En marzo, la actriz y su marido se mudaron a la paradisíaca isla española; los motivos del gran cambio y a qué se dedica actualmente la pareja
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En el transcurso del 2020, en plena pandemia, Camila Salazar y su marido, el productor Juan Ignacio “Mela” Meliton, decidieron mudarse a España para buscar nuevas oportunidades y sumar experiencias. Luego de vender su casa y los autos, se instalaron en Ibiza el pasado mes de marzo. Hoy sus días transcurren en una casita de Santa Eulalia, frente al mar, donde él se dedica al negocio de las criptomonedas y ella, que es psicóloga, atiende online a sus pacientes argentinos repartidos por el mundo. En diálogo con LA NACION, la actriz cuenta por qué decidieron irse del país, cómo es su vida en Ibiza y si tiene ganas de volver a la televisión. “Llegamos en marzo pasado así que todavía estamos aterrizando porque esto lleva su proceso, pero estamos muy contentos”, confiesa.
-¿Por qué decidieron irse del país?
-Nos embarcamos en esta aventura para ver qué sucede. En realidad, hace bastante tiempo que teníamos la idea de vivir en otro país y la pandemia terminó de empujarnos. Yo venía de hacer Animadas, en la TV Pública, y me había encantado pero cambió el gobierno y el ciclo no volvió. Estaba muy a la expectativa, y si eso salía no sé si me hubiera ido del país. Mi marido tenía ganas de irse hace un montón y yo era la que tiraba un poco para quedarnos. Me motivaba mucho la idea de que Animadas volviera a la pantalla, pero no salió y la pandemia me ayudó a darme cuenta de que podía seguir manteniendo mis vínculos aún sin vernos. En éste último año y medio aprendimos que podemos estar comunicados con todos a través de videollamadas y que se pueden mantener los vínculos sin la necesidad de la presencialidad. Decidimos embarcarnos en esta aventura, descubrir nuevos lugares, nuevas culturas, nuevas experiencias.
-¿Y por qué Ibiza?
-Al principio no sabíamos a dónde irnos, nos gustaba España por el idioma, porque compartimos muchas cosas, incluso el humor. En Ibiza vive la hermana de mi marido y está bueno llegar a un lugar en el que tengas a alguien que te reciba con calidez: bajamos del avión, pasó a buscarnos nuestro cuñado, nos esperaban con una cervecita, una paella y fue lindo tener esa sensación de estar en familia.
-¿Cómo es tu vida hoy?
-Mi marido, que es productor de radio y televisión, vino con la idea de un proyecto que todavía no se dio, porque emprender lleva su tiempo, su proceso. Mientras, se dedica al tema de criptomonedas. Estamos con la cabeza abierta y tal vez en una primera instancia trabajás de algo que no es lo tuyo. Yo estoy trabajando como psicóloga y tengo pacientes argentinos que viven en Argentina y en distintas partes del mundo: en Costa Rica, Estados Unidos, México, Chile, España. Está bueno porque me encontré con un nicho de gente que postergaba hacer terapia porque no se entendían: hablamos el mismo idioma pero a veces no terminás de conectar, y los modismos y la cultura, si bien son parecidos, tienen puntos que son muy diferentes. Hay mucha necesidad de hacer terapia por miles de motivos, sumados al desarraigo, la migración, la mirada del otro, los cambios. Todos tienen un factor en común y a la vez están inmersos en culturas tan distintas. Además sigo siendo docente en la Universidad de Belgrano, y doy clases virtuales.
-Vos también transitás el desarraigo, como algunos de tus pacientes.
-Totalmente. La gran mayoría de mis pacientes llegaron a través de las redes sociales. Muchos se identifican conmigo, es verdad. Pero más allá de que me pasen cosas y me busquen por la identificación, no implica que mi experiencia les sirva y, de hecho, no la utilizo en pos de ayudar al otro porque no todos necesitamos lo mismo.
-¿Cómo es vivir en una isla?
-Cuando hicimos la investigación para ver a dónde irnos, sabíamos que lo que se conoce de Ibiza es esa isla alocada donde se vive de joda y nosotros buscábamos tranquilidad. Charlando con mi cuñado que es ibicenco, nos decía que Santa Eulalia, donde vivimos, nos conviene porque nos queda a veinte minutos del centro de Ibiza, y para los porteños, veinte minutos no es nada porque estamos acostumbrados al tránsito de la gran ciudad. Y ahora, ir al otro lado de la isla, a veinte minutos, ya cuesta porque la percepción de las distancias es distinta. Lo disfrutamos y, quizá, terminamos de trabajar y nos vamos un rato a la playita, o desde mi balcón veo el mar, escucho cantar a los pajaritos. Es otra vida.
-¿Extrañás?
-Personalmente, no extraño. De hecho lo hablé con mi psicóloga y le dije que me sentía mal por no extrañar. Pero la realidad es que estamos hace muy poco, vivimos lo novedoso, hay movimiento de gente porque estamos en temporada. Y con mi familia hablo todos los días, hay mensajes en el chat familiar, hablo con mi mamá o con mi papá. Creo que es más difícil para los que se quedaron que para nosotros, que nos fuimos y estamos en esta situación nueva. Imagino que a medida que pasa el tiempo se extraña más, pero depende de cada uno y de cómo se predispone. Yo busco estar en mi casa de la manera más parecida a lo que era cuando estábamos en Buenos Aires. Tengo una re linda relación con mi marido y no hay nada más placentero que compartir tiempo juntos. Siempre fui muy hogareña y tal vez por eso no me cuesta el desapego. Me vine con todo lo que quería, mi marido y mi perra Tita. Obviamente me gustaría que esté toda mi familia, claro. Todavía estoy terminando mis trámites aunque ya estoy empadronada y entré a España de manera legal. Estoy tramitando mi ciudadanía en Argentina y mi marido tiene la española. Y además estoy homologando mi matrícula. Sí extraño a mis sobrinos. Mucho. Con Matilda (hija de Luciana Salazar) hablamos siempre, la veo tan grande, quiere venir a visitarme, y cantamos, jugamos. Es morfable. Extraño también a mis otros tres sobrinos: Teo, Felipe y Máxima y a las hijas de mi marido.
