Tiene grandes recuerdos de las largas jornadas de rodaje a las que iba después de la escuela, con Andrea del Boca, Carlín Calvo, Silvia Montanari y Claudio García Satur, entre muchos otros; “Siento que viví muchas vidas en una”, reconoce en una extensa charla con LA NACION
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Daniela Redín debutó con apenas 6 años en la novela de Andrea Del Boca, Estrellita mía. Trabajó en los programas más exitosos de finales de los 80 y principios de los 90 y durante cuatro años fue la hija menor de Silvia Montanari y Claudio García Satur en Son de diez. Pero a los 15 años se retiró de la profesión, obligada por hechos fortuitos que la llevaron por otro camino.
Hoy es abogada especializada en derecho laboral y ejerce esa profesión de manera independiente y también en relación de dependencia. Está casada y es mamá de Agustín y Julieta. “De chica siempre dije que iba a ser abogada, más allá de que nací actriz y voy a morir actriz, porque me identifico con eso y es algo que voy a llevar toda la vida. Entonces, soy actriz y además soy abogada porque estudié”, le detalla Daniela Redín a LA NACION.
Simpática y muy conversadora, le brillan los ojos cuando habla de los años en los que salía a las corridas de la escuela para ir a grabar. Y con ganas escarba en su pasado y se entrega a los recuerdos. “Me disfrazaba y jugaba delante del espejo, hablaba con él y sigo haciéndolo hasta el día de hoy (risas). Le decía a mi mamá que quería ser actriz. No sé de dónde lo saqué porque era tan chiquita que apenas veía dibujitos animados en la tele. Y cuando hubo un concurso para estar en Estrellita mía, mi tío que es un poco más grande que yo, le dijo a mi mamá que me llevara. Ella no quería saber nada, pero insistí tanto que no le quedó otra; yo tenía 5 años. Quedé después de varios castings y me enteré un día que mi mamá me despertó con la revista Radiolandia 2000 porque era la ganadora y había salido mi foto. Así empecé y no paré hasta los 15 años. Una de las últimas cosas que hice fue Alta comedia, con Susú Pecoraro y Víctor Laplace, dirigida por María Herminia Avellaneda, y La bonita página, con Solita Silveyra. Me maravillaba lo profesionales que eran”, resume y se le amontonan las vivencias.
-Tu momento de mayor éxito fue Son de diez. ¿Qué recuerdos tenés?
-Los mejores. Fueron cuatro años, porque recuerdo que hice los dos últimos años de primaria y los dos primeros años de secundaria. También hice Regalo del cielo, Amigos son los amigos, Clave de sol, la novela Manuela, donde hacía de Grecia Colmenares cuando era chica. Me acuerdo que me ponían manzanilla en el pelo porque mi mamá no quería que me tiñeran. En Son de diez la condesa Eugenia de Chikoff me enseñó cómo pelar un langostino, por ejemplo. Me tomaba todo muy en serio porque me gustaba lo que hacía y tengo los mejores recuerdos de esos años. Silvia Montanari era como una segunda mamá, y Claudio García Satur me cuidaba muchísimo, iba a almorzar con él y se fijaba en lo que pedía, en lo que comía. Trabajaba con chicos de mi edad como María Laura De Ambrosi, Nicolas Cabré, Jezabel Yacuzzi. Soy una persona muy sociable y disfruto de estar con la gente. Recuerdo a Carlos Calvo, cómo me cuidaba cuando participé en Amigos son los amigos. Una vez tenía que hacer una escena en la que comía un alfajor y como me dolía la panza, Carlín me dijo que fingiera morder la punta del alfajor. Era muy amoroso. En Son de diez trabajaron las hijas de Maradona y un día él vino a la grabación y yo me saqué una foto que todavía tengo. Después venían a vernos al teatro con Claudia. O cuando trabajé en Estrellita mía y Andrea Del Boca fue muy amorosa conmigo. Quedó en mi corazón porque me cuidaba mucho. Fue muy especial y me tenía mucha paciencia porque no es fácil trabajar con chicos y capaz a veces no quería hacer lo que me pedían. Ricardo Darín también fue muy amoroso, pero yo tenía más relación con Andrea, quizá porque era mujer.
-¿Qué añorás de esa época?
-Todo (risas). Siento que viví muchas vidas en una. Y una de ellas fue mi paso por el mundo artístico. Hay recuerdos que no puedo ubicar porque era muy chica. Salía a las corridas de la escuela y me cambiaba en el auto. La única condición para seguir trabajando era estudiar. Y yo me lo tomé a pecho y tenía diez en todo. Me quedó la costumbre porque me recibí en la facultad con diploma de honor (risas). Estudiar era un incentivo para seguir en la tele y lo convertí en un hábito. Me acuerdo que García Satur me felicitaba porque nunca me vio agarrar un libro, pero me sabía la letra a la perfección. Yo leía el libro y me quedaba.
