Es uno de los nombres más convocados por el cine y la televisión, forma parte de El desarmadero, film de Eduardo Pinto que pivotea entre el thriller psicológico y el terror; hizo un gran recorrido han de empezar a ser reconocido
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“Soy un tipo que no dejó de vivir económicamente de lo que produjo, históricamente, en La Plata. Solo de un tiempo a esta parte, eso cambió, pero mi trabajo siempre estuvo acá”. Diego Cremonesi es una de esas caras instaladas en el inconsciente colectivo, gracias a su prolífica producción en la ficción televisiva y cinematográfica, sin embargo, su intensa labor no lo apartó de sus raíces. Más allá de lo laboral, lo cierto es que en la capital bonaerense encuentra el anclaje afectivo con el que moldeó su vida.
“Vivir en La Plata también es una apuesta a la calidad de vida de la familia, aunque los viajes son un sacrificio, pero aprendí a transformar esas horas en parte del proceso creativo. En algún punto, trasmuté la distancia en algo productivo”.
-Tan cerca y tan lejos.
-Buenos Aires es como una aspiradora, donde es muy complejo tener un ida y vuelta. Rosario, como es más alejada, puede construir culturalmente algo diferente. Más allá de eso, en los últimos tiempos, en La Plata se comenzó a producir ficción, se está filmando y ese es un gran orgullo, porque no hay otra forma de aprender que haciendo. Ojalá que, en el tiempo, esto genere un movimiento importante.
Disruptivo
“Es el género con el que me formé, te da permisos expresivos que el cine convencional no te da”, reconoce el actor en torno a El desarmadero, un arriesgado film de tono disruptivo escrito y dirigido por Eduardo Pinto. “La mirada de Eduardo Pinto te modifica, ve algo particular en mí, así que me entrego a lo que él dice”.
Un artista plástico, luego de un episodio traumático, se cobija en un desarmadero de autos chocados, donde su misión será vigilar el lugar. En ese contexto, una noche experimentará una visión reveladora que lo motivará a ingresar al universo de los muertos.
La trama del film El desarmadero, que se puede ver en varias salas del país, luego de su paso por las carteleras porteñas, se apoya en los tópicos del thriller psicológico y el terror atravesado por un relato sostenido en un tejido de resonancias complejas. Junto a Cremonesi se destacan los trabajos de Luciano Cáceres, Pablo Pinto, Clara Kovacic, Malena Sánchez, Amelia Cáceres Currá y Joaquín Cáceres.
La proliferación de plataformas de entretenimiento donde conviven todo tipo de materiales, desde el género más pochoclero hasta el cine de autor, han ido moldeando el paladar del espectador, fenómeno que permite un crecimiento exponencial en el espíritu crítico de las audiencias, dinámica que rescata Cremonesi: “La serie El reino tiene que rendir como Breaking Bad. Todo convive, lo cual hace que el espectador tenga una mirada muy entrenada, ya no se trata de un par de cinéfilos que vieron mucho y el resto se quedó solo con la televisión abierta, hoy la gente ve todo. Y eso a uno, como actor, lo exige mucho”.
Sustento
“Mi camino audiovisual me permitió vivir de esto hace muy pocos años y ya siendo padre”, dice Diego Cremonesi al comenzar a trazar la ruta que lo llevó a convertirse en uno de los actores más convocados de los últimos tiempos, al que pudo verse en series como El marginal o Santa Evita o films como Rojo o Crímenes de familia.
Más allá de su paso por la industria mainstream, con su esposa actriz y una amiga directora a la que conoce desde la adolescencia produce cortos audiovisuales, como el reconocido Aldana y León, que ya han visitado algunos festivales . “Trabajo con chicas de acá y a pulmón”.
Actuó en teatro bajo las órdenes de Sergio Boris en Artaud y con la obra Mala, se mostró como director, experiencia en la que hasta juntó la utilería de la calle. “Viví todas las crisis de las edades, las inseguridades y esos momentos donde pensaba que no se me terminaba de armar la carrera, pero también era un tiempo donde reflexionaba acerca de mi trabajo”.
-¿Qué aparecía como planteo?
