Lleva 50 años de carrera y vuelve a explorar las entrañas del teatro en La ronda del trovador, siempre acompañado por su compañera de vida y sus dos hijos
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Ya cumplió 50 años de profesión y sigue tan apasionado como el primer día, cuando se subió a un escenario por curiosidad. “Siempre seguí jugando porque ese es el trabajo de un actor: jugar”, asegura Claudio Gallardou. Volvió al teatro con una juglaría que ideó durante la pandemia, cuando en medio de la tristeza se propuso hacer algo que lo hiciera feliz. Así nació La ronda del trovador, que puede verse los domingos, a las 20, en el Centro Cultural de la Cooperación. En una charla con LA NACION, el actor repasa toda su historia, desde su nacimiento en Madrid, en el medio de una gira de teatro de sus padres, su época de galán, la creación de La banda de la risa, su paso como subdirector del Teatro Nacional Cervantes y su familia, su compañera Soledad Argañaraz, también actriz y bailarina, y sus hijos Amparo y Nazareno.
“La ronda del trovador es una recopilación de textos de comedias clásicas del Renacimiento, el Barroco y el Siglo de Oro Español, la Commedia dell’ Arte, el teatro romano y también textos contemporáneos. Todo está unido con canciones y juegos con el público, cualquier cosa que sucede en la platea, la tomo y jugamos. Es una juglaría y es muy didáctico porque voy contando quiénes eran los trovadores, qué les pasaba y por qué con el tiempo se llamaron actores. Primero iban viajando de un lado al otro dando las noticias de pueblo en pueblo, se paraban en un banquito, para que todos pudieron verlos, y los llamaron saltimbanquis. Después empezaron a representar las historias que contaban, y los llamaron representantes y luego farsantes. Es un homenaje a los actores”, cuenta Claudio Gallardou en su casa de techos altos, que atesora vestuario, sombreros y utilería de decenas de obras.
–¿Es el regreso que imaginaste después de la pandemia?
–Sí, porque la idea y selección de textos nació en pandemia. El 7 de marzo de 2020 estrenamos un espectáculo con Cosa e Mandinga, un grupo que formamos con Alejandro Sanz, Soledad Argañaraz, Juan Conciglio y Gabriel Toker, y una semana después se levantaron todas las temporadas de todos los teatros, y ni siquiera se pudo recuperar este espectáculo porque era contestatario, hablaba mucho de la realidad y ahora quedó viejo, no tiene sentido. Entonces, durante la pandemia pensaba cómo iba a volver a la tarea y junté textos que me hacen feliz. Por ejemplo, mi papá José Gallairdou, que era actor, recitó durante muchos años una poesía que se llama Reír llorando, de Juan de Dios Peza dedicada a un actor inglés, Garrick. De chico se lo escuché muchas veces y siempre me hacía llorar. Es una evocación a mi papá. También recito un anónimo español El niño quiso ser. Es un compendio de materiales que me hacen muy feliz, un homenaje a los actores desde el varieté. Lo hicimos el año pasado, tuvo nominaciones a los Premios Hugo a mejor libro musical argentino y mejor espectáculo musical para un solo interprete, y reestrenamos ahora. Además, éste año estuve en La Rioja filmando Una jirafa en el balcón. Es una película muy interesante sobre una mujer exiliada y esa frase era una señal entre madre e hija y si había una jirafa de peluche en el balcón, la hija sabía que no tenía que entrar porque había algún problema. También doy seminarios, y si no tengo trabajo me lo invento; hace muchos años que me autogestiono.
–¿Vuelve La banda de la risa, ese grupo que nació en los años 80 y con quienes hiciste muchos espectáculos?
–Nos estamos reuniendo otra vez. Lamentablemente falleció hace pocas semanas nuestro compañero, amigo, hermano, Claudio Da Passano, tal vez con quien más proyectos autogestionamos. Entonces nos juntamos los compañeros de la banda para recordarlo y está la idea de hacer algún espectáculo para homenajearlo. Nos queremos mucho, nos respetamos mucho y tenemos ganas de volver así que estamos conversando. Lo último que hicimos fue una reposición del Fausto, hace unos cuatro años. La banda de la risa nació en los años 80, durante el último tiempo de la dictadura militar, como un grupo de teatro callejero. Hacíamos experiencias de clown y de comedia en la calle y, de a poco, nos involucramos con el teatro clásico.
