Diego Plotino, el ganador del reality El Bar que vio cómo la debacle de 2001 hacía añicos su premio
Diego Plotino es, muy probablemente, la única persona que festejó algo en diciembre de 2001 en la Argentina sin ser hincha de Racing -ese mes el equipo de Avellaneda salió campeón del fútbol argentino tras más de 30 años-. "Nosotros vimos todo por televisión. El helicóptero, todo. Sabíamos que todo estaba mal pero no que iba a pasar esto, así que fue un shock", cuenta hoy desde Barcelona el cantante de The Corderoys, a quien conocimos hace casi veinte años por ganar la segunda edición de El Bar mientras el país se deshacía.
El reality show que conducía Andy Kusnetzoff por América venía de un debut exitoso con la pelea Daniel Granelli - Eduardo Nocera que aprovechó Federico Blanco -asesinado en Villa Itatí en 2017- para consagrarse campeón y llevarse los -supuestamente- 100 mil dólares de premio. Para empardar este antecedente, la producción salió a buscar concursantes que garantizaran el picante, y ahí es donde entró -obligado por la coyuntura- este marplatense que tenía 26 años y unos ojos azules prometedores. "Me metí en ese programa porque mi familia y yo estábamos muy mal económicamente. A través de una amiga mía que conocía a alguien de la producción arreglé para ir al casting. Cuando me dijeron que me habían elegido dije que no, pero lo terminé haciendo porque mi vieja me lo pidió", recuerda. Diego tocaba en una banda de covers y hacía unas changas como modelo en Chile, pero la crisis apretaba y encerrarse en una casa televisada con un puñado de desconocidos se volvió, de repente, una salida laboral aceptable.
Lo primero que descubrió en su cautiverio voluntario fue que los sentimientos eran reales y las decisiones -muchas veces- artificiales. "Tenés una presión constante de las cámaras y mucha gente tratando de manipularte, queriendo meterte ideas en la cabeza y tratando de crear conflictos, porque si no hay conflictos no hay trama. Por lo que entendí tienen un cierto guion sobre para dónde puede ir la historia, qué personajes pueden tener problemas o amores o lo que sea. Lo tienen analizado y a partir de ahí van presionando o plantando ideas", recuerda. El efecto sobre la psiquis puede ser devastador: "Todos nos quebramos: te largabas a llorar y no sabías por qué. En dos días estaban todos llorando sin razón. Hay psicólogos trabajando con la gente que está metida ahí adentro. Para contenerlos y para ponerles fichas".
La mecánica del programa tenía una particularidad que lo distinguía de otros realities: los concursantes tenían que administrar y atender un bar de miércoles a domingo, con lo cual el aislamiento se rompía noche tras noche gracias a la horda de fanáticos que se mataban por interactuar con sus héroes fugaces. Así Plotino se dio cuenta de que de un día para otro había abandonado el anonimato. "Una locura desde el principio", dice. "Fue una explosión, no fue paulatino. En el fondo soy una persona tímida, así que para mí fue muy difícil. Todo el mundo quiere hablar con vos, y no es que viene una persona o diez: te quieren hablar 500. Y los 500 quieren algo de vos. Si alguien te dice ‘mirá, de afuera te están viendo como un imbécil porque hiciste esto o esto’, eso significa que millones de personas afuera piensan que sos un imbécil. Te ponen esa información en la cabeza y vos tenés que tratar de no volverte loco".
Diego no se la bancó y se quería ir, pero la producción sabía que su personaje redituaba y le ofreció grabar su primer videoclip para que se quedara. Al tiempo quiso desertar otra vez y hasta llegaron a planear en conjunto una huida, pero todo terminó con otra oferta: grabar su disco debut, 27, que editaron Sony y Quatro K-Records en 2003.
Así le fueron pasando los días hasta que en un momento miró alrededor y sólo quedaban siete: ahí se dio cuenta de que tenía chances. "Yo estaba en mi mundo y la gente se fue eliminando por sí sola. Entonces me cambió la cabeza y dije: ‘la plata es mucha, la necesitamos todos y no pensé estar en esta situación pero la voy a aprovechar’. Y me odiaron. Se me pusieron todos en contra y gracias a eso gané, porque no me hablaban, hacían la suya juntos, planeaban contra quién ponerme en el banquillo, y eso puso a mucha gente de mi lado, porque se daban cuenta que yo estaba solo", cuenta.
Con un 61,1% de los sufragios telefónicos, el voto popular le dio la victoria sobre el extrovertido mexicano Tamir Gerstein. La primera en saludarlo después de que Andy lo anunciara como ganador fue su compañera de encierro, Pamela David.
Y a partir de ahí, la calle. Y su vida en una licuadora.
El mito dice que le pagaron en patacones. Pero no, le abonaron en rigurosos pesos devaluados post delarruismo: "Esperaron el plazo máximo para pagarme -tres meses- y me terminaron pagando en pesos un cuarto de lo que me tenían que pagar. Eran cien mil dólares y terminé comprando 27 mil. Alguien se benefició con eso", dice. El botín alcanzó para un departamentito en Mar del Plata que abrió un camino en el mundillo inmobiliario en el que, dice, le fue "muy bien".
A todo esto, el combo juventud + facha + música + fama redundó en una atención femenina desbocada. "Siempre tuve buena relación con las mujeres, pero después del programa entendí lo que le pasa a una mujer cuando anda por la calle, cuando se sienten acosadas o acechadas. Era una locura", recuerda sin sobreactuar el agobio. La oferta era interminable: "Básicamente podías estar con casi cualquier mujer que quisieras. Pasás a tener un poder que no tenías y que no vas a tener nunca más. Podés elegir. Podés convertirte en un promiscuo, que no fue mi caso: poco tiempo después me puse de novio, así que me tranquilicé. Pero es muy fácil perderse".
Junto con las chicas venían los infaltables oportunistas, fantasmas de toda calaña que pugnaban por los beneficios de pertenecer al círculo íntimo del muchachito del momento. "Lo interesante es que hay gente que ya es famosa por sí misma y se transforma en ‘amigos del campeón’. No voy a dar nombres, pero me ha pasado con gente muy conocida, con logros que yo de verdad admiro", cuenta, y revela que la fama a veces se alimenta de fama más joven cual vampiro con harén de vírgenes.
Y así como llegó de golpe, el estrellato se apagó en unos seis meses, un poco ayudado por el nomadismo de Diego, que iba y venía de España. "Yo me fui rápido: viví seis meses en Europa, y cuando me fui la gente en Argentina todavía me conocía", recuerda. Un poco en Buenos Aires, otro poco en Barcelona, un tiempo considerable en Londres y, como quien no quiere la cosa, ya lleva casi 18 años en el Viejo Continente. Ahí colabora con sus compatriotas de Los Coming Soon ("justo estamos produciendo un tema", dice), prepara un disco solista acústico ("tipo Nick Drake") y lidera The Corderoys, banda "under pero interesante" con la que grabó un single ("My Own Way Home") en el que canaliza su amor incondicional por los Beatles, aquellos cuatro muchachos de Liverpool que en los 60 tuvieron -salvando las obvias distancias- problemas similares a los suyos.
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