David Carradine: una leyenda de Hollywood que conservó el halo de misterio hasta en su muerte
La mítica estrella de Kung Fu y Kill Bill falleció hace 12 años, en un episodio que muchos consideran sin resolver
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Parte leyenda y parte misterio, David Carradine fue todo eso y más. El actor que a los 72 años fue encontrado muerto en un hotel de Tailandia, llevó adelante una vida fiel a sus deseos. Y en un nuevo aniversario de su fallecimiento, repasamos por qué aún hoy, él aún es una de las figuras mito más importantes de Hollywood.
Escapar (o no) de Kwai Chang Cain
Se podría decir que Carradine fue actor por descarte. No porque no le gustara la actuación, pero el saber que no contaba con el talento (mucho menos la conducta) requerida para ser músico, lo llevó a probar suerte en el mundo de la interpretación. A fin de cuentas y como reconoció varias veces, ese trabajo consistía en hacer un casting, memorizar guiones y no mucho más. Luego de servir en el ejército y de ganar algo de dinero pintando murales, en los cincuenta se instaló en San Francisco y allí comenzó a frecuentar ámbitos hippies. Fueron años de exploración, de consumo desenfrenado de LSD, de peyote en el desierto de México y de experiencias sensoriales que lo llevaron “a revivir su nacimiento”, como expresó en una oportunidad.
Luego de un tiempo, viajó a Nueva York y su avidez por nuevas experiencias convirtieron su vida en un homenaje a Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno, con el que solía compararse. En 1964 debutó en una obra teatral llamada The Deputy, y a partir de ahí, continuaría su carrera con apariciones en distintas series, como La ley del revólver o La hora de Alfred Hitchcock. Pero su nombre comenzó a sonar con fuerza en 1972, con el protagónico de Boxcar Bertha, segundo film de Martin Scorsese. En ese mismo año, vio la luz el primer episodio de Kung Fu, la popular ficción en la que Carradine interpretaba a Kwai Chang Caine, un monje shaolin que recorría el viejo oeste de Estados Unidos. La serie catapultó al actor a una popularidad absoluta, y lo convirtió en una verdadera estrella. Pero en ese momento, en el que nacía la fama, también lo hacía su esencia de rebelde nato.
Cuando esa serie se encontraba en su pico de popularidad, Carradine anunció que abandonaba el barco. Nadie entendía nada, porque el actor tenía entre manos un éxito millonario al que aún le quedaban muchos años por delante. Pero no hubo forma de convencerlo, y lo que muchos leían como un autoboicot, en realidad era el deseo del intérprete por buscar nuevos desafíos y no estancarse en algo que ya no lo satisfacía. Carradine no quería que Kwai Chang Caine fuera una jaula, y en una entrevista confesó: “En los proyectos posteriores a Kung Fu, hice todo lo posible por destruir la imagen que dejó de mí esa serie. Pero un tiempo más tarde, me quedó claro que eso no tenía por qué ser así. Si fue alguno bueno, ¿por qué iba a querer deshacerme de lo que significó?”.
Luego de Kung Fu, tuvo una relación agridulce con la industria, y si bien participó de unos pocos títulos prestigiosos (como El huevo de la serpiente), su principal rubro fue el de las películas clase B, o títulos de culto imprescindibles como Canonball o Forajidos de leyenda. A final de cuentas, nunca pudo escapar del todo de la sombra de Kwai Chang Kaine, y en 1993 protagonizó una nueva ficción llamada Kung Fu: la leyenda continúa, en la que interpretó nuevamente a ese personaje durante cuatro temporadas.
Con presencia constante en todo tipo de proyectos, Carradine construyó una carrera sólida que nunca perdió continuidad. Pero en 2003, y luego de filmar un título español llamado Bala perdida, él regresó a su casa y en el contestador automático, lo esperaba un mensaje de Quentin Tarantino. El realizador de Tiempos violentos le ofrecía la posibilidad de encarnar al villano de su próximo binomio, un proyecto de notables influencias del cine de artes marciales. Entusiasmado con la propuesta, el actor realizó en Kill Bill uno de sus mejores trabajos, y aunque pensaba que ese sería el puntapié para el reinicio de su carrera, pronto descubrió que eso no fue así. Hasta su muerte en 2009, y como le sucedió a su padre John Carradine, David murió sin cumplir con un deseo muy íntimo que solo le confesó a unos pocos de sus amigos: el de ganar un Oscar. Sin embargo, su figura no necesitó de la estatuilla para convertirse en una de las más extraordinarias de Hollywood.
Nace la leyenda
La de Carradine fue una vida en la que resulta claro que lo más apasionante pasó cuando las cámaras se apagaban. De pequeño tuvo una dura experiencia en un reformatorio que según confesó en su autobiografía, Endless Highway, lo llevó a un intento de suicidio a los cinco años. La idea de quitarse la vida lo acompañó durante décadas, y según contaba, siempre llevaba una Colt 45 cargada porque solía pensar en eso. El fantasma del suicidio reapareció con fuerza en 1975, cuando luego de su divorcio con Barbara Hershey se tiró al mar hasta que “una ola gigante lo devolvió a la playa”.