–¿Por qué se diluyó?
–En aquel momento éramos actores en progreso, muy jóvenes, y dedicábamos nuestra vida a eso. Era un grupo que se conformaba acorde al espectáculo que hacíamos y estuvieron Claudio Da Passano, Diana Lamas, Tony Lestingi y después Maximiliano Paz, Gabriel Rovito, el Bicho Gómez, César Bordón, Cristina Fridman, Manuel Callau, Pablo Echarri, Paola Krum. Fuimos profesionalizándonos. Yo hacía telenovelas durante la semana, y los domingos estaba en espectáculos en las plazas, a la gorra. Era una búsqueda artística. Vivía de los sueldos que ganaba con la telenovela, pero mi búsqueda artística estaba por otro lado. Y lo que hoy hago tiene más que ver con esa búsqueda que encontré, que con la televisión.
–Fuiste galán de muchas telenovelas, ¿fue casualidad o parte de esa búsqueda?
–Fue también una búsqueda y, sobre todo, de eso vivía y podía sustentar lo otro. Porque La banda no me dio dinero hasta pasados unos años en que se transformó en La Banda de la risa. Mientras tanto vivía de la televisión, del cine y también del teatro comercial. No recuerdo haber tenido baches laborales, aunque alguno habrá habido que no fue tan trascendente. Ahora está más difícil, pero para el gremio entero porque debe haber un 2 o 3 por ciento de actores activos. ¿Y el resto? El teatro comercial está reunido entre muy pocos actores, en el teatro independiente podés desarrollarte, pero los números no dan para vivir. En aquel momento pasaba lo mismo y en la televisión tenía un sueldo que me resolvía los problemas. Me interesaba mucho también y, sobre todo, era trabajo de actor. Era lindo llegar al canal, con el libreto, que te maquillaran, grabar con compañeros.
–¿Alguna vez te sentiste un galán?
–No. Interpreté papeles de galanes, pero siempre me sentí un actor y no un galán. Y más que un galán romántico fui un galán de comedia. Nunca interpreté papeles románticos, que puedo suponer que no son tan agradecidos como los personajes dramáticos. Por ejemplo, ¿cuál es el personaje más atractivo de Romeo y Julieta? Mercucio, sin ninguna duda.
–Tampoco exponés tu vida privada. Pocos saben que estás casado con una actriz y que son padres de Amparo y Nazareno…
–Es verdad, no expongo con mi vida privada. Estoy en pareja hace 14 años con Soledad Argañaraz, actriz y bailarina. Nos conocimos cuando fui subdirector del Teatro Nacional Cervantes y ella participaba en una de las más importantes producciones que hicimos, María de Buenos Aires, de Ferrer y Piazzola. Nos cruzamos unas miradas, pero igual me contuve hasta que terminó la temporada. Y tenemos dos hijos, Amparo de 12 años y Nazareno de 7.
–¿Decidiste que querías formar una familia cuando conociste a Soledad?
–Tal cual, así fue. Hice una vida de soltero con momentos de parejas, algunas más largas que otras. Estuve casado con Diana Lamas, nos divorciamos. Llega un momento en la vida en que uno decide formar una familia. Fue una decisión que coincidió con un encuentro. Porque, a veces, podés tener un encuentro pero no lo tenés decidido o al revés. Seguramente se habrán pasado en mi vida oportunidades de formar alguna relación importante y yo no estaría en condiciones de hacerlo.
–¿Creés que tus hijos van por seguir los pasos de los Gallardou en el mundo del espectáculo?
–Si deciden hacerlo, claro. En casa hay vestuarios, instrumentos, van a verme al teatro muchas veces, siempre están entre cajas (detrás del escenario). Y Soledad también viene de una familia de artistas. Amparo tiene muchas condiciones musicales, toca instrumentos y canta muy bien. Nazareno es más tímido. Si deciden comprometerse con una carrera artística, seguramente la vamos a acompañar, aunque no estoy seguro si le aconsejaría a un hijo mío seguir una carrera artística, porque siempre dependés de que te convoquen.
–¿Qué te aconsejaron tus padres cuando decidiste ser actor?
