Claudio Rissi: “Cuando los productores necesitan un personaje criminal, me llaman porque dicen que ya traigo al muerto desde casa”
En una charla íntima el actor repasa su historia, la popularidad que le llegó con su personaje en El marginal, el encasillamiento y los miedos
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Traficante, secuestrador, rey de la noche o policía, su aspecto de tipo duro le valió a Claudio Rissi papeles mayormente de reparto en el cine y la TV, aunque muchos fueron roles claves que le merecieron el reconocimiento del gran público; tipos rudos como el Galván que interpretó en Los simuladores; El Fletero de Okupas o el Comisario Filpi, de El puntero.
En el teatro, su interpretación de Tatita en Terrenal (Pequeño misterio ácrata), la pieza de Mauricio Kartún en torno del mito de Caín y Abel, lo puso en el pedestal de los grandes actores argentinos con un papel consagratorio que le otorgó importantes premios y el reconocimiento unánime de la crítica especializada.
Pero, además, en la madurez de una extensa trayectoria de casi 50 años, Rissi fue convocado para uno de los papeles protagónicos de El marginal, la serie creada por Sebastián Ortega e Israel Adrián Caetano donde interpreta a Mario Borges, el líder de una banda carcelaria que lo catapultó a su mayor popularidad como artista.
Justamente, luego de dos años de haberse emitido el final de la tercera temporada, Netflix acaba de estrenar una cuarta saga llena de sorpresas que continúa la historia de Pastor (Juan Minujín), Mario Borges (Rissi) y Diosito (Nicolás Furtado) y su reencuentro en el penal de Puente Viejo, donde se cruzarán con dos nuevos personajes de peso propio: Coco (Luis Luque), un preso con aires mafiosos, que, a su vez, esta “entongado” con Benito Galván (Rodolfo Ranni), el director del nuevo penal.
“Borges es un personaje líder por naturaleza, y donde llega busca el lugar para afirmarse y sentarse en el trono, tener el control de todo. En esta temporada los sacan del penal San Onofre, y ya con una sentencia firme de cadena perpetua, los llevan a Puente Viejo. Así, con todos los años que lleva en la cárcel, al llegar a Puente Viejo tiene que empezar todo de nuevo, pero los enemigos cada vez son peores”, adelanta Rissi, sentado a la mesa del comedor de su departamento en Boedo, el barrio de su infancia.
Además, hace pocos días comenzó a ensayar Los perros, pieza teatral escrita y dirigida por Nelson Valente, con María Fiorentino, Melina Petriella y Patricio Aramburu, a estrenarse a principios de marzo en El Picadero. La historia se desarrolla en el marco de una fiesta de cumpleaños y aborda dos de los temas favoritos de su autor: la familia y la identidad.
“Es una comedia que trata sobre la historia de una familia muy particular. Mi personaje, Emilio, es de estos tipos que no soportan el silencio y pueden hablar pavadas todo el día sin importar si alguien los escucha o no. Habla una sarta de gansadas sin parar y su mujer (María Fiorentino) no lo aguanta más. Están entrampados en esa realidad, en conflicto todo el tiempo, que funciona como un combustible para la vida de estas personas”, anticipa el actor, que sin bien es mayormente conocido por sus personajes de tipos duros, sus criaturas no están exentas del sentido del humor.
“Fíjense el humor que tiene Mario Borges. Yo arranqué en la escuela Nacional de Arte Dramático haciendo humor. Después, por determinadas razones que son cuestión de terapia, me quedó este rostro adusto. Siempre jodo con esto de que cuando los productores necesitan un personaje que sea un criminal, dicen: ‘llámenlo a Rissi que ya el muerto se lo trae de la casa’. Sé hacer muchos de esos, y además me divierte”, bromea.
Nacido y criado en Boedo, su mamá era costurera y su padre tenías distintos rebusques como trabajador en el hipódromo, en la corporación de transporte, en la administración de una empresa petrolera, en un taller mecánico, en un bazar, en una regalería o como aparador de calzado, entre tantos.
