Damián De Santo: su vida en Villa Giardino, sus escenas jugadas con Nico Riera y el cambio que planea con su familia
Se destaca en El primero de nosotros, la ficción de Telefe y en una charla íntima con LA NACION cuenta cómo la actuación le cambió la vida; un repaso por su trayectoria y el nuevo objetivo que se planteó con su esposa Vanina y sus hijos
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Damián De Santo quiso ser veterinario, abogado, policía y mucho más. De adolescente participó de Domingos para la juventud y ganó la prenda “Yo sé” al interpretar “Balada para un loco”. Quizás, en perspectiva, haya sido un empujón para empezar a estudiar teatro mientras se desempeñaba como preceptor en una escuela nocturna. Y ya sabemos cómo siguió esa historia. Hace más de dos décadas está casado, tiene dos hijos y vive con su familia en Córdoba, en Villa Giardino (Valle de Punilla). En El primero de nosotros, la ficción de Telefe, hace de Nacho, un hombre casado que también tiene dos hijos. Según cierto manual de estilo, Nacho tiene una vida perfecta. Pero también tiene un secreto guardado en su placard desde hace tiempo: le gustan los hombres.
En el plano de lo real, Damián se levanta temprano, lleva a su hijo más chico al colegio y se pone a trabajar en las cabañas que tiene junto a su mujer. “Todos los días me voy a comprar las cosas que necesitamos porque siempre se rompe algo, siempre se quema un motor. Con el pibe que tenemos de mantenimiento, metemos mano para tener al lugar como nuevo. Por las dudas, siempre tenemos dos heladeras de repuesto como también dos bidets”, cuenta durante la charla con LA NACION. Entre sus vecinos, encontrárselo en ferreterías o en almacén es cosa de lo cotidiano. “Alguno me podrá hacer algún comentario, pero están acostumbrados. Pensá que hace 30 años que vengo acá, mucho antes de tener las cabañas. Vine cuando había 3 mil habitantes y ahora hay 12 mil”, apunta Damián, de diálogo franco, fácil, fluido.
Su rutina de pueblo se alteró cuando el año pasado aceptó sumarse al elenco de El primero de nosotros. En la ficción, disponible también en Paramount+, él es parte de un grupo de amigotes de una banda cuyo elenco completan Benjamín Vicuña, Paola Krum, Luciano Castro, Jorgelina Aruzzi y Mercedes Funes. En el primer capítulo, Santiago, el personaje de Vicuña, se entera que tiene los días contados. “La propuesta me cayó como anillo al dedo por la edad que tengo, 54 años. Si antes podían morirse los papás de los amigos, ahora se pueden ir los amigos, algo que claramente sucedió durante la pandemia. Todos hemos perdido gente cercana a nuestra edad o más jóvenes. Como le sucede a este grupo cuando se entera lo de Santiago, yo también estoy con la idea de hacer un cambio importante, como cuando decidimos mudarnos acá, ahora queremos hacer otro. Con Vanina, mi esposa, somos muy inquietos, muy de tirarnos a la pileta. Por eso queremos viajar en una casa rodante. Yo no he viajado, por eso tengo ganas de conocer el norte argentino o Japón. Tengo muchos sueños y expectativas de vida para concretar. En mi profesión los tuve y se fueron dando las cosas, como fue laburar en Poliladron. Soy un tipo muy agradecido a la vida que me tocó vivir y a la vida que me eligieron para que yo viva como actor”, confiesa siempre con una sonrisa.
De joven tuvo mil trabajos. Vendió llaveros, manejó un camión, fue vendedor de medias, perfumes y ropa interior y trabajó en un banco, entre otras cuestiones. Hasta fabricó un reloj dinamita (es necesario aclarar, por las dudas, que no explotaba) que fue un éxito de ventas. Pero en algún momento dado se anotó para estudiar teatro con Julio Baccaro. Fue un momento bisagra en la vida de este tipo agradecido a la misma vida.
La ficción comienza justamente con un momento que marca una bisagra en la historia de estos amigos que constituyen una verdadera familia líquida. Alrededor de su cama, el personaje de Vicuña, un psicólogo con una hija adolescente, le dice a sus amigos: “Váyanse de acá pensando qué quieren para sus vidas, piensen que se pueden morir mañana. Si yo voy a ser el primero de nosotros, les pido que no me abandonen hasta llegar a la meta”.
