Mientras disfruta del éxito de Network, el intérprete dialogó con LA NACION sobre sus comienzos, por qué divide su tiempo entre la Argentina y España y cómo es su relación con Juan José Campanella
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Desde que hizo El hijo de la novia de Juan José Campanella, Eduardo Blanco tiene la posibilidad de intercalar trabajos en nuestro país y en España. Actualmente protagoniza Network, de jueves a domingos en el Teatro Liceo, una sátira sobre la televisión con un gran despliegue tecnológico multimedia, basada en una película de 1976 del mismo nombre dirigida por Sidney Lumet. Además espera el estreno de la película El vasco. En diálogo con LA NACION, el actor desgranó la obra, habló de su amistad con Campanella, de por qué no se queda a vivir en España, de su sueño de niño de ser futbolista y de los tiempos en los que tuvo que ser vendedor y manejar un taxi para poder mantener a su familia.
-¿Qué pensaste cuando te propusieron hacer Network?
-Había visto la película hacía muchos años y la recordaba muy buena. Leí la obra de teatro, volví a ver la película y me entusiasmé, me pareció que era una aventura fantástica, distinta y con una temática atractiva y de mucha actualidad. Muchos se quedan con el cuentito de la sátira a la televisión, pero además la obra tiene una profundidad muy grande y toma un medio de comunicación para contar una historia que tiene que ver con el poder, el éxito y, sobre todo, los vínculos y las pasiones humanas. Habla del punto de rating y también de la imposibilidad de amar. Hoy, mucha gente siente que tiene éxito o fracaso por un “me gusta” más o menos en las redes. Mi personaje, director de noticias de una cadena de televisión, me atrapa mucho.
-¿Por qué?
-Lo último que hice en la Argentina en teatro fue Parque Lezama, en donde interpreté a un hombre mucho mayor que yo. En este caso es un hombre de mi edad que tiene un conflicto muy cercano. Una persona de 60 años todavía tiene mucha energía laboral y profesional y de repente se queda sin trabajo o se jubila. O está casado hace más de treinta años con una mujer y hay un vínculo afectivo, pero sin fuego. En el caso de mi personaje, se enamora de otra mujer y se separa, y creo que sucede porque es una especie de manotazo de ahogado inconsciente que forma parte de una crisis existencial, porque ese amor es algo que vuelve a atarlo a la vida. Y, por otra parte, siento que es el único de la obra que tiene un aprendizaje.
-La obra muestra de una manera descarnada el poder de los medios que manipulan a los televidentes, ¿qué pensas sobre ese tema?
-Es verdad, aunque manipular es una palabra fuerte pero finalmente es lo que hacen, como las publicidades. Sin embargo, quiero llevarlo a un sentido un poco más profundo y es que los medios construyen cultura con las noticias y con las ficciones también. Los medios tienen un poder increíble y cada vez más. Creo que Network tiene muchos colores y eso es lo que me entusiasmó.
-Trabajaste mucho con Campanella, casi como un actor fetiche, ¿cómo nació esa amistad?
-(Ríe) Parezco un amuleto. En realidad es una relación de a tres, Juan José, Fernando Castets y yo: nos conocimos siendo muy jóvenes, ellos estudiando cine y yo teatro. Se les ocurrió hacer un largometraje en Súper 8, y durante 14 meses hicimos esa película todos los fines de semana y feriados. Ese fue el comienzo de una gran amistad que perdura. Juan vivió varios años en los Estados Unidos y cuando volvió los tres hicimos una obra de teatro que se llamó Off Corrientes y que dirigió Julio Ordano. Si podemos avanzar para construir un proyecto juntos, siempre es una felicidad doble. Hemos compartido mucho en la vida con Juan y con Fernando y evidentemente este trío es fuerte. Sé que Juan es un tipo que no se traiciona y si un personaje no es para mí, no me convoca.
-¿Qué trabajo compartido disfrutaste más?
-En realidad, todos, pero puedo destacar Vientos de agua, que está en Netflix. Fue una creación conjunta y nos seguimos maravillando por lo que pasa con esa serie. Surgió de nuestras historias personales y se reforzó cuando hicimos El hijo de la novia. Caminábamos por la Gran Vía, en Madrid, y muchos argentinos nos paraban y nos decían: “Soy argentino y estoy acá, soy arquitecto y estoy buscando trabajo, si sabés de algo...”. Así se fue construyendo Vientos de agua, donde hice un personaje, pero también fui creador y productor. Por ese entonces fundamos la productora 100 Bares de la que me fui despavorido porque eso no era para mí. Fue una locura de mucho estrés y a mí me gusta ser actor. En el caso de Network, Juan José solamente hizo la adaptación.
-¿Vivís la mitad del tiempo en la Argentina y la otra mitad, en España?
