A los 5 años acompañó a su hermana a hacer un casting para una publicidad, pero lo eligieron a él y así marcaron su destino. Tres años después, la popularidad le llegó de la mano de un personaje de Chiquititas que se ganó el corazón de chicos y grandes, Corcho. Desde entonces, Diego Mesaglio sólo paró de trabajar durante tres años, por culpa de un accidente doméstico que le provocó la pérdida de la visión del ojo izquierdo. Superó una depresión y volvió a la tele con Un gallo para Esculapio, que le devolvió la autoestima. Hoy, mientras espera un trasplante de córnea, rememora su trabajo en Floricienta, que Telefe repite con gran éxito. De todo esto y mucho más, habló con LA NACION.
-¿Qué recuerdos tenés de Floricienta?
-Cuando volví a ver Floricienta me acordé de muchas cosas que pasaron en ese momento. Me llegaron cientos y cientos de mensajes y pensé: "¡Qué loco, pasaron 16 años y sigue teniendo esta repercusión!". Es algo asombroso. Todos son mensajes de cariño, dicen que se hizo esperar porque la anunciaron hace meses y agradecen estos productos ahora que se necesita distracción, porque los que todavía respetan la cuarentena y están en casa. Otros me decían que ven el programa con su hijo. Es loco pensar en juntar generaciones. Tenía 20 años y recuerdo que fue hermoso porque al producto le iba bien y había una enorme cuota de alegría y bienestar. Hacía muchos años ya que trabajaba con Cris (Morena) y conocía a todos, desde los actores hasta los técnicos, los estudios. Era como estar con tu familia. La pasaba genial, me divertí mucho. Floricienta me recuerda eso y las ganas de volver a hacer una tira diaria.
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-Empezaste de muy chico a trabajar en televisión y la gente acompañó tu crecimiento.
-Arranqué a los 5 años en una publicidad. En realidad acompañé a mi hermana a un casting y terminé quedando yo. Empezó todo como un juego. En esa época no había muchos chicos en la tele así que me llamaban de todos lados, hice muchos capítulos de Sin condena, Poliladron, El club de los baby sitter. Y en 1995 entré en Chiquititas y fue un gran disparador. También hice una película con Daniel Kuzniecka, Amigo mío. Paré un año en el que filmé la película Matar a Videla y aproveché para terminar el secundario e ir de viaje de egresados con mis amigos y disfrutar de todo eso. No me arrepiento de haber dicho que "no" a algún proyecto porque fue una decisión maravillosa.
- Si no te hubieran elegido en esa publicidad, ¿qué hubieras hecho de tu vida?
-Soy un buscavidas. En este momento vendo antigüedades en @outletgarageok y mi papá hace parrillas artesanales y se las comercializo en @todoparrillasok. Me gusta hacer de todo, pero creo que hubiera probado en el deporte porque me gustaba mucho el fútbol y jugaba bien. Quizá hubiera podido ser profesional y hasta me lo ofrecieron alguna vez. Después, con la exigencia del trabajo, tuve que elegir, pero no me arrepiento en absoluto de las decisiones que tomé. Haciendo Rebelde way ayudaba a mi papá, que también hace de todo, a hacer trabajos de albañilería. Estábamos en una casa poniendo un piso y la gente pasaba y me miraba como diciendo: "Mirá al pibe de la tele colocando un piso". Y mientras grababa también he manejado un remís, la gente me miraba extrañada y era muy gracioso. En la casa hago de todo; hace poco piqué una pared para dejar el ladrillo a la vista y quedó muy bien. No puedo hacer una instalación eléctrica porque no estoy capacitado, pero mientras esté a mi alcance, lo hago.
-¿Qué estabas haciendo cuando se declaró la pandemia mundial por el coronavirus?
- Estábamos arrancando la tercera temporada de Se alquila, con Santiago Stieben y Alfonso Burgos, excompañeros de Chiquititas con quienes nos encontramos 20 años después. Hicimos dos temporadas en calle Corrientes, gira por la Costa y por algunas provincias. Tuvimos que cortar por unos meses porque me corté el tendón de Aquiles jugando al fútbol y estuve seis meses parado. Cuando empezó la cuarentena íbamos a empezar la tercera temporada. Además estaba grabando algunas escenas para la segunda parte de El Tigre Verón (eltrece) y a mediados de abril arrancaba a dar clases de teatro, que es algo que tenía pendiente. Me lo pedían muchas veces, pero me negaba por mi timidez y el temor a no saber enseñar. Me puse a trabajar en eso y ahora sé que puedo hacerlo.
-¿Y cómo va la convivencia con tu novia?
- Hace ocho o nueve meses que convivimos con Tania y la cuarentena es la prueba de fuego. Ella también tiene su propio emprendimiento de venta de accesorios y ropa. Estamos entretenidos, cada uno con sus cosas y nos adaptamos, estamos cocinando mucho. Estamos muy bien.
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-Hace seis años sufriste un accidente doméstico que provocó la pérdida de visión de tu ojo izquierdo, ¿cómo estás hoy?
