Su talento la convirtió en la primera intérprete afrodescendiente en ser nominada al Oscar como mejor actriz y llegó a probarse el traje de Cleopatra, pero el racismo pudo más y su sueño terminó en pesadilla
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En algún momento, la llamaron “la Marilyn negra”. Aquel apodo que hoy sería cuestionado con razón, tenía en aquel tiempo un sesgo revolucionario: por primera vez los medios estadounidenses comparaban a una actriz afrodescendiente con una diva caucásica. Y, aunque odiosa, la comparación tenía cierta lógica: al igual que Monroe, Dorothy Dandridge era dueña de una belleza impactante, con cierta cuota de fragilidad y una fuerza arrolladora a la hora de enfrentar las cámaras.
Hay muchos más puntos en común entre ambas: infancias complicadas, una seguidilla de hombres que no supieron valorarlas, una industria que las usó y las desechó, el deseo insatisfecho de ejercer la maternidad y una muerte trágica impregnada en misterio. Sin embargo, justamente, la principal diferencia entre ellas estaba a la vista. Dandrigde era negra y vivió gran parte de sus vida con el estigma de ser considerada inferior por la sociedad de su país, los Estados Unidos, solo por eso.
Su historia en el mundo del espectáculo comenzó prematuramente. Al poco tiempo de haber dado a luz a Dorothy, su segunda hija, Ruby Butler decidió que era hora de darle un giro a su vida. Armó las valijas, tomó a sus dos pequeñas en brazos y abandonó para siempre el hogar conyugal para nunca más volver. Atrás, dejaba su vida de ama de casa y esposa del ebanista y ministro bautista Cyril Dandridge. Por delante, la esperaba el sueño de convertirse en artista y un amor prohibido al que quería darle suelta, al menos, puertas adentro. No iba a resultarle sencillo, pero por primera vez estaba dispuesta a afrontar las consecuencias.
Recién comenzaban los años 20 y la segregación racial en los Estados Unidos era tan brutal como la persecución y la condena a aquellos con orientaciones sexuales diferentes. Y Ruby cumplía con todos los requisitos. Sin embargo, decidió quedarse en Cleveland, un lugar en el que ya era tan conocida como despreciada. Allí comenzó a actuar con más frecuencia en bares locales, pero claramente el dinero no alcanzaba. Entonces, apenas Vivian y la pequeña Dorothy comenzaron a dar sus primeros pasos, le pidió a su amante, Geneva Williams, que montara un show para ellas.
Niña prodigio, a fuerza de disciplina
Con una particular disciplina -que algunos biógrafos señalan como de extrema crueldad-, la mujer aprovechó la gracia de las dos niñas, las inició en el canto y el baile y creó el grupo The Wonder Children, con el que Dorothy y Vivian comenzaron a presentarse, todos los días sin descanso, por distintos parajes del sur del país, mientras su madre se quedaba en Cleveland montando sus propios espectáculos de variedades.
Esa fue la dinámica familiar durante cinco años: las niñas subiendo y bajando de los escenarios casi sin pisar las aulas, hasta que la Gran Depresión hizo que el trabajo prácticamente se agotara para todos los artistas que se presentaban en bares y locales nocturnos. Después de meditarlo unos meses, Ruby volvió a armar las valijas y, junto a sus dos hijas y su amante se instaló en Hollywood. Allí consiguió trabajo estable en una estación radial y comenzó una corta y olvidable carrera cinematográfica, con pequeños papeles de sirvienta de familias ricas y, claro, blancas.
En 1934, las Wonder Children suman a una nueva integrante, Etta Jones, una compañera de colegio de Vivian y Dorothy. Ahora se llamaban The Dandridge Sisters y, claramente, cada una de ellas tenía un talento especial: Etta cantaba como un ángel -y tendría luego una exitosa carrera como solista- Vivian manejaba el humor con maestría, pero era Dorothy quien acaparaba las miradas y los aplausos por su frescura y su aura angelada. Juntas se presentaron en todos los lugares en los que pudieron: desde iglesias en el sur del país, hasta exclusivos clubes de Los Ángeles, como Cotton Club, al que Francis Ford Coppola dedicaría una película años más tarde. En aquellos lugares se cruzaban con estrellas de la música como Louis Armstrong o Duke Ellington, pero tenían la expresa instrucción de no acercarse a los clientes blancos.
