La prestigiosa actriz recibió a LA NACIÓN en su casa de Palermo dispuesta a hacer un repaso de su vida y de su carrera; de su casamiento a los 16 años a su vocación por apoyar causas sociales
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Libros. Libros en bibliotecas rebosantes, pero también sobre la mesa ratona, el escritorio, aparadores y hasta en el piso. Algunos recién adquiridos aún por leer y otros ejemplares trabajados y marcados. Libros por todos lados. En la bellísima casa de Cristina Banegas se respira arte.
Sobre un pasaje de tan sólo cien metros y abarrotada vegetación, la propiedad es un refugio en pleno Palermo. Una delicia para cualquier amante de la literatura en todas sus posibilidades. El forastero no puede más que imaginar a la dama sutil, intérprete de los grandes textos, recorrer ese espacio luminoso buscando descular alguna nueva aventura escénica.
Las ventanas cerradas con hermetismo y los repelentes sobre un desayunador hablan de su pavor por el contagio de dengue ante la invasión de mosquitos que acecha en la ciudad. Acaso el único rasgo que convierte en terrenal a esta mujer de andar etéreo y hablar pausado ejecutado con palabras pensadas, buscadas.
La charla fluirá por esas cuestiones siempre misteriosas de la creación, pero también se interrumpirá con lágrimas cada vez que Banegas recuerde a su madre -la ilustre animadora, actriz y cantante Nelly Prince- y a su hija -la actriz, directora y gestora cultural Valentina Fernández de Rosa-, fallecidas en mayo de 2021 y marzo de 2022. Aun es tiempo de duelo. Quizás lo sea siempre. Acaso vida y teatro conforman una conjunción que también puede ser dolor, ausencia y reconstrucción en el recogimiento.
Señora escénica
“El teatro siempre estuvo en un lugar de resistencia cultural. En nuestro país existe una extraordinaria cultura teatral, pero hoy la situación de las salas independientes es complicada, a pesar de que es un fenómeno que no existe en ningún lugar del mundo”, comienza diciendo Banegas, consustanciada con la realidad.
La actriz, que ha transitado sólo en dos oportunidades el circuito comercial, pero que ha desarrollado una trayectoria inobjetable en las salas oficiales y, sobre todo, en los espacios autogestivos, conoce muy bien los vaivenes que afecta el sostenimiento de las salas. Ella misma es la responsable de El Excéntrico de la 18, uno de esos íconos de la cartelera porteña que, en los próximos meses, cumplirá 38 años de vida. Allí mismo, Banegas repondrá en pocas semanas el monólogo Molly Bloom, perteneciente al epílogo de la novela Ulises de James Joyce, que estrenó años atrás en el Centro Cultural de la Cooperación. Catarsis en la cabeza del personaje, soliloquio como partitura de una mujer. Como aquella Penélope de Homero.
Molly Bloom, texto que muchos creen inspirado en la esposa del autor, aún se encuentra en su faceta de ensayo, aunque no es la única actividad que ocupa a la actriz. Horas después de la charla con LA NACIÓN, deberá presentarse en el Malba para leer un fragmento de Macbeth, material shakespeariano -en la versión traducida y anotada por Carlos Gamerro- que se encuentra sobre la mesa principal y que Banegas estuvo estudiando hasta el inicio de esta conversación. “Estoy nerviosa”, dice ante el compromiso asumido.
-Ingenuamente, se podría pensar que una actriz de su trayectoria no se atemorizaría por una lectura, un acontecimiento con cierta facilidad con respecto a la dificultad de la interpretación en escena.
-Yo creo que tuve pánico escénico toda mi vida. En mi larga vida teatral, de más de cincuenta años, esta sensación se fue agravando.
Más allá del teatro
Además de su trayectoria en el teatro, la actriz también ofreció su arte en los medios audiovisuales. En la televisión masiva participó en títulos como Zona de riesgo, Vulnerables, Televisión por la inclusión, El pacto, Doce casas, La casa y El marginal, entre otros ciclos.
-Hoy no existe ficción de factura nacional en los canales abiertos como Mujeres asesinas, por citar un ejemplo, ¿cómo vive esta realidad?
