De Graciela Cimer a César Pierry: cinco muertes trágicas que conmovieron a todo el país
Llenaban teatros, protagonizaban los programas más vistos y todo indicaba que tenían un futuro prometedor por delante, pero la fatalidad truncó sus vidas
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Jóvenes, amados por el público y con un futuro que se revelaba aún más prometedor, Alberto Olmedo, Graciela Cimer, Mónica Jouvet, Adrián Ghío y César Pierry dejaron este mundo de manera prematura e inesperada. Sus muertes paralizaron al país y se convirtieron, en su momento, en los temas más comentados tanto en los medios como en las reuniones entre familiares y amigos.
“¡Me caigo, mamita!”
Éramos tan pobres, la obra de Hugo Sofovich en la que Alberto Olmedo recreaba algunos de los personajes que componía en el programa televisivo No toca Botón, se había convertido en la más exitosa del verano de 1991. El capocómico y un elenco compuesto por Javier Portales, Silvia Pérez, César Bertand, Beatriz Salomón, Divina Gloria, Susana Romero, Romina Gay y Adrián “Facha” Martel habían debutado a fines de diciembre en el teatro Tronador y cada noche, luego de la función, cientos de personas se agolpaban para verlos de cerca y saludarlos. A pesar de que ya había comenzado marzo, el fenómeno no mermaba y mientras muchas compañías ya habían partido hacia Buenos Aires, ellos seguían agotando las funciones.
El 4 de marzo Olmedo decidió llamar por teléfono a Nancy Herrera, la actriz con la que desde hacía algunos años mantenía una relación con idas y vueltas. A pesar de que se encontraban en un impasse, la sorprendió con una propuesta: que fuera a visitarlo a Mar del Plata. Ella aceptó y, a pesar de la fuerte lluvia, manejó a gran velocidad desde Buenos Aires para ver a su amado. Tenía una importante noticia para darle: estaba embarazada. Llegó a la ciudad balnearia alrededor de las 20.30 y se instaló en el departamento que ocupaba Olmedo sobre el Boulevard Marítimo Patricio Peralta Ramos. Lo llamó por teléfono al teatro y convinieron cenar juntos en aquel departamento una vez que terminara la función.
Los compañeros de Olmedo contarían luego que aquella noche no lo vieron de buen semblante. Acostumbrados a sus cambios de ánimo, ninguno se acercó a preguntarle qué le pasaba, pero antes de salir a escena, les dijo a las chicas del elenco una frase que les llamó la atención: “Las voy a extrañar”. Ellas interpretaron, en un principio, que se refería a la convivencia en plena temporada, porque ya tenían todo arreglado para seguir con el programa televisivo; luego se darían cuenta de que se trataba de una especie de premonición.
Herrera lo tuvo que esperar un rato más. Después de la función, Olmedo se reunió con el productor Carlos Rottemberg y con Hugo Sofovich para definir el desembarco de la obra en la Avenida Corrientes. Llegó al departamento alrededor de la 1.30 de la madrugada. Cenaron, charlaron, se reconciliaron y bebieron mucho, mucho champán.
Estaba por amanecer y seguía lloviendo. Por eso, desde el living, Herrera se sorprendió al ver al actor en el balcón. Al prestar más atención, la imagen la dejó absorta: Olmedo se había trepado a la baranda. Le pidió que se bajara, pero en cuestión de segundos lo vio resbalar y quedar colgando con el cuerpo hacia afuera.
La actriz tiró la copa de champagne que sostenía y corrió a ayudarlo. “Me caigo, mamita, me caigo”, le decía Olmedo, mirándola a los ojos. “Agarrame la pierna, mamá, agarrame la pierna”. Ella intentó sostenerlo. Se subió a una maceta para ganar altura, pero le resultaba imposible. “¡No puedo, papito! ¡No puedo”, le respondió, desesperada.
Alertados por los gritos, los vecinos intentaron ayudar. Uno quiso pasar al balcón desde la ventana de su departamento. Otros quisieron tirar abajo la puerta de entrada. No pudieron hacer nada. Las manos de Olmedo se soltaron de las de Herrera y su cuerpo cayó en el vacío desde el piso 11. Primero golpeó sobre un cantero y luego rebotó en el asfalto. Allí fue encontrado por los primeros transeúntes.
Olmedo agonizó sobre el asfalto. Algunos testigos aseguraron que la ambulancia demoró en llegar. Lo cierto es que cuando los médicos finalmente aparecieron, el actor ya se encontraba sin vida.
