Claudine Longet, la angelical actriz de La fiesta inolvidable que asesinó a su pareja e inspiró una canción de los Rolling Stones
En 1976, la cantante y ascendente estrella asesinó de un disparo en Aspen a la promesa olímpica de ski, Vladimir Sabich; el caso conmocionó al mundo y los Rolling Stones le dedicaron una canción
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Las canciones nunca mienten. O acaso apenas distorsionan la realidad. El tango “Griseta” por ejemplo, un clásico en la voz de Carlos Gardel: “Francesita / Que trajiste pizpireta / Sentimental y coqueta / La poesía de Quartier / Quién diría / Que tu poema de Griseta / Sólo una estrofa tendría / La silenciosa agonía / De Margarita Gauthier”. Un tango-canción de la época dorada que pintaba como ninguno lo difícil que era para una chica inmigrante europea, especialmente bella y refinada (“sentimental y coqueta”, en su letra) hacerse de una vida independiente, no depender de los hombres y al fin, triunfar por sus propios medios.
Sesenta años más tarde de esa canción hubo otra chica. Francesa, jamás “francesita”. Que no se llamó Griseta, sino Claudine Longet. Fue la inolvidable belleza de sutil acento francés que protagonizó ese delirio de una noche llamado La fiesta inolvidable junto al campeón de la improvisación Peter Sellers. Allí, antes de despedirse, mientras el hindú más improbable e hilarante de la historia la llevaba galante hasta la puerta de su casa y le regalaba su sombrero, Longet (Michele Monet en la película) cantaba. Y encantaba. Una canción suave, mitad canción francesa, mitad bossa nova y cantada en un inglés somnoliento y californiano: “Nothing to loose”. Una pequeña gema compuesta por Henry Mancini con la que la parisina hipnotizaba al hindú de Sellers, a los comensales de la fiesta y a toda la audiencia.
Claudine, más allá de ese encanto que inmortalizó en pantalla, se convirtió en protagonista de un caso policial que aún hoy es recordado en el coqueto centro de esquí de Aspen, donde ricos y famosos se retiran a esquiar en sus vacaciones de invierno. En 1976, Longet empuñó el revólver imitación Luger y mató de un disparó a su novio, Vladimir Sabich, mientras se bañaba en la mansión que compartían con los hijos de ella. Claudine admitió el crimen. Tenía (al contrario que la canción que la lanzó a la fama), todo para perder. Y, sin embargo, sólo pasó cuatro fines de semana en prisión.
Ni Edith Piaf ni Gilbert Becaud
Claudine Longet, nacida en 1942, comenzó a bailar de adolescente en clubs nocturnos de París. Hija de profesionales de la salud (su padre tenía una empresa que fabricaba máquinas de rayos X), pasó de bailar en el Folies Bergère a pocas cuadras del Sena, a animar las noches en los casinos de Las Vegas. En esos días, cuando quedó varada al costado de la ruta porque había pinchado una rueda, un hombre seductor, uno de los cantantes y figuras esenciales de la TV norteamericana, se bajó de su auto a ayudarla. O por lo menos eso contaban ellos y su leyenda. Era Andy Williams, de quien Ronald Reagan dijo que era un “tesoro nacional”. Él tenía 32 años. Claudine, 18. Se casaron al siguiente año.
Al poco tiempo, y mientras criaba a los tres hijos que tuvo con Williams, Longet participaba en el show de TV de su marido (uno de los más exitosos de EE. UU.) comenzaba una carrera en cine y TV en series como Combate y El nombre del juego. Comenzó también a cantar acompañando en televisión a estrellas como Tom Jones o Bobby Darin, temas que podrían ser parte de la banda de sonido de una película de Martin Scorsese o el preanuncio de su violencia.
Luego llegaron los discos. Su voz aniñada y finita, sus ojos de animé japonés (“Me enamoré de sus ojos de conejo”, dijo Williams), su sonrisa y su dentadura perlada que parece desafiar el número 32, son el complemento perfecto para sus interpretaciones. Longet poseía un esplendor atemporal, como si un ADN mágico uniera la belleza de Julie Ormond, Lorraine Bracco y Audrey Hepburn, hasta llegar a ella.
