Elizabeth Taylor y Richard Burton: un matrimonio glamoroso y destructivo
Se conocieron en los sets; vivieron un amor apasionado y escandaloso y duraron diez años juntos
“Mis padres me enseñaron que si te enamoras de alguien y quieres mantener una relación amorosa con él, debes casarte. Supongo que estoy chapada a la antigua”. (Elizabeth Taylor)
Era su internación número 70. A lo largo del tiempo los diagnósticos fueron de lo más variados. Esta vez, la arritmia anunciaba nuevas contrariedades. La insuficiencia repetida minaba cada vez más la entereza de su físico y de su mente. El corazón débil era todo un símbolo de una vida atravesada por los sinsabores amorosos. La gran diva ya era un espectro de lo que había sido, pero daba pelea. El ingreso a su suite en el Cedars-Sinai Medical Center de Los Ángeles estaba vedado. Solo podían atravesar la frontera de su intimidad sus cuatro hijos: Michael, Christopher, Elizabeth y María.
Elizabeth Taylor tenía 79 años cuando, luego de varios sustos, el final de su propia película se acercaba indefectible. Debajo de su almohada, una carta se escondía como un tesoro que la acompañaría hasta el último suspiro. Eran las líneas que Richard Burton le escribió poco antes de morir en 1984. Aferrada a ese último recuerdo epistolar y rodeada por sus cuatro herederos, Liz Taylor murió el 23 de marzo de 2011.
Sus últimos pensamientos estuvieron dirigidos a él, su gran amor. Materializado en unas líneas escritas en Suiza y que la guiarían hasta su final como un remedo de aquello que fue y se truncó. No fue el único escrito. La comunicación epistolar ha sido una constante durante y después del matrimonio. Y hasta quedó reflejada en un libro.
Bajo el influjo del Nilo
Corría 1962 cuando los caprichos de Hollywood los unió. La industria necesitaba una dupla bien potente para encabezar Cleopatra. La diva, nacida en Londres, ostentaría el papel principal. Richard Burton sería Marco Antonio. Así lo soñó el director Joseph L. Mankiewicz, quien logró convencer a los productores para que ésta sea la pareja principal del elenco. El film ganó varios premios Oscar, pero fue destrozado por la crítica. La recaudación marcó récords, aunque el alto costo de producción hizo que recién al año de haberla exhibida la compañía pudiese ver alguna ganancia. Distinto fue el caso de la actriz, quien firmó un acuerdo por un millón de dólares y cincuenta mil dólares extras por cada semana de rodaje adicional. Y así se llevó a su casa cerca de siete millones de dólares y al gran amor de su vida. Sin duda, fue un buen negocio para ella haber aceptado interpretar a la última reina del Antiguo Egipto.
Ni bien comenzó el rodaje del film, el flechazo entre Liz y Richard hizo lo suyo. La Fontana Di Trevi, el Panteón, la Piazza di Spagna, la Basílica di Santa Maria Maggiore o las escalinatas de San Juan de Letrán ofrecían sus encantos para los paseos de la pareja luego de cada jornada de filmación en Roma. Ambos estaban comprometidos con sus respectivas parejas, pero la atracción fue más fuerte. Y tal fue la repercusión del romance que hasta el Vaticano lo criticó. Es que el compromiso de los amantes iba en contra de las leyes sagradas. Así que la institución eclesiástica no vio con buenos ojos el desarrollo del este escandaloso vínculo.
Él era todo un galán. Aunque sus declaraciones ambiguas hacían dudar sobre sus preferencias sexuales [se dijo de él que era gay y bisexual], Richard jugaba con ese halo de misterio en torno a su sexualidad. No se privó de tener amoríos con buena parte de sus compañeras de set y en los pasillos se decía que con algún joven actor también. Pero Liz era especial, de otro mundo. “Es una amante que te vuelve loco, es tímida, ingeniosa, no se deja engañar, es brillante, bella. Puede ser arrogante y obstinada. Es clemente y cariñosa. Tolera mis imposibilidades y borracheras. ¡Y me quiere! Y yo la querré hasta que me muera”, aseguró él a la prensa.
Prolíficos
Liz contrajo enlace en ocho oportunidades, pero tuvo siete maridos. Con Burton repitió la experiencia, luego de una primera separación. “Soy una esposa muy comprometida y debería ser comprometida por casarme tantas veces”, bromeó ella.