-Fue una época donde me planteé que ser actor no tenía que ver con ganar dinero, sino con el compromiso de la vocación. Me podía generar las condiciones para vivir de eso desde el café concert hasta la animación de fiestas, pero, en simultáneo, me formaba con Ricardo Bartís. Me corrí de la neurosis que se genera cuando las cosas no se terminan de armar y apostaba por lo mío, por hacer cortos, teatro independiente, y de trabajar en equipo con gente amiga.
-Pero hubo un tiempo donde todo se organizó y se armó.
-Y cuando se dio, me encontró maduro, con más de treinta.
-¿Cuál fue el proyecto bisagra y cuándo tomaste conciencia que podías vivir del arte?
-Fue la película Cryptonita, un film de género de Nicanor Loreti, hoy mi amigo, que llegó a los cien mil espectadores, la gente de la industria me vio ahí. Y también tengo que nombrar a Un gallo para Esculapio, un gran proyecto que se dio en un momento de transformación de la televisión. Pero, desde ya, cada uno de mis trabajos me aportó algo importante, además, siempre tuve claro que el objetivo era filmar, hacer. No se puede llegar a ser Al Pacino sin todo lo otro. Un trabajo me fue llevando al otro.
-La vocación y el dinero no siempre van de la mano.
-Ser actor también es vivir, comer y darle de comer a tu familia, por eso también hay que elegir los trabajos sin prejuicios. A veces, hay que hacer cosas que no te interesan del todo y también hay que tener en claro que uno hace proyectos de otros, de los directores.
En 2002 renunció a su trabajo formal en el Correo Argentino, en aquellos días donde también estudiaba periodismo y frecuentó clases de actuación. Fue en esos talleres de teatro que se dio cuenta que ahí había algo profundo que lo movilizaba. “No puedo mirar para el costado, me pasa esto con la actuación”, se sinceró.
Luego llegó la experiencia de Los Rimenver, una suerte de grupo de humor de culto que pisó la escena durante más de una década. “Nunca la pegamos en Buenos Aires, no éramos de ahí. Metíamos 1500 personas en el Coliseo Podestá de La Plata y al Paseo La Plaza, en la avenida Corrientes, venían veinte”. Había que hacer de todo, buscando la supervivencia y la confirmación de la vocación, como aquel trabajo estable en la República de los Niños que le permitió “pagar el alquiler”: “Nunca tuve dudas que iba a vivir de la actuación, la docencia o la dirección sea como sea”.
Grandes ligas
Su paso por los medios “grandes” fue a paso firme, pero sin estridencias. Ni siquiera los dos premios Martín Fierro que le entregó Aptra lo apartaron del rumbo. “No soy un tipo que ande vendiendo su vida, así que, para mí, es muy importante la visibilidad que puedan tener mis trabajos”.
-Es interesante como mensaje, el poder sostener un carrera solo construida a partir del trabajo propiamente dicho, sin ir en busca de otros resortes.
-Hay una presión muy fuerte por ser simpático, mostrarse siempre bien. Los seres humanos no somos así. Pero hay mucha presión. Además como actor soy algo más interesante que como persona.
La máscara de Cremonesi muta, expandiendo el potencial de su yo creativo: “Con cada laburo vuelvo a foja cero y comienzo a componer. Cuando siente que ya tiene algo agarrado, ese proyecto ya se acabó, este trabajo es así”.
Hace meditación y tai chi y reconoce que son herramientas creativas ya que “en la Argentina no hay una escuela de actuación audiovisual como tienen los norteamericanos”. Aunque en televisión se lo vio en Todos contra Juan, Sos mi hombre, Solamente vos o El Tigre Verón, evita sumergirse en la vorágine de una grabación diaria: “Traté de esquivarle a hacer tira, siento inseguridad, es muy complejo estudiar quince escenas por día”.
-Imaginemos que te llama Adrián Suar para formar parte del elenco de una ficción diaria, ¿no aceptarías ese trabajo?
-Cuando lo necesitaba económicamente y me hubiese tirado de cabeza, no me convocaron. Cuando me han llamado para hacer tira, estaba haciendo otra cosa y no he podido. Por otra parte, con pibes chicos, es complicado ir de La Plata a Don Torcuato todos los días, pero no descarto hacerlo más adelante.
-Te manejás con racionalidad, ¿nada queda librado al azar?
-Más que al azar, yo diría que no hay que tener miedo, hay que perder el control y jugarse por lo que uno siente.
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