De 1967 a 1971 grabó seis discos. No cantaba tangos, por supuesto, como Griseta, sino canciones de los Beatles, The Rolling Stones, Tom Jobim y Leonard Cohen. Una discografía de no más de cuatro álbumes. Breves, dulces, perfectos. Canciones de cuna para adultos. El primer disco, Claudine vendió 500 mil copias. Ni Edith Piaf, ni Francoise Hardy ni Carla Bruni fueron tan exitosas en los Estados Unidos. Tal vez ni sus productores lo supieran, pero Claudine estaba creando lo que se conocía como easy listening moderno, anteponiendose 40 años a los disco de Bossa n’... (sumar el artista o género en cuestión).
Bobby Kennedy y Robert Redford
Ya mudados de Las Vegas a California, la pareja de Longet y Williams se fue haciendo cada vez más reconocida. Un comodín hipnótico que atraía. Ambos eran amigos cercanos del senador Robert F. Kennedy y su esposa, Ethel Kennedy. A mediados de la década de 1960, la pareja supo recibir a los Kennedy en sus residencias de Bel Air y Palm Springs.
El 4 de junio de 1968, el día de las primarias presidenciales del Partido Demócrata en California, Kennedy, candidato presidencial, y su esposa hicieron arreglaron con Williams y Longet para visitar el club nocturno The Factory de Los Ángeles. Según Williams, Robert Kennedy les dijo que haría una señal con la mano al final de su discurso televisado en el Ambassador Hotel para confirmar su reunión.
Poco después de la medianoche del 5 de junio, Longet y Williams estaban viendo el discurso de victoria de las primarias televisado del senador Kennedy en la misma suite de los Kennedy. Cuando Williams corrió al salón de baile del hotel, Kennedy no llegó a hacer la señal con su mano: un hombre le había disparado y, minutos después, perdería la vida.
Longet y Williams asistieron al funeral y junto a un coro cantaron “El himno de batalla de la República”. Longet y Williams llamaron a su hijo tercer hijo Robert (nacido en agosto de 1968) en honor a su fallecido amigo.
Ya a comienzos de los 70 la pareja se separó en términos amistosos (se terminaron divorciando en 1975). Y en 1971, en un evento en California, Longet conoció a otra estrella pero del mundo del deporte: Vladimir “Spider” Sabich, quien compitió en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1968, y fue campeón de carreras de esquí profesional en 1971 y luego en 1972. Longet tenía 34 años, Sabich 31. Los testigos del momento en que ambos se conocieron dijeron que el flechazo fue “fusión termonuclear”.
Sabich tenía carisma, belleza y simpatía natural. Y, por supuesto, talento. Ostentaba una belleza de estatua, pero humana. Un Ryan O´ Neall del deporte que los Estados Unidos adoraba. Había ganado la copa del mundo de esquí en 1968. Su reconocimiento y fama eran tales que Robert Redford se inspiró en Sabich para interpretar a David Chapellett, en la película El descenso de la muerte, un clásico de 1969 sobre el mundo del esquí profesional.
Al poco tiempo, Longet se mudó a la mansión de Sabich en Aspen, Colorado. Eran la pareja con más glam de una ciudad que los norteamericanos como una “Los Angeles del frío”. Liberal como pocas zonas del país, Aspen comenzaba en esa época ser un refugio popular para las celebridades.
Para esa época el periodista gonzo Hunter S. Thompson se postuló sin éxito para sheriff y el cantante folk John Denver, recién mudado, componía varias canciones sobre Aspen. En los 70 Aspen (que al día de hoy no tiene más de 7.000 habitantes) era un sucedáneo de California en tanto espacio contracultural y uso permisivo y liberal de drogas.
La fama de Sabich, su carisma, su magnetismo, le permitían asistir y ser invitado a todo tipo de fiestas. Los testigos indican que el deportista, que venía de tener una agitada vida de soltero, empezó a disgustarse de la presencia de Longet y de sus tres hijos. Unos días antes de la tragedia, Longet le arrojó una botella de licor por la cabeza cuando supo que su pareja planeaba ir a una fiesta de strippers.
