Eleonora Wexler protagoniza la serie que anticipó la pandemia, La valla
"Era una distopía cuando se comenzó a filmar y cuando se estrenó. Hoy ya no lo es. Hoy es un déjà vu", resume Eleonora Wexler la sorpresa con la que ella y el equipo de La valla se encontraron cuando se desató la pandemia. La capacidad profética de una serie española para retratar esta crisis sanitaria asombra a los espectadores de esta producción que se emitió en la señal Premium de Antena 3 a fines de 2019, antes de que se hablara del Covid-19, de cepas y de barbijos. La actriz argentina fue convocada para componer un personaje clave: la directora de un centro de investigaciones epidemiológicas que busca, sin escrúpulos, impulsada por su osadía e inteligencia, encontrar la vacuna para detener un virus. Esta criatura llamada Alma, sin realizar spoilers, sorprenderá por el arco que realiza desde el inicio hasta el final de la serie.
Pero el jueves pasado, La valla se estrenó en el canal de aire Antena 3, en España, para un amplio público y dos millones de espectadores siguieron de cerca el debut [en la Argentina puede verse por Netflix, y cada semana se va estrena un episodio de los trece de esta primera temporada]. A comienzos de 2019 se comenzó a filmar en Madrid y en Segovia esta gran producción. En torno a La valla había una gran curiosidad, puesto que se perfilaba como la primera serie distópica de la TV española. Pero el mundo cambió en pocos meses y la realidad imitó a la ficción. Un narrador explica en los primeros minutos de la serie que tras el final de la Tercera Guerra Mundial "aparecieron nuevos virus que hacen colapsar al sistema sanitario y que desafían nuestro conocimiento médico". La valla, precisamente, alude a la gran cantidad de controles impuestos a los personajes para, por ejemplo, ingresar en otra provincia o salir de un distrito. Además de contar con un permiso que acredite que no han tenido el virus, síntomas o que han estado en contacto con quien tuvo el virus, se rocía con un líquido a esas personas cada vez que traspasan estas vallas. Algunos líderes mundiales endurecen sus políticas y se restringen las libertades individuales.
–España ha crecido mucho en la industria audiovisual. Vos tenés mucha experiencia, ¿impresionan realmente estas dimensiones?
–Sí. Es un espacio donde todos los actores queremos trabajar porque no tiene que ver solo con la cantidad, sino con la calidad de producción. En esta serie había mucho dinero invertido y esto te daba la posibilidad de hacer dos escenas por día. Así que grabamos 13 capítulos en 6 meses. Tenés la base de un muy buen guión, una fotografía de la hostia, un excelente casting, una producción que apuesta…
–¿Cuándo te encontraste con Alma por primera vez?
–Ella es como un alien. Yo decía que era como Diana, de V Invasión Extraterrestre. Hice primero un casting desde la Argentina. Soy cero cibernética y un amigo me ayudó a montarlo para poder mandarlo a España. Esa fue la primera vez que me encontré con ella, pero no había leído el guion entero, había leído una descripción de lo que pasaba. Después viajo a España, donde fui a probarme el vestuario, y creo que también fui a probarme del todo. Ya estaban los libros, los leí y dije: "¡Wow! ¡Con qué me estoy encontrando!".
–Alma es un personaje maquiavélico. ¿Cómo te quedás después de interpretar a este personaje tan dañino?
–Ella no ve el daño que está haciendo daño. Piensa que está salvando a la humanidad. Nunca me quedé mal con Alma. "Si muere un niñito o dos, no pasa nada, porque esos niñitos son los que nos van a salvar al mundo. Estos niños especiales son ángeles" [Habla como habla Alma]. Alma tiene poder y tiene el aval del Presidente. Vi un videíto donde hice una improvisación: "¿Yo dije todo esto? Qué rara estoy". La verdad es que no me causa nada en el cuerpo ni en la cabeza. Cuando era más chica, muchas veces me iba con los personajes en el cuerpo. Pero cuanto más afianzada tengo a mi persona, más fácil me resulta ir y volver de un personaje.