–Me apoyaron siempre. Debuté a los 11 años en Sueños de una noche de verano, en el Teatro del Instituto, que luego fue el Teatro de la Comedia y ahora está derrumbado. En ese ambiente familiar, de pronto, surgía una oportunidad de hacer una publicidad y ahí estaba yo, que también lo propulsaba, iba a los castings. Hice una película de Mario Sábato sobre Gatica, programas infantiles y un día quedé en una novela. Siempre quise seguir este camino.
–Al principio debe haber sido un juego, ¿sos consciente del momento en que tomaste la decisión de hacerla tu profesión?
–Siempre fue un juego y sigue siéndolo. La emoción más grande de un actor sobre el escenario es la felicidad de jugar. El actor es feliz porque juega a todo lo que hace es verdad, pero es mentira: ni ama, ni muere, ni sufre. La paradoja del comediante de Diderot dice que cuando más sufre el personaje, más feliz es el actor y cuando más se entregue a esa farsa, mas creíble hace esa mentira. Mis padres, sobre todo mi madre, Mabel Micheli, me aconsejaron que tuviera una profesión paralela. En aquel momento suponíamos que la electrónica iba a ser la carrera del futuro, entonces hice tres años en la Escuela 28 República Francesa, de Belgrano. Me echaron porque no entraba en mi comprensión todo lo que me enseñaban. Me iba muy mal y era el peor alumno. Cuando empecé a estudiar teatro me transformé en uno de los mejores, y no porque tuviera talento sino porque investigaba, estudiaba, estaba atento, me actuaba, tenía ganas y necesidad.
–Naciste en Madrid, ¿hasta qué edad viviste en España?
–Tenía apenas unos meses. Nací en el medio de una gira de cuatro meses que mis padres estaban haciendo por España. Eran parte de en una compañía de teatro que dirigía Homero Cárpena. Fue una gira muy particular porque el representante que cerraba la gira se fugó con el dinero, y la compañía tenía pasajes de ida y no de vuelta. Homero, entonces, pidió una cita con Perón en Puerta de Hierro y fue quien gestionó los pasajes de regreso para todos.
–¿Tenes ciudadanía argentina?
–Soy residente. No me hice ciudadano argentino porque tendría que renunciar a la española. Y me divierte ser español, primero porque me siento argentino, y segundo porque es un hecho significativo haber aparecido en la vida en un lugar determinado y yo lo preservo. Viajé muchas veces a España a trabajar, pero nunca viví allá. Me crié en Montevideo hasta los 10 años porque cuando volvieron de la gira, mis padres detectaron que había un terreno muy fértil en el espectáculo y se instalaron en Uruguay. También me siento uruguayo, en algún rincón.
–Fuiste subdirector del Teatro Nacional Cervantes durante casi diez años, ¿qué balance hacés de la gestión?
–Fui subdirector y en el último año Rubens Correa renunció y quedé un año más como director a cargo. Fue una experiencia maravillosa y me siento orgulloso de la gestión que hicimos. Agarramos un teatro que estaba en paro gremial, cerrado, con un reclamo de mejoras salariales y condiciones laborales. Me interesó mucho el desafío, costó mucho también pero logramos poner el teatro en marcha. Hicimos giras nacionales e internacionales, produjimos en las provincias y en la sede del teatro en Capital.
–Y en esos diez años dejaste de actuar, ¿extrañaste?
–Sí, hice alguna cosa muy suelta, una temporada breve con La banda de la risa y filmé una película en Panamá; y en el último año programé una versión de Juan Moreira, con Alberto Ajaka, y fue la única vez que dirigí en el Cervantes, siendo director a cargo. Porque con Rubens nos habíamos propuesto no trabajar artísticamente en el teatro; nos parecía que éticamente era importante eso. Y lo que hice fue ad honórem. Fue muy difícil dejar de actuar, extrañaba mucho mi trabajo y muchas veces pensé en qué me había metido, pero al mismo tiempo estaba muy orgulloso porque veía los cambios que estábamos logrando. El teatro dio un giro artísticamente y también en su planteo institucional, se hicieron convenios con los gremios, concursos, se trabajó en la parte edilicia y técnica del teatro. Se trabajó mucho.
Para agendar
La ronda del trovador. Los domingos, a las 20, en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543.
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