La actriz tuvo una infancia muy difícil, sufrió los prejuicios de la industria y tuvo romances que pensó que la sanarían, pero le causaron más dolor
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“Después de todo el esfuerzo que me ha costado sobrevivir a mi infancia. (…) Después de un matrimonio que empezó como un cuento de hadas (…) Después de haber logrado reconciliarme con mi cuerpo y de haber dejado de matarlo de hambre y torturarlo. (…) Después de haber criado a tres hijas y de haber hecho todo lo que estaba a mi alcance para ser la madre que yo nunca tuve. ¿En serio todo ese sacrificio no ha servido para nada?”, se preguntó Demi Moore en un momento en donde su vida corría peligro otra vez.
Un tiempo atrás se supo del infierno que vivió Moore en más de una ocasión, pero ahora con el lanzamiento de su biografía en nuestro país, Inside out, se puede leer de primera mano: una infancia teñida por una enfermedad renal que pareció contar sus días de pequeña, sus padres viajando siempre hacia la autodestrucción, episodios de violencia, abandono y adicciones de todo tipo… Una vida difícil, demasiado difícil para salir de ella sin heridas, pero la actriz siguió adelante y ante las situaciones más terribles que le tocó vivir buscó consuelo, amor y normalidad y algo de eso, cada tanto, encontró en los brazos de su abuela materna y en algunas de sus parejas. Pero siempre algo amenazó su tranquilidad y su presente.
El libro empieza cuando Demetria Gene Guynes, tal su nombre de nacimiento, está al borde de la muerte después de inhalar óxido nitroso y fumar una “hierba sintética” durante una fiesta y entonces, tras ese episodio -que fue tapa de varios medios-, ella se pregunta: “¿Cómo llegué a esto?” Ese hecho casi fatal fue la llamada que Moore estaba necesitando para escucharse por primera vez, para prestar atención a su dolor, para poner en palabras todo lo que había vivido y no había querido hacerse cargo. Era una etapa en donde sus hijas ya no querían hablar con ella y su exmarido Bruce Willis, con quien siempre había tenido una muy buena relación, tampoco quería estar a su lado. Estaba realmente sola por primera vez y su alrededor era un campo minado. Empezó una nueva desintoxicación [no era la primera vez que necesitaba un tratamiento para sus adicciones] y en ese camino de rehabilitación se hizo cargo de su pasado para poder mirar hacia su futuro.
Una infancia difícil
La vida de Moore no fue fácil. A los 5 años estuvo internada tres meses en un hospital en California, en donde la diagnosticaron nefrosis, una enfermedad en el riñón. Según cuenta la actriz, sus padres en ese entonces no creyeron que ella pudiera salir adelante, pero se recuperó.
Virginia King y Danny Guynes, sus padres, eran muy jóvenes cuando ella nació y tenían una relación muy enfermiza, que fue escalando en violencia y en autodestrucción. En ese ambiente tóxico, Moore creció junto con su hermano, Morgan. Las mudanzas eran usuales. Cuando un lugar ya no tenía nada para ofrecer o presentaba un frente de tormenta [léase: su padre tenía una aventura con una mujer o se endeudaban], la familia hacía las valijas y se iba a otra ciudad.
A los 11 años nuevamente la tuvieron que internar. Sus riñones, otra vez. “Casualidad o no, fue justo después de los líos amorosos de mi padre (…). En aquellos tiempos, no entendía que mi padre estuviese engañando a mi madre (…), pero una parte de mí todavía se preguntaba si mis recaídas eran, en realidad, un reflejo de lo que estaba ocurriendo [en su casa]”, reflexiona en el libro la actriz.
Las situaciones que la pequeña Moore tuvo que enfrentar por sus padres no hicieron más que causarle dolor y convertirla rápidamente en una adulta: los intentos de suicidio de su madre, las infidelidades de su padre, las situaciones de violencia entre ellos. Además, a sus 12 años, una amiga la “introdujo en el mundo de las bebidas destiladas y los Malboro rojo”.
Pero con la separación de sus padres, las cosas no mejoraron: por el contrario, tanto ella como su hermano se convirtieron en botín de guerra. Pero no solo eso, también descubrió en una de esas idas y vueltas que la persona que creyó toda su vida que era su padre, en realidad no lo era. Entonces cuando finalmente ellos se divorciaron, su supuesto padre negoció con su madre llevarse a vivir con él a su hermano: “Me quedé pasmada. No sé qué fue peor: si perder a mi hermano, si perder a mi padre o si descubrir que mi padre no soportaba la idea de separarse de Morgan, pero estaba de acuerdo con abandonarme. (…) Tenía 14 años y no estaba preparada para asimilar lo que estaba viviendo”, dice la actriz, que llegó a conocer a su padre biológico.
Todo esto provocó que Moore rápidamente buscara la forma de irse de su casa y así lo hizo a los 16 años de la mano de su novio de entonces, un joven de 28 años. Antes de esto había vivido una situación de abuso con un hombre que la triplicaba en edad y que no sabe si además contó con el visto bueno de su madre. “¿Qué se siente cuando tu madre te prostituye por quinientos dólares?”, le preguntó el hombre antes de abusarla.