Carradine siempre se caracterizó no solo por una mala conducta, sino también por respetar cada uno de sus impulsos. Eso lo llevó de protagonizar numerosos encontronazos con la policía, a detener la filmación de una película para sumarse protestas sociales, o como sucedió una vez en El show de Merv Griffin, abandonar un estudio en la mitad de una entrevista.
Para muchos de sus amigos, era una contradicción absoluta: el actor le daba una gran importancia a su físico, practicaba artes marciales, pero sin embargo fumaba y bebía constantemente. “Mi principal actividad física consiste en ejercitar los brazos, con el derecho llevo a mi boca un cigarrillo, y con el izquierdo una cerveza”, solía decir. Su bebida predilecta era el vodka, porque la tomaba en los rodajes mientras sus compañeros pensaban que su vaso tenía agua. Y esa personalidad contradictoria también se trasladaba a su economía. Carradine era millonario, sus trabajos en cine y televisión (pero principalmente las regalías que recibía por las repeticiones de Kung Fu) le permitían gozar de una ganancia anual que oscilaba entre los dos y los tres millones de dólares. Pero a pesar de eso, le gustaba aparentar estar en la quiebra. Sus pocos gastos diarios estaban sometidos a una estricta rutina en su bar favorito, el Prizzi’s Pizza. En una entrevista, un mozo de ese local contó que Carradine iba todos los días a las cinco de la tarde, a menos que estuviera filmando una película, y detalló: “Se sentaba siempre en el mismo lugar, y pedía un licor doble y un expreso. Si tenía un mal día, acompañaba eso con un vodka doble. Después de beber, se iba al patio del bar a fumar unos cigarrillos y hacer los crucigramas del diario”.
Otro de los gastos habituales del actor, era en Suzie’s Delights, un sex shop cercano a su hogar al que iba una vez por mes. A ese lugar fue una semana antes de su muerte, a comprar películas sobre bondage, un tipo de práctica sexual basada en el inmovilizar a una persona, y que se ejerce bajo el consenso de las partes involucradas. Nadie lo sabía en ese momento, pero el interés de Carrandine por esa forma de vinculación sexual, estaría íntimamente ligada a su muerte.
Un final envuelto en misterio
El 4 de junio de 2009, David Carradine fue encontrado muerto en la habitación de un hotel de Bangkok, ciudad en la que estaba filmando una película llamada Stretch. El actor se encontraba colgando de la barra de un armario, con un cordón de nylon alrededor de su cuello y de sus genitales. Se determinó que su deceso se había producido un día antes, y las pericias iniciales concluyeron que se trató de un suicidio. Luego de dos autopsias, los especialistas determinaron que se trató de una práctica de auto asfixia erótica, y que Carradine ocasionó su muerte de modo accidental.
Marina Anderson, su esposa entre 1998 y 2001, reveló en la biografía sobre su vínculo con Carradine que ella y él llevaban a cabo actos de asfixia erótica, y detalló: “Yo jamás había probado nada de eso, pero estaba muy entusiasmada con mi relación. Para mí era un terreno nuevo, pero en su caso era algo de todos los días. Yo viví eso simplemente como una etapa, y lo probé porque era algo nuevo. Pero eventualmente se convirtió en algo constante, y ahí me di cuenta de que tenía un gran problema entre manos”. Sobre la noche de la muerte, Anderson contó que Carradine “puede que haya tomado opiáceos en el transcurso de esa auto asfixia, y quiso llevar esa experiencia un nivel hacia arriba”.
Con el tiempo, distintas voces comenzaron a sugerir que una persona pudo haber estado involucrada en la muerte de Carradine, quizá matándolo por accidente. La propia Marina Anderson aseguró que su exmarido no solía llevar a cabo prácticas bondage en solitario, una teoría que se refuerza con dos pruebas. Por un lado, se encontraron rastros de huellas de un calzado que los investigadores no identificaron como propiedad del actor, y por el otro, que él se encontraba con sus manos atadas. La familia del artista contrató a un patólogo forense que no pudo comprobar de manera contundente que se tratara efectivamente de una práctica de auto asfixia. Por otra parte, el especialista también detectó que sus manos estaban atadas por sobre su cabeza, una posición prácticamente imposible para que una persona realice por sus propios medios. La viuda de la estrella, Annie Bierman, demandó a la productora de Stretch por negligencia, asegurando que el asistente de Carrandine no cumplió en su deber de seguir de cerca los pasos de su marido.
La muerte del protagonista de Kung Fu dejó una última sorpresa. Ordenando varios de sus papeles, su familia encontró una lista en la que confesaba los deseos que tenía ganas de concretar antes de morir. Nadie sabía de la existencia de ese borrador en el que, entre otras cosas, Carradine confesaba que anhelaba con pasar el resto de sus días en Hawai, porque según figuraba de su puño y letra, le gustaban “los lugares donde las mujeres llevan poca ropa”.
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