A meses de convertirse en abuela por segunda vez, la exmodelo habla de todo: su gato embalsamado, su rotundo cambio de imagen, el pasado como top, la relación con su nieto y el devenir de su corazón
"En el futuro cercano me encantaría irme de mochilera a Australia. Es un lugar que me atrae mucho y que siento que tengo que recorrerlo a pie. El silencio de la nada me fascina y si alguien me quiere acompañar, perfecto, ¡pero que se la banque!…”. El alocado deseo tiene dueña: Daniela Cardone (52), la primera mannequin que “saltó” al teatro de revista, allá por los 90, y que tras ganar un reality show de supervivencia en España, donde dejó en claro que podía con todo, hace trece años, se reconvirtió en una de las DJ más cotizadas de la escena electrónica local.
“Cuarenta y tres días sin comer es muy fuerte psicológicamente. Pasar hambre te hace valorar tanto lo que tenés… Los cambios que sufrís a nivel físico son drásticos y sacan para afuera lo más animal de uno”, rememora Daniela, que además de ser madre de Brenda Gandini (32) y de Rolando “Junior” Pisanú (21), es abuela de Eloy (5) y en unos meses lo será por segunda vez, ya que su hija mayor y su novio, Gonzalo Heredia, esperan un bebé para mediados de año. “Llevé una vida muy extrema y ahora es tiempo de estar más serena y para adentro, dejar de cumplir con las expectativas de los otros y descansar por todo lo que no descansé antes. Corrí demasiado en mi vida”, reflexiona “la Cardone” desde el living de su departamento en Retiro, en el que abundan las imágenes de Buda, los almohadones con forma de corazón y los gatos –Azabache, Garfield, Keila, Martita y Matutino–, su mayor fuente de felicidad por estos días.
–En tantos años de carrera, ¿cómo sentís que te trataron?
–Me criticaron y me critican muchísimo. Cuando me tatué por primera vez, me sacaron de los desfiles porque les parecía un horror; cuando debuté en teatro con Nito Artaza, también; y cuando volví a Argentina con el pelo rapado, Ricardo Piñeyro me dijo que parecía un varón. Todo me fue muy difícil, pero siempre me la banqué. Ser transgresora tiene su precio y sé que le allané el camino a muchas personas.
El “affairE” Matute
–La última vez que te criticaron fue cuando embalsamaste a Matute, uno de tus gatos.
–Lo de Matute fue tan tremendo que tuve que cerrar mis redes sociales. ¡Hasta asesina me dijeron! Lo que la gente no sabe es que Matute fue la primera mascota que tuve. Él fue una gran fuente de cariño después de la muerte de mamá, primero, y de mi abuela materna, después.
–¿Qué te llevó a embalsamarlo?
–No me gustan las cenizas. Mis hijos ya saben que cuando me muera quiero que me pongan en un cajón rosa [Se ríe]. Lo amaba mucho a Matute y no soportaba la idea de que estuviera bajo tierra. Ahora duerme en una de las mesas de luz de mi cuarto.
–¿Cómo murió Matute?
–De un paro cardíaco. Me había ido a tocar a Pinamar y a la vuelta lo encontré muerto. Estaba enfermito, pobre. Cuando me lo devolvieron, un mes después, me fui a Luján directo. No me fui a pasear, como cree todo el mundo, ¡me fui a bendecirlo! [Se ríe]. Lo que pasa es que me saqué una foto con él sentadito al lado mío y se quedaron todos pasmados.
De reina de la pasarela a clubber moderna
–¿Extrañás tu época de mannequin?
–No. Me divierto cuando veo las fotos, pero no quisiera volver ahí. Era súper exigido. Tenías un kilo de más y te sacaban del desfile… ¡Era tremendo! Diez kilos más tengo ahora [Se ríe]. El otro día me dijeron gorda y salí a contestar: tengo derecho a relajarme, ¡me cuidé toda la vida!
–¿Eras consciente de tu belleza?