-Muchos piensan que vivo en España, pero nunca tomé la decisión de radicarme allá. Trabajo un poco acá y otro poco allá, desde que hicimos El hijo de la novia, hace 21 años. Voy, hago el trabajo y vuelvo. Hice películas, series como Altamar, que tuvo tres temporadas, y también teatro. En 2018 hice El precio, de Arthur Miller, y me quedé más de lo que pensaba porque nos fue muy bien. Mi hijo Sebastián vive en Madrid desde hace cinco años y mi mujer Mónica es psicóloga y tiene sus pacientes en Buenos Aires, pero hicimos un organigrama para vernos, aunque sea cada dos meses. Siempre estoy yendo y viniendo.
-¿Por qué nunca quisiste quedarte?
-Por una sumatoria de cosas. Mi mamá tiene 91 años, mi mujer es psicóloga y tiene sus pacientes acá. Nunca me planteé vivir allá porque la vida me permite ir y venir, y eso me encanta. Hoy puedo decir tengo ya mi gente acá y allá. Y cuando estoy mucho tiempo en Buenos Aires extraño Madrid y viceversa. La vida del inmigrante permanente.
-¿Es verdad que de chico querías ser futbolista?
-Difícilmente encuentres un alto porcentaje de chicos que no quieran ser futbolistas a los 11 o 12 años. Además, yo era bueno jugando a la pelota y lo hacía en el barrio, en Florida, y en la escuela. Un día, con mis compañeros nos fuimos a probar al Club Platense y quedé. Mis viejos no sabían nada. Cuando se enteraron, no quisieron saber nada. Es más, a mi papá no la gustaba el fútbol, era fanático del automovilismo. No me acuerdo de los detalles, pero hicieron lo posible para que yo no fuera a entrenar.
-¿Y qué pasó cuando les dijiste que querías ser actor?
-Yo creo mucho en los caminos y no en la magia, en las decisiones únicas. La vida es un camino y uno va tomando decisiones, algunas acertadas y otras no. Empecé a estudiar teatro independiente, no con el propósito de ser actor sino porque era un espacio que me permitía expresarme sin temores a que nadie se riera de alguna emoción; sentía que podía ser yo y me gustaba. También recuerdo que de chico pasaba los sábados en el cine viendo películas en continuado y me trasladaba a esos mundos de fantasía maravillosos. Cuando fui al teatro por primera vez también me impactó muchísimo.
-¿Y qué pasó después?
-Para la familia y los amigos era un hobby porque se suponía que tenía que ir a la universidad. De hecho, rendí un examen para entrar en la Universidad de Buenos Aires para estudiar Derecho, aunque debí ser mecánico como mi papá, pero pude torcer ese camino. El primer año me habían rebotado en la materia filosofía, y al otro año volví a buscar la revancha mientras hacía la colimba. Recuerdo estar en la Facultad de Derecho y preguntarme qué hacía ahí, y entonces me levanté y me fui. Seguí estudiando teatro. A los 22 años me fui a vivir solo y ya las decisiones que tomaba, en todo caso, me perjudicaban solo a mí y no tenía que dar explicaciones.
-¿Y pudiste ganarte siempre la vida como actor?
-En ese momento trabajaba con los padres de Cecilia ‘Caramelito’ y Martín Carrizo en un concesionario del “plan Noblex del buen inversor”, en donde vendían televisores y videocaseteras. Una gente maravillosa y me iba bastante bien vendiendo esos planes de ahorro. En una de las tantas crisis de nuestro país el concesionario cerró y yo empecé a manejar un taxi, fue una herramienta maravillosa que me permitió transitar los momentos de escasez profesional. En mi familia, el taxi siempre fue una herramienta: mi abuelo, mi tío, mi hermano, mi primo y yo, todos manejamos un taxi en algún momento de nuestra vida. Todavía ni siquiera había tomado la decisión de ser actor y pagar los costos que fueran necesarios. Eso fue a los 24 años y dije: “Voy a intentarlo”. Estuve dos veces a punto de dejar esa fantasía de vivir de una profesión como esta y dedicarme a otra cosa.
-¿Por falta de oportunidades?
-El trabajo es inconstante y yo, a los 29 años, ya tenía un hijo y las responsabilidades eran otras. Tenía que darle de comer, pagar el alquiler... No podía tener trabajo durante seis meses, quizá ganar bien, pero después pasar meses sin trabajar. Luego me empezó a ir bien, pero conozco todos los estadios de esta profesión.
-¿Qué otros proyectos tenés?
-Este año se estrena la película El vasco, una coproducción que hicimos con productoras de Mendoza, Córdoba y El País Vasco, junto a Joseba Usabiaga, Itziar Aizpuru, Laura Oliva e Inés Efrón. El protagonista, Mikel, es un vasco que decide viajar a la Argentina escapando de sus raíces y en busca de una nueva vida, pero llega a un pueblo, con marcada descendencia vasca, que veneran y aman sus tradiciones.
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