Él tuvo cuatro amores destacables, pero su pareja con Liz fue la más ruidosa y la que caló realmente hondo en su corazón. Ella le fue fiel, como al resto de sus parejas, a tal punto que solía remarcar: “Solo me he acostado con hombres con los que me he casado. ¿Cuántas mujeres pueden decir eso?”.
El suceso del film y los premios acrecentaron el clima festivo, de embelesamiento mutuo. Se sabe, el éxito ayuda a los buenos humores y predispone. Sexo adictivo y buenos dividendos comerciales: una fórmula perfecta para ambos. Cuando cada uno pudo liberarse de sus compromisos, la relación tomó otro rumbo.
¡Sí, quiero!
El 15 de marzo de 1964, Liz y Richard se casaron. Ella tenía 32 años. El, 39. Era el quinto maridaje de la actriz, quien se había divorciado tan solo una semana antes de la ceremonia. El matrimonio duró diez años. Una década en donde no faltaron los regalos con los que el actor agasajaba a su mujer. Famosas eran las joyas que él compraba para su diva, como el diamante amarillo Krupp y la Perla Peregrina que había pertenecido a Felipe ll y retratada por Velázquez en varias obras. En la década del ´80, ella se desprendió de algunas alhajas y las donó con fines benéficos a diversos emprendimientos humanitarios en África. Una manera altruista de sacarse el pasado de la espalda. Un falso artilugio de su mente.
Llegaron los hijos y la pareja alternaba entre momentos de mar calmo y marejadas dignas de un Tsunami. No fueron pocas las veces en las que los amigos en común debieron concurrir a la casa conyugal para poner orden en medio de una batalla campal.
Cuando el temporal arreciaba y amenazaba con hacer naufragar el barco marital, volvía la vieja tradición epistolar. Otra vez las cartas. Las palabras en papel suplían, casi siempre, la comunicación que no fluía. O servían para limar las asperezas luego de alguna de las violentas peleas que protagonizaba la pareja con escandalosa frecuencia. Una década después, en 1974, se separarían, pero no sería para siempre...
Reincidentes
En 1975, Liz y Richard lo vuelven a intentar. La atracción seguía intacta. El amor y la admiración mutua no eran fáciles de roer. Además, ya había hijos de por medio que bregaban por esa unión. Una ceremonia en Botswana volvió a sellar el vínculo, p ero la ilusión duró tan solo 9 meses. “Si chocás una y otra vez dos cartuchos de dinamita es esperable que exploten”, dijo la actriz ante la nueva ruptura que ocupaba la portada de los periódicos y los titulares de los programas de chimentos. La historia de Taylor y Burton generaba morbo. Juntos aunaban todos los ingredientes necesarios para no pasar inadvertidos nunca.
“Tengo un cuerpo de mujer y emociones de niña”, reflexionó la diva, sobre su vida sentimental. Ella, la última diva de Hollywood padecía sus contrariedades, sus variables emocionales, sus altibajos a los que combatía con adicciones y que somatizaba en un cuerpo que le pasó factura una y otra vez hasta postrarla en una silla de ruedas.
En cierta ocasión, él le dijo: “Eres la mejor actriz del mundo. Junto a tu belleza, eso te hace única”. No bastaron los elogios para que el barco no llegue a puerto. Se autodestruyeron. Con celos, gritos y recriminaciones. Contradicciones del corazón.
The end
El 5 de agosto de 1984, Richard Burton murió en Suiza. Nueve años después de la segunda boda y el posterior divorcio de Liz. Durante todo ese tiempo, jamás perdieron el vínculo. Él le escribía con asiduidad y ella le respondía, a veces. Jamás dejaron de amarse, pero la vehemencia afectiva es, a veces, muy peligrosa. Incompatible.
Luego de la muerte del actor, Liz lo recordaba releyendo los diálogos epistolares. Mientras su salud se fragmentaba cada vez más, buceaba en esas líneas para revivir algo de aquella tormentosa felicidad. Cada noche, luego de conversar telefónicamente con amigos íntimos como Michael Jackson, la diva se recluía en sus aposentos de reina. Todos sabían que ese era su momento de estricta intimidad para recuperar los olores y el tacto suave de aquella última carta que él le escribió y que ella conservó debajo de su almohada hasta su último suspiro.
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