Bang bang
“¡Claudine! ¡Claudine!”, fue lo que contó que oyó la hija mayor de Longet, Noëlle Williams, el 21 de marzo de 1976. Esa noche “Spider” Sabich volvió de entrenar y entró a su casa dispuesto a darse una ducha. Longet se acercó a menos de 2 metros y le disparó con su pistola imitación Luger, calibre 22. En el juicio confesó que antes de dispararle le preguntó: “¿Me dirías cómo funciona esto?”, y acto seguido le dijo: “¡Bang! ¡Bang!”.
Longet le disparó a su novio, que murió a los pocos minutos, mientras la ambulancia lo llevaba al hospital de Aspen. Sólo que no siempre apretar el gatillo significa ser el culpable. Porque lo que siguió fue uno de los juicios mediáticos más famosos de la época, aunque hoy hayan quedado pocos materiales que den cuenta de ello.
Durante el juicio, Longet se defendió alegando que su pareja le dijo que “no se dispararía con el seguro puesto”. Que entonces apretó el gatillo, entró en pánico e intentó reanimar a Sabich en vano. La autopsia la contradijo: al momento de recibir el disparo, el esquiador estaba de espaldas.
Un testigo de la defensa dijo que la traba del arma era defectuosa, lo cual llevó a creer que el accidente fue posible. La fiscalía no pudo tener un buen caso debido a un sinfín de fallas en el procedimiento. El diario íntimo de Longet -que daba cuenta que la relación estaba en decadencia- o las pruebas de sangre que demostraban que la cantante había consumido grandes cantidades de cocaína y alcohol, fueron pruebas desechadas. Lo mismo ocurrió con el testimonio de la mujer policia a quien Longet le dijo, a las pocas horas del asesinato: “Lo maté, yo lo maté”.
En Aspen no se hablaba de otra cosa. Fue el drama del año. El periodista Hunter Thompson escribió que aquello fue como “ensuciar tu propio nido”, refiriéndose a como el caso arruinó la reputación de libertad de la ciudad. Saturday Night Live hizo pases de comedia con Chevy Chase, en los que una tiradora (en obvia alusión a Longet) le disparaba a esquiadores en una competencia de slalom; por requerimiento del abogado de Longet, el programa tuvo que levantar ese sketch del aire.
Una condena y una canción
La exnovia de Sabich declaró que habían cenado unos pocos días antes de su muerte y que él le dijo que quería dejar a Claudine. La fiscalía dijo que era un claro homicidio, pero que la investigación había sido malograda por la imbecilidad policial. Luego de dos meses el jurado la declaró culpable: homicidio negligente. Debía cumplir un mes de prisión en el plazo que ella quisiera; lo hizo durante un año cumpliendo con su condena sólo fines de semana. En su estadía en la cárcel del condado de Pitkin pintó su celda en colores primarios vivos porque la encontraba “monótona y poco inspiradora”, según el sheriff Dick Kienast.
Hasta los Rolling Stones compusieron una canción sobre el caso, “Claudine”. El tema no fue publicado hasta la reedición del disco Some Girls, en 2011: “Claudine está de vuelta en la cárcel (otra vez) / Ella solo lo hace los fines de semana / Claudine / Oh, Claudine / Ahora solo Spider sabe con certeza / Pero ya no habla de eso / ¿Es él, Claudine? / Hay sangre en el chalet / Y sangre en la nieve”.
Unos años después del juicio, Longet se casó con su abogado defensor, pasó una estadía en México y volvió a Aspen, donde reside actualmente, se rumorea que no lejos de donde vivía con Sabich. Según el periodista de la revista GQ Robert Chalmers, a veces puede vérsela haciendo compras. La francesa tiene 80 años, jamás volvió a cantar y muchos de sus discos fueron reeditados y están disponibles en Spotify y otros servicios de streaming. Pero no la canción “Nothing to loose”, que dice y no miente: “Tanto tú como yo hemos visto / lo que el tiempo puede hacer / Solo nos haremos daño a nosotros mismos / si construimos sueños que no se hacen realidad”.
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