De joven, Damián De Santo cargaba con una úlcera de duodeno. A llegar a los 17 años, un doctor que lo atendía le propuso hacer lo que le gustara, seguir el propio deseo. “Es verdad -reconoce cuando se le recuerda esa situación- Se llama, ojalá esté vivo, Pérsico, gastroenterólogo. Se ve que percibió algo en mí. Habrá visto que era simpático, entrador y me preguntó qué quería hacer con mi vida. Le dije que deseaba ser actor sin saber cómo era el camino. Yo venía de un papá contador y de una mamá docente de secundario. De un abuelo que fabricaba baterías y de otro que hacía productos de belleza. O sea, nada que ver con nada, no había un artista en casa como sucede hoy en la mía. Es como si uno de mis hijos me dijera que quiere trabajar en la NASA”.
-Bueno, en tren de asociación libre, tus cabañas quedan sobre la avenida Cosmos.
-Totalmente (se ríe), todo muy Carl Sagan. Y se llaman Umbral del Sol. Entonces, si lo agarramos por ahí, sí. ¡Que sea astronauta, que se vaya a la NASA!
Ya en el camino de la actuación, al principio de los 90 le salió la primera obra de teatro. Se llamaba La tiendita del horror y él manejaba la planta (hay que aclararlo: la planta es la protagonista de esa obra de culto). La pasó bárbaro aunque bajaba un kilo por función porque ahí adentro hacía un calor de aquellos. La presentaron en el teatro Alberdi, de Mar del Plata. “Yo lo disfruté un montón aunque cuando salíamos a saludar nadie me reconocía. No me importaba, era feliz. Y sin querer, era el protagonista de la obra”, recuerda desde su casa con vista al cosmos. Aunque ganaron varios Estrellas de Mar no le fue bien económicamente y poco le importó. Por las tardes fabricaba relojes y a la noche hacía de una planta del horror bizarra.
En 1991, se presentó a las audiciones de Drácula, la icónica comedia musical de Pepe Cibrián y Ángel Mahler que sigue haciendo historia y que irá a ver apenas se presente en Córdoba. Entre los 1500 aspirantes quedó él. Se ganó varios contratos porque era jefe de operaciones de escenografía y, según las escenas, podía ser un paje eunuco, un acróbata animador de grandes fiestas o el espíritu ensombrecido de Drácula. “Pepe no supo hasta último momento que era asistente de los efectos especiales y, a la vez, uno de los actores. No le gustó nada”, recuerda con una sonrisa dibujada en la cara. En esto de la doble vida, el “obrero” Damián De Santos soldó el ataúd de Drácula. Al parecer, quedó hermoso. Pero, claro, no salía por la puerta. Hubo que cortarlo y volver a soldarlo ya en el Luna Park. La obra, se sabe, fue un éxito (en verdad, un mojón en la historia del teatro local).
Su primero trabajo en televisión fue en la telenovela Princesa, en 1992. Allí actuaba Gabriel Corrado y Viviana Saccone. En Aprender a volar, junto con Marcelo Piraíno hacían de Poli y Lucho, dos sujetos que se “iban de langas y nunca hacían un levante”. En Canto rodado hacía de un pibe de esquina. Luego siguieron varios trabajos en cine, en la pantalla chica y en teatro. Hace pocos años, se calzó el traje de conductor de Morfi, todos a la mesa, junto a Zaira Nara. La pasó muy bien aunque los primeros días “la transpiró”. La actuación es su lugar y el conducir le dio la posibilidad de correrse a un costado, de escuchar. Al hablar de aquello inevitablemente surge el nombre de Gerardo Rozín, el creador del programa. “Perdimos a uno de los entrevistadores más persuasivos. Sabía llevarte y terminabas contestando preguntas que no respondías en otro programa. Era un tipo muy informado, siempre; yo nada que ver...”. Del otro lado, el mismo Rozín alguna vez reconoció que Damián De Santo es un “tipo extraordinario, inteligente, brillante”.
