Eddie Sierra: de su trabajo codo a codo con Gloria Gaynor al problema de salud que lo alejó de la música
El compositor de éxitos como “La llave de tu corazón” o “El amor de mi vida” se prepara para regresar a los escenarios, tras 25 años sin presentarse en vivo
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“Tuve un problema de salud que me afectó la voz, dejé de cantar durante veintipico de años y ahora me estoy animando a volver”, se sincera Eddie Sierra en la intimidad de su estudio, en Colegiales. Allí pasa muchas horas, componiendo y decidido a cantar otra vez para cumplir el deseo que lo acompaña desde que era un niño, cuando jugaba al rugby en Lomas de Zamora y soñaba con ser músico.
En diálogo con LA NACION, el autor e intérprete de hits como “El amor de mi vida” o “La llave de tu corazón” da detalles de su salud, recuerda sus inicios con la banda Lechuga y los cuatro años que trabajó codo a codo con Gloria Gaynor en los Estados Unidos. Además, habla del gran cambio de los últimos años en la industria de la música y de cómo se adaptó a los nuevos tiempos que corren.
-Dejaste de cantar por un problema de salud, ¿qué pasó?
-Me estoy animando de vuelta a cantar. Fue un tema de salud que me llevó mucho tiempo descubrir. Tuve una alergia que me afectó la voz media, íntima, que me quebró la tesitura. La única manera de cantar era gritando y no es un sonido agradable. Cuando empecé a experimentar ese problema, que fue gradual, decidí dar un paso al costado porque no quería hacer papelones.
-¿A qué se debía esa alergia?
-De chico siempre fui muy alérgico. Fui asmático también, y por suerte me curé. En ese momento, mi pediatra descubrió que tenía una alergia hepática. A todas mis alergias las causa algún órgano que no tiene que ver con las vías respiratorias, pero siempre hay algo que hace las cuerdas vocales se afecten. Me llevó un tiempo largo descubrirlo porque me decían que las cuerdas vocales estaban perfectas. Me decían: “Andá y cantá”. Y un médico hasta casi me echó del consultorio, cariñosamente. Me mandaron al psicólogo, y di con un muy buen terapeuta que me ayudó con muchas otras cosas, no con la voz. Pero ya está, lo descubrí y estoy mejor veintipico de años después. Porque el problema empezó en el ‘93. Pasaron muchos años y la voz tiene que volver a reeducarse así que estoy en ese período, contento. Por supuesto no es la misma voz, soy un hombre veintipico de años más grande y tengo en cuenta todo eso, pero me estoy animando.
-Nunca dejaste de componer…
-Nunca. En todos estos años seguí componiendo. Hice mucha música para televisión. En una época hice todas las cortinas musicales de los noticieros de eltrece y de TN. La actual cortina de Telenoche es mía. Me armé mi estudio profesional, que siempre fue mi sueño. De vez en cuando aparece algún cliente para grabar. De todos modos, la industria musical ha cambiado tanto que tener un estudio de grabación hoy es el peor negocio del mundo. Yo lo sostengo por amor. Para los músicos de mi generación cuesta acostumbrarse a toda esta novedad. Nos cuesta digerirlo y no sabemos si es positivo o negativo.
-¿Cuáles son los pro y los contra?
-La industria discográfica se desplomó en todo el mundo. Desapareció. La tecnología trajo cosas muy positivas, como por ejemplo hacer tu propio disco y salir. Antes tenías que firmar con alguna discográfica y te sacaban y te promocionaban ellos, y a veces invertían dinero y otras no. Por otro lado, la calidad de lo que produce no es la misma, aunque es feo generalizar porque siguen saliendo cosas muy buenas también. Como en todas las épocas, hay gente talentosa y otra que no lo es. Antes, quienes no tenían talento encontraban las puertas cerradas y hoy están abiertas para todos. Es muy distinto y no hay más remedio que acostumbrarse.
-¿Sos muy meticuloso con tu trabajo?
-Yo me siento en mi estudio un promedio de 15 horas para grabar un tema, bien hecho. O sea que un disco de 10 temas lleva unas 150 horas de grabación en un estudio, puliendo detalles, ecualizando, trabajando planos. Y después lo escuchan a través de un teléfono (ríe). Cuando la gente de mi generación invitaba amigos a su casa, ponía discos en su equipo de música o en un reproductor o un tocadiscos. Hoy mis hijas invitaban a sus amigos solamente necesitan el teléfono. No está ni bien ni mal, simplemente es distinto. Hay que acomodarse.
-Empezaste a estudiar música de joven, ¿ya entonces pensabas en ser profesional?
-Terminé la secundaria y me tomé un año sabático en el que pensé, durante algunos meses, que iba a estudiar Derecho. No llegué ni a anotarme. Ya venía tocando y componiendo desde los 15 años, me junté con un grupo de amigos de Lomas de Zamora, porque jugábamos al rugby en el Lomas Athletic, y con ellos formé mi primera banda que se llamaba The Drifters. Éramos todos descendientes de ingleses; soy el único de los cinco que no fue a colegio inglés porque en casa no daba el presupuesto. Pero nos conocíamos del club, hacíamos covers en inglés y los hacíamos muy bien porque no sanateábamos. Eran temas de Los Beatles, Creedence, Elvis Presley. Tocábamos en fiestas del club, del colegio. Y cuando empezamos a grabar, el director artístico del sello, que era Phillips en ese momento, dijo: “Muchachos, The Drifters es muy difícil, hay que cambiar el nombre”. Y él nos puso Lechuga y aceptamos, claro, porque estábamos felices grabando, saliendo por primera vez con un sello multinacional.