-Hace tiempo que la ficción audiovisual cambió. Tiene que ver con la ausencia de políticas culturales. Ahora parece que todos los que hacemos cultura somos comunistas. Yo soy peronista, no soy comunista, es bueno aclararlo.
-Para usted, ¿era placentero hacer televisión?
-Sí, por supuesto, sobre todo cuando estaba bien hecha. En Polka, trabajé mucho bajo la dirección de Daniel Barone en programas como Vulnerables, Locas de amor, Tratame bien y los cinco capítulos de Mujeres asesinas.
Por su paso en Mujeres asesinas, ficción basada en hechos reales, ganó dos premios Martín Fierro. Luego llegó un tercer galardón de Aptra por su rol en Tratame bien. “Fue interesante recibir reconocimientos por esos trabajos que fueron tan difíciles de hacer. En el caso de Mujeres asesinas siempre grabábamos en lugares espantosos, lejos de todo, con mucho frío o calor, llenos de polvo”.
-¿Qué episodio recuerda especialmente?
-El de la pastora Milagros, que también tenía algo desopilante.
-¿Por qué?
-Le había pedido al director Barone poder cambiarle las voces, según lo que hacía el personaje. Cuando estaba en la falsa iglesia hablaba de forma muy aguda, como de trance; luego se imponía una voz social cuando salía a buscar a los nuevos feligreses que serían asesinados; y apelaba a la voz más grave, la de puertas adentro, cuando era la jefa de esa organización. La verdad es que con mis compañeros nos tentábamos mucho, era delirante, a pesar de lo dramático de la historia.
-Hay otra televisión posible.
-Por supuesto, hubo una muy buena televisión posible, no sé si la habrá...
-Todo es cíclico, seguramente regresará.
-No sé qué decirte... El edificio de la Televisión Pública es como para producir como la BBC, pero hoy se lleva a cabo su desguace.
-En un tiempo de inmediatez, de redes sociales que abrevan en la síntesis, ¿qué sucede hoy con el espectador teatral en relación a propuestas como las que usted enarbola?
-Los tiempos actuales son más sintéticos. A mí me gusta hacer obras que no duren más de una hora.
-¿Tiene que ver con lo que le planteaba?
-Sí, pero también y tomando en cuenta a la poesía, busco la síntesis, que no sobre nada, que sólo esté lo imprescindible para narrar lo que hay que narrar.
Precoz
-Se casó a los 16 años.
-Así es, estaba cursando el cuarto año en el Liceo Número 1 de Señoritas José Figueroa Alcorta, terminé el colegio con delantal blanco y firmándome las amonestaciones yo misma porque era menor emancipada.
Aquel matrimonio fue con el recordado actor Alberto Fernández de Rosa, padre de su hija Valentina. “Nació cuando yo tenía 18 años”.
-Evidentemente, sus padres tenían una mentalidad de avanzada para la época, ¿a qué se dedicaba Oscar Banegas, su papá?
-Primero fue químico, tenía un pequeño laboratorio, donde desarrolló su proyecto de hacer caramelos con vitaminas, pero se fundió. Estaba adelantado cincuenta años. Luego puso una agencia de publicidad y se volvió productor, director y guionista de televisión. Trabajó en el viejo Canal 7 y luego se fue dos años a Montevideo, donde hizo varios programas. Él fue quien trajo al país a Telecataplum, tenía un olfato muy especial. Cuando terminó su experiencia en Uruguay, se fue a vivir a España.
-Allí usted escribió para niños.
-Mi padre trabajaba para la Televisión Española, pero nunca quiso estar en planta permanente, prefería prestarle servicios desde afuera vendiéndole proyectos como productor independiente. Durante siete años hicimos el programa para chicos Los chiripitifláuticos, donde yo era la autora de las canciones.
España es un lugar de pertenencia para la actriz. Allí viven sus tres hermanas, sobrinos y sobrinos nietos. Cuando pisa Madrid -algo que hace muy seguido- cada tanto se cruza con alguien que menciona aquel programa y causa asombro cuando confiesa su rol en el recordado ciclo.
-Se emancipó, se casó a los 16 años y se firmaba las amonestaciones, evidentemente sus padres tenían una forma de manejarse atípica, al menos para la época, indudablemente eran gente de avanzada.
-Sobre todo mi padre porque mamá quería que me casara por Iglesia.