–¿Qué te pasó cuando volviste a ver la serie ya una vez desatada la pandemia, cuando aquello que narraban en la ficción se convirtió en realidad?
–Seguimos conversando en un grupo de WhastApp y no lo podíamos creer. Hay palabas, cosas que decimos, que hacemos y que se te pone la piel de gallina. Uno de mis seres más cercanos en la serie, uno de los personajes con los que interactúo, se contagia. Y nos pusieron el barbijo con la máscara. Yo le pregunté a la producción: "¿No es mucho?".
–No es más una distopía.
–No y también es un mundo muy cercano. Esto te remite a nosotros a la época del Proceso, a la década del setenta, fijante la estética y la vestimenta. Te remite también a la época de Franco. Y también habla de los recursos: no hay agua.
No es la primera vez que Wexler trabaja en España. Ya había recorrido el país en una gira teatral con La hija del aire, acompañando a Blanca Portillo, exponente nacional de esta expresión. Pero, en esta ocasión, Wexler se incorporó a una meca audiovisual como lo es España en la actualidad y protagoniza esta serie junto con Ángela Molina y su hija Olivia Molina.
–¿El personaje era argentino? ¿Lo modificaron para que fuese argentino?
–Lo primero que pregunté cuando me senté en esa mesa enorme donde estaban todos los actores, los productores y la cadena fue: ¿En qué hablo? Y me dijeron: "Tú habla como hablaste en el casting". Creo que querían que fuera una argentina, pero estaba escrito en castizo. Tengo mucho oído y se me empezaron a pegar algunos latiguillos de los españoles. Me dieron la rienda abierta para hablar como yo hablo y me dijeron que no forzara nada. Es la más potente de toda la serie. Me divertían mucho las cosas que hacía Alma, esa capacidad de jugar, esas contradicciones de una mujer que ama a su familia profundamente.
–¿Cómo te sentiste? ¿Cómo fuiste recibida?
–Me sentí abrazada, bienvenida. Hicimos un grupo hermoso, Nos veíamos, íbamos a comer. Soy extranjera, no me conocían y me sentí parte del grupo. Me encontré además con Lucas Gil, uno de los cinco directores, argentino, con quien había trabajado en Son de Fierro.
–España es un país cercano, pero a la vez más distinto. ¿Tuviste algún choque cultural?
–Sí, claro, hay otros códigos. Se termina de grabar y enseguida se van tomar una copa. Es como una fiesta. Acá quizá nos encontramos entre amigos, en asados, en una casa. Acá somos muy amigueros. En cuanto a la manera de trabajar me encontré con gente muy respetuosa y profesional. Cuando íbamos al plató ya estaba todo hablado. En la Argentina estamos muy acostumbrados a resolver todo muy rápido; allá, no. En España no entendían tampoco que las cosas aumentaran de una semana a otra y que no te avisaran. Hay algo que me gusta mucho de los españoles y es que son más estructurados, pero porque también viven en un contexto de mayor estabilidad. Tenemos mucha cintura y eso es muy positivo, el hecho de que podamos resolver rápido las cosas y a hacer mucho con muy poco.
–¿Cómo atravesaste el confinamiento? ¿Cómo estás viviendo este momento?
–El planeta está estallado. Nos hemos encargado de destrozarlo. En lo personal, hay un trabajo muy a fondo que realicé. El vínculo con mi hija fue mucho más estrecho. Me siento una privilegiada. Vivo en una casa con jardín, para mí el verde es muy importante, con mis perros. Estoy parada desde hace seis meses, pero tengo ahorros. En cambio, tengo muchos compañeros que lo están pasando muy mal. Me encontré con que puedo vivir con mucho menos, con cosas mucho más simples. Extraño horrores al teatro. Extraño actuar. Pero te hablo de mí, porque si hablo de lo social y de lo económico, me angustio mucho.
–¿Vamos a aprender algo de todo esto?
–Creo que esto nos enseño que el mundo no da más. Y que no somos nadie y que hay que vivir sin planificar, porque no controlamos nada. Se ve mejor quiénes somos y quiénes nos rodean. Es interesante observar. Todo se ve con una lupa ampliada. Se cayeron todas las máscaras.
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