Damon Lindelof, showrunner de Watchmen, la gran promesa de los próximos Emmy
En una entrevista durante un festival en 2017, Damon Lindelof aseguró que Watchmen era una historia arriesgada, y que estos tiempos de riesgo requerían la presencia de esas historias. Entonces ya estaba en marcha la adaptación del oscuro universo del cómic de Alan Moore que llegaría a HBO dos años después como la miniserie que reinventaba definitivamente esa galería de vigilantes y enmascarados. Quizás asumió el compromiso de llevar a la pantalla una pieza de culto de la novela gráfica motivado por el obsesivo fanatismo de su padre, que coleccionaba cómics allá por los años 60 y cuando cumplió 12 años le permitió sentir la electricidad que desprendían los antihéroes creados por Moore y dibujados por Dave Gibbons. O quizás fue su temprana atracción por la cultura popular que combinaba el más duro realismo con la fantasía, el terror y la curiosidad de esa generación criada en los 80 que vio Tiburón,Poltergeist y Porky's, todo lo prohibido que resultaba imprescindible para sentirse adulto.
Una serie de superhéroes
Lindelof se debía una historia de superhéroes. Había asomado a la gloria y la controversia con el final de Lost, el cenit de ese universo intrincado gestado bajo el padrinazgo de J.J. Abrams y un sentido moderno de la aventura que cambió el consumo de las series y también el horizonte de toda desilusión. Había sido guionista del preámbulo de Alien, el octavo pasajero en Prometeo (2012), de una de zombis como Guerra Mundial Z (2013), que pese al limitado imaginario del director Marc Foster logró erizar varios ánimos en estos tiempos de pandemia, secundó nuevamente a Abrams en su desembarco en el mundo Star Trek, y creó un culto secreto e inesperado con la extraordinaria The Leftovers. El 2019 era el momento de encontrarse con el mundo de su admirado Moore, "el mejor escritor en la historia de los cómics", en sus propias palabras. Creado en los años 80 fruto de una exquisita alquimia entre el héroe enmascarado, el comentario social y la ambición artística, ese mundo encontraba en el presente su lugar perfecto. "Es más oportuno ahora que nunca y para mí, que soy un fan del cómic, era tiempo de llevarlo a la pantalla".
Watchmen desembarcó en HBO a fines del año pasado y de inmediato generó revuelo y expectativa. Con el correr de los episodios y la audacia de la mirada de Lindelof y compañía la serie fue ubicándose en un lugar privilegiado, que concitaba prestigio y popularidad. Las múltiples nominaciones al Emmy de este año confirmaron que Lindelof estaba en lo cierto cuando señaló que no había tiempo mejor que el presente para volver a adaptar Watchmen. El resultado le debe tanto al material original, a esa perturbadora recreación de los años de la Guerra Fría en un mundo paralelo, como al propio ingenio de Lindelof, el que desplegó en sus otras creaciones televisivas y que ahora encuentra su forma justa. Como guionista y productor ha explorado desde el principio las conexiones entre los miedos y las angustias humanas con los eventos sobrenaturales, modelados por el arte y la cultura popular, al mismo tiempo que las réplicas de historias reales en el universo de la ficción, con sus desvíos y distorsiones. Pero Watchmen era algo más, tenía el aura del culto, el conocido resquemor de Moore con cualquier atisbo de adaptación, el fervor de los fans, los miedos propios. Por ello hacerlo en sus propios términos, más como una relectura o reinvención que como una adaptación literal, le dio impulso y algo de seguridad.
"No era solamente el temor usual de ‘¿le gustará a la gente?’. Por supuesto que siempre tuve en claro que no a todo el mundo le iba a gustar. Que no iba a ser universalmente amado sobre todo porque era Watchmen y por los temas espinosos que abordaba. Mi mayor temor era ser malinterpretado o llevarme a la especulación de cómo debería haberlo hecho mejor. Todo el tiempo me siento orgulloso y dubitativo, todo al mismo tiempo". Las declaraciones de Lindelof a Vulture unos días antes del estreno de la miniserie en realidad tienen una larga historia. Ese miedo al malentendido encuentra sus raíces en la polémica generada por el final de Lost y las constantes explicaciones en videos y conferencias sobre las decisiones de último momento. Ese es, en definitiva, el dilema que acarrea toda ficción popular construida bajo la clave del mystery box: cuán decepcionante puede ser la revelación después de tantas horas y expectativas invertidas en su construcción.
