Dave Grohl habla de Nirvana, Foo Fighters y los días malos: “He sobrevivido”
El día que Kurt Cobain acabó con su vida (5 de abril de 1994), Dave Grohl, aquel baterista delgaducho y fibroso que llevaba las canciones de Nirvana a otra dimensión con su tenaz pegada, decidió que la música se había acabado para él. Estuvo meses sin tocar un instrumento, deprimido. Un joven de 25 años que tocaba en una de las bandas más admiradas del mundo ahora se mostraba aniquilado emocionalmente. “Dejé de escuchar música, guardé la guitarra en un armario y eché la llave. Era doloroso incluso escuchar canciones de fondo, así que no ponía ni la radio”, recuerda por teléfono desde su casa de Los Ángeles. “Cuando Nirvana se hizo popular todo pasó deprisa. Resultó difícil conducir esa nave emocionalmente porque era muy joven. Y esa experiencia fue dramática. Fue todo un desafío emocional más que musical o profesional. Cuando Kurt murió fue difícil, duro. Había tocado música hasta entonces y representaba algo maravilloso para mí. Pero en ese momento representaba cosas que me rompían el corazón y me angustiaban”, explica.
Cuenta cómo lo superó: “Pasados algunos meses me di cuenta de que la música siempre me había salvado la vida. Pensé: ‘Eso es precisamente lo que necesito, necesito a la música, la necesito para sobrevivir, me ayudará a pasar esta página”. Así empezó Foo Fighters hace 25 años. Hoy, aquel angustiado veinteañero ofrece conciertos para 50.000 personas, actúa en la Casa Blanca (para Barack Obama y recientemente para Joe Biden en el Capitolio), ha compartido escenario con Led Zeppelin, Motörhead o Kiss, y acaba de editar su décimo disco con Foo Fighters, Medicine at Midnight. David Grohl tiene 52 años: ninguna estrella del rock tan joven es tan grande.
El jefe de Foo Fighters debe de ser la única persona optimista en estos tiempos desventurados. Lo demuestra a lo largo de la conversación. “Las cosas están muy mal, pero soy optimista”, repite, mientras se ve obligado a posponer conciertos por la crisis sanitaria. Reconoce que esta propensión a agarrarse al lado positivo le ha salvado de situaciones delicadas. Cuando superó el duelo por la muerte de Cobain, su teléfono sonó para indicarle el camino: Tom Petty le propuso ser el baterista de su banda. Y le dijo que no. “Cuando colgué pensé: ¡He rechazado una oferta de Tom Petty, uno de mis ídolos. No puede ser!”, explica entre risas.
Grohl tocó finalmente para Petty una vez, en el programa Saturday Night Life, pero su instinto le indicaba otra senda. “Una parte de mí me decía que me uniera a una banda como baterista, como había hecho con Nirvana, pero otra parte me recomendaba: ‘Eso ya lo has hecho, Dave, tenés que experimentar’. Quería tocar la guitarra y cantar. Necesitaba moverme y comenzar con mi propia banda”. Ya estaba en marcha Foo Fighters: de ver las cosas desde el fondo del escenario atrincherado entre bombos y platillos a ponerse delante, componer, tocar la guitarra y cantar.
En estos 25 años, Grohl consiguió convertirse en una estrella ofreciendo una imagen de antiestrella. Su cálida amistad con Lemmy Kilmister, de Motörhead; su humildad al montar una superbanda (Them Crooked Vultures, con Josh Homme, de Queens Of the Stone Age; y John Paul Jones, bajista de Led Zeppelin) y conformarse con la batería; el respeto por los clásicos; la adorable batalla de baterías que organizó durante la pandemia con una niña de diez años; lo bien que cocina lasañas en el programa de Mary McCartney... Grohl es un seguidor de la música, uno de los nuestros, pero con una cuenta bancaria inalcanzable.
También ha pasado momentos duros como cuando en 2007 debió acudir a terapia para aprender a canalizar la presión que sentía debido a la magnitud que tomaba Foo Fighters. Lo mismo que ocurrió con Nirvana. Pero ahora tenía 38 años. “Claro, hay períodos en los que estás bajo de moral, cuando la vida te lleva a situaciones infelices. Lo más importante es trabajar sobre ello para dejarlo atrás y tratar de encontrar la felicidad”, afirma.
“Nunca lo voy a dejar, nunca me voy a rendir”
Ahora, el músico se levanta por la mañana y hace esta reflexión: “Cuando me miro al espejo veo las arrugas en mi cara, las canas en el pelo y los dientes rotos por el contacto con el micrófono... Y me gusta. Estoy orgulloso de ello. Coincido en festivales con bandas jóvenes y yo tengo la misma ilusión que ellos, pero al mismo tiempo estoy orgulloso de no ser joven otra vez, porque para mí representa la supervivencia y la tenacidad. Nunca lo voy a dejar, nunca me voy a rendir, voy a continuar... Es doloroso a veces, pero hice este jodido camino y he sobrevivido”.
Los padres de Grohl (Warren, Ohio, EE. UU., 52 años) se divorciaron cuando él tenía siete años. Vivió con su madre, Virginia, a la que siempre pone como ejemplo: “Fue profesora de un colegio y trabajó jodidamente duro todos los días para poder mantenernos a mi hermana y a mí. Eso me hace apreciar la situación en la que estoy”. En Washington DC comenzó a frecuentar la escena punk-rock formando parte de diferentes bandas como baterista. El más serio fue Scream. Kurt Cobain y Krist Novoselic quedaron impresionados con su pegada y le ofrecieron las baquetas de Nirvana justo antes de que el trío explotara. Grohl llegó a tiempo para grabar Nervermind (1991), el puntal de seguramente el último movimiento relevante del rock, el grunge.
Medicine at Midnight, el décimo trabajo de Foo Fighters, los consolida como banda de rock para todos los públicos. Suenan lo suficientemente agresivos para convencer al núcleo roquero, pero al mismo tiempo son accesibles hasta para los críos. “Son canciones para cantar en un estadio repleto”, reconoce el músico, que explica: “Queríamos un disco de rock bailable. Escuché toda la música que hicimos durante 25 años. Ok, hemos hecho esto, lo otro y lo de más allá, pero nunca un álbum con elementos bailables. En realidad he crecido con rock and roll que te provoca bailar, como Little Richard, Elvis, Beatles, David Bowie... Son artistas que incorporan boogie en sus canciones. Eso es lo que hemos querido hacer”. Grohl cita a Bowie, cuya presencia se percibe en el tema que da título al disco. Sobre todo el Bowie ochentero de “Let’s dance”.
Grohl se despide para atender a otro periodista. Mañana a las seis estará en pie, preparando el desayuno para sus tres hijas y su pareja. No se cansa de ser la antiestrella.
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