Paralelamente, el trío dio sus primeros pasos, en conjunto, en la pantalla grande. Dorothy tenía apenas 13 años cuando junto a su hermana y su amiga apareció en el corto de comedia Teacher’s Beau, de 1935. Luego llegarían The Big Broadcast of 1936 (1936), A Day at the Races con los Hermanos Marx y It Can’t Last Forever (1937) con los hermanos Jackson.
Un duro golpe y un renacer
Cuando dejaron de ser adolescentes, las integrantes del trío comenzaron a presentarse en solitario. Fue en una de sus shows en el Cotton donde conoció al bailarín Harold Nicholas. Tenía apenas 20 años y por más que su madre y su mentora -y madrastra- se opusieron a la relación, nada pudieron hacer. La pareja se casó a los pocos meses y realizó la fiesta en el mismo lugar en el que se habían conocido. Entre los invitados estaban la primera intérprete negra en ganar un Oscar como mejor actriz de reparto, Hattie McDaniel, su amiga Etta y el coreógrafo Nick Castle.
Durante aquellos años, la pantalla gigante acogió su belleza, siempre en films destinados a la población negra que, además, tenía sus propias salas porque no se les permitía acceder a los cines “para blancos”. La primera de las películas que filmó en solitario fue Four Shall Die (1940), en la que interpretó a una asesina. Todo indicaba que a partir de allí, su carrera cinematográfica iba a despegar, pero no: solo le ofrecían personajes de criada y esclava. En 1941, actuó junto a John Wayne en Lady from Luisiana y acompañó a Gene Tierney en Cuando muere el día, en ambos casos, con pequeños papeles.
Mientras luchaba contra los prejuicios raciales de la industria, veía como su sueño de tener una vida apacible, esa que su madre no había tenido, se desmoronaba. Al año de haberse casado, cuando estaba a punto de dar a luz por primera vez, su marido la obligó a quedarse en la casa de su hermana y se fue de juerga. A las pocas horas, comenzaron las contracciones, pero la actriz insistió en esperar a su esposo para concurrir a la cínica. Cuando llegaron, ya era demasiado tarde: la beba, a la que llamaron Harolyn, había sufrido graves problemas cerebrales.
La condición de la niña y los cuidados que necesitaba para sobrevivir la obligaron a tomar una dura determinación: internarla en una clínica especializada. A pesar de que toda su vida se sintió profundamente culpable por haber tomado aquella decisión y por lo ocurrido el día del nacimiento, mantuvo durante décadas su maternidad en secreto. Recién habló públicamente de Harolyn en una entrevista televisiva en 1963.
Un bikini y un amor
Seguir luchando por mantener un matrimonio que claramente no funcionaba, por los constantes destratos e infidelidades de su marido, ya no era una posibilidad. Dorothy dio por terminada la relación. No tuvo tiempo para deprimirse: mientras su vida personal se derrumbaba, su carera al fin comenzaba a tomar vuelo. Su incipiente romance con el músico Phil Moore la ayudaron a posicionarse como cantante y performer en los mejores clubes de Miami, Nueva York, Chicago, Las Vegas y en el Café de París en Londres.
En 1951 le llegó la propuesta de interpretar a Melmendi, la “reina” de una tribu africana que se convertía en aliada del hombre de la selva en Tarzán en peligro. A pesar de que el film estaba protagonizado por Lex Barler y Virginia Huston, los ojos del público y de la crítica se posaron en ella. Concretamente, en su vestuario. De hecho, los encargados de revisar que se respetara el “Código de producción cinematográfica” que establecía qué se podía mostrar y qué no, objetaron la “sexualidad contundente” del film y la ropa “provocativamente reveladora” de la actriz.
Y, como suele suceder desde tiempos inmemoriales, aquel hecho de censura se convirtió en publicidad. Inmediatamente, Dorothy se convirtió en la chica de portada de la icónica revista Ebony y consiguió un papel en Campeones de ébano. Luego llegaría la película musical Remains to Be Seen y su primer rol protagónico en Bright Road. Allí, personificó a Jane Richards, una joven maestra que asume el desafío de ayudar a uno de sus alumnos más conflictivos. Su partenaire fue Harry Belafonte, con quien conformaría una de las duplas más recordadas. La crítica fue unánime: los elogios a su actuación la convirtieron en una de las estrellas en ascenso con más proyección.
La cúspide de su carrera
Entonces, en 1954, llegó su rol consagratorio. 20th Century Fox la eligió para protagonizar la adaptación cinematográfica de del musical de Broadway Carmen Jones, versión moderna -e integramente interpretada por actores afrodescendientes- de la ópera Carmen de Georges Bizet. Allí volvió a compartir cartel con Belafonte, y también con Diahann Carroll.