También tiene una hermana mayor, que junto a su madre le brindaron el primer apoyo para seguir su vocación por la actuación. No así su padre, que se opuso terminantemente, y hasta se negó a verlo el día que debutó en la televisión junto a Gianni Lunadei en Los hermanos Torterolo. “No lo pude ver ni yo. ‘Saque esa mierda’, dijo. Mi viejo estaba viendo Combate”, recuerda.
Su vocación había despertado a los 10 años en los actos escolares y, ya egresado del secundario como oficial tornero mecánico, a los 18 comenzaba sus estudios de teatro vocacional en el Club Ríver Plate, luego pasó por la Escuela Nacional de Arte Dramático y se formó con maestros como David di Nápoli y Lorenzo Quinteros. Mientras tanto, encontró distintos rebusques para dar de comer al actor, desde ensobrar correspondencia de una consultora, hasta hacer encuestas o trabajar esporádicamente de ayudante de un amigo que pintaba paredes; haciendo algún cobro, vendiendo papelería o como sereno, pero sin abandonar el sueño de vivir de la actuación. En 1979 llegaría su primer contrato con el Teatro Presidente Alvear y, poco a poco, comenzaba a recorrer un largo camino como actor de teatro (Terrenal, Kilómetro Limbo); cine (Lugares comunes, Aballay, La novia del desierto) y TV (Poliladron, Okupas, El puntero), con los altibajos propios del oficio.
–¿En todos estos años hubo alguna situación o experiencia que te haya marcado especialmente para ser el actor que sos?
–Los modelos que tuve, como Federico Luppi, Ulises Dumont o Luis Brandoni, con los que tuve la suerte de trabajar. Además, siempre fui muy curioso, y cuando aún no trabajaba en televisión me iba a ver grabaciones, a ver cómo grababan estos grandes actores, como Miguel Angel Solá o Gerardo Romano. Esos tipos me incentivaban el deseo de hacer este laburo. Me gusta mucho actuar, me gusta mucho el escenario. Actuar para mí es sanador, muy vivificante. Y hasta hoy disfruto mucho del trabajo de mis compañeros.
–¿Cómo te entrenás para interpretar los distintos personajes?
–Generalmente empiezo por cómo caminan. Basta modificar una manera de caminar y ya se modifica la manera de pararse, la manera de mirar, la manera de respirar. Es una pequeña modificación en la manera de pisar, y hasta se modifica mi pensamiento. Después, la observación es fundamental. Antes, cuando tenía más tiempo y estaba sin trabajo, veía una persona que tenía una característica equis y por ahí la seguía. Si estaba en el colectivo, por más que tuviera que bajarme yo seguía con el colectivo, observando, absorbiendo como una esponja. Siempre compongo, juego solo, a pesar de esta cosa dura que tengo, también soy bastante payaso, payaseo todo el tiempo, hago cosas raras con el cuerpo, y esos juegos son como ropa que guardo en el placard. Así, cuando me toca hacer un personaje, lo saco y digo, ‘ah, esta camisa por ahí me sirve, y aquel pantalón también, o esos zapatos’. Son herramientas, emociones o comportamientos que están guardados allí y nunca sobran.
–¿Cómo sobrellevaste la cuarentena?
–Yo venía de grabar Entre hombres, un programa para HBO tremendo, y en octubre viajamos con mi hermana a Italia. Volví, y después viajamos con Nati [N.del R: su novia Natalia Ojeda] a pasar las fiestas a las sierras de Córdoba. En febrero estuve en el Chaco, volví a Buenos Aires a estrenar la película La sombra del gallo, de Nicolás Herzog, viajé a Concordia y me fui a Resistencia a la casa de Natalia. Y como nos agarró la pandemia allá, estuvimos de acuerdo y me quedé 2020 en su casa. Después, hasta marzo de 2021 estuve sin trabajo. Por suerte tenía un resto, sobreviví, pero muchos de mis compañeros actores lo han pasado muy mal, no tenían para comer.