-Cuando se toma una decisión. ¿siempre se gana o se pierde algo?
-No sé si se pierde, se modifica. Y ahí está la mirada porque si lo vas a ver como una pérdida, cuesta y te angustia. Si lo ves como algo que se modifica, es diferente.
-¿Se fueron con la idea de que sea por un tiempo o para siempre?
-Prefiero pensar que es para siempre aunque no podés hacer futurología. Pero necesito tener todo controlado, porque no saber me pone ansiosa. Al menos, a mediano plazo necesito pensar que estaremos acá porque, además, una mudanza es una situación de crisis. Hicimos mucho movimiento, terapia de pareja, terapia personal los dos, así que por un tiempo quiero que nos quedemos. Estoy disfrutando el momento sin preocuparme demasiado.
-¿Vendieron todo en Argentina?
-Vendimos el departamento y los autos, pero tenemos muchas cosas allá todavía. Hay un dicho que dice que esta isla te acoge o te expulsa, y las cosas nos están saliendo bien. Claro que tenés que venir con la cabeza abierta y eso es fundamental. Tal vez al principio no hacés lo querés, pero todo es paso a paso.
-Trabajás como actriz desde muy chica, ¿vas a volver o tu camino es otro?
-Siempre fue una disyuntiva. Me encanta la actuación y tengo recuerdos hermosos de los proyectos en los que estuve. Pero en mi casa, sobre todo mi papá, me decía que quería que hiciera una carrera universitaria. Y lo entiendo, porque mi papá, que es hermano de Evangelina, sabía de la inestabilidad del medio artístico y su preocupación era que no me quedara solo con eso. De alguna manera, me implantó tanto ese chip que cuando salí del colegio se me generó esa inseguridad. La familia pesa mucho y seguí una carrera universitaria. Me tomé un año sabático porque venía de hacer giras con Patito feo y tampoco sabía bien qué estudiar. Pensé en Psiquiátrica pero tenía que hacer Medicina primero y sabía que no iba a ejercerla. Hasta que investigué los planes de estudio de las universidades y así llegué a la de Belgrano, a Psicología. Hice mis pasantías en el Borda y me encantó. En esos cuatro años desaparecí de la tele y me dediqué a estudiar hasta que estaba por recibirme y mi hermana Luli subió a las redes una foto mía y me llamaron para sumarme a Combate, como cronista. Me gustó mucho porque tenía que hacer entrevistas y pude condensar las dos cosas que más me gustan, la psicología y la actuación.
-Si se da, ¿volverías a actuar?
Si claro, porque me encanta. En este momento tendría que cuadrar mi agenda porque no puedo dejar de atender a un paciente de un día para el otro. Tengo un compromiso. Y estoy en una isla. En casa no tengo ni televisión, ni siquiera sé si hay un canal en Ibiza.
-¿Cómo te llevás con tu hermana Luli? Parecen el agua y el aceite.
-Somos el agua y el aceite para quienes no nos conocen, pero se nota que las cuatro hermanas, con Maite y Marisol, estamos cortadas por la misma tijera. Para mi cumpleaños número 30, el 13 de julio pasado, me escribieron cartas hermosas y siento que ellas son parte mía y que todo lo que soy lo traigo de mi casa. Crecí con mis tres hermanas mayores y todas somos distintas pero a la vez compartimos algunas cosas. Somos diferentes y a la vez muy iguales, tenemos ciertas mañas, miedos familiares. Luli es extrovertida para la cámara pero a la vez es súper tímida. Siempre la insultaron mucho por mostrar su cuerpo pero ella rompió el estigma y hace lo que quiere sin que le importe lo que digan. Siempre fue muy disruptiva, le pegaron e hizo lo que quiso. Cuando tuvo a Matilda no se hablaba de subrogación de vientre y hoy hasta hay una ley. ¿Por qué hay que juzgar? Mi hermana es un gran referente y la adoro a pesar de que me recontra peleo, igual que con las otros dos. Pero es una persona a la que valoro mucho porque le deja enseñanzas a la sociedad, de respeto, tolerancia, hacer lo que uno quiere sin rendir cuentas a nadie.
-¿A vos te gustaría ser madre?
-No sé si podría ser madre sola, como Luli. Es durísimo. Creo que todavía tengo una parte bastante egoísta, y me queda mucho para hacer para mí. Tener un hijo es hermoso pero es mucho sacrificio a la vez. Me encantan los niños pero todavía no estoy preparada para pensar en el “para siempre” de un hijo. Además mi marido se hizo una vasectomía. De chiquita cuidaba a los hijos de mis primos, me encantan los niños y siempre quise ser madre pero el mundo empezó a demostrarme que si tengo otras prioridades y otros caminos, está todo bien. Y si quiero postergar un poco más la maternidad, puedo hacerlo. Hay tantas posibilidades. Por otro lado imagino cómo seria un hijo mío, cómo lo criaría, y sé que lo haría un humano mejor. A mis 30 puedo decir que por ahora estoy bien así. Siento que un hijo es deseado y no tan pensando, porque entonces aparecen todos los miedos.
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