Mitad italiano, mitad argentino –"los dos países son mi casa", dirá él–, Hernán Crespo (43), que siempre fue un apasionado del fútbol y de la tierra de la Dolce Vita, coronó ese amor surgido durante los picados de su infancia en el norte del Gran Buenos Aires cuando se enamoró de Alessia Rossi, la tana que le robó el corazón hace quince años y es la madre de sus tres hijas: Nicole, Sofía y Martina. En ella, una ex modelo dedicada a la equitación, encontró a la mujer con la que quiere pasar toda su vida, y con ella, hija de un italiano y una rumana, eligió la casa de sus sueños. Rodeado de cuatro mujeres, Hernán se reconoce feliz y, aunque sigue vinculado al deporte que lo hizo famoso comoentrenador de Banfield, descubrió que también se siente pleno cocinando para sus "chicas".
Vale recordar que fue uno de los cuatro argentinos que anotó más de 200 goles en el fútbol europeo, tercer goleador histórico de la Selección con 35 unidades y que, en el año 2000, cuando su fina estampa pasó del equipo del Parma al de la Lazio, el pase de Crespo resultó el más caro de la historia hasta ese momento: 72,8 millones de dólares (56 millones de euros). Pese a haberse codeado con la élite del fútbol durante casi veinte años, "Valdanito" –como lo apodaron a su llegada a Europa, por su parecido con Jorge Valdano– conserva mucho de la timidez, la humildad y hasta de la vergüenza que sentía ese chico rubio de rulos el día que debutó en las inferiores de River Plate, a los 13 años. Acaso por eso concede pocas entrevistas, hermetismo que dejó de lado para posar y conversar con ¡Hola! gracias a la gestión del periodista argentino Christian Martin, corresponsal de Fox Sports en Europa desde 2002, que se ha destacado como realizador de documentales para FIFA y UEFA.
Vivimos en esta casa desde 2011. Es todo un récord para nosotros, que en ocho años hicimos quince mudanzas
–La vida del futbolista es bastante nómade... ¿En que año se instalaron en esta casa?
–En 2011, y es un verdadero récord para nosotros: es la casa en la que más tiempo estuvimos. Desde que nos conocimos con Alessia, hace ocho años, hicimos quince mudanzas. ¡Una locura! Parma, Roma, Londres, Milán, otra vez Parma. Cambiaba de club, de ciudad y obviamente de casa. De hecho, mi hija mayor me ha dicho: "Papá, hace mucho que vivimos en esta casa". [Risas].
–Después de girar de acá para allá, ¿te acostumbraste a estar en un mismo lugar?
–La verdad es que soy bastante "gitano". La vida me fue llevando a eso. Estoy acostumbrado a cambiar de ciudad y de casa, y pasar mucho tiempo en la misma me parece raro. Pero no lo vivo como algo "para toda la vida".
–¿Cómo encontraron esta casa?
–Estábamos buscando algo diferente y nos gustó la idea del espacio, del verde, a 3 kilómetros de la ciudad. Es una casa del 800, que refaccionamos y le pusimos el confort y la comodidad de hoy.
–Similar a los viejos cascos de estancia en la provincia de Buenos Aires.
–Más chica, diría que como una granja de las de allá, pero con un casco que pudimos aprovechar.
–¿Lo de los caballos llegó después?
–Sí, fue una consecuencia. Queríamos estar un poquito en las afueras, lejos de la curiosidad del hincha, para tener la posibilidad de vivir como gente normal. Yo quiero que mi familia viva con la mayor normalidad posible. Por supuesto que saben quién fui, quién soy, y mis hijas se criaron viendo que me pidan una foto o un autógrafo, pero intento que vivan tranquilas. Y un tiempo después de comprar la casa se dio que pudimos comprar el terreno de atrás, que es donde armamos el haras (en italiano sería "scuderia"). Allí tenemos un centro ecuestre privado, totalmente hecho por nosotros, para que ellas y mi mujer entrenen. También vienen jinetes profesionales y desarrollamos una escuela de ponies.
–Lógica consecuencia de tener tres hijas mujeres: en lugar de armar una canchita de fútbol atrás, armaste un haras…
–[Risas]. Sí, yo siempre tuve la curiosidad de saber cómo sería tener un hijo varón, pero me fueron llegando mujercitas, una más dulce que la otra. Y ya ni me importa tener un varón, porque ellas me matan de amor. Es hermoso verlas crecer.
–¿Alguna desventaja de vivir con cuatro mujeres?
–Estoy muy solo en las discusiones familiares, soy un incomprendido. Y como a mí me gustan todos los deportes (miro fútbol, tenis, básquet, Fórmula 1, todo…), capaz que un varón sería más compañero en esas cosas. Ellas no me hacen la pata para mirar la final de la Champions League.
–Y eligieron equitación como la mamá.
–Sí, lamentablemente. [Risas]. Hubiera preferido que eligieran no sé, tenis por ejemplo, algo en lo que yo pudiera tener mayor injerencia. Pero no, vieron de chiquitas a la madre haciendo equitación, así que ahí están, con sus caballos. Igual para mí es pura felicidad, porque el contacto con los animales les hace bien. Nosotros tenemos perros, caballos… Y me parece que en el mundo actual, en el que todo es frío y tan despersonalizado que nos olvidamos del contacto físico con el otro, de cuidarnos, ese vínculo con el caballo es muy sano. Porque si no le das de comer, no lo peinás, no lo cuidás… el animal no te da ni cinco. Tenés que estar cerca sí o sí.
AMOR A LA ITALIANA
–¿Cómo conociste a Alessia?