A pesar de que el primer encuentro con el director, Otto Preminger, no fue del todo amigable, con el correr de los meses comenzaron un secreto romance. Él estaba casado y, además, era blanco. De aquella relación Dorothy se llevó un consejo que abrazaría para siempre: a partir de ese momento solo aceptaría roles protagónicos.
Carmen Jones fue un éxito y la actuación de Dandridge la llevó a un lugar impensado hasta este momento: se convirtió en la primera intérprete negra que apareció en la portada de la revista Life y en ser nominada al Oscar como mejor actriz principal. Sus cuatro competidoras, claro, eran blancas: Audrey Hepburn, Grace Kelly, Judy Garland y Jane Wyman. La estatuilla quedó en manos de quien luego se convertiría en una princesa de exportación.
El romance con Preminger duró cuatro años. En 1955, Dorothy quedó embarazada, pero el estudio la obligó a que se practicara un aborto. Es que después del éxito de Carmen Jones, Dandridge firmó un contrato con 20th Century Fox por tres películas; ya tenían en carpeta dos grandes proyectos para ella: las remakes de El ángel azul y Bajo dos banderas.
Ninguno de esos proyectos se concretó. Si Hollywood no supo qué hacer con una Marilyn Monroe rubia, mucho menos con Dandridge. Debido a su fama, a su nominación al Oscar y a su magnetismo en pantalla, Dorothy se había convertido en una referente de las jóvenes de color, pero, a la vez, el estudio dio marchas y contramarchas en su propósito de convertirla en la primera estrella afrodescendiente. Y, a decir verdad, no eran pocas las trabas que existían en aquel momento.
Justamente, una de esas trabas convirtió su regreso al cine, en 1957, en un escándalo. Dorothy participó, junto a otras grandes estrellas como Joan Fontaine, Joan Collins, James Mason, Stephen Boyd y Belafonte de la película Island in the Sun. Allí, interpretó a la empleada de una tienda que tiene un romance con un hombre blanco. El film mostraba un largo y apasionado abrazo entre los dos personajes que fue cuidadosamente revisado. Finalmente, los miembros del organismo encargado de velar por que se cumpla el Código de Producción Cinematográfico -también conocido como Código Hays-resolvieron que esa escena no infringía las reglas sobre relaciones interraciales, pero insistió en que intérpretes como Belafonte y Dandridge no debían “mezclarse” con colegas blancos.
Quizá para no seguir sujeta a ese código que regía en la industria cinematográfica estadounidense, Dandridge aceptó la propuesta de cruzar el océano y protagonizar el film franco-italiano Tamango (1958), junto al actor alemán Curd Jürgens. Lo que la sedujo de la propuesta fue el guion: la historia transcurría en el siglo XIX y retrataba la rebelión de un grupo de esclavos africanos mientras eran trasladados hacia Cuba en un barco de carga. En el film, Dandridge dio el único beso interracial de su carrera. Por aquel beso, la película tardó un año en estrenarse en los Estados Unidos.
Al año siguiente, volvió a ponerse a las órdenes de Preminger y protagonizó junto a Sidney Poitier, Diahann Carroll, Pearl Bailey y Sammy Davis Jr. Porgy y Bess, una adaptación de la ópera del legendario George Gershwin, ambientada en Carolina del Sur en 1912. Allí, Dorothy le prestó su cuerpo a Bess, una mujer que intenta desprenderse de las sombras de un pasado “impuro”, de su antiguo amante y de su proveedor de drogas. La película fue un éxito, y por su interpretación Dandridge fue nominada al Globo de Oro.
A finales de los años 50, la Century Fox atravesaba una de sus peores crisis financieras. Y entonces, sus ejecutivos decidieron apostar todas sus fichas a la realización de una remake de Cleopatra, el film de 1934 de Cecil B. De Mille que protagonizó Claudette Colbert. El plan era invertir en el rodaje unos 5 millones de dólares y que la filmación no durara más de dos meses. Esta vez, Hollywood parecía haber encontrado un papel a su medida, y sin dudarlo convocaron a Dorothy para que diera vida a la emperatriz egipcia. Ella por supuesto que aceptó. La acompañarían dos actores británicos: Peter Finch, como Julio César; y Stephen Boyd, como Marco Antonio.
El rodaje comenzó en Londres, a principios de 1960, bajo las órdenes de Rouben Mamoulian, pero nada salió como estaba previsto. En poco tiempo, se agotaron los cinco millones del presupuesto y la producción quedó paralizada. Un año después, el film finalmente se llevaría a cabo, con otro director, otro elenco y un resultado desastroso.
