Edgardo Nieva: el actor que sabía soñar fuerte
De carcajada feroz y sonrisa franca, Edgardo Nieva es de esos tipos que difícilmente se olviden. Para el público, por su talento. Para su gente, por su honestidad, su nobleza y sus convicciones inquebrantables. Fue un gran tipo que solía soñar fuerte, con ganas, e iba hacia sus metas sin importarle ninguna barrera de obstáculos. Era capaz de escalar el Himalaya si fuera necesario. Es que aunque no le temía a los desafíos, las cosas no le resultaban fáciles. Fue un remador, sabía luchar con una perseverancia admirable. Así fue como no le temblaba el pulso si tenía que decidirse por ser empresario eventual o incluso vendedor cuando las oportunidades de su oficio de actor se ponían esquivas. Sabía vivir y bien.
Gatica fue su obsesión, su sueño... y lo cumplió. Lo que vendrían después serían sueños consecuentes. Sabía muy bien que el trabajo logrado en Gatica, el Mono, bajo la dirección de Leonardo Favio, fue la gloria. Y cómo no hablar de la gloria, de la felicidad. Cada vez que podía, este actor de temperamento firme se refería a su Mono, a ese Himalaya que tuvo que escalar.
Edgardo era un perfeccionista, un amante del detalle. Como es sabido, era capaz de transformarse casi totalmente para un personaje. Amaba la transformación. Y en el marco de esos sueños de metamorfosis que propulsaba, quedó en el tintero su personificación de Juan Manuel de Rosas, por la que trabajó durante tanto tiempo, desde aprender a andar a caballo, hasta manejar el sable y convertirse en él por el arte del maquillaje. Pero este prematuro desenlace llegó demasiado pronto y truncó esa posibilidad.
Para aquellos que lo acompañamos durante su trayectoria desde una butaca teatral, nos quedan sus trabajos marcados a fuego como Un tranvía llamado deseo, La empresa perdona un momento de locura, Orquesta de señoritas, Muero por ella y El dragón de fuego. Temperamento, presencia y generosidad eran sus características. Un legado que perdura en el de su compañera de sueños Silvana Espada, actriz y directora que se volvió su heroína, con capa y espada.
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