–Nunca me creí linda, ¿sabés? Es más: en las notas, me daba vergüenza mirarme y hoy me sigue costando… El otro día, Nequi Gallotti, que es de una generación anterior, me recordó que yo fui la primera con lolas en la pasarela. Marqué un estilo nuevo, el de las modelos de los 90, que éramos más curvilíneas y sensuales.
–Además de las lolas, tenés otras cirugías estéticas en tu haber, ¿verdad?
–Sí. Y nunca me dio pudor contarlo. Tengo varias lipoaspiraciones hechas, colágeno en la boca y me pongo bótox, pero de una manera natural. No me gusta quedar planchada.
–¿Qué hay de los tatuajes?
–En cada tatuaje dejo plasmado un momento, que “termina” ahí. Es el modo que encontré para sacar el dolor para afuera. A mí tranformarme me hace sentir viva: cuando cierro un capítulo, cambio hasta la música.
–¿Te arrepentís de alguno?
–No. Voy a ser una vieja arrugadita, toda tatuada… ¡y con siliconas! [Se ríe].
–¿Qué quedó de esa Daniela que a los 15 años se convirtió en Reina de los Estudiantes?
–Sigo siendo tan aguerrida como entonces. Siempre me exigí y di todo de mí. Me gusta la conducta y sigo siendo muy disciplinada, pero a los 52, si no hago lo que quiero ahora, ¿cuándo? ¡Cumplí con todo!
–¿Y con qué cosas estás “cumpliendo” ahora?
–Estoy muy enfocada en mis necesidades. Disfruto de mi imperfección y de estar con los míos. Hace poco, nos fuimos diez días a Nueva York con mis hijos, mi nieto y mi yerno, y lo pasamos bomba. Nunca habíamos viajado juntos y fue espectacular.
UNA ABUELA POCO CONVENCIONAL
–¿Ahí te enteraste de que vas a ser abuela por segunda vez?
–Sí. Fue en las vísperas de Navidad, Brenda me dijo: “Mamá, tenemos que hablar de algo” y Eloy acotó: “Voy a tener un hermanito o hermanita”. ¡Casi me muero de la emoción!
–Tus chicos ya son grandes. ¿Cómo vivís la maternidad ahora?
–Pasás a ser una compañera. Si bien son grandes y tienen sus vidas, nunca dejás de ser mamá. Lo gracioso es que ahora la soltera soy yo y tienen miedo de que termine siendo la “vieja de los gatos” [Se ríe]. Pero me entienden y me acompañan: no les llama la atención nada de lo que hago y me encanta lo compinches que son.
–¿Eloy nota que no sos una abuela típica?
–Sí y adora venir acá. Para él, esta casa es Disney: hasta le compré una pantalla de cine para que vea dibujitos animados y películas. Se divierte mucho conmigo… Y baila, ¡lo que baila! Está muy incentivado y va a ser un actorazo.
–Hace cinco años decidiste convertirte en DJ. ¿Qué es la música para vos?
–Es mi terapia. La música me eleva, me hace olvidar de lo malo y enfocarme en lo bueno. Es un antídoto para el dolor.
–La noche es sinónimo de excesos…
–Sí y por eso siempre estoy protegida por guardaespaldas. Soy abuela y no puedo ser protagonista ni estar cerca de ningún papelón. Me cuido muchísimo en ese sentido. Eso sí: después de pasar mis sets, me pido un champancito, que es lo único que tomo, con hielo y en vaso de trago largo para no marearme.
–Con tu último novio rompiste hace siete años. ¿Extrañás estar en pareja?
–¡Para nada! Es muy difícil estar en una relación en la que no te aburras y la pasión no se extinga. Hoy disfruto de la soledad y no estoy dispuesta a pagar ningún precio por mi libertad. No quiero que me hagan problemas porque no llamé, no atendí el teléfono o me fui a comer con amigos. Tampoco tengo ganas de bancarme que me anden escondiendo cosas… Lo que pasa es que los hombres son zorros y como les saco la ficha en dos segundos, me tienen miedo.
- Texto: María Güiraldes
- Fotos: Tadeo Jones
- Producción: Consuelo Sánchez Posleman
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