Después de muchos años de vivir en el país, al que vuelve regularmente, la actriz se mudó a José Ignacio gracias a su íntima amiga China Zorrilla; desde allí habló con LA NACION sobre su carrera y su trabajo en El conformista de Bertolucci, que mañana vuelve a las salas con una copia remasterizada
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Antes de que su filmografía oscilara entre el cine de autor y las producciones espectaculares, la labor del italiano Bernardo Bertolucci ya había alcanzado el reconocimiento con La estrategia de la araña, para lo cual se basó en un relato de Borges, aunque para muchos El conformista, su película inmediatamente posterior, sigue siendo su gran obra maestra. Ambientada en la Italia de 1938, en ella un funcionario estatal se une al fascismo y recibe como encargo la peligrosa misión de viajar a París para asesinar a un antiguo profesor suyo que es, además, una figura influyente del pensamiento de izquierda. Pero ese encuentro será también el momento en que conozca a la esposa del profesor, quien hace tambalear la construcción del deseo reprimido. Aunque toque temas recurrentes del realizador italiano como la política, el pasado y la traición, el trabajo expone la honda mirada de Alberto Moravia -sobre cuyo libro se basó el film- para dar una sagaz reflexión sobre la condición humana. Se valió de un notable elenco encabezado por Jean-Louis Trintignant y dos grandes musas del cine de los años 70 como Stefania Sandrelli y Dominique Sanda. “Stefania todavía está, pero los demás se fueron casi todos, entonces somos los testigos de esos momentos gloriosos del pasado”, confirma Dominique Sanda en diálogo exclusivo con LA NACION cuando en la Argentina tiene lugar el reestreno de El conformista en su versión restaurada en 4K.
–¿Cómo recuerda El conformista a más de cinco décadas de su estreno?
–Tenía 18 años cuando filmamos con Bernardo. Era mi tercera película, mi tercer papel. Recuerdo muchísimas cosas porque fue uno de los momentos mágicos del cine también porque Bertolucci era muy joven, tenía diez años más que yo. Estaba todo fresco y el futuro estaba adelante, todo estaba por hacerse. No tenía el peso todavía del éxito de Último tango en París. Además filmar con el gran Trintignant era un verdadero placer porque yo era todavía muy joven, tímida, poco segura de mí y, si bien eso está en mi naturaleza, Bernardo tenía el talento de animarme a hacer cosas que nunca había hecho con un personaje muy lindo, que representa la libertad.
–¿Cómo fue el trabajo en el set de filmación considerando la gran puesta en escena de la película?
–Filmamos en París. Ellos vinieron, después yo fui a Roma: Roma es “amor” si das vuelta las letras. Stefania tenía mucha más experiencia que yo porque había comenzado muy joven y además la gente de cine era muy respetuosa y los días de filmación eran una ceremonia, como entrar a la Chiesa. Bernardo era un gran creador de atmósferas: no teníamos que hablar mucho porque lo percibía intuitivamente. Yo sentía que él quería mucho que interpretara ese personaje, entonces eso a mí me bastaba. La luz de Vittorio Storaro y todos los ambientes y hasta los objetos eran elegidos con un criterio arquitectónico; Bernardo era hijo de un poeta y había heredado esa sutileza. Después se perdió un poco con la política, pero eso vino después (ríe).
–Si consideramos que las grandes obras nos interpelan siempre. ¿Qué sucede con El conformista hoy?
–Es un personaje que va a existir siempre y creo que en este momento el mundo esta lleno de estos personajes siniestros. El conformista que cambia de cara según quien está en el poder. De eso la Argentina está llena, no solamente la Argentina, pero está llena la Argentina…
Radicada hace unos años en la uruguaya José Ignacio, es inevitable preguntarle a la actriz si esa realidad social tan complicada de la Argentina tuvo que ver en la decisión de radicarse en la vecina orilla. “Fue por mi amistad con China Zorrilla, a quien encontré en la Patagonia en 1988 cuando rodamos con Edgardo Cozarinsky Guerreros y cautivas. Allí nació una amistad con China que duró toda la vida y ella me hablaba del Uruguay, especialmente de su padre y de su abuelo, y sembró una semilla en mi mundo de sueños de conocer Uruguay. En 2001 llegué aquí por primera vez y era un país que quería conocer y como adoro la naturaleza, no amo vivir en las ciudades, adoro escuchar los pájaros, el viento, ver los cambios de luz, la soledad, tener animales”, dice Dominique desde la inmensidad de sus ojos claros que se iluminan con el recuerdo de infancia en las playas francesas de Bordeaux, en Arcachon, que sintió reencontrar al llegar a las costas esteñas. Sigue teniendo ese perfil de “ciudadana del mundo” que la trajo a Buenos Aires para filmar con Saula Benavente, Karakol, o viajar a Transilvania para culminar un rodaje de la última película de Edoardo Winspeare. “Uruguay me permite tener un poco de paz”.