-No sucedió...
-No, yo le decía que íbamos a parecer de Primera Comunión, así que nos casamos sólo por Civil, aunque ella estaba muy ilusionada con el tema del traje y todas esas cosas. Mamá era muy princesa, un personaje delicioso, tremenda mujer.
Nelly Prince ha sido una de las pioneras de la televisión argentina. Una estrella del medio que, como gran referente de esa camada de celebridades, siempre se ha mostrado refinada y elegante: “Era de una coquetería extrema, muy diosita”. Hasta poco antes de fallecer, Nelly Prince, con más de 90 años, se subía al escenario para cantar tangos junto a su hija en el conmovedor espectáculo Aire familiar.
Dolores
-¿Volverá a cantar?
-No sé.
-¿Por qué?
-En mayo se cumplirán tres años de la partida de mamá, diez meses después partió mi hija...
Se quiebra. No puede continuar hablando ante ese dolor inexplicable. “Fue una época muy dura, son dos duelos muy poderosos y no estoy con deseos de cantar. Estoy muy silenciada, estos duelos me abismaron mucho”.
-En el caso de su madre, su fallecimiento se explica dentro de una lógica.
-Iba a cumplir 95 años...
-En cambio, la muerte de una hija se contrapone con las leyes naturales.
-Es un duelo para siempre. Cuando nació Valentina, aún no había debutado en el teatro, ya que me subí, por primera vez, a un escenario a mis 19 años. Ella me acompañó en toda mi travesía. Fue productora, directora de El excéntrico durante 20 años, una amadísima presidenta de Artei porque era muy peleadora, así que, en estos tiempos, hubiera sido muy necesaria. Y era actriz, en el Teatro Nacional Cervantes hicimos la obra El país de las brujas, que yo escribí, donde ella era la protagonista y nos habíamos manejado con una estética que recordaba a Xul Solar. El texto se editó y en México se vendió mucho para las escuelas. A Valentina le inventaba cuentos antes de dormir; algunos salían bien, entonces los escribía. Esta obra nació como cuento inventado.
-Un vínculo muy estrecho con su hija.
-Compartimos mucho, recuerdo un viaje que hicimos Valentina, mamá y yo a Europa del Este. Habíamos convencido a mamá que se dejara llevar en silla de ruedas, algo complejo en los empedrados de las ciudades antiguas, pero ella, de todos modos, llevaba unos tacos altísimos. Yo hace años que no me subo a unos tacos así, ya soy muy mayor, acabo de cumplir 76 años.
-¿Cómo se lleva con el paso del tiempo?
-Tengo como doscientos años, empecé todo muy chica. Tengo mucho trajinado.
Universo Ure
El dramaturgo y director Alberto Ure fue un compañero de ruta artística con el que Banegas compartió proyectos e idearios sobre la creación. “Lo primero que hicimos juntos fueron los ensayos públicos de Puesta en claro, de Griselda Gambaro, y luego la obra en sí misma, en un sótano del teatro Payró”.
Cuando se inauguró El Excéntrico de la 18, la primera obra que se estrenó fue El padre, de August Strindberg, dirigida por Ure y sólo realizada por actrices. “Yo cumplía el rol del padre”. Más tarde llegó Antígona, en una memorable versión. Ambos materiales derivaron en puestas en la sala Casacuberta del Teatro San Martín, “nos fuimos para el Centro”.
Años después, los reunió una inolvidable versión de Los invertidos, de José González Castillo, también en el Teatro San Martín, donde Antonio Grimau había descollado: “Ure era muy transgresor y le encantaba trabajar con actores de los teleteatros, tenía una idea muy abierta de la actuación. En aquellas temporadas, Grimau se ganó todos los premios”. La actriz sabe de reconocimientos, ha recibido varios galardones dentro del mundo del teatro.
Pensando en la riqueza del género de la telenovela y el folletín, donde suele recaer cierto prejuicio, Banegas recuerda: “Hice varios teleteatros, recuerdo uno protagonizado por Leonor Benedetto, donde los actores estábamos dirigidos por Ure, que había inventado a un psicoanalista que interpretaba a través de citas de William Shakespeare, fue muy desopilante”.
