El triunfal retorno de la exestrella infantil que casi termina con su carrera (y con su vida) antes de cumplir los 30
El éxito de Un deseo irlandés, la película de Netflix que encabeza el ranking de la plataforma, confirmó el interés del público por Lindsay Lohan, su talentosa protagonista
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Lindsay Lohan está de regreso. Un deseo irlandés, su más reciente película producida por Netflix figura entre las más vistas en todo el mundo, una confirmación de lo que ya había adelantado en 2022 la comedia romántica Navidad de golpe: el público está listo para volver a ver a la actriz en el centro de la escena después de años de ausencia autoinfligida. Un tiempo durante el que muchos olvidaron qué fue lo que provocó su salida de Hollywood y cómo el camino de la estrella infantil devenida en adolescente taquillera empezó a complicarse cuando su vida privada se transformó en una pesadilla pública que deleitaba a los paparazzi y la prensa amarilla.
A principios de los 2000, mientras las imágenes de sus noches de excesos por Los Ángeles llegaban a las tapas de las revistas -que también se hacían un festín con los problemas legales de su padre, quien entraba y salía de la cárcel sin cesar-, la talentosa actriz no paraba de trabajar. De hecho, entre 2003 y 2004 Lohan protagonizó las películas Un viernes de locos, Confesiones de una típica adolescente, Chicas pesadas y Herbie a toda marcha, además de grabar dos discos, aparecer tres veces como anfitriona en Saturday Night Live y conducir la ceremonia de entrega de los MTV Movie Awards. El frenesí a su alrededor era tal que apenas tenía tiempo para dormir o para ir al dentista, y pronto ese ritmo desaforado la llevó a ser hospitalizada con una infección de riñón.
Por esos días, cada uno de sus movimientos, especialmente sus salidas nocturnas, eran seguidos por una legión de paparazzi que no le daban tregua: adultos que le gritaban halagos o insultos, dependiendo de la reacción que necesitaran para sus fotos ese día, y que acostumbraban a acecharla cuando salía con su auto por Los Ángeles, lo que en una ocasión contribuyó a un accidente vial que la dejó con una muñeca rota y su coche totalmente destruido.
En aquellos años, no había quien no conociera o tuviera opinión formada sobre la actriz que debutó en cine a los 11 años como protagonista por duplicado de la nueva versión del clásico de Disney Juego de gemelas (1998). El éxito de la película dirigida por Nancy Meyer, un suceso global con una recaudación de más de 90 millones de dólares, le consiguió una fama inmensa que en pocos años creció hasta alcanzar dimensiones inmanejables hasta para actores con mucha más experiencia que ella. Así, antes de cumplir los 20 años, Lohan generaba millones de dólares que gastaba a la misma velocidad con la que sumaba proyectos que ponían a prueba su talento y presencia escénica. Y, al mismo tiempo, parecía estar siguiendo los peligrosos pasos de otras estrellas infantiles que, como ella, habían crecido demasiado rápido, demasiado expuestas y sin tener las herramientas para lidiar con lo que el mundo esperaba de ellas.
“Es excelente”, le decía el legendario director Robert Altman a la revista Vanity Fair en 2006 sobre el trabajo de la actriz en su film Noches mágicas de radio, en el que Lohan compartía escenas nada más y nada menos que con Meryl Streep. “Tiene una cualidad que se ve muy poco en los actores. Tiene la capacidad casi sobrenatural de transmitir su humanidad frente a las cámaras”, explicaba Streep en el mismo reportaje que celebraba el trabajo de Lohan e intentaba controlar el discurso que circulaba sobre ella y el supuesto descontrol que reinaba en su vida privada.
Las noticias sobre las noches de fiestas y el alcohol, además de sus noviazgos con actores mucho más grandes que ella -Wilmer Valderrama, Colin Farrell, Jared Leto-, ocupaban más espacio que sus logros como intérprete, y el hecho de que su mamá y manager intentara justificar su comportamiento como algo usual para las personas de su edad, subrayaba aún más los modos en que la actriz no se parecía en nada a otros adolescentes típicos. Ninguno de sus amigos vivía solo en el Chateau Marmont, uno de los hoteles más visitados por las estrellas de Hollywood y el escenario de más de un escándalo relacionado con el abuso de drogas, incluyendo la muerte del comediante John Belushi en 1982. Difícilmente alguno de sus compañeros de escuela en Long Island, Nueva York, habría entendido la responsabilidad que Lohan tenía en la manutención económica de su familia. Y mucho menos lo que significaba que su cuerpo fuera el remate del chiste de los comediantes que se preguntaban si se había operado los senos antes de filmar la nueva versión de Cupido motorizado.