-Todavía estoy esperando un trasplante de córnea. Estoy en lista de espera en el Incucai y en el Cucaiba y de paso aprovechando para que el ojo repose y esté tranquilo. Al año del accidente me hicieron un trasplante que no funcionó porque el ojo estaba muy deteriorado y por eso lo rechazó. Tenía una debilidad extrema y no tuvo fortaleza para sellar, por decirlo de una manera. Hace tres años que estoy en lista de espera, haciendo vida normal y con controles, más tranquilo y sin dolores. Me atiende Federico Cremona del Hospital de Clínicas, donde me salvaron mi ojo. Perdí la visión y no el ojo. La doctora Mirtha Arana, de Luján, fue el primer salvavidas y después me derivó al Clínicas.
-¿Cómo fue el accidente?
-Estaba en el baño de mi casa, puse la botellita de alcohol mal ubicada en la repisa y se patinó. Cuando se cayó para un lado, la agarré y salió un chorro que me entró en el ojo. Fui a una clínica donde hacen primeros auxilios, pero no me lavaron bien el ojo y me dieron unas gotitas de anestesia para ponerme cuando me doliera. Hice lo que me dijo el médico, pero entre el alcohol que quedó adentro del ojo y el exceso de anestesia se me quemó la cornea. Se debilitó mucho el ojo y tuve una infección tremenda. La anestesia me dormía el ojo y no me daba cuenta de que calmaba el dolor, pero estaba empeorando todo lo demás. No me explicaron que había que ponerse una gota cada doce horas y yo me vacié el pomo en una noche. Fue mala praxis. Me cambió la vida. En ese momento estaba trabajando y tuve que dejar todo. De pronto, pasé a ser dependiente de mi familia, de mi viejo que me llevaba y me traía porque durante un año y medio no pude manejar. Vivo en Luján y tenía que ir todos los días al Hospital de Clínicas. Tenía dolores tremendos y llegué a estar cinco días sin dormir. Durante cuatro meses, cada 15 minutos, tenía que ponerme una gota, durante las 24 horas del día. Dormía de a 14 minutos. Fue terrible. Perdí la visión, pero el ojo no. Lo blanco que tengo es un parche de prevención porque la córnea está agujereada.
-Tantas idas y vueltas te sumieron en una depresión, ¿qué recuerdos tenés de ese momento?
- Fue difícil. Hice varios tratamientos y uno de ellos fue en base a corticoides. Llegué a aumentar casi 50 kilos en un mes y medio. La pasé muy mal. De pesar 85 kilos pasé a 138 y la doctora Arana y el doctor Cremona me salvaron. Los conocí en el medio de la desesperación, veinte días después del accidente. Ya no veía, tenía el ojo hinchado y cada vez era peor. Pasaron seis años del accidente, pero para mí fue hace cuarenta años. Es eterno. En todo este tiempo además de tratamientos, tuve siete operaciones.
Una sobrinita, que en ese momento tenía 7 años, jugaba a cuidarme y me volvía loco de amor. Eso me salvó
-¿Denunciaste por mala praxis a los médicos que te atendieron la primera vez?
-He llegado a estar cinco días sin dormir del dolor que tenía. La pase muy mal, tuve una depresión muy grande y lo último que se me pasaba por la cabeza era la parte legal. Solo quería calmar mi dolor. Cuando todo pasó, lo charlé con profesionales y lamentablemente no se podía hacer nada porque el líquido que me dieron es de venta libre y era la palabra del médico contra la la mía. Preferí seguir adelante.
-¿Y cómo diste vuelta la página para seguir adelante?
-En estos seis años aprendí de todo. Me sensibilicé mucho, no es que antes no fuera sensible, pero ahora lo soy mucho más. No tengo bronca. Tengo la tranquilidad de que lo que me pasó no fue culpa mía. Hoy estoy bien, trabajando, haciendo lo que me gusta y contento. Aprendí también a disfrutar el momento. Hubo un día que fue clave, yo estaba con mucha depresión, había engordado cincuenta kilos y pensé que no podía seguir así. Necesitaba trabajar. Siempre quise hacerlo, pero estaba con un tratamiento riguroso y todos los días tenía que ir de Luján al Clínicas. Cuando eso mermó, llamé por teléfono al productor Matías Luna, que entonces estaba en Underground y me dijo que fuera a hacer un casting para Un gallo para Esculapio. Eso ya me hizo bien porque no me dijeron que sí de lástima. Quedé para hacer dos escenas en la primera temporada y después vieron cómo estaba estéticamente y con todo respeto me preguntaron si lo podían usar para el personaje. Todavía estaba pesado, tenía 120 kilos. Hubiera sido frustrante no conseguir trabajo, pero las cosas se dieron así y fue un puntapié para salir adelante. También teníamos una banda que se llamaba Arturito’s con Lucas Velasco. Ahora él está trabajando en España e Italia así que la banda quedó stand by. Nuestra prioridad es la actuación, a pesar de que la música nos interesa. La banda me mantenía la cabeza ocupada, pero quería volver a actuar, que es lo que me gusta. No es que ya tenga superado lo que me sucedió, mi peor enemigo es mi almohada porque empiezo a pensar y la cabeza es un ventilador. Gracias a Dios vamos por buen camino y siempre me acompañó mi familia. Una sobrinita, que en ese momento tenía 7 años, jugaba a cuidarme y me volvía loco de amor. Eso me salvó.
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