No todas son flores. Florencia Peña alguna vez dijo, en tren irónico y recodando grabaciones juntos, que le dejaba la cabeza estallada porque este señor de energía desbordada nunca para de hablar. Damián rema todas las notas, es un militante del diálogo. Será por eso que la primera vez que fue al psicólogo salió un tanto decepcionado porque esperaba una complicidad que no encontró. En la serie Disputas, su amiga Florencia Peña y él protagonizaron escenas de sexo tan bien logradas que hasta aparecen en páginas de contenido porno. Desde hace unas semanas, en El primero de nosotros, su personaje termina en la cama con Nicolás Riera, que hace de su asistente en un estudio de arquitectura. Ya en el segundo capítulo de la ficción, el arquitecto a cargo de una familia feliz con hijos le dice al personaje de Nico Riera: “La historia cambia porque te conocí a vos y me partiste la cabeza”. Trascartón, le estampa un buen beso. La semana pasada (para quienes siguen la ficción por Telefe, a razón de cuatro capítulos por semana), este profesional fanático de llevar siempre un pañuelo en el cuello terminó entre las sábanas con Nacho, el personaje de Riera.
Damián De Santo tiene experiencia en ese paño de desnudarse cuando la escena así lo requiere. En 1995 formó parte del elenco del espectáculo Amor, valor y compasión, una obra que abordaba la temática gay. “Estaba una hora y veinte en bolas”, recordó alguna vez. En la obra de Terrence McNally dirigida por el gran Alberto Ure actuaban también Pablo Alarcón, Oscar Ferrigno, Osvaldo González e Iván González, entre otros. “La exposición de estar desnudo era algo que desconocía -admite-. En la primera lectura alrededor de una mesa circular ya me puse en bolas. Se me acercó Ure (lo imita) y me dijo: ‘Me parece que con eso tan chiquito vamos a hacer un fracaso’”. Él, rápido de reflejos, le contestó algo muy efectivo pero, tal vez, irreproducible en esta nota. Lo cierto es que durante los ensayos ganó confianza. Aprendió que un desnudo es un dato más de la actuación. Claro que la noche del estreno en la sala estaban su madre y su abuela en la primera fila. La abuela, que se la pasó haciéndole caritas mientras su nieto estaba en escena, después le dijo: “Muy bien, muy bien. Está todo lo que cuidé desde chiquito ahí”. También hizo de gay en Verdad/Consecuencia y en Socias.
Si bien aquella experiencia en esa obra que dirigió Alberto Ure lo marcó, hubo una situación muy anterior que, ahora, le viene a la mente. Tenía 14 años y estaba lidiando con su úlcera. “En aquel momento circulaba onda en bolas en los hospitales. Me hacían estudios para los cuales tenía que tomar unos líquidos horribles que te hacen orinar. Me acuerdo que una tarde estaba sentado en un baño sin puerta. En una de las paredes, alguien escribió algo que todavía recuerdo: ‘Tranquilo, la estética solo se pierde en el amor y en la enfermedad’. Algo entendí de todo eso estando con ese camisolín en pelotas”, cuenta y se queda, raro en él, unos segundos en silencio.
Amigos son los amigos
Cuando decidió sumarse a la ficción de Telefe no reparó si su personaje era gay o no; o si tenía escenas de desnudo o no. “Lo que me atrajo fue la historia, el disparador. Yo soy muy amiguero. Sigo viéndome con los del barrio, de la secundaria, de cuando laburaba en el banco. Por eso me sedujo el punto de partida de la serie, de cómo la aparición de una enfermedad trae aparejada en cada amigo sueños, cosas pendientes. Entonces, la pregunta sería qué hacer con eso. A veces las pérdidas hacen que se valoren los afectos y eso es lo que me atrajo de El primero de nosotros. Eso que le pasa a Santiago (el personaje de Vicuña) es el disparador para que cada uno de los personajes de estos amigos se replanteen la vida”, apunta en modo reflexivo.
-Si te enfrentaras ahora a esa pregunta, ¿la respuesta sería la idea de viajar al norte argentino o al Japón?
-Totalmente. Y si no podemos los cuatro, será con Vanina. Yo laburé muchísimo desde pibe, de muchas cosas. El trabajo es fantástico y cuando tenés la oportunidad de elegirlo metés la pasión, no importa las horas porque todo te enriquece. Pero tiene que existir un resultado por ese esfuerzo, para esa ilusión. Puede ser algo tan simple como pintar la casa, cambiar el auto o todas esas cosas que parecen solamente cuestiones materiales pero que, en verdad, son premios, premios de la vida, resultados del esfuerzo. ¿Es material? Sí, lo es, pero forman parte de nuestros sueños. El tema es concretar el deseo.
-Después de haber tenido cientos de curros, tu deseo a los 17 años fue el de actuar. En perspectiva, queda claro que fue un deseo fundante. ¿Percibiste eso en aquel momento?