“Una vez, lo pasamos a buscar para grabar la telenovela y dijo que no iría. Al día siguiente, lo mismo. No fue más. Era un insurrecto”. Banegas trabajó durante siete años con Ure y luego, cuando el autor y director enfermó, la actriz se convirtió en un resguardo de su obra y su legado.
Deudas
-Habiendo desarrollado una carrera tan notable, ¿hubo algo que hubiese querido hacer y no llegó la propuesta?
-Me hubiese gustado hacer más cine, el único rol protagónico que hice en cine fue Géminis, la película de Albertina Carri. Aunque ahora, estoy filmando bastante. Hago chistes y digo “soy una actriz de cine”.
En los últimos tiempos, formó parte de títulos como Puán, dirigido por María Alché y Benjamín Naishtat; La llegada del hijo, de las realizadoras Cecilia Atán y Valeria Pivato; también rodó en Brasil y participó en una producción canadiense. Y tiene entre manos un nuevo guion, pero preserva dar mayores datos hasta tanto se concrete.
Oficio
-Decía anteriormente que se agudizó el “pánico escénico”. Sin embargo, esa sensación no le cercenó la posibilidad de transitar grandes textos y a través de roles fundamentales.
-Justamente, esa responsabilidad, exacerba mis miedos. Cuando hacés personajes que tienen una gran responsabilidad en la narrativa de la obra, como Medea o Antígona, sos el sujeto de narración. Por otra parte, siempre tengo la intención de trabajar desde la gestación del texto. En Medea, por ejemplo, lo hice durante dos años con Lucila Pagliai, una gran estudiosa; el mismo tiempo me tomé con Esteban Bieda sobre la adaptación y traducción de Edipo Rey, que estaba basada en la que habían hecho Alberto Ure y Elisa Carnelli y que dirigí en el Teatro Nacional Cervantes.
Para llevar adelante Molly Bloom, Banegas se unió a Laura Fryd, con quien llevó adelante la traducción de este capítulo final de Ulises, que se vio por primera vez en nuestro país gracias a su versión, que contó con la dirección de Carmen Baliero. Además de estar involucrada en el proceso de traducción y adaptación, la actriz también realizó el seminario de Carlos Gamerro sobre James Joyce, que le proporcionó un acercamiento erudito con el material. “Lo hice en castellano durante un año. Me apasiona estar en la construcción de la partitura, en el mundo de la palabra, de la enunciación”.
Cuando se le remarca que se observan en cada rincón de su casa los libros trabajados, reconoce que es una “gran lectora de poesía”, actividad para la que suele ser convocada en diversos espacios donde el verso se dice en voz alta. Hoy, sus lecturas tienen que ver con Copi, ya que trabajará los textos de este autor junto a sus alumnos. Es que Banegas es también una exquisita docente.
-Repasando su trayectoria no se encuentra ningún desliz. Podría decirse que hizo una curaduría muy pensada y coherente. Seguramente, habrá rechazado muchos proyectos con el fin de no desviarse de ese camino trazado.
-Siempre hice lo que quise, eso es costoso, pero fui independiente. Las dos únicas veces que trabajé en el teatro comercial fue cuando hice El misterio del ramo de rosas, de Manuel Puig, con Dominique Sandá y dirección de Luciano Suardi; y cuando formé parte de Sonata de otoño de Ingmar Bergman. El resto lo hice en el teatro oficial, que no fueron tantos trabajos, y, sobre todo, siempre estuve en los espacios independientes.
-Si bien hay un costo, como usted señala, también es cierto que es proporcional al prestigio.
-En la calle, no todo el mundo me reconoce, pero quienes sí me identifican me agradecen con afecto, mi relación con el teatro, la actuación y la ética de pretender ser una artista, eso me alegra; también me agradecen mi compromiso en los Derechos Humanos, he ganado algunos premios al respecto, a partir de trabajar en esos organismos.
A partir de mayo, el regreso de Molly Bloom -los sábados en El Excéntrico de la 18- marcará también la vuelta de la actriz a un escenario luego de los duelos personales atravesados: “Es fuerte para mí. Me ha costado mucho volver a leer, hay una dificultad para concentrarme. Tampoco podía pensar ni escribir. Aún no puedo escribir. Ha sido una travesía larga y difícil, que estoy todavía recorriendo”.
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