Aquel revés, quizá el más violento de su carrera, no fue el único que Dandridge sufrió por esos tiempos. Después de filmar en 1960 su última película, Málaga, la actriz vio como su popularidad caía en picada y se refugió en el alcohol y los antidepresivos. Sin lugar en la pantalla, volvió a presentarse en clubes para poder mantenerse.
En uno de los shows que brindó en Las Vegas, conoció a Jack Denison, encargado de un restaurant con fama de embaucador. Una vez más, decidió apostar por el amor y contrajo matrimonio casi de inmediato. Cuatro años más tarde, cuando ya se había divorciado, descubrió que la había estafado y que solo tenía deudas.
No le quedó otra opción que declararse en bancarrota, vender su mansión de Los Ángeles, mudarse a un modesto departamento y trasladar a su hija a una institución pública. Su psiquis no soportó este nuevo embate y nunca pudo recuperarse.
Su representante, Earl Mills, no se dio por vencido y consiguió que firmara un contrato para filmar en México. También arregló todo para que pudiera ingresar a una clínica de aquel país para enfrentar sus problemas de adicción.
En la tarde del 7 de septiembre de 1965, Dorothy llamó, desde su pequeño departamento ubicado en Los Ángeles a su excuñada Geraldine Branton. Le contó que tenía previsto volar al día siguiente a Nueva York para presentarse en el club Basin Street East. Parecía animada con respecto a su futuro y hasta llegó a cantarle “People”, el tema de Barbra Streisand, en medio de la conversación. Sin embargo, antes de colgar, se despidió con un mensaje extraño: “Pase lo que pase, sé que me vas a entender”.
Antes de viajar, Dandridge debía resolver un problema: cinco días atrás, se había caído y había sufrido una pequeña fractura en su tobillo. Tenía cita con el médico el 8 de septiembre bien temprano por la mañana para que le colocaran un yeso, pero minutos antes de la cita, llamó a su representante para que reprogramara el turno. Mills cumplió con su pedido y pasó a buscarla a las 10 para llevarla a la clínica.
Nadie abrió. En un principio, Mills creyó que estaba pasando por uno de “esos momentos” y no insistió. Cuando volvió, horas más tarde, se encontró con la misma falta de respuesta. Preocupado, forzó la puerta y encontró el cuerpo sin vida de la actriz tendido en el suelo del baño. Solo llevaba puesto un pañuelo azul cubriendo su cabellera y una dosis de su perfume favorito. Tenía tan solo 42 años.
El parte oficial de la oficina forense de Los Ángeles concluyó que su muerte se debió a una embolia grasa originada por la fractura de su pie. Un instituto de patología, sin embargo, indicó que Dandridge falleció a causa de una muerte por sobredosis accidental de antidepresivos.
Su legado
Pero más allá de las distintas versiones sobre su muerte, hay algo que nadie pone en duda: Dorothy Dandridge marcó un antes y un después para las actrices negras y para las jóvenes de su época, que encontraron en ella un referente que no se ajustaba a lo que la sociedad blanca esperaba de ellas sino más bien a lo que ellas querían para sus vidas.
En 1999, Halle Berry produjo y protagonizó Introducing Dorothy Dandridge, un film para HBO basado en la vida de la actriz. Una de las escenas más recordadas, desprendida de varias biografías, muestra a la perfección los contrastes de su vida. Contratada para actuar en un hotel de cinco estrellas, se convirtió en la primera mujer negra en ser hospedada en el establecimiento. Sin embargo, cuando decidió bajar a la piscina, un encargado se acercó a ella para decirle que tenía prohibido nadar allí por su color de piel.
La leyenda indica que Dorothy lo miró fijamente mientras metía la punta de su pie en el agua y comenzó a salpicarlo. Le dijo que, justamente la gente blanca como él era la que no era digna de nadar allí. Horas más tarde, la piscina fue vaciada y desinfectada.
Por su interpretación, Berry gano el Emmy, un Globo de Oro y el premio del Sindicato de Actores de Cine. Años más tarde, cuando se alzó con el Oscar a la mejor actriz por Cambio de vida, en 2002, mencionó a su colega a la hora de su discurso de agradecimiento. Entre lágrimas, la primera actriz negra en ganar en aquella categoría, indicó: “Este momento es para Dorothy Dandridge, Lena Horne, Diahann Carroll... Y es para cada mujer de color sin nombre y sin rostro que ahora tienen una oportunidad porque esta puerta se ha abierto esta noche”.
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