El hombre detrás de la cortina
Lindelof fue una pieza clave de la construcción del fenómeno de Lost y también uno de los rostros más visibles a la hora de las explicaciones del final. En parte la clave ya estaba en el diseño, albergar en esa isla un compendio de misterios que en el fondo nunca podrían ser del todo resueltos. O por lo menos no resueltos en los términos que los espectadores esperaban. Por eso la siguiente The Lefovers sirvió para comprender mejor aquel mecanismo y desterrar de entrada las expectativas de la resolución. Lindelof consiguió junto al escritor Tom Perrotta, autor de la novela y co-creador de la serie para HBO, dar una consistente carnadura al misterio de la desaparición repentina del 2% de la población mundial. De entrada ese evento fantástico quedó desplazado del intento de explicación. Ni la ciencia ni la religión eran capaces de brindar reparo y de lo que se trataba la historia era de cómo los sobrevivientes de esa tragedia lidiaban con los restos de su humanidad.
Al poner sus ficciones en una improvisada galería se pueden percibir las constantes: la narrativa encastrada –las idas y vueltas en el tiempo de Lost, el rompecabezas de The Leftovers, la contracción temporal que experimenta el Doctor Manhattan en Watchmen-, el uso de parábolas históricas –la historia de Dharma en Lost, los prólogos de las temporadas en The Leftovers, la masacre de Tulsa en Watchmen-, las historias de amor trascendental –Jack y Kate en Lost, Kevin y Nora en The Leftovers, Ángela y Cal en Watchmen-, el uso de la geografía como eje del misterio –la isla en Lost, Mapleton y El Milagro en The Leftovers, Tulsa en Watchmen-, la creación de notables personajes, algunos que aparecen o se despliegan ya avanzado el relato –la Nora de Carrie Coon, la agente Laurie Blake de Jean Smart-, el humor inesperado, el uso de las canciones, la ambigüedad constante entre lo real y lo fantástico, las citas cinéfilas. Lindelof ha logrado formar los contornos de un universo propio más allá de la presencia de padrinos o colaboradores de peso como J.J. Abrams o Tom Perrotta, más allá de la variedad de los materiales de origen, de las exigencias de un gigante como HBO.
Las resonancias de Watchmen
Watchmen llega a la etapa de premiación en un mundo muy peculiar. Un mundo incluso distinto al de su estreno. El 2019 estaba signado por ese pulso de relectura histórica, por los destellos del black terror iniciado por Jordan Peele y continuado por creadores que buscaban encontrar en el género las coordenadas de comprensión de la experiencia negra, el dominio absoluto del mundo de superhéroes en el mainstream con el reinado de Disney y Marvel. Pero el 2020 parece haberle dado una vuelta de tuerca: la pandemia, los disturbios en los Estados Unidos tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía, el creciente protagonismo del movimiento Black Lives Matter, las tensiones de cara a las elecciones de noviembre. Watchmen ofrece entonces una nueva reactualización, que no es solo la del género de superhéroes adherido al comentario social, sino la de una perspectiva que antes que premonitoria resulta rabiosamente contemporánea. Y he allí una de las claves del universo de Lindelof: el saber nutrir a sus ficciones, no importan cuando y donde ocurran, cuán fantásticas resulten, cuán extravagantes, de los contornos de la experiencia humana. Porque al fin y al cabo todas las preguntas que se disparan, tanto en la misteriosa isla de Lost, como en ese mundo signado por la pérdida de The Leftovers, como en la distopía política de Watchmen, apuntan al sentido de la vida humana. A sus miedos y debilidades, a sus amores y alegrías, a sus culpas y renunciamientos.
Lindelof siempre ha destacado su trabajo en colaboración. En tanto guionista y showrunner el resultado último de sus creaciones tiene la impronta del trabajo en equipo. "Como no soy Alan Moore, intenté hacer Watchmen de acuerdo a preguntas e interrogantes que se discuten en la sala de escritores. Sobre cómo nos sentimos respecto a cada uno de los personajes, al devenir de sus historias, el objetivo de sus búsquedas. La serie es sobre la apropiación, sobre la apropiación del cómic original. En lugar de ser una banda de covers decidimos grabar un nuevo álbum inspirado en el original, y que también lleve su nombre".
La idea de reinvención colectiva regresa, no solo como mantra de ese equipo de trabajo sino como la síntesis de toda experiencia en la cultura. Los recuerdos del fanatismo infantil, los guiños inspirados con la admiración adulta, la lectura social y política nacida de la conexión con el presente, la vocación de conseguir un relato atractivo, profundo, duradero. Como escribió en una especie de manifiesto en Instagram cuando finalmente se decidió a adaptar Watchmen, "el tono será fresco, desagradable, eléctrico y absurdo, pero sobre todo contemporáneo". Y en todo ha cumplido su palabra.
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