–En el lejano 2002. Yo estaba en Roma, jugaba para la Lazio, y nos presentó un amigo en común.
–¿El flechazo fue inmediato?
–Sí. Por lo menos para mí, no sé qué dirá ella. [Risas]. En ese momento sentí que había encontrado a "mi mujer". Y así se lo dije: "Ya está, me retiro, encontré a mi amor, no busco más". De hecho, fue la primera y única novia que presenté en mi casa. Para mí Alessia es todo… Es el amor de mi vida, con ella sentí que el objetivo de formar una familia tenía sentido.
–Tuvieron dos bodas, una en Italia y otra en Argentina. ¿Por qué?
–Sentí que era lo justo. Nos casamos por Civil en Italia y traje a los familiares más cercanos para que compartieran ese momento con nosotros, y cuando fuimos a Argentina a casarnos por Iglesia llevé a los familiares más cercanos de Alessia y a algunos amigos italianos. Fue como unir mis dos mundos, mis dos países, mis dos hogares. Te diría que, después del nacimiento de mis tres hijas, el día de nuestro casamiento en Argentina fue el más feliz de mi vida. Es que yo soy un tipo muy familiero, pegado a mis afectos, y cuando logré formar mi propia familia fue algo increíble.
–¿Tus hijas hablan español?
–Sí, lo hablan perfecto. No sólo mis hijas, mi mujer también. Como me dijo la mayor cuando tenía 4 años: "Papá, ya entendí. Con vos hablo español, con mami italiano y en la escuela, inglés". Es más: no hablan español neutro ni nada de eso, hablan argentino. Este año lo tuvieron como materia y cuando volvían de clase la más grande me contaba: "Los profesores no hablan bien, papi. Yo les digo: mi papá es argentino y allá no se habla así". Ayudó mucho que en Italia dieron por televisión Patito feo y después Violetta, dos programas que ellas miraron en el idioma original. Y eso acercó los dos mundos, porque si bien papá habla español e íbamos a Argentina seguido, mis hijas no lograban conectar Italia con Argentina. Y de repente empezaron a mirar esas series y a reconocer lugares en las imágenes. Imaginate lo que era en la escuela, cuando las compañeras hablaban de Patito feo o de Violetta y ellas decían: "Yo conozco ese lugar, yo estuve ahí con mi papá".
–¿Tenés parrilla en tu casa?
–Claro, hay cosas que no cambian. Yo crecí viendo a mi viejo que se levantaba a la mañana y tomaba mate mientras leía el diario. Y mejoré la versión: me levanto, me tomo unos mates como mi papá, pero en lugar de recibir el diario en casa lo leo por Internet. Una vez que sé qué pasa en Argentina, arranco con los medios italianos. Y el domingo planeo hacer un asadito en casa para la familia, con achuras y todo. Uno puede cambiar de ciudad, de idioma, de país, de casa, pero tus valores, esos que te enseñaron tus viejos, no cambian aunque estés a miles de kilómetros. Mis hijas se vuelven locas por el dulce de leche,los alfajores Havanna y los chupetines Pico Dulce. Si llego a ir de visita solo a Buenos Aires, que a veces sucede, tengo que traerles todo eso porque me vuelven loco.
–Te fuiste a Italia muy joven, ¿fue difícil al principio?
–Al principio fue duro estar lejos de los míos, pero Italia es como mi segunda casa.
–¿El Parma tiene un significado especial para vos?
–Tengo muy buena relación con todos los clubes por los que pasé. Incluso del Milan, el Inter y el Lazio siempre me llaman para jugar partidos de leyendas y esas cosas. Pero el Parma pasó por algo muy complicado que fue la quiebra, y sentí que tenía que ayudar con lo que pudiera y hacerlo es una gran satisfacción personal [Hernán Crespo conectó al Parma con un grupo chino que va a invertir en el club]. Lo mismo me pasa con River Plate: desde las sombras he hecho muchas cosas para ayudar al club durante estos años, y lo hice porque quise, como una forma de agradecerle a River todo lo que me dio. Lo hice de corazón, no para aparecer en los medios o con una doble intención.
–¿Te gustaría un partido despedida en River, por ejemplo?
–Yo no sirvo para los homenajes, me cuesta, me da vergüenza. Debe ser mi timidez o que no me gustan las despedidas. No me gusta Ezeiza, por ejemplo, y hasta cuando me voy de una fiesta lo hago callado, saludando de lejos. Las despedidas son difíciles para mí, como si algo de lo que sufrió ese pibe de 21 años que se vino solo a Europa se hubiera quedado adentro. De hecho, me han propuesto lo del partido homenaje en el Monumental y dije que no, porque soy flojito, enseguida me largo a llorar. Soy nostálgico, de Cáncer, pegado a mi gente, no podría. Y en cuanto a pendientes, sólo puedo decirte que me hubiera encantado ganar un Mundial para Argentina. Después, mi carrera fue más allá de lo que soñaba y lo disfruté intensamente, porque tuve la posibilidad de participar en grandes eventos futbolísticos –Champions League, Copa Libertadores, Copa UEFA, Copa Italia, Juegos Olímpicos– y fui protagonista. Ese es mi gran orgullo, el de haber estado a la altura del evento en el que me tocó participar, que la magnitud de la cosa no me superó, no me pasó por arriba. Jugué en grandes estadios, tengo la suerte que si me encuentro con alguna gente que yo admiro de chico me reconocen, saben quién soy, y todo eso me ha hecho y me hace muy feliz. Por eso soy y seré un eterno agradecido al fútbol.
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