-¿Estudiaste teatro?
-Nunca. De grande tomé alguna clase de teatro. Era todo natural. Me acuerdo que una vez fuimos al programa de Susana Giménez con el elenco de Son de diez y ella me hizo una pregunta que era algo así como por qué yo trabajaba. Y le respondí: “por mi ángel” (risas).
-¿Qué pasó a los 15 años que dejaste de trabajar en la tele y nunca más volviste?
-Pasaron dos cosas concomitantes en mi vida. Mi papá estuvo muy grave, casi se muere. Tenía piedras en la vesícula que le saltaron al páncreas y necesitaba una operación de urgencia. Los 90 fueron complicados, él había cambiado de trabajo y de plan de salud, no le cubría la cirugía y había que pagar todo. Y estuvo un año sin poder trabajar, recuperándose. Y por otro lado, yo había cambiado de representante. Primero estaba con Ana Pechmann, que es representante infantil, y por ese entonces me cambié con Hugo Fredes, un señor que presentaba a otros artistas como Cecilia Dopazo y Fernán Mirás. Lo que me contaron es algo que hoy no me cierra del todo, siendo abogada. Pero pasaron muchos años y ya está. Este hombre nos estafó y se fue del país. Teníamos un contrato firmado, un poder para que él cobrara. Mis padres me dijeron que no se podía hacer nada y que había que esperar a que ese contrato y ese poder caducaran. Hoy siendo abogada sé que se puede rescindir un contrato, ir a juicio. No sé qué pasó, sinceramente. Siempre me quedó esa duda. Cuando le pregunté de grande a mi mamá, me dio la misma explicación que me había dado de chica.
-Ese enorme cambio debe haber sido muy duro para vos...
-Fue tremendo al principio. Yo era muy popular, la gente me saludaba, me pedía autógrafos, fotos. Recuerdo que en Estrellita mía fuimos a grabar al Ital Park y la gente me arrancó el moño que llevaba en la cabeza y también el del vestidito. En el teatro con Son de diez nos sacaban con guardaespaldas y a veces, a mí, a upa. Fue duro ser súper conocida y, de pronto, no poder estar más en los medios. Sentí como un gran vacío al principio. Después, todo pasó. Me apoyó mucho mi familia y mis amigos. Ahí también te das cuenta quiénes son tus amigos, porque cuando trabajaba tenía mil y después quedaron pocos, como mi mejor amiga hasta hoy, Paola, que no le interesaba si yo era famosa o no, o si pasé de tener un placard lleno de ropa a no tener casi nada. Era adolescente encima, era una edad muy crítica. Fue un cimbronazo que me obligó a crecer de golpe. Hubo cosas también que viví a destiempo. Por ejemplo, mi personaje de Son de diez menstruaba por primera vez y yo no había pasado por eso todavía y tuvieron que explicármelo. Otra vez hice un capítulo de Atreverse con Juan Leyrado que trataba sobre la bigamia y a mis 8 años tuvieron que contarme de qué se trataba. Viví muchas cosas que no eran para una criatura, pero tuve una buena contención familiar. Yo amaba actuar y dejar de hacerlo fue algo tremendo. Lo que sufrí, lo que lloré. Contaba el tiempo que faltaba para que se cumpliera ese contrato.
¿Y qué pasó cuando el contrato caducó?
-Ya tenía 18 años, había terminado la secundaria y no quise volver porque sentía que todo había quedado muy lejos en el tiempo. Era chica y no mantuve el contacto con mis compañeros, productores, directores. Encima no había redes sociales ni WhatsApp. Era como volver a empezar. Creo que me dio miedo.
¿Ya habías empezado a estudiar derecho?
-No, primero estudié relaciones públicas y ahí me di cuenta de que me gustaban mucho las materias de derecho y cambié de carrera. Y los abogados somos un poco actores en la vida; todos lo somos. Así que practico, porque transmitís mucho con los gestos. Cuando tenía que dar exámenes o exposiciones, las practicaba delante del espejo, las cronometraba y las repetía hasta que me salían como yo quería.
-¿Cómo es tu familia?
-Mi marido se llama Christian Encinas y es abogado también. Lo conocí por un compañero de trabajo, aunque en realidad éramos todos vecinos. Hace 17 años que estamos juntos y 11 que nos casamos. Tenemos dos hijos, Agustín, de 21 años y Julieta, de 11. Christian no es el papá de Agustín, pero lo crió y ahora lo está adoptando. Mi hijo le dice papá a mi marido desde siempre. No tiene vínculo con su papá biológico.
-¿Volverías a trabajar como actriz?
-Es algo que me encanta. Y sí, creo que volvería con todo lo que viví, lo que recorrí, la madurez, la familia que armé, que son un gran soporte. Pensé en tomar clases de teatro y quizá lo haga. Lo hablamos con mi marido. Sería muy lindo, de verdad.
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