–¿Y Buenos Aires?
–Me parece terrible, estuve hace tres semanas.
–¿Por qué?
–La pasé muy mal. Me pareció terrible cuando vi que mataron a un hombre joven de 42 años a pocos pasos de donde vivo para robarle el celular. Esas cosas no las puedo digerir porque eso significa tantas cosas que no van. La Argentina no es el país del que me enamoré cuando vine en 1988, no lo reconozco. Me da miedo y no me dan ganas de salir e ir a los extraordinarios parques de la ciudad. Además, cuando busco la dirección de un taller o de alguien que tenía un local interesante no están más, quebraron mentalmente, económicamente o ambas. No encontrás más los negocios lindos que representaban una París del pasado, cerraron y casi no queda nada. Todo esto no hace de Buenos Aires una ciudad atractiva para mí, entonces prefiero estar comulgando con la naturaleza.
“Soy creyente a mi manera”
Otra vez aparece en Dominique Sanda, la actriz de Bresson, Bertolucci, de Sica, Visconti y Bolognini la imagen de la niña en la naturaleza. Precisamente ella, rostro cercano a la sofisticación de las grandes divas. ¿Por qué no fue geóloga, botánica o veterinaria? “Mi naturaleza es la de un artista entonces puedo hacer arte en cualquier forma, de hecho acá tengo un taller de escultura y hago cerámica. Cuando era joven tenía una personalidad independiente y en la búsqueda de comprenderlo todo. Mis padres me adoraban cuando era chica pero yo me proyectaba en mi propia vida y era bastante rebelde. Creo que eso atrajo al primer director con el que trabajé que fue Robert Bresson que había elegido una obra de Dostoievski con un personaje que se me parecía muchísimo para Una mujer dulce, aunque siempre decía que me había elegido por mi voz al teléfono. En paralelo había empezado un trabajo como modelo para ganar mi dinero y ser independiente. Bresson, como siempre en la vida, fue una circunstancia mágica. Se abrió un camino con él, una persona extraordinaria, realmente un maestro. Era muy creyente y yo venía de una familia creyente y también lo soy, a mi manera. Tropecé con ese señor tan místico que miraba a los personajes que elegía para sus historias con un amor divino. Fue la mejor medicina que recibí en mi vida. Me gustaba verme en películas buenas porque eran realmente buenas y esos directores generalmente no tenían una segunda opción, era Dominique”. recuerda.
–Después de El conformista se reunió con Bertolucci en Novecento: ¿qué diferencia podemos encontrar entre esos dos Bertolucci, considerando que ya con esta película era un director internacional?
–Hubo muchísimos cambios en Bernardo debido, creo, al éxito de Último tango en París. Él quería al inicio que yo fuera la protagonista porque había escrito la historia para mí y Trintignant. La vida quiso que no fuera así, por suerte, pero eso no quita que el film tuvo un éxito fenomenal aunque basado en el escándalo, que a mí no me gusta y no me interesa para nada. Bernardo tenía a los norteamericanos en el bolsillo y me parece que a ellos no les gustó mucho lo que hizo con Novecento, porque usó el film para hacer una especie de panfleto comunista y los norteamericanos no esperaban eso. El primer guion, que yo leí, era muy distinto y por ejemplo, mi personaje, tenía mucho más espacio a lo largo de la película.
Entonces Dominique mira al horizonte y su prodigiosa memoria, la misma con la cual encarnó los universos de Ibsen, Wilde o Shakespeare, entre otros clásicos de la escena teatral, revisita el guion original de Novecento que no llegó a filmarse: “Ada se enamoraba de Olmo y ellos se iban a Francia donde los encontraban en la frontera y ella volvía a su casa para estar con su marido durante el juicio. Bernardo cambió tutto a lo largo de la filmación pero yo me daba cuenta de todo. En aquel tiempo el se enamoró de una mujer que lo manipulaba muchísimo. Y más o menos, todo fue reescrito. Se cambiaron unas escenas y se decidieron otras que para mí no eran del mejor gusto. Bernardo había perdido la relación con los actores que tenía en Il Conformista, donde no dejaba de mirarnos. En Novecento no: después de rodar miraba a la mujer, que le decía si o no. Era raro, pero yo pensaba: ‘Si es así tengo que hacer lo mejor posible cada vez que aparezco para que cada aparición no se pueda olvidar y dejar un rastro pese a que te corten’. Mucha gente me pregunta por qué desaparece Ada de la acción pero las escenas que quedaron como la historia de amor con Alfredo, la escena del caballo y la del casamiento donde los fascistas matan a ese chico fueron muy inspiradas por un gran Bertolucci”, asevera.
–Su trayectoria se inicia durante el auge de las escuelas actorales pero no eligió ese camino…
–Exactamente. Eso también me daba una sensación de inseguridad. Yo estaba en una escuela de monjas, me enfrenté con la madre superiora pero no volví más y eso fue todo porque para mí: las clases de actuación fueron mis directores, que además fueron una escuela de vida. Pero era un poco singular en aquel tiempo porque todos los actores iban a las escuelas a probar si podían serlo. Pero yo tengo mucho carácter, soy una mujer dulce también pero tengo carácter.
–Y desde ese lugar de figuras fuertes trabajó con tres de las directoras fundamentales del feminismo como Liliana Cavani, Lina Wertmüller y nuestra María Luisa Bemberg…
–Hicimos dos películas con Lina Wertmüller. La segunda fue más una participación Una noche de claro de luna, pero no puedo olvidar Il decimo clandestino. Lina tenía una sensibilidad magnífica. Liliana me quería para Portero de noche, pero leí el guion y no me gustaba: era demasiado malsano, muy fuerte y me fui a hacer una película de ciencia ficción sobre el fin del mundo en Hollywood, Callejón infernal, y un día me dije: “¿Qué estoy haciendo acá?”, y después pude hacer con ella Más allá del bien y del mal. A María Luisa la extraño muchísimo, éramos muy amigas, y en Yo, la peor de todas quería ser Sor Juana, no la virreina, pero ella quería una actriz con el pelo oscuro y no me veía en ese papel. Yo tenía una gran atracción con la Argentina y siempre me acuerdo en la Patagonia rezando y repitiendo “Ojalá no sea la única vez que venga acá”, y volví, volví muchas veces hasta que me quedé. Cuando deseas algo muy fuerte, se cumple.
Hacer una lista de famosos actores que compartieron cartel con Dominique es una tarea casi imposible. La breve enumeración anota a Maximilian Schell; Helmut Berger; Alan Bates; Paul Newman; Max von Sydow; Robert De Niro, Gérard Depardieu, Burt Lancaster, Anthony Quinn. Incluso Jan-Michael Vincent y George Peppard, pasando por Erland Josephson y Klaus Kinski para citar también a Charles Bronson. Resulta imposible resumir dichas experiencias en una conversación pero Sanda elige a tres actores de esos estelares elencos para un imaginario reconocimiento al “mejor compañero”: “Los primeros que vinieron a mi mente fueron Anthony Quinn y Jean-Louis Trintignant. Y Erland Josephson es el tercero, pero podría ser el primero: un hombre tan humilde, tan generoso, divertidísimo. Jean-Louis también, en su mejor momento, aunque durante el rodaje de El conformista él y su mujer perdieron una niña de nueve meses, pese a todo ese dolor fue muy compañero. Anthony Quinn era una fuerza de la naturaleza, muy buen mozo, muy seductor y me ayudó muchísimo porque era un rodaje muy largo. A Bolognini le encantaba filmar, filmar y filmar para tener material luego para elegir en el montaje. Le daría una estrella a cada uno”, dice la actriz que nació como Dominique Marie-Françoise Renée Varaigne en París, vive en José Ignacio y es amada en la Argentina.
“Yo no me miro, no me quiero mirar”
–Y además La herencia de los Ferramonti, de Bolognini, le dio el premio en Cannes…
–Sí, pero no lo recibí. Estaba el film de Bernardo, Novecento, fuera de competencia y el de Bolognini en competencia pero como tenía que estar filmado en Hollywood me fui antes de la ceremonia de premios. Aparte me parecía raro tener que quedarme todo el festival “en caso de que…”
–¿Pensaba que no iba a ganar?
–Yo no pensaba. No pienso en estas cosas, me lo prohíbo (lanza una sonora carcajada).
–¿Qué motiva a Dominique Sanda por seguir haciendo cine luego de trabajar con de Sica, con Visconti y con tantos nombres legendarios?
–Cada personaje que me proponen es el derecho de no renunciar a ser filmada a pesar de la edad, porque creo que es importante mostrar la belleza en todas sus edades. Vivimos en un mundo donde solo hay lugar para lo que es falso: rehacer la boca, rehacer la cola, rehacer, rehacer. Vivimos en un mundo completamente irreal. Yo sé que la calidad de la fotografía y del celuloide ya no están, pero yo no me miro. No me quiero mirar. Trabajé con actrices extraordinarias como Danielle Darrieux, que hacía de mi madre en la película de Jacques Demy, Una habitación en la ciudad (1982) y la encontraba bellísima, extraordinaria, con una manera tan elegante de moverse. Un día le dije: “¿Vas a ver a veces lo que filmamos?” y me respondió: “No. De ninguna manera, yo era tan bella que verme así ahora no: no quiero sufrir”. Pero le gustaba trabajar, encontrarse en el set. Para mí es muy buena actitud y además no tenía cirugías estéticas, aunque también la gran inteligencia de no ir a verse en el espejo. Pero tenía la felicidad de estar compartiendo con un grupo lindo de gente que la quería. Es una buena filosofía y yo siempre dejo la puerta abierta porque siempre algo bueno queda en el cine.
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