Tan incesante eran las bromas en relación a su figura y sus escapadas nocturnas que Disney, el estudio productor del film, no sabía cómo contrarrestar ese mensaje que no ayudaba a promocionar la película pensada para el público infantil. En esos tiempos el discurso mediático dirigido a Britney Spears transitaba por ese mismo carril que optaba por burlarse y castigar a las mujeres jóvenes y exitosas por su comportamiento público, sin pruritos ni respeto alguno por su privacidad. En el caso de Lohan, ese ensañamiento llegó a su punto más alto en 2007, durante el rodaje de Las reglas de Georgia, el film que protagonizaba junto a Jane Fonda. A poco de comenzada la filmación empezaron a circular rumores sobre la salud de la joven actriz, que sufre de asma desde la infancia. Se decía que había sido internada por un cuadro de insolación y deshidratación, pero esa explicación no convencía a James G. Robinson, uno de los productores del film, que le escribió una carta de advertencia que luego hizo pública.
“‘Todos sabemos que tus fiestas interminables son la verdadera razón de tu supuesto agotamiento”, decía el texto en el que Robinson la tildaba de “irresponsable y poco profesional”, además de criticarla por sus constantes llegadas tarde y ausencias del set y señalar que sus acciones de “nena mimada” ponían en peligro la calidad de la película. Para evitar que Lohan atrasara la filmación con sus desplantes, el productor aseguró entonces que estaba dispuesto a iniciar acciones legales contra ella.
Poco tiempo después de terminado el rodaje, la actriz ingresó en un centro de rehabilitación por 30 días, la primera de muchas otras estadías que pasaría en instituciones de ese tipo en los años por venir. En un periodo de cuatro años, Lohan estuvo 250 días en tratamiento por su adicción a las drogas y el alcohol, fue arrestada en veinte ocasiones diferentes y, aunque en total pasó menos de dos semanas presa, sí tuvo que cumplir 35 días de arresto domiciliario por violar repetidamente su libertad condicional en relación a las condenas recibidas por manejar alcoholizada y en posesión de cocaína.
En ese periodo, aunque ella quería seguir trabajando -o sus representantes insistían para que lo hiciera-, lo cierto es que ya no solía conseguir papeles, a veces porque las compañías de seguros que trabajan con los estudios se negaban a emitir pólizas para ella y en otras ocasiones porque, luego de aceptar un proyecto, se retiraba argumentando problemas de salud. Los plantones a los ciclos televisivos que buscaban entrevistarla no contribuían en nada a recomponer su imagen y así, aunque hacia 2011 ya parecía haber dejado atrás sus adicciones y asumido la culpa de su conducta poco profesional, su carrera seguía estancada.
Fue alrededor de esa época que decidió mudarse a Londres para protagonizar una obra de David Mamet en el West End y cuando, como explicó en una entrevista publicada la semana pasada por la revista Bustle, y aprendió a decir que no por primera vez en su vida. “A los actores infantiles nos enseñan a decir siempre que sí y así no funcionan las cosas en la vida real”, aseguró.
En busca de algún tipo de normalidad que nunca había experimentado antes, primero a causa de la volátil vida familiar y luego por su inmensa fama, la actriz fue alejándose de la profesión, se mudó a Grecia y abrió un parador y un centro nocturno en la playa, y aunque su emprendimiento fue breve le alcanzó para grabar un reality show sobre su nueva vida que no fue demasiado bien recibido. De allí se mudó a Dubai, donde sigue viviendo ahora junto a su marido, el experto en bienes raíces Bader Shammas, y el pequeño hijo de ambos, nacido en medio de su resurgimiento profesional. Además de las dos películas de Netflix ya estrenadas, Lohan ya filmó su tercera colaboración con la plataforma que se estrenará hacia fines de año, hizo una aparición especial en la versión musical de Chicas pesadas y está preparando la continuación de Un viernes de locos junto a Jamie Lee Curtis, su coprotagonista en el film original.
El regreso de la hija pródiga quedó confirmado la semana pasada durante la noche de los Oscars, cuando después de años de ostracismo, fue invitada a la fiesta que organiza Vanity Fair que reúnen a las celebridades más solicitadas de la industria. “Hace tantos años que no voy que creo que será lindo asistir”, decía la actriz en medio de la gira mediática para promocionar Un deseo irlandés, la película que le recordó al público, pero sobre todo a Hollywood que, más allá del paso del tiempo y los escándalos de la juventud, el talento y el carisma de Lindsay Lohan permanecen intactos.
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