Sus primeros pasos como actriz
Cuando aún estaba viviendo con su madre en un departamento en West Hollywood conoció a Nastassja Kinski y no tardó en convertirse “en su amiga y discípula”. Al verla prepararse para un personaje, Moore sintió que ese también podía ser su camino. “Yo quería meterme en la industria del entretenimiento fuese como fuese”, asegura.
Su primer agente le consiguió un papel en una serie de televisión llamada Katz, en donde tenía que interpretar a una prostituta de 13 años. Pero el camino al éxito todavía estaba lejos, entonces Moore hacía diferentes trabajos para subsistir y eso le permitía pagarse una escuela de teatro. Ahí encontró su salvación. En sus clases de teatro conoció al músico Tom Dunston. Él tenía 28 años. Por primera vez en su vida, encontró a alguien que la cuidó a ella y no al revés. Poco tardó en irse a vivir con él. Después conoció a otro músico, Freddy Moore, del que se enamoró y con quien se casó. De él adoptó su apellido.
Mientras Moore miraba al futuro, sus padres seguían intentado llamar su atención. Cuatro meses antes de casarse la actriz, Danny Guynes se suicidó. “Mi padre falleció en octubre y yo cumplí los 18 en noviembre. Me casé con Freddy en febrero del año siguiente. Fue una época confusa. Nuestra boda no fue más que el reflejo de ese momento tan disperso, incoherente y oscuro de mi vida”.
Si su vida personal era un caos, su carrera parecía empezar a tomar vuelo: consiguió que la contratara la agencia de modelos Elite Model Management. Empezó a realizar pequeños papeles y a tener ingresos que le daban cierta estabilidad económica. Otra gran oportunidad le surgió cuando quedó en el casting para la ficción General Hospital, un clásico de la televisión norteamericana. Si bien estaba contenta con ese logro, la presión y sus inseguridades la llevaron a refugiarse en el alcohol. Luego, a los 20 años, la contrataron para formar parte del film Échale la culpa a Río, que la llevó por primera vez a viajar al exterior, ya que el rodaje se iba a hacer en Brasil. Allí conoció la cocaína. Moore no se sentía a la altura de los nombres del elenco, Valerie Harper y Michael Caine, y del legendario director Stanley Donen, y esto le generaba mucha ansiedad.
Luego llegó el film No small affair con Jon Cryer, con quien tuvo un breve romance. Pero aún le faltaba ese gran papel que le abriría las puertas de Hollywood y eso sucedió cuando estaba saliendo de un casting. Un asistente del director Joel Schumacher le llamó la atención y le aseguró que su jefe la quería ver: era para formar parte de El primer año del resto de nuestras vidas. Este film la puso en el mapa de la industria, pero antes tuvo que pasar una dura prueba: el director le ordenó que hiciera un tratamiento de rehabilitación por sus adicciones. “Mi máximo deseo en ese momento era proteger mi carrera profesional (…) Era una chica de 21 años que había estado arrastrando problemas con el alcohol durante 3 años y que llevaba un par consumiendo cocaína. (…) Todavía hoy creo que mi ingreso en la clínica fue una especie de intervención divina”, confiesa.
Emilio Estevez y la relación que no llegó al altar
Moore buscaba desesperadamente consuelo, afecto. En sus primeros años de carrera se enamoró de Emilio Estévez, a quien había conocido filmando El primer año del resto de nuestras vidas, y estaba dispuesta a pasar por el altar otra vez junto a él hasta que las infidelidades del actor frenaron la relación. Él la quiso reconquistar, pero ella ya no tenía el corazón libre porque en una alfombra roja había conocido al que sería uno de sus grandes amores: Bruce Willis.
“Emilio y yo empezamos una relación de pareja seria y estable justo después de que me diera el alta la clínica de rehabilitación. (…) Era un hombre seguro de sí mismo y muy tranquilo, algo que me atrajo de inmediato”, recuerda Moore sobre Estevez. Con él también dejó de fumar, pero empezó a comer y su figura se empezó a modificar. Eso no hubiera sido un problema si la actriz no se hubiera sentido insegura y si después de un casting no le hubieran dicho que para ser la protagonista de su próximo proyecto, ¿Te acuerdas de anoche? con Rob Lowe, necesitaba bajar de peso. A partir de ahí la obsesión por su figura la arrastró a otro infierno. “Ahí empezó mi proceso de intentar dominar y controlar mi cuerpo y de medir mi valía según mi peso”, sostuvo.
Sus años más exitosos estuvieron signados por su autoexigencia física, por mantener su figura según los mandatos que ella creía que tenía que seguir. Así que además de seguir estrictas dietas, también hacía agotadoras rutinas de gimnasia.
