Dumont y Paula Maciel dialogó con LA NACIÓN acerca del camino recorrido hasta poder vivir del trabajo sobre el escenario
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Creció en una familia de artistas, entre camarines y bambalinas, y ya de muy chico se soñaba en un escenario. Pero a Enrique Dumont no le fue fácil seguir los pasos de sus padres, Ulises Dumont y la también actriz Paula Maciel, porque primero les dio el gusto de hacer una carrera más tradicional y después sí se dedicó a su pasión. Y quizá siguiendo su linaje, se casó con una actriz, Silvina Ramírez, con quien tiene dos hijas, Rita y Greta.
En diálogo con LA NACIÓN, Enrique Dumont desgrana su historia, habla de su relación con su papá y del estreno de la cuarta temporada de Lino y Leno y el tripulante ocioso, que se presenta todos los lunes a las 21.15 en el teatro El método Kariós, en Palermo.
-Compartiste algunos trabajos con tu papá, ¿qué recuerdos tenés de esos momentos?
-Hicimos varios trabajos juntos, pero donde más compartimos fue en la película La herencia, de Sergio Smuckler, que filmamos a finales de 2007. Estamos juntos en el 99 por ciento de la película y fue la última de papá porque al año falleció. Así que significó un montón para mí. Muchos años antes habíamos hecho Rosarigasinos, pero no compartimos escenas porque con Gustavo Luppi hacíamos los personajes de Federico Luppi y de mi papá de jóvenes.
-Ulises protagonizó películas icónicas en una época de mucha producción nacional, ¿qué te dicen tus colegas de tu papá?
-Tienen un hermoso recuerdo de papá, resaltan su ética, su no transar. Vivió de una manera humilde, siempre fue muy consecuente con sus ideas y cuando algo no le iba, no lo hacía y no importaba cuánto dinero hubiera. Esos son algunos valores que me dejó. Fue un actor querido y respetado y que influenció a una generación que hoy tienen 40 y 50 años, y lo toman como referencia. Eso me da mucho orgullo. Crecimos viendo películas de la post dictadura y la explosión del cine argentino, como Tiempo de revancha, No habrá más penas ni olvidos. Hizo más de cien películas.
-¿Es verdad que no quería que fueras actor?
-Mi papá no quería que fuera actor y tampoco mi mamá, por la inestabilidad laboral de la industria. No querían, para nada. Decían que es un medio muy inestable, que no hay continuidad, y que tenía que tener alguna otra profesión que me permitiera parar la olla. Y fue así que estudié administración hotelera y gastronómica que, efectivamente, me permitió parar la olla cuando no hubo laburo como actor.
-Papá y mamá actores, ¿de chico quisiste seguir sus pasos o primero te rebelaste?
-Crecí en una familia de actores. Mi mamá era uruguaya, trabajó en España unos años, vino a la Argentina en los ‘60 y conoció a mi papá en un escenario. Entonces crecí entre bambalinas y camarines. Mi mamá me tuvo grande y decidió poner en pausa su carrera para ocuparse de su único hijo y de la familia. Y el que salía a laburar era papá, que me llevaba al teatro, a las filmaciones. Caminé los teatros de arriba abajo, de atrás para adelante. Mi papá hacía mucho teatro y mucho cine y yo acompañaba todo el tiempo, así que ese mundo me atrapó. Empecé a estudiar teatro en la secundaria, pero iba a un colegio exigente y no pude continuar. Después hice el servicio militar, estudié hotelería y gastronomía, y cuando les di el diploma retomé mis estudios teatro. Tuve un bolito en la obra Yepeto, que hacía mi papá, pero lo más importante que hice en aquel momento y con cierta continuidad, fue la tira Gasoleros.
-¿Todavía hacés administración hotelera y gastronomía para llegar a fin de mes?
