La escritora revela las anécdotas más curiosas y los secretos mejor guardados de seis soberanas que siguen cautivando al mundo
Cristina Morató, escritora, periodista e incansable viajera, interesada siempre en rescatar historias de mujeres poco convencionales, revela en su nuevo libro –Reinas malditas (Plaza & Janés)– luces y sombras de seis soberanas "maltratadas por la historia": la emperatriz Sissi, Alejandra Romanov, Cristina de Suecia, Eugenia de Montijo, Victoria de Inglaterra y María Antonieta. Y para hablar de ellas nos recibe en su casa de Madrid, situada en un edificio señorial de 1913.
–¿Qué va a encontrar el lector en Reinas malditas?
–Son biografías de reinas que han dejado una huella imborrable en la historia y que, gracias a su personalidad, estilo y coraje, se han convertido en leyenda. El lector descubrirá aspectos inéditos de sus vidas y algunos de sus secretos mejor guardados, como la apasionada relación que vivió la reina Victoria de Inglaterra, tras quedar viuda, con su fornido sirviente escocés John Brown, y que causó un gran escándalo en la Corte.
–Sus vidas inspiraron grandes películas de Hollywood. ¿Fueron tan felices como nos han hecho creer?
–Sus vidas no fueron un cuento de hadas con final feliz, aunque es cierto que vivieron rodeadas de todos los lujos y caprichos a su alcance. La vida real de la emperatriz Sissi nada tiene que ver con la imagen risueña y edulcorada que encarnó la actriz Romy Schneider en la gran pantalla. Fue una mujer melancólica, sensible y muy desdichada, marcada, además, por el suicidio de su único hijo heredero. Sissi padecía una enfermedad entonces desconocida, la anorexia nerviosa. Los atracones de pasteles los compensaba con dietas que seguía de manera estricta. Vivía obsesionada por mantener su peso de cincuenta kilos y conservar su famosa cintura de avispa de tan sólo cuarenta y siete centímetros; y eso que era bastante alta: medía un metro setenta y dos.
–La vida de Eugenia de Montijo también fue desdichada, como la de Sissi.
–Sí, ambas fueron golpeadas por la terrible experiencia de perder un hijo y nunca se recuperaron. En el caso de Eugenia, fue especialmente duro, porque dos años atrás se había quedado viuda de Napoleón III y su única razón de existir era el príncipe imperial Eugenio Bonaparte, en quien tenía puestas todas sus esperanzas. Pero quiso el destino que este joven, de 18 años, muriera en el campo de batalla luchando contra los zulúes en la actual Sudáfrica. Tanto Sissi como Eugenia, antaño dos hermosas y admiradas emperatrices, se transformaron en dos mujeres envejecidas y rotas por el dolor que, vestidas de riguroso negro, recorrían Europa como almas en pena.
–En tu libro es posible descubrir, por ejemplo, que Cristina de Suecia no era Greta Garbo.
–Es para mí uno de los personajes más fascinantes del libro, porque fue una de las mujeres del siglo XVII más admiradas en Europa por su cultura y brillantez, pero como fue educada como un varón, se aseaba poco, blasfemaba y era como un soldado. Nada que ver con Greta Garbo.
–Algunas reinas, sin embargo, sorprenden por su valor y capacidad de sacrificio…
–La mayoría hicieron frente a los contratiempos con mucha determinación y coraje, sacrificando su vida personal para servir a su pueblo, como en el caso de la reina Victoria de Inglaterra. Es un personaje fascinante porque reinó a lo largo de todo el siglo XIX y fue el gran mito de la sociedad de su tiempo. Pero Victoria, con fama de "dama de hierro", tenía sus debilidades: adoraba a su esposo, Alberto, y cuando él murió pidió que no se tocaran sus aposentos y los sirvientes tenían que sacar todos los días ropa limpia para el príncipe y dejarla sobre su cama. Victoria pasó los últimos cuarenta años de su vida vestida de luto y nunca recuperó la alegría de antaño. Antes de morir pidió que colocasen una foto de Alberto y su bata de dormir dentro de su ataúd, pero también un mechón de pelo de su amado sirviente escocés Brown.
–Estas biografías son el fruto de una ardua investigación. ¿A qué fuentes recurriste para reconstruir sus apasionantes vidas?
–La mayoría de ellas no escribieron diarios, pero se han conservado las cartas que mandaban a sus familiares. Por ejemplo, en el caso de María Antonieta, desde su llegada a la Corte de Versalles, escribía cada semana a su madre, la emperatriz María Teresa de Austria. Estas cartas son una fuente de información muy fidedigna de cómo era el día a día de la emperatriz y de sus más íntimos pensamientos.
–¿Alguna de estas reinas te sorprendió especialmente?
–Me ha sorprendido el personaje de María Antonieta, que acabó siendo muy odiada por ser austríaca, extranjera y, a los ojos del pueblo, inmoral y derrochadora. Fue, de todas, la reina más desdichada porque no pudo escapar a su fatalidad. La historia la ha tratado como una gran frívola, entregada a los placeres, ajena a la realidad, pero cuando fue condenada a muerte, demostró un gran valor y serenidad. Cuando subía los escalones del cadalso, donde iba a ser guillotinada, tropezó con su verdugo, y sus últimas palabras antes de morir fueron para él: "Disculpe, señor; no lo he hecho a propósito".
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