“La pareja del momento”
Si bien al principio no creyó en las intenciones de Bruce Willis, poco tardó en enamorarse de él y jurarle amor eterno. El actor también arrastraba una infancia difícil, pero desde sus dolores pasados se confesaron sus deseos más profundos y sus ganas de formar una familia. Al poco tiempo de conocerse le estaban dando la bienvenida a su primera hija, Rumer. Todo parecía ir bien en el amor y en cuanto a lo laboral, la carrera de ambos iba en ascenso, los medios los consideraban “la pareja del momento” y tenían más dinero del que alguna vez soñaron gastar.
Pero no hay que olvidarse que la actriz tenía una madre, Ginny –como le decían- y ella siempre estaba al acecho de oportunidades. Así que como su hija se había hecho famosa le pareció una buena idea vender fotos “inéditas” de la actriz. Lo hizo en varias ocasiones, pero la última fue la que provocó que Moore no le hablara por 8 años: vendió unas imágenes donde lucía con poca ropa. Solo decidió retomar su relación cuando su madre estaba al borde de la muerte y ella creyó necesario reconciliarse de alguna manera con su pasado.
A Willis le iba muy bien en su carrera, pero a Moore también y le llegaban grandes oportunidades como una que le dio mucha ilusión: trabajar con Robert de Niro y Sean Penn en No somos ángeles. Ahí empezaron los primeros cortocircuitos, al actor no le gustaba que su mujer estuviera tanto tiempo fuera de su casa, así que el éxito de ella empezó a generar tensiones. “Mi vida profesional estaba subiendo como la espuma. Mi vida personal, en cambio, estaba de capa caída”, dice.
El éxito de Ghost marcó un antes y un después en su vida. La actriz sentía cada vez más la presión de la industria, el machismo reinante y le pesaba su fama y la atención que generaba. Su matrimonio con Willis no estaba funcionando y la familia que habían formado [tuvieron dos hijas más, Scout y Tallulah] estaba a punto de romperse. Cuando su tía la llamó para decirle que su madre se estaba muriendo, decidió viajar a verla y se instaló junto a ella, en donde estaba internada. Pasaron sus últimos días de vida juntas y de alguna manera esos días le trajeron paz. Aunque en ese tiempo también había tomado otra importante decisión: su separación de Willis.
“Entre el mal recibimiento del film [Hasta el límite], la ruptura con Bruce y mi madre al borde la muerte, a finales de 1998 quedé destruida. Me sentía fatal”, reconoce.
No importa la edad
Cuando conoció a Ashton Kutcher pensó que estaba frente al verdadero hombre de su vida. No le importó la edad de ninguno de los dos [ella tenía 40, él 25] ni los prejuicios de los demás. Moore sintió que conectaba con el actor “física y emocionalmente” como nunca antes lo había hecho con otra persona. De todas maneras, sintió que tenía que hacer las cosas más despacio: “Mi prioridad era construir una base sólida para la relación y disfrutar del tiempo en pareja antes de traer un nuevo miembro a la familia”. Dos años después estaban felizmente esperando la llegada de su primera hija: Chaplin Ray. Además tenían muchos proyectos en común. Todo parecía felicidad, pero había un hecho que demostraba que todo en su vida no iba del todo bien. Antes de enterarse que estaba embarazada había vuelvo a tomar alcohol, después de dos décadas sobria.
“Deseaba ser la mujer despreocupada que se tomaba una copa de vez en cuando, pero también la mujer fértil que podía tener un bebé”, relata Moore sobre esos años en que sintió que se convirtió en “adicta” a Kutcher y que hubiera hecho cualquier cosa para complacerlo, incluso aceptó sumar una tercera persona a la relación.
La relación fue muy intensa y las expectativas puestas en ellos también, así que cuando Moore perdió el embarazo, su mundo se derrumbó y se obsesionó con una sola cosa: volver a quedar embarazada, un proceso que se convirtió en martirio y no dio el fruto que ella esperaba.
Mientras todo esto pasaba, a sus hijas la vida también les sumaba horas, días y meses, pero en algún punto Moore se desconectó de ellas: “Creo que sumida en mi dolor, olvidé que los míos todavía necesitaban mi apoyo y los consejos de una madre”.
Desde ese momento todo fue cuesta abajo, más alcohol, nuevas adicciones, más tratamientos de fertilidad infructuosos y, además, empezaron a aparecer en los medios las infidelidades del actor.
“Una semana después de mis cuarenta y nueve años, el 11 del 11 de 2011, Ahston hizo las valijas y se marchó de casa”, recuerda. Para ese momento dos de sus hijas ya no le hablaban y la tercera, Rumer, dejaría de hacerlo después de la fiesta desenfrenada en donde Moore casi pierde la vida.
“¿Cómo llegué a esto?”
Como una especie de ejercicio catártico, Moore se saca todos sus demonios de encima y sus secretos para poder seguir adelante. Lo que más le preocupaba a la actriz al responder a esa pregunta [”¿cómo llegué a esto”], era poder contestarla en relación con sus hijas, su tesoro más preciado. Tuvo que hacer un largo camino, en soledad, para poder reconciliarse con todo lo que había vivido, pero también para lograr que sus hijas volvieran a confiar en ella. Tres años tardaron en volver a hablarle.
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