Una muerte inexplicable
Era uno de los actores más importantes del momento y uno de los más versátiles. Podía jugar a ser galán de telenovelas, pero también moverse con soltura sobre los escenarios y sorprender interpretando personajes comprometidos en la pantalla grande. Esa temporada, Adrián Ghío había decidido dedicarse de lleno al teatro y protagonizaba con gran éxito junto a Cecilia Rosetto una versión de Pareja abierta, la obra de Darío Fo y Franca Rame.
“El viernes 3 de mayo de 1991 terminamos una función que había resultado muy accidentada: se había extraviado una utilería muy importante para un gag, y se rompió una mesa de cristal en escena mientras actuábamos”, recordó la reconocida actriz en su blog personal. Y continuó: “Fuimos a nuestros camarines bastante angustiados y le consultamos al asistente de dirección por qué había sucedido todo aquello y él nos contestó: ‘No lo entiendo: es como si las cosas se escapasen por un agujero negro’. Adrián me tomó de la mano y me dijo: ‘Vayámos… Olvidemos esta noche que mañana hay dos funciones y ya está todo vendido’. Me dió un beso y me aconsejó acostarme temprano. ‘Yo haré lo mismo’, me dijo y se fue a buscar el auto”.
Aquella noche, Ghío no llegó a su casa. Alrededor de las 2.30, mientras manejaba por la calle Honduras, en la intersección con la avenida Scalabrini Ortiz, su Peugeot 504 fue chocado por un patrullero que iba en contramano y con las luces apagadas. El auto policial había cruzado el semáforo en rojo e iba sin sirena ni las balizas reglamentarias, a más de 80 kilómetros por hora.
Como consecuencia del fuerte impacto, el volante del auto se incrustó en el tórax del actor, provocándole varias fracturas y una contusión pulmonar bilateral. Según relataron varios testigos, la ambulancia tardó unos 40 minutos en llegar. Finalmente, Ghío fue trasladado a la unidad de terapia intensiva del Hospital Fernández y los uniformados al Churruca.
En el otro auto, además de dos policías, viajaba una travesti. Nunca se pudo establecer a dónde la llevaban ni por qué iban a gran velocidad y sin respetar ninguna de las normas establecidas. Luego de chocar contra el auto de Ghío, el patrullero terminó incrustándose en el frente de una zapatería. “En lugar de llevarla a la comisaría, que estaba un poco atrás de esa esquina, la llevaban a una galería donde había un local de travestis situado en Scalabrini Ortiz y Santa Fe”, le explicó a este medio el abogado de la familia Ghío, Pedro Dátoli.
La odisea de Ghío recién comenzaba: terminó batallando 39 días por su vida. Durante ese tiempo, le extirparon el bazo, le realizaron varias transfusiones y le suturaron el estómago. Llegó a experimentar una cierta mejoría: reconoció a una de sus hijas, y llegó a escribir “vivo” en una pizarra que le alcanzó un amigo. Sin embargo, terminó sufriendo una infección generalizada que complicó su cuadro.
El 12 de junio de 1991 falleció, a los 45 años. Su muerte causó una gran conmoción en toda la sociedad y dejó perplejos a sus colegas y especialmente a su esposa Ana Ferrer y a sus dos hijas adolescentes, Florencia y Carolina. En agosto, Ferrer organizó junto a colegas de Ghío y a Diego Maradona un partido de fútbol en el estadio de Ferocarril Oeste para recaudar fondos a fin de comprar un tomógrafo para el Hospital Fernández. El nosocomio no contaba con uno y es muy posible que su presencia hubiese ayudado a la recuperación del actor.
La justicia penal terminó condenando, en 1993, al cabo primero Juan Carlos Aguirre y al subinspector Fabián Salemme, los policías que viajaban en el patrullero, a dos años de prisión en suspenso. Sin embargo, nunca cumplieron la condena porque les aplicaron la figura de homicidio culposo que, en ese tiempo, era excarcelable. Ocho años después de la tragedia, la justicia civil condenó a la Policía Federal a pagar dos millones de pesos en concepto de indemnización a las hijas del actor, pero tras varias apelaciones, en 2010, la Sala D de la Cámara Civil redujo el monto: 405 mil para Carolina, 271 mil para Florencia y mil pesos a Ferrer por “daños psicológicos”.
La niña que no quería vivir
A sus 11 años, Graciela Cimer fue elegida para ponerse en la piel de Etelvina Baldasarre, la antipática y altanera alumna de Jacinta Pichimahuida en la versión del clásico de Abel Santa Cruz que protagonizó María de los Ángeles Medrano entre 1975 y 1976.