- Sí, de hecho dejé la facultad y el banco, un lugar asociado con la idea de hacer carrera. Dejé absolutamente todo porque mi sueño era más fuerte. No sabía si iba a suceder, pero me acuerdo que Fernán Mirás, algo así como mi hermano, me dijo que iba a laburar y vivir como actor. Yo solo quería eso, no protagonizar ni ser el mejor. Mi abuelo siempre decía que si lo que deseaba era ser barrendero, todo bien, pero tenía que estar entre los diez mejores barrenderos. O, por lo menos, intentarlo. Si hacés algo que te da placer es muy difícil que te equivoques.
Como reconoce él mismo, el deseo pendiente de Damián De Santos es viajar. Viajar con la familia o, en todo caso, con su esposa. A ella la conoció en 1999 cuando un amigo suyo empezó a estudiar tango. En una milonga de Villa Urquiza conoció a Vanina Bilous, bailarina de tango profesional que ni sabía quién era el actor que le había presentado un amigo. Esa noche no bailaron. Pero hubo otro encuentro. Esa vez sí bailaron, pero cumbia. Llevan casados más de 20 años y hace más de una década que viven con sus dos hijos en las cabañas de Villa Giardino que son, como reconoció en otro reportaje, “nuestro tercer hijo”. La casa está emplazada en medio del Valle de Punilla. Un paisaje perfecto, aunque no siempre. En septiembre de hace dos años, Damián tuvo que salir con mangueras y baldes para salvar las cabañas del fuego que casi arrasa con todo ese sueño. La hidrolavadora que le había regalado Roberto Carnaghi, otro amigo suyo entrañable, fue clave para salvar el lugar.
También fue clave el venir a grabar a Buenos Aires El primero de nosotros el hecho de volver a verse con amigos y conocidos para dar vida, justamente, a esta banda de seis seres que son como una cuadrilla de rescate permanente. “Todos los del equipo son con los que vengo laburando desde que me inicié en Telefe. Fueron los de Botineras o los de Viudas e hijos del rock roll, y muchos de los que formaron parte de Amor mío o Bella & bestia (ambas, con Romina Yan). Por otra parte, me pareció bueno grabar solamente unos 60 capítulos y no 120. Y que en vez de grabar 30 escenas por día, recordemos que estábamos en pleno tiempo de Covid, hacíamos cinco. Eso posibilitó hacer algo de calidad, de mucho cuidado como nunca había vivido en televisión ni haciendo un unitario con Daniel Barone. Se ganó densidad en cada personaje”, admite sobre ese proceso de ensayo y grabación.
Del grupo de amigos central de la trama, solamente no había trabajado con Benjamín Vicuña y con Luciano Castro, con quien sí se encontró varias veces en cumpleaños y fiestas de amigos en común. “Me gusta el trío de estos amigos porque somos todos muy apuestos. En el caso de las chicas, las conozco desde hace años. A Paola Krum del tiempo en Drácula, cuando ella tenía 19 años. En ese momento hasta le animé el cumpleaños de su hermano más chico, imaginate -cuenta sacando a relucir otro rebusque-. Con Mercedes Funes trabajamos un montón juntos con Romina Yan y luego hicimos la película Yo soy así, Tita, en la que yo hacía de Luis Sandrini. Y con Jorgelina (Aruzzi) laburamos con Romina, en Viudas... hemos crecido juntos. Me gusta sentirme casi como en casa con parte del elenco. Lo mismo me pasó en Viudas. Soy muy de unir las relaciones, me sirve para trabajar y sé que eso se transmite en el día a día”.
Como datos del cuidado entre estos viejos conocidos, las grabaciones terminaron a finales de noviembre. Se hisopaban día de por medio. En Telefe se armaron dos estudios para preservar la distancia. Tuvieron solamente dos contagiados en el transcurso de casi ocho meses de grabación. Todo para una trama en la cual los abrazos y los besos son constitutivos. Y, claro, a veces las relaciones sexuales. Todo eso en tiempos duros de distanciamiento. “A Nico siempre le pedía que no hiciera lío afuera porque lo mataba. Imaginate, después sabíamos que teníamos que andar a los besos mientras estábamos todos guardados. Pero no, nos cuidamos muchos todo el tiempo”, dice. En su tono hay cierto orgullo por lo construido entre todos estos amigos. El mismo tono que, de lunes a jueves, transmiten esos seres de la ficción de Telefe tan cercanos, tan empáticos.
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