-En algunas oportunidades tuve que recurrir a las ollas y sartenes, trabajé en hoteles y restaurantes, pero una vez que encaré el oficio de la actuación tuve cierta continuidad que me permite mantenerme como actor, sobre todo en los últimos doce años. Y con mi compañera somos un bloque, así que cuando no tenía tanto laburo, Silvina lo tenía. Y trabajo en la Asociación Argentina de Actores, soy Secretario de Acción Social. Me tocó arrancar en pandemia y fue una prueba bien exigente: repartimos bolsones de comida a los compañeros, hicimos una tarea silenciosa, no tan visibilizada como otras entidades, y todo a pulmón. Fue una tarea ardua y una etapa muy angustiante porque la actividad estaba parada, no ingresaba un mango y había que sostener la estructura. Fue muy bravo.
-¿El teatro es el refugio del actor, ante la merma de propuestas en la industria audiovisual?
-El teatro es una herramienta autogestiva, y con un buen material podés armar una cooperativa con cuatro o cinco compañeros. El audiovisual es más complicado. La televisión, como la conocimos, ya no existe, y apenas hay una ficción realizándose. Y en cuanto al cine, hay épocas con más producciones y otras con menos. Así que el teatro es nuestro refugio, es verdad.
-¿Cómo llegó a tus manos el material de Lino y Leno y el tripulante ocioso?
-Es una hermosura de texto escrito por Francisco Ruiz Barlett, y tengo un compañero de lujo que es Leo Trento. Es una obra escrita en plena pandemia, en el 2020, empezamos a ensayar en el 2021, cuando todavía estaba todo complicado, y las primeras funciones fueron con el público con barbijo. Con Fran trabajamos juntos en La naranja mecánica, en el 2019, y ya ahí me contó que estaba pergeñando una historia que era esta y que terminó de concretar unos meses después. Me acercó la obra y me pasó algo hermoso, porque fue amor a primera lectura. Es tremendamente divertida, me maté de risa leyéndola con mi esposa, porque siempre leemos los textos juntos. Es una obra deliciosa.
-¿Y qué te enamoró?
-Lo que más me atrapó de la obra es la poesía, el humor, la profundidad. Estos dos personajes tienen mucha hondura, son dos marginales marginados, peleando contra otros desplazados del sistema, y defendiendo a gente de una clase a la cual no pertenecen. Mi personaje dice haber sido parte de las altas esferas del poder en algún momento, y es un poco patético; y el otro personaje es más inocente, bonachón. Están en un no tiempo y en un no lugar, y en esa situación establecen un vínculo hermoso. Es un absurdo, una lucha de pobres contra pobres y con promesas que nunca llegan. Es un reflejo de lo mucho que pasa en nuestro país.
-¿Siempre leés los textos con tu esposa?
-Con Silvina (Ramírez) y nos conocimos hace 27 años estudiando teatro con Norman Briski y tenemos una historia muy linda, de camino recorrido juntos. Ella trabajó como actriz durante algunos años, y luego no se dedicó más a la actuación, pero tiene una sensibilidad enorme, un ojo crítico muy afilado y mucho criterio. Siempre le pido que lea las obras conmigo porque es mi consejera. Tenemos dos hijas. Greta, de 24 años, y Rita, de 14. Greta es artista también, es cantante y compositora, además de actriz. En este momento está estudiando en la escuela del Kairós y compartimos escenas por primera vez en la obra Descubriendo al Che, que está los sábados a las 21 y los domingos a las 20 en la Sala B del Centro Cultural San Martín. Nos quedan pocas funciones porque terminamos el 18 de junio. Y es posible que luego de esta temporada hagamos la obra en el circuito off.
-Tenés el privilegio de haber compartido trabajos con tu papá y con tu hija...
-Una hermosa continuidad, ¿no? Es muy lindo la verdad. Descubriendo al Che es una obra muy hermosa que narra los últimos días de Ernesto Che Guevara en la selva boliviana, los momentos previos a su ejecución y el vínculo que tuvo con sus captores.
Para agendar
Lino y Leno y el tripulante ocioso. Los lunes a las 21.15, en El método Kairós (El Salvador 4530, CABA).
Descubriendo al Che. Los sábados a las 21 y los domingos a las 20 (hasta el 18 de junio) en la Sala B del Centro Cultura San Martín (Sarmiento 1551, CABA).
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