-¿Y qué pasó con el grupo?
-Tuvimos dos o tres éxitos y después la banda se fue disolviendo, algunos apostaron a su profesión y se dedicaron a un trabajo más convencional. Y yo empecé a estudiar. Me conecté con algunos músicos y uno de ellos, Raúl Parentella, me dijo: “Tenés que estudiar con mi maestro”. Era Juan Elhert, un musicazo, un alemán, arreglador, docente, con una formación europea clásica de piano, violín y armonía, quien compuso la música de La guerra gaucha, por ejemplo. Y estudié hasta que un día me dijo: “Oiga, usted ya puede hacer arreglos”. Y me largué a arreglar y a dirigir para Sergio Denis, Valeria Lynch y un montón de gente hasta que un día conocí a Gloria Gaynor, cuando vino por primera vez a Buenos Aires.
-¿Cómo fue ese encuentro con Gloria Gaynor?
-El empresario que la trajo, Luis Hasse, me dijo que necesitaba un traductor. Así la conocí, un día ella me preguntó si vivía haciendo ese trabajo, le conté que era músico, me pidió que le mostrara lo que hacía y yo ya estaba grabando como artista fantasma, en inglés, bajo un seudónimo, Jeffrey. Me dijo que le gustaba, pero que no era del estilo de lo que estaban haciendo ellos. Me hizo escuchar algo de su interés y me dijo que si componía temas en esa onda, que se los mandara. Le mandé cuatro canciones, le gustaron, pidió que fuera y viajé. Durante cuatro años fui su director musical. Allá cada artista tiene su propia publishing company, y mi contrato era para componer. Lo hicimos juntos hasta que empezó a tener shows más importantes con orquesta y necesitaba un director. Hice los arreglos y la acompañé en las giras por los grandes hoteles de Las Vegas, Nevada, Atlantic City. Era justo la época del boom de “I Will Survive”.
-De la banda Lechuga a ser el director de Gloria Gaynor, ¿recordás qué sentías?
-Era mi sueño cumplido. Era jugar en primera. En Nueva York, en ese momento, la industria discografía explotaba, se producía de todo, los estudios de grabación florecían por todos lados.
-¿Por qué volviste?
-Porque ya estaba casado, tenía a mi hija Dolores, y mi mujer no se adaptó. Ella volvió, yo me quedé solo durante siete meses y extrañaba mucho a mi hija. Después nació Magdalena y con el tiempo nos separamos.
-¿Cómo fue ese regreso?
-El regreso fue traumático. Me costó mucho. Cuando ya había tomado la decisión, encima empecé a tener propuestas muy buenas de contratos con RCA, con Atlantic. Fue doloroso el regreso, pero hice esta cuenta: podés tener una carrera en cualquier lado, familia no. Y yo ya la tenía, además. Y acá fue un volver a empezar, porque lo que había dejado se había encaminado por otro lado. Por ejemplo, Sergio Denis ya trabajaba con otro arreglador. La ventaja fue volver a mi país y que todo el mundo me conociera. De a poco las cosas se fueron acomodando, me llamó Valeria Lynch para armar sus shows y trabajamos durante tres años hasta que salió la oportunidad de grabar como solista en castellano, porque hasta ese entonces componía en inglés. Después hice unos comerciales de una marca de cigarrillos que fue un boom y eso fue el gran espaldarazo. Unos años después, hice “El amor de mi vida”, que cantó Ricky Martin.
-Tuviste que volver a empezar varias veces en tu vida…
-Creo que sí. Cuando me afectó la alergia me angustié mucho porque yo nací con esta voz y me acompaña de toda la vida. En un momento empecé a darme cuenta que cantaba muy chiquito. Recuerdo que mi mamá me enseñaba las canciones que ella sabía, sobre todo spirituals; era descendiente de galeses y son muy musicales. De chiquito cantaba las canciones de Paul Anka, Los Beatles, y perder eso fue muy doloroso. No me interesaba el éxito, porque es algo que va y viene y yo estuve en contacto con el éxito desde el principio. No porque fuera exitoso, pero estaba cerca: metimos un éxito con Lechuga, después arreglé para Sergio Denis el disco con el que empezó a hacer grandes recitales, luego conocí a Gloria Gaynor. Estaba al lado y lo veía, sabía que es muy tortuoso el camino hacia arriba y hacia abajo caes muy rápido.
¿Con qué artista disfrutaste más trabajar?
-Hay uno con el que compartí una hora de grabación cuando todavía no era la gran estrella en la que se convirtió después. Me llamaron para grabar un jingle de una gaseosa de primera marca, en Nueva York. Éramos tres hombres y tres mujeres. Y de un lado yo tenía a Shawn Elliott, un puertorriqueño que cantaba muy bien, y del otro a Luther Vandross. Quizá no es tan conocido aquí, pero es una mega estrella. Cuando escuché a este muchacho no podía creer el tremendo cantante que tenía al lado. En ese momento estaba en los coros de Roberta Flack. Después ganó un Grammy detrás de otro con cada disco que sacaba, hasta que falleció. Era una mega estrella y yo tuve la fortuna de cantar un jingle al lado de él, en el mismo micrófono.
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