Madre e hija dieron una lección de estilo “hippie chic” en el Cerro Castor; en una charla íntima, la modelo hace un balance de sus veinte años de amor junto a Matías Camisani
¿Qué te puedo decir de la previa en Buenos Aires? Con siete valijas, guantes, cascos, antiparras, cuellos, medias y botas de aprés-ski para todos los que somos, nuestra casa se convierte en un campo de batalla antes de salir para Ushuaia”, cuenta Dolores Barreiro (41), quien acaba de aterrizar en su paraíso de Maschwitz, tras diez días en Cerro Castor junto a los suyos. “Los chicos viven las semanas previas con muchísima ansiedad porque aman la montaña, siempre toman clases con los mismos profesores, que adoran, y este año, además, compartieron la escapada con su hermanita menor, que fue a la nieve por primera vez”, continúa la mannequin, madre de Valentino (15), Salvador (12), Milo (10), Suria (4) e Indra (diez meses), los hijos que tuvo junto a su amor, Matías Camisani (45). “La ida a esquiar exige una logística especial: cada uno necesita mucho equipo y veinte días antes de salir, empiezo a probarles la ropa para ver qué les entra y qué no”, agrega “Dolo”, mientras se prepara para conversar con ¡Hola! Argentina.
–Ahí te das cuenta de quién pegó el estirón…
–Valentino, que el año pasado tenía cara de bebé, está muy adolescente y más alto que yo. Es increíble ver cómo crecen los chicos año a año y constatarlo con los recuerdos en Facebook me resulta muy impresionante. [Se ríe].
–Siendo tantos varones, ¿zafás de comprar algunas cosas?
–Sí, pero tampoco me gusta que los menores tengan todo heredado de los mayores. Por eso, todos los inviernos hago una peregrinación al shopping, donde les completo dos mudas de montaña a cada uno para que estén cancheros en las pistas.
–De los cuatro, ¿hay alguno que disfrute más del esquí?
–Valentino y Milo son verdaderos apasionados del deporte. Milo se quebró el radio apenas llegamos y al día siguiente ya estaba esquiando de nuevo porque el médico le dijo que podía con un inmovilizador. Para Salvador, en cambio, el esquí es más una cuestión social: él estaba esperando la llegada de su prima, con quien se lleva nueve días, para ir charlando por las pistas. Suri, que es un agrandado y un seductor, empezó jardín de nieve el año pasado y esta vuelta dejó a todas sus profesoras enamoradas. “Lo vamos a extrañar”, me decían las chicas embobadas el último día.
UNA PRINCESITA EN LA NIEVE
–Fue la primera vez de Indra en la montaña, ¿hay manera de saber si le gustó?
–Tiene diez meses, así que todavía es muy chiquita. Cuando son tan bebés, quizás no duermen bien durante un par de noches, pero se adaptan a todo. Lo que sí te puedo decir es que se vino de Ushuaia con un montón de gracias nuevas: saluda con la mano, te dice que no con el dedito ¡y hasta saca la lengua!
–¿No te dio miedo de que tomara frío?
–En general, vamos a Cerro Castor en agosto, que hace mucho más frío que en septiembre. Más allá de que los días estuvieron más templados, soy cero aprehensiva con el frío o mejor dicho: no soy una mamá aprehensiva. Mis chicos son supersanos, viven al aire libre y creo que es justamente por eso que prácticamente no se enferman.
–Faltan dos años para que la beba se pueda calzar los esquíes como sus hermanos. ¿Cómo fue su rutina allá?
–Tengo la dicha de tener una suegra como Vivi, que nos acompaña siempre a Ushuaia y tiene una energía única. Gracias a ella pude esquiar todos los días. Si bien la gorda lo pasa bomba con su abuela, que se dedicó a mimarla, está acostumbrada a vivir con un montón de gente a su alrededor y, por eso, estaba a la expectativa de que todos volviéramos. A Indra le encanta estar en el medio del lío, en brazos de sus hermanos, que la llevan para todos lados.
–El año pasado estabas de siete meses cuando viajaron a Ushuaia, ¿cómo fue volver a ponerte las tablas?
–Fue espectacular. Volver a esquiar y deslizarme por las “autopistas” –porque no son pistas: son autopistas– fue un placer. Esquío desde hace muchísimos años, y, aunque voy rápido, soy de las que prefieren ir seguras, por las pistas recién “rayadas” por la máquina.
UN AÑO CON INDRA
–El 1° de noviembre Indra va a cumplir un año. ¿Cómo fue este año con la “mujercita” de la casa?
–Un placer total. [Sonríe, embelesada]. Es muy viva y amorosa la escorpiana que nos tocó. Los chicos están chochos con su hermanita y, como Matías y yo, la esperaban con unas ganas tremendas. Indra es alegre, divina, se adapta a todo y trajo armonía y el balance femenino perfecto a nuestra familia. La gorda fue un regalo que me dio la vida a mis 40 y con Matías la estamos disfrutando desde la madurez.
–El año que viene cumplís 20 años de casada con Matías y son padres de cinco hijos felices. ¿Te considerás una privilegiada?
–Siempre digo que soy una chica de suerte. Tengo a un bombón como Matías a mi lado y chicos sanos, lindos y alegres. Me pasa mucho que me encuentro diciéndome a mí misma: “Ay, ¡espero que esto no signifique que algo terrible me va a pasar!”. Después me acuerdo de que desde el minuto uno en el que te convertís en mamá por primera vez la angustia se instala en tu vida, como la felicidad… Y que no hay nada que podamos controlar de verdad.
- Texto: María Güiraldes
- Fotos: Matías Cullen
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