Luego de ese primer rol que la volvió famosa, la actriz participó de las telenovelas Crónica de un gran amor, con Marta González, Alberto Martín y Jorge Martínez; El pícaro rebaño, junto a Cristina Alberó; Bianca, con Dora Baret y Víctor Hugo Vieyra; y Herencia de amor, protagonizada por Medrano y Pablo Alarcón.
Con el regreso de la democracia, Alejandro Romay recuperó la potestad de Canal 9 y desde entonces había convertido a la emisora en una fábrica de éxitos. Sin embargo, las telenovelas de la tarde, uno de sus caballitos de batalla, pedían a gritos un recambio generacional en los actores protagónicos. Y allí, Cimer encontró su gran oportunidad.
Elegida por zar, que vio en ella todo lo necesario para convertirse en la estrella del momento, Graciela fue convocada para formar parte del elenco de No es un juego vivir. Aquella telenovela escrita por Luis Gallo Paz buscaba recuperar el liderazgo en el horario de la primera tarde que habían conseguido los culebrones protagonizados por Alberó y Antonio Grimau años atrás.
Alberó, de hecho, era una de las protagonistas, junto a Cristina del Valle, Aldo Pastur y los nuevos galancitos Marco Estell y Horacio Ranieri. En aquella telenovela Cimer tuvo a cargo al primer personaje principal. La aceptación del público y la tozudez de Romay la llevaron al año siguiente a protagonizar dos éxitos: Dos para una mentira y Ese hombre prohibido. En ambas telenovelas su galán era Estell, quien desde el año anterior era su pareja en la vida real.
En Ese hombre prohibido, Cimer volvió a interpretar a una mujer fría y orgullosa, Luisina Quesada, quien termina muriendo al dar a luz al hijo del personaje de Estell. En No es un juego vivir, en cambio, conquistó al público en la piel de Natalia Grin, una sufrida chica de barrio a la que su novio, Renzo, decide abandonar encandilado por las luces de su incipiente fama como actor.
Al igual que las historias que protagonizaban en la pantalla chica, la relación entre Cimer y Estell era complicada. Los rumores de infidelidad del actor eran continuos y quizá para encontrar un poco de calma, Cimer decidió alejarse por un tiempo de la televisión.
Regresó en 1988, con un papel coprotagónico en Pasiones, una telenovela protagonizada por Grecia Colmenares y Raúl Taibo. Ese fue su último trabajo. Un año después, el 2 de julio de 1989, su nombre sería el más mencionado en los noticieros: se había quitado la vida.
La actriz se arrojó del balcón del cuarto que compartía con Estell y su pequeño hijo, en el primer piso de la casa de sus padres en Sarandí, partido de Avellaneda. Cimer tenía 26 años y no dejó ninguna nota que explicara el motivo que la llevó a quitarse la vida. Tiempo después se supo que mientras estaba embarazada, también había intentado quitarse la vida. En esa oportunidad, había tomado una gran cantidad de somníferos, pero recibió atención médica a tiempo y pudieron salvarla.
Luego de su muerte, el padre de la actriz rompió el silencio y contó su versión de la historia: su hija era víctima de violencia de género. El velatorio fue un infierno. Cámaras de todos los canales captaban las imágenes de famosos entrando al lugar desconsolados. Esas mismas cámaras captaron el momento en el que Estell intentó ingresar por la fuerza, ante la negativa de los familiares de Cimer. Algo similar ocurrió al día siguiente, en el cementerio de Avellaneda.
Desgracia en el set
César Pierry tenía un gran amor: el teatro. Sin embargo, fue la televisión la plataforma que lo instaló como uno de los actores más queridos del momento y uno de los más convocados. Su histrionismo y su facilidad para la comedia lo hicieron resaltar en el elenco coral de Matrimonios y algo más, el clásico de Hugo Moser. Allí compartió elenco con Fernando Lúpiz, con quien terminaría conformando una de las duplas más recordadas de finales del siglo pasado.
Juntos, y también de la mano de Moser, protagonizaron Detective de señoras, un proyecto que el autor había pensado como un programa de dos capítulos para la televisión alemana, pero que terminó estrenándose en Canal 13 en 1990. El éxito fue inmediato y la idea inicial quedó descartada: terminaron grabándose más de 80 capítulos, divididos en dos temporadas.
La historia era simple: se centraba en las andanzas de un dúo improbable, el tímido Lucas (Pierry) y el lanzado Miguel (Lupiz), dos hombres que por azar terminan comandando una agencia de detectives especializada en “señoras”.
