En una extensa charla con LA NACION, la actriz celebra formar parte del elenco de Los justos, meses después de haber sufrido un ACV; a los 81, no se priva de soñar y enarbolar una sabia mirada sobre la propia muerte
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“Hacer cine me pone muy feliz. Es ideal para esta etapa de mi vida”. Claudia Lapacó celebra la posibilidad de transitar su carrera ofrendándole su talento a la cámara, siguiendo las directivas del director Martín Piñeiro, quien la convocó para Los justos, film que acaba de concluir su rodaje y que interpela especialmente a la actriz debido a la cercanía etaria con Doña Rosa, el personaje al que le dio vida acompañada por Arturo Puig y Claudio Rissi.
“La película habla sobre la vida. Es una felicidad que Piñeiro, que es autor y director del material, haya decidido hablar de la gente grande que vive en un geriátrico, un tema que no suele tratarse habitualmente. Esa gente tiene su vida, como todos, y mantiene vivo el deseo esperanzado de cumplir sueños. Lo interesante del film es que no se ve a la vejez como una cosa maldita”, reconoce la exquisita intérprete nacida en Buenos Aires, pero de raigambre francesa. “No hay que pensar la vejez como una instancia donde la vida se terminó, mucho menos como un momento de recriminación de lo que se ha hecho mal, porque no se soluciona nada desde ese punto de vista”.
En tono de comedia, el personaje de Lapacó complota con los de Puig y Rissi al ser testigos involuntarios de una operación de lavado de dinero. Entre rebeldías y escapadas del hogar para adultos mayores, el trío demostrará que aún tiene mucho para hacer, lejos del ostracismo que supone una institución como en la que ellos pernoctan.
-Usted habla de lo inconducente de la recriminación mirando hacia atrás. ¿Cómo se les hace frente a aquellos errores del pasado?
-Hay que comprenderse y perdonarse, es la única forma de salvarse. Lo importante es no volver a repetir un error, pero no hay que martirizarse pensando en lo que se hizo mal.
-Ese foco es sabio y tranquilizador.
-Es que no se puede modificar lo que ya está hecho.
-¿El propio perdón sería el camino?
-Sí, claro. Uno nace sabiendo nada.
-En la película Los justos, el eje del relato está puesto sobre el universo de los adultos mayores. Para usted, ¿qué es la vejez?
-Todo el mundo tiene que entender que se nace, se crece y se muere, eso es la vida. No hay que pensar que todo está en la juventud y en ganar dinero, no es así. La vida es todo.
-¿Existe una sobrevaloración de la juventud?
-Es posible. Se la valora mal, porque de la forma en la que se transite la juventud y la madurez será la vejez. Alguien que prioriza el dinero, lo material, tener buena ropa y carteras de lujo, o le da importancia desmedida al aspecto físico, se quedará con eso.
-Valores muy efímeros.
-¿Qué importancia puede tener todo eso? A mí no se me ocurriría salir a la calle con una cartera que costase mucho dinero, me daría vergüenza.
-¿Hay algo obsceno en el exhibicionismo?
-Es muy impúdico. Uno trata de lucir lo que le queda bien, nada más. Mi padre decía: “Hasta los 25 años hay que ponerse lo que está de moda, luego de esa edad hay que vestirse con lo que queda mejor”. A veces no se puede estar a la moda, porque, en general, no se hace ropa para señoras que hemos engordado.
Claudia Lapacó luce espléndida y garbosa, ese sello que siempre la acompañó. En los 70 deslumbraba en el café concert con su repertorio de la chanson francesa y monólogos de humor. Eran tiempos donde su beldad acompañaba su destreza como artista: “La belleza es un don. Te tocan y la gente te encuentra linda, pero no hay que aferrarse a lo