Drew Barrymore: una vida frente a las cámaras que casi termina en tragedia
"Ser famoso es como estar sentado en el asiento de atrás de un auto descapotable manejado por un grupo de cretinos", dice Candy Black, uno de los dos personajes que interpreta Drew Barrymore en Cambio de papeles, el film que ya está disponible en Netflix. En la comedia que intenta ser una sátira de los costados más oscuros de Hollywood, la actriz encarna a un famosa humorista consumida por su adicción al alcohol y las drogas y su hartazgo con la celebridad y a su doble, Paula, una aspirante a actriz que sueña con tener la carrera que la otra no ve la hora de abandonar.
"¿Saben qué se siente que el momento de tu vida que más querés ocultar sea visto por todos?", grita Candy en medio de un ataque de furia que tiene en un rodaje. Una pregunta retórica cuya respuesta Barrymore conoce tal vez mejor que nadie. Después de todo, ella lleva su vida entera frente a las cámaras y cada uno de sus tropiezos fue documentado con morbosa intromisión durante décadas.
Integrante de una de las familias más reconocidas de Hollywood, los Barrymore no solo son conocidos como actores -John, el abuelo de Drew, fue uno de los más destacados intérpretes shakespeareanos y estrella de cine en los años veinte y treinta que bebió hasta fallecer a los 60 años- sino también por sus excesos. Su hijo, el papá de la actriz, también era alcohólico: el primer recuerdo que tiene Drew de él es verlo tambalearse por la cocina para agarrar una botella de tequila y darle un empujón en el camino. Así lo relató la actriz en su autobiografía, Little Girl Lost (Pequeña niña perdida), que publicó en 1990, cuando tenía 14 años y más vida vivida que cualquier adulto con el triple de años.
Lo cierto es que la historia de la actriz de 45 años está repleta de precocidad y situaciones extraordinarias. Estuvo en un set aun antes de saber caminar o hablar, Barrymore tuvo su primer papel a los 9 meses en un comercial de comida para perros, a los 7, gracias a su rol en ET: el extraterrestre, dirigida por Steven Spielberg, su padrino, se transformó en la más rutilante estrella de la industria del cine. Una que podía promocionar la película como toda una profesional y hacer de la caída de sus dientes de leche una rutina cómica que hasta dejara perplejo a Johnny Carson, el más famoso conductor de la TV norteamericana de esos tiempos.
Ese carisma, su simpatía, fotogenia y la habilidad para moverse en el mundo de los adultos, le dio a la vida de Barrymore la velocidad de un auto de Fórmula 1 fuera de control. A los 9 años ya había fumado su primer cigarrillo y a los doce bebía cerveza, champaña y consumía cocaína mientras pasaba sus noches en locales nocturnos como Studio 54, en dónde bailaba sobre las mesas mientras Jack Nicholson y Madonna hacían sociales.
Famosa literalmente desde la cuna, Barrymore iba en camino de sumarse a la tradición familiar de morir joven y arruinada cuando a los 13 años ingresó en un centro de rehabilitación, el primero de varios intentos de superar sus adicciones. Una vez afuera, comenzó a escribir su biografía para dar algo de contexto a todas las tapas de revistas sensacionalistas que prácticamente la daban por pérdida, una víctima más del estrellato precoz. Sin embargo, en el transcurso de la escritura tuvo una recaída tan grave que su madre finalmente decidió ponerle un límite y la ingresó en una clínica psiquiátrica en donde pasó 18 meses.
"Era lo que necesitaba", contó hace unos años al borde de las lágrimas en el programa de radio de Howard Stern al recordar a aquella chica que, una vez dada de alta a los catorce años se emancipó legalmente de su padres, se fue a vivir sola y sin estudios, amigos ni ninguna habilidad práctica, decidió volver a lo conocido: los sets de filmación. El problema, claro, es que ya no tenía la edad para ser la heredera de Shirley Temple ni la confianza de los productores de que pudiera llevar adelante un rodaje sin volver a descarrilar.
Así, a comienzos de los noventa, a los 17 años, aceptó trabajar en películas como La venenosa y Sueños violentos en las que se mostraba como una adolescente en pleno despertar sexual, bien lejos de la imagen de su personaje de ET. Para confirmarlo posó desnuda para Playboy, una jugada que muchas actrices solían hacer en la madurez cuando los directores de casting dejaban de llamarlas para interpretar a la protagonista. Pero en el caso de Barrymore la madurez se había adelantado unas cuantas décadas y la estrategia tuvo éxito. De a poco Hollywood se acordó de su talento y los papeles empezaron a llegar.
Con personajes pequeños, pero significativos en films como Todos dicen te quiero de Woody Allen y la popular Scream, Barrymore reconstruyó su carrera al tiempo que su imagen pública resultaba en una adorable combinación de chica divertida y algo hippie que demostraba un gusto por la vida tan intenso como antes había sido su afición por las drogas.
Así, esquivando el destino trágico de otros niños estrella, la actriz encontró el género que más se prestaba a sus habilidades: la comedia romántica. Una versión más joven y cómica de otras reinas del género como Julia Roberts y Sandra Bullock, Barrymore tuvo al mejor socio en Adam Sandler con el que trabajó por primera vez en la fantástica La mejor de mis bodas, una oda a los años ochenta, una década que ella pasó casi por completo borracha. Sin embargo, su tierna sonrisa algo torcida le dio el impulso que necesitaba. De su fructífera sociedad luego llegarían Como si fuera la primera vez y la decepcionante Luna de miel en familia.
A esa comedia le seguirían una serie de éxitos como su versión de la Cenicienta y Jamás besada. Establecida como actriz taquillera por derecho propio, Barrymore tomó las riendas de su carrera, formó una compañía productora y puso en marcha la adaptación cinematográfica de Los ángeles de Charlie. Así, su fortuna y su poder en Hollywood crecieron considerablemente. Con el sello de autenticidad de los premios Globo de Oro y la nominación al Emmy por su papel en el telefilm Grey Gardens, Barrymore se transformó en una empresaria con intereses no solo en el mundo del cine sino también en la industria cosmética con una línea de maquillaje y más recientemente un programa de TV en el que debutó como conductora.
Con tres divorcios en su haber y dos hijas pequeñas de su matrimonio con el experto de arte Will Kopelman -del que se separó hace cinco años-, a las que mantiene fuera del ojo público y protege como "un doberman", según contó en una entrevista con la revista Allure, nadie conoce como ella los altibajos de Hollywood y los peligros de vivir bajo los reflectores. Por eso mismo nadie representa mejor la esperanza de superar los errores del pasado y un destino trágico que parecía fijado aun antes de su nacimiento. Y eso hace que el mundo festeje sus triunfos como si fueran propios. Como dijo su amiga Reese Witherspoon, primera invitada de su programa de TV, "todo el mundo ama verte triunfar porque todos somos a nuestro modo como aquella nena rota que alguna vez fuiste, tu éxito es, de alguna manera, el nuestro".
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