En 1992, la dupla había decidido mudarse a Telefe para debutar con un nuevo ciclo: Mi socio imposible. El 20 de julio de 1992, a un mes de la fecha prevista para el desembarco en la nueva pantalla, mientras Pierry y Lupiz grababan una de las escenas, un error se transformó en tragedia.
El guion establecía que el personaje de Pierry encontraba sobre una mesa una bomba de humo. Mientras la tomaba y la sostenía, debía preguntarle a Lúpiz, que encarnaba a un doble de riesgo, qué era ese objeto. Pero mientras sostenía el explosivo, se detonó sin darle tiempo a reaccionar. Debido al estallido, el actor sufrió la amputación de tres de sus dedos y perdió el sostén esquelético de los otros dos. En su caso, recibió atención médica inmediata y fue sometido a varias intervenciones, pero su cuerpo no resistió: ese mismo día murió de un paro cardíaco. Tenía 36 años.
Algunas versiones indican que durante su internación los médicos confundieron la medicación o que se habrían sobrepasado con la anestesia. “No se sabe qué pasó... Si a la persona que tenía que cuidar el material se le cayó encima una gaseosa... No lo sabemos. Pero la humedad hizo que en lugar de que el humo saliera para afuera, implosionara. Yo también terminé herido. César murió por la anestesia después de cuatro operaciones”, le contó Lupiz en 2022 a Carolina Papaleo en el ciclo Vivo con vos.
Allí, además, expresó: “Era un muy buen actor: cantaba, bailaba... Pero sobre todo, era un muy buen amigo y muy buena persona. Los dos éramos hijos únicos, pero siento que con su muerte, yo perdí un hermano. Siempre está conmigo y le rezo a diario”.
Una mala elección
Hija de Nelly Beltrán y Maurice Jouvet, dos de los actores más queridos y prolíficos de la Argentina, Mónica Jouvet conoció desde muy chica los estudios de televisión y los escenarios. Quizá por eso, a pesar de haber probado suerte como modelo y de haber estudiado dibujo publicitario, su destino ya estaba signado.
Compartió su primer protagónico en cine con Adrián Ghio en la película Yo gané al PRODE, ¿y usted?. Luego llegaron El picnic de los Campanelli, El profesor tirabombas y Sentimental. En teatro brilló en El día que secuestraron al papa, El miedo es masculino y Drácula. Además de actuar en telenovelas, unitarios y comedias televisivas, su carisma la llevó a conducir varios programas para niños, inluído Supershow Infantil, junto a Gachi Ferrari y Berugo Carámbula. Era, sin dudas, una de las actrices jóvenes más versátiles de su época.
Además, junto a su esposo Pablo Alarcón conformaba una de las parejas del momento. A pesar de que soñaba con convertirse en madre, sabía que debía esperar para concretarlo. Es que ese año, 1981, el trabajo le demandaba gran parte de su tiempo: mientras protagonizaba la telenovela Un latido distinto con Carlos Olivieri, subía todas las noches junto a Analía Gadé al escenario del teatro Blanca Podestá para presentar la obra Hay que salvar a los delfines.
El día de su trágica muerte, Jouvet abandonó rápido la sala. Su marido había preparado un pollo al horno y la esperaba para cenar. Además, . Inmediatamente, el chofer fue llevado al Hospital Fernández, pero la actriz debió esperar varios minutos hasta que un patrullero la trasladó al Hospital de Clínicas. Estaba inconciente.a subir al auto. “A ver si se me tira un lance”, explicó. Dejó pasar, también, un segundo vehículo y se subió al siguiente.
Ya había pasado la medianoche cuando el taxi llegó a la esquina de Junín y Avenida Córdoba. Allí, un colectivo de la línea 109 los embistió. Inmediatamente, el chofer fue llevado al Hospital Fernández, pero la actriz debió esperar varios minutos hasta que un patrullero la trasladó al Hospital de Clínicas. Estaba inconsciente.
Los médicos descubrieron que había sufrido un grave traumatismo de cráneo, fracturas en sus costillas y una herida en el brazo. Después de someterse a varias cirugías, Jouvet fue trasladada al Hospital Italiano para realizarle una tomografía y luego regreso a terapia intensiva. Su estado era gravísimo: “Coma 4, estado estacionario”, decían los partes médicos.
El 15 de abril cumplió sus 26 años en terapia intensiva. Tras once días de agonía, el domingo de Pascuas, su cuerpo dijo basta: a las gravísimas heridas en el cerebro se había sumado una afección pulmonar y el combo resultó determinante.
Las imágenes de sus padres, su esposo, su mejor amiga María Valenzuela y varios de sus colegas en su último adiós llenaron páginas y páginas de diarios y revistas de la época.
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