–¿Qué mirada tenés sobre la convivencia?
–La convivencia para mí es muy compleja, muy difícil. Por las características que yo tengo, que soy medio un salvaje, agota mucho. La convivencia me asfixia. Pero eso no significa que uno no esté comprometido. Hay gente que cree que porque cada uno está en su casa hace lo que se le canta. No es así, no tengo ganas de jugar ese juego. Y así la extraño también cuando no la veo.
–¿Por qué crees que El marginal pegó tanto en el público?
–La verdad es que no lo sé. Supongo que es la particularidad de poder espiar un mundo inaccesible, un espejo deformante de un parque de diversiones donde se mira la sociedad. Estar en cana es un infierno y la serie pretende hacer un producto artístico desde ese horror. Picasso hizo del horror una obra de arte como El Guernica. Y en los tiempos que corren la televisión da estas posibilidades. El marginal muestra una sociedad encaminada hacia la absoluta decadencia. No sólo por los que está adentro, sino por su entorno también.
–¿Cómo vivís el lugar en el que te puso este papel protagónico después de cultivar un perfil bajo durante gran parte de tu carrera?
–Toda esa trayectoria es la que me respalda para bancarme hoy este lugar. Y lo vivo con mucho beneplácito, porque más allá del reconocimiento público, esto de transformar el prestigio y juntarlo con lo popular es una conjunción difícil de encontrar, y se me dio. Nunca pensaba en el reconocimiento, lo cual era un poco absurdo, esto de ser actor y no pretender la trascendencia es medio raro, pero nunca fue mi objetivo tener fans, sino realizar buenos trabajos, al menos trabajos que a mí me satisfagan, que me quiten el sueño. Si esto ocurre, seguramente va a caer en algún nicho que lo va a agradecer. Esa es mi entrega.
–¿Cómo te definís hoy como actor?
–Soy un tipo que se compromete con el trabajo.
–¿Y en qué crees?
–Como dice la canción de John Lennon. No creo en Los Beatles, no creo en la reina, no creo en Dylan, pero creo en mí. A veces me permito la duda, pero creo en mí, sí.
–Terrenal fue una bisagra en tu carrera, recibiste premios de la crítica, ovación de un público de pie. ¿Por qué te fuiste?
–Sin dudas, creo que fue el mejor trabajo que hice en teatro y me fui porque estaba muy estresado. Hacíamos cuatro funciones por semana y le metía mucha carga al personaje. Me pasó que un día comencé con la primera frase del monólogo final, la parte crucial de la obra, absolutamente solo en el escenario, y luego no supe más la letra. A pesar de estar haciéndola hacía un año y pico, la letra no aparecía. Me acuerdo que Claudio Da Passano, actor delicioso, me leía entre patas, y yo no podía escucharlo. Conservaba un estado emocional y balbuceaba palabras, pero no se qué dije. Hasta que me llegó la frase final del cierre del monólogo. Después, les pedí disculpas a mis compañeros y me fui llorando a mi casa. Llegué y encendí la computadora, imprimí el monólogo, empecé a leerlo y no me quedaba. Me fui a la cama sin cenar, por seguir estudiando, pero no me quedaba, y no me quedaba, y no me quedaba. Entonces me tomé una pastilla así de grande para dormir, y al día siguiente me levanté como si nada. Obviamente que tenía la letra en mi cabeza, pero me asusté, pensé que se me había corrido un coágulo, me preguntaba qué había pasado, porque no fue una cuestión de desconcentración, que te podés olvidar un parlamento. Seguí haciendo funciones, y empezó a venirme la imagen de ese nene sirio que había muerto en la costa suroeste de Turquía [fue encontrado muerto boca abajo en la arena y con sus brazos extendidos, junto a su hermano y su madre, escapando de la guerra civil siria], una foto emblemática. Ese niño muerto en la playa pasó a ser Abel para mí, hacía el monólogo con la carga de ver a ese niño, y me fui al carajo. Me comprometí tanto que hubo un momento donde tuve que decir basta. Paremos acá.
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