Una figura que dejó una huella imborrable tanto en la pantalla como sobre los escenarios y que solía contar grandes anécdotas de su vida; radiografía de una mujer diferente querida por todos
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“Me están haciendo un montón de homenajes, que tienen un olor a despedida”. China Zorrilla sabía que el final no estaba muy lejos, pero se divertía como loca en su unipersonal Había una vez, en el que reconstruía su vida, repasaba hitos sobresalientes de la cultura rioplatense y, sobre todo, relataba mil y una anécdotas que la tenían como protagonista, algunas de ellas de dudosa veracidad, pero que daban tantas ganas de escuchar. Las contaba como nadie.
Se cumplen diez años de la partida de Concepción Matilde Zorrilla de San Martín Muñoz del Campo. La uruguaya más argentina, la argentina más uruguaya. La señora actriz del Río de la Plata que se ganó la admiración y el afecto del público de ambos países. En una orilla y en la otra la sentían propia. Y no se equivocaban. Aún hoy sucede.
“Adorno un poco lo que cuento, pero eso no es pecado”, solía decir la mujer que se despidió de la escena con la obra Las d´enfrente, de Federico Mertens, bajo la dirección de Santiago Doria, en una puesta semimontada que no le exigía memoria, sino apelar a su carisma a partir de la lectura interpretada. La platea la reverenciaba. Y eso era un valor que iba más allá de la admiración y la ovación de pie que tampoco le eran esquivas.
Creció en el seno de una familia tradicional, pero, en el fondo, “La China” -como todos la llamaban- era una bohemia hippie empedernida que jamás hizo alardes de su cuna privilegiada.
“Era jovencita y, cuando con mis hermanas nos íbamos a bailar, veía a mi madre y a mis tías quedarse en casa tomando té; me parecía una vida de lo más aburrida. Hoy observo a mis sobrinas salir tarde de noche y pienso en el sacrificio de trasnochar con frío, mientras yo tengo la suerte de saborear un rico té leyendo abrigada en la cama”. Así era ella.
Siempre el balance del vaso medio lleno para entender cada momento de su vida. Nunca se peleó con el paso del tiempo. Ni siquiera con la muerte. Sabía que jamás partiría del todo, que ya se había ganado un lugar en la galería de los ilustres.
El 17 de septiembre de 2014, China Zorrilla murió en la ciudad de Montevideo, el mismo terruño donde había nacido 92 años atrás. Hace una década, el inabarcable río color marrón se ensombreció aún más. Si hasta parecía teñido de negro. Esas mismas aguas que pronto serán surcadas por un barco eléctrico, el primero en el fin del mundo, que llevará su nombre. Ya, mucho antes, el teatro Alianza de Montevideo le dedicó una de sus salas.
Fue local tanto en la Avenida 18 de Julio de su Montevideo natal como en la cosmopolita Calle Corrientes porteña.
¿Será verdad?
A diez años de su partida sería una calamidad hablar de tal cuestión desde el vamos. Se horrorizaría ante una semblanza que priorizara tal aniversario. Justo con ella que hizo de la vida una fiesta y que cada fiesta fue una celebración de su vida. Se reía de todo, o casi todo, y desacralizaba lo que muchos ubicaban en el pedestal sacrosanto de la formalidad. Se reía de ella misma y de todo lo que le sucedía. Se sabía ciudadana del mundo y sus cuentos podían transcurrir en el fin del mundo o en un ombligo urbano como Nueva York.
Nada importaba menos que la veracidad de lo que contaba. Solo había que dejarse llevar en ese acontecimiento ficcional en el que se convertían sus cuentos. Cuando “La China” decía, recuperando la tradición de la narración oral, todos escuchaban con tanto embelesamiento como complicidad. Y le celebraban cada una de sus ocurrencias que ella misma repetía una y otra vez, a veces con bocadillos agregados o finales distorsionados. “¿Ya se los conté?”
Alguna vez, la actriz relató que, visitando de casualidad una fiesta en Bariloche, junto a su amigo y compatriota Carlos Perciavalle, vio en una de las mesas del gran salón disfrutar de la velada nada menos que a Adolf Hitler y a su amante Eva Braun. El cómico también dio cuenta de la experiencia escalofriante supuestamente acontecida en un hotel cinco estrellas que abrazaba la orilla del Nahuel Huapi. Carlos Perciavalle fue un compañero de correrías que celaba a Guma, la hermana mayor y vestuarista de la Zorrilla.
Lejos de ese encuentro con uno de los personajes más funestos y crueles de la historia del mundo, Zorrilla también contaba que, en concordancia con las horas previas a la Nochebuena, solía llevar con su automóvil a personas que esperaban en las paradas de los colectivos. “Me daba mucha pena pensar que llegarían tarde a la mesa de Navidad”, reflexionaba.
Alguna vez, un taxista le contó que se encontraba muy endeudado y ella no dudó en darle los treinta y siete mil dólares que había ganado en el juicio por un choque en la vía pública. Según se dijo, con los años, él muchacho le devolvió el dinero.
Y si algunos de sus relatos parecían de ficción, acaso su paso televisivo más apoteótico se dio cuando, invitada al programa Almorzando con Mirtha Legrand, le sonó el teléfono celular en vivo. Lejos de incomodarse, no dudó en atenderlo y comenzar a conversar ante la atónita mirada de la anfitriona. Así era, tan irreverente y despistada como culta y de modos elegantes.
Eva y Adán
En la canción de la obra El diario privado de Adán y Eva, de Mark Twain, el orden de los personajes está invertido. Un buen guiño para darle prioridad a la dama. La obra fue uno de los éxitos de China Zorrilla y Carlos Perciavalle, con personajes que parecían hechos a su medida.
Allí aparecía la manzana, el pecado original y las chicanas entre la mujer y el varón. “No tenían nada, eso es libertad”, entonaba la señora de la escena en la canción final del bellísimo espectáculo donde tanto ella como él no solo se mostraban como espléndidos comediantes, sino que lucían de lo más “paquetes”.
Asignatura ¿pendiente?
Si Eva hizo de las suyas, vale decir que “La Zorrilla” no tuvo hijos biológicos y jamás se casó, pero, según ha confesado, amores no le han faltado.
Uno de ellos habría sido el aristócrata charrúa Juan Alberto “Poro” Capurro Fonseca, de quien se habría enamorado en 1945 y que se transformó en un vínculo imposible porque tanto el jovencito como su familia no veían con buenos ojos la vida artística de la damita enamorada. Casi una regresión a aquellos siglos donde los actores no podían moverse en cualquier espacio y no se les admitía ser enterrados en el Camposanto.
Luego se enamoró de otro joven muy buenmozo, según contó alguna vez, pero la desgracia se cruzó en su camino y el hombre murió prematuramente. En Nueva York, una de sus ciudades favoritas, conoció al comediante Danny Kaye, quien quedó rendido a sus pies.
Con cautela, la actriz prefería no ahondar en estos temas, acaso su único reservorio de privacidad total. ¿Sería un dolor insondable?
“Su” amiga
China Zorrilla fue muy amiga de sus amigos. Le encantaban las tertulias bien servidas y regadas. Se llevaba de maravillas con sus colegas artistas y disfrutaba de esas reuniones para contar anécdotas de teatro; pero también se movía como pez en el agua cuando se trataba de eventos sociales generados en los cenáculos más conspicuos de la alcurnia social de Buenos Aires y Montevideo.
En su tierra de nacimiento trabó amistad con el actor, dramaturgo y director Taco Larreta y se vinculó con la españolísima Margarita Xirgu. El director Mario Morgan fue otro de sus enormes amigos.
En Buenos Aires, Soledad Silveyra y Luis Brandoni formaron su “mesa chica”, al igual que la escritora Victoria Ocampo, pero fue en 1971 cuando, recién llegada al país -exiliada de Uruguay- trabó amistad con una joven modelo que debutaba como actriz: Susana Giménez.
Durante la temporada 1971, Ana María Campoy debió abandonar el protagónico de la obra Las mariposas son libres debido a un compromiso laboral que debía cumplir en el exterior. Fue la propia actriz quien sugirió el nombre Zorrilla para su reemplazo. “Es la actriz más prestigiosa de Uruguay”, le dijo a Susana.
El “idilio” fue inmediato. En cuanto China cruzó el foyer del teatro Astral de Buenos Aires, donde se desarrollaba la obra, y conoció a Susana Giménez, la amistad entre ambas no se hizo esperar. Aquella pieza también las llevó a compartir un verano en Mar del Plata.
A tal punto la diva la admiraba que le encargó a Zorrilla la escritura de las letras de las canciones de los musicales La mujer del año, Sugar y La inhundible Molly Brown.
También China lo hizo con varias de las canciones que Susana interpretó en su show televisivo. “Que vida, movida, mi vida”, cantó “Su” en una de sus aperturas, bien radiografiada por la uruguaya.
Cuando la actriz partió físicamente, Susana no dudó en homenajearla en su show frente a cámaras, rompiendo con el clima festivo que siempre caracterizó al ciclo que regresará a la pantalla de Telefe el próximo domingo.
A la medida de...
China Zorrilla transitó los grandes textos del teatro universal y no lo hizo solo en Montevideo y Buenos Aires, su voz de tonada propia, ese decir tan singular, también sedujo a las plateas de París y Londres. En esta última ciudad fue becada por el British Council para estudiar en la Royal Academy of Dramatic Art.
Clásicos del acervo español como La Celestina, de Fernando de Rojas, y Bodas de sangre, de Federico García Lorca; Sueño de una noche de verano y Romeo y Julieta de William Shakespeare; El soldado de chocolate de George Bernard Shaw; Madre coraje de Bertolt Brecht; La gaviota de Anton Chejov. La enunciación de obras de su repertorio podría abarcar páginas enteras.
De tan irreverente, cuando pisó la escena neoyorkina no lo hizo con un texto local, llevó Canciones para mirar, un espectáculo musical con textos de María Elena Walsh. Jugó de local en la Comedia Nacional de tanto prestigio y en el teatro El Galpón, aún hoy un reservorio de lo más interesante de la escena local montevideana.
Y si los clásicos del drama fueron una acertada jugada de su repertorio -como olvidar El camino a la Meca dirigida por Santiago Doria, junto a Thelma Biral y Juan Carlos Dual- también la comedia encontró en ella no sólo a una gran actriz, sino a una directora exquisita que supo llevar adelante textos monumentales como el vodevil La pulga en la oreja de George Feydeau, con un elenco coral y estelar encabezado por Carlos Andrés Calvo, Claudia Lapacó, Soledad Silveyra y Gianni Lunadei.
Una margarita llamada de Mercedes, de Jacobo Langsner, y Emily, sobre la poeta norteamericana Emily Dickinson, escrita por William Luce, fueron títulos que representó durante años. Al igual que su recreación de Victoria Ocampo en Eva y Victoria de Mónica Ottino.
Ni la televisión ni el cine le fueron esquivos. Los medios audiovisuales también le permitieron desplegar su paleta de colores variopinta, expandida. Alejandro Doria la convocó para programas unitarios como Atreverse y, en la usina Polka no se privó de hacer Mujeres asesinas, por solo nombrar algunos títulos.
En cine, fue dirigida por Leopoldo Torre Nilsson (La Maffia); Luis Puenzo (La Peste); María Luisa Bemberg (Señora de nadie); Alejandro Doria (Darse cuenta, Esperando la carroza); Marcos Carnevale (Elsa y Fred, Tocar el cielo); Oscar Barney Finn (Contar hasta diez, Cuatro caras para victoria); Raúl de la Torre (Heroína, Pubis angelical, Pobre mariposa); Edgardo Cozarinsky (Guerreros y cautivas); Adolfo Aristarain (Últimos días de la víctima); Carlos Gallettini (Besos en la frente); Manuel Antín (La invitación).
En Besos en la frente se enamoraba de un joven Leo Sbaraglia y en Elsa y Fred el amor de la madurez le era correspondido por el actor Manuel Alexandre. En ambas estuvo conmovedora.
Yo hago puchero…
No se puede circunscribir a un título la notable trayectoria de China Zorrilla, pero el personaje de Elvira, que interpretó en el film Esperando la carroza, dirigido por Alejandro Doria, fue una de esas creaciones que trascienden épocas, grupos etarios y capas sociales.
Esa mujer de clase media, hipócrita, chusma y de tilinguerías aspiracionales se convirtió en uno de esos personajes que pasan a la historia. La frase “yo hago puchero, ella hace puchero, yo hago ravioles, ella hace ravioles” quedó grabada para la posteridad, seguramente porque sintetiza el ADN de esa criatura de ficción que reverbera feroz y espeja aquello que no se quiere ser, aunque muchas veces se es.
En vida
Ahora sí es momento de pensar en eso que se llama “biografía”. Perdón China por el formalismo, pero no se puede suprimir hacer mención a ese padre inspirado, el reconocido artista plástico José Luis Zorrilla de San Martín, autor de monumentos emplazados en Montevideo y Buenos Aires; como era discípulo de Antoine Bourdelle, el patriarca familiar mudó durante un tiempo a toda su familia a París. La argentina Guma Muñoz del Campo fue su madre, una mujer exquisita.
Su abuelo paterno fue el poeta Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931), quien también se desempeñó como ministro plenipotenciario del Uruguay en la corte del rey español Alfonso XIII y designado entre los mandatarios sudamericanos para representarlos en Cádiz, en los actos por los 400 años del Descubrimiento de América.
“La China” tuvo decenas de premios y condecoraciones que no ocultaba, pero con los que no alardeaba. Caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor; Caballero de las Artes y las Letras, Ciudadano Ilustre de Montevideo, Ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, fueron algunos de los reconocimientos que recibió.
También ganó los premios Konex y Martín Fierro, el Cóndor del cine, y estatuillas en festivales internacionales como los de La Habana y Moscú.
En 2012, cuando la mujer, nacida el 14 de marzo de 1922, de imprescindibles pañuelos al cuello cumplió 90 años, cantó las hurras y se retiró del mundo artístico y de la vida pública. Dos años después padeció una neumonía que no pudo superar. ¿Es necesario hablar sobre eso? Tratándose de “La China” es solo una anécdota. Quizás otro de sus cuentos adornados.
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