Edgardo Antoñana, un eterno buscavida: de Plaza Huincul a la BBC
El recorrido del periodista, desde su Neuquén natal, hasta sus años trabajando en Londres
Una noche, después de varios tragos, sus amigos le aseguraron, con la sabiduría y la efervescencia propia de la borrachera, que la mejor manera de ganarse la vida en la Barcelona de los ’80, era vendiendo flores. Un poco envalentonado por el alcohol y otro poco tironeado por la necesidad, decidió probar suerte. Al día siguiente compró dos docenas de rosas, un cajón de manzanas, que pintó de marrón, y salió a vender. Armado con un raído sombrero, un jean gastado y actitud arrabalera, entró al bar de la esquina de su casa y se acercó a la pareja de la mesa más cercana. Entendió que el truco estaba en ofrecerle la rosa al hombre, pero mirando a la mujer a los ojos. Así vivió tres meses en España. Después, el camino errante lo llevaría hasta la BBC.
Edgardo Antoñana fue un eterno buscavida y un periodista apasionado y sensible forjado a base de la experiencia y la curiosidad.
La infancia de Edgardo estuvo marcada por cigüeñas mecánicas que sacaban el petróleo de la tierra durante la década del ‘60. Plaza Huincul en Neuquén era una meseta semidesértica, oscura y silenciosa. Por ello, al terminar el secundario se fue a la capital de Neuquén a estudiar historia. Rápidamente consiguió trabajo en una radio local, en la sección de Deportes. Lo hacía bastante bien y le gustaba: su desfachatez cubría su falta de experiencia. Pasó algunos años allí, hasta que lo sorprendió el proceso militar de 1976. Una noche, un grupo de militares armados entró de sopetón a su casa y sólo se fueron porque lo reconocieron de la radio.
Por ese episodio se mudó a Buenos Aires a estudiar periodismo y a tratar de alcanzar su sueño de viajar a Londres para ser reportero de la BBC, la radio que escuchaba todas las noches con su mamá y llenaba el vacío de la Patagonia. Mientras hacía su carrera, trabajó en Radio Argentina y Radio Belgrano. También fue corresponsal en Nicaragua en tiempos de la guerra civil. Después de eso lloraba cada vez que veía la película Bajo fuego.
Al concluir sus estudios, el Instituto de periodismo le ofreció una beca para irse a estudiar a Italia. Sin pensarlo, hizo sus valijas y se fue a la tierra que su madre siempre había querido visitar y que él veía como su boleto de ida a Londres. Permaneció en Roma un par de años, después en España, pero cuando se le termino el dinero decidió irse al norte del continente a probar suerte. El único trabajo que consiguió fue cuidando caballos en Alemania para unos polistas adinerados. Un día, a un torneo fue el Príncipe Carlos a jugar. Le gustaba recordar que le pusieron dulce de leche en la montura para que no se caiga.
En invierno, un torneo de polo en Windsor lo llevó a la tan ansiada BBC, en donde solicitó trabajo. Lo tomaron en seguida para el área de Servicios Latinoamericanos. La BBC difundía, en ese entonces, noticias en 54 idiomas. Le pagaban por cada noticia que leía. De a poco, Edgardo se fue ganando su lugar y comenzó a hacer entrevistas. Recorría durante horas las embajadas latinoamericanas en busca de celebridades o personajes de interés cultural. Así conoció a Eduardo Galeano, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges y Carlos Fuentes.
El 2 de abril de 1982 por la mañana, se tomó el subte que lo llevaba cada día al trabajo. En el diario de otro pasajero leyó el titular que más lo sorprendería en su vida: "Argentina invadió las Malvinas". Las letras en mayúscula se despegaban del papel y amenazaban con dejarlo en la calle. Pensó que iban a echarlo, pero se equivocó: en aras del nuevo conflicto armado, la BBC armó un equipo de cuatro argentinos y un uruguayo para cubrir, desde Londres, lo que iba pasando en las islas. El trabajo era sencillo dentro de la redacción; los ingleses no confundían el país en guerra con el ciudadano. “El trabajo era difícil dentro de uno”, decía cuando contaba esta anécdota.
A un mes de eso, una tarde después del trabajo, Antoñana fue a tomar una cerveza a un popular pub en la calle Stanton. El bar estaba repleto pero había un “silencio de muerte”, tal vez similar al de la interminable Patagonia de noche. Todos los presentes miraban, en un diminuto televisor, cómo ardía el buque Sheffield que había sido hundido por aviones argentinos. Un hombre, que casi rozaba el techo con la cabeza, cubierto de tatuajes se dirigió a él al notar que tenía acento extranjero:
-Mate, ¿de dónde sos vos?
-De Uruguay - mintió por temor a recibir un golpe
- ¿Tenés amigos argentinos acá?
-Sí, pero se tuvieron que ir por la guerra. Es todo muy lamentable
- Yo soy de la Guarda Mercante. Alguna vez estuve en el puerto de Buenos Aires, ¿no me harías un favor? Si ves a alguno de tus amigos, pedile disculpas de parte mía.
Lloró ese día y cada vez que recordaba esa escena. Sólo volvió a Londres años después para cubrir la Guerra del Golfo para Canal 7.
Su carrera continuó por distintos caminos, fue productor del programa de Susana Giménez y periodista en varios medios. Hace años conducía el noticiero de los fines de semana, por la mañana, por TN en donde, con pasión y tozudez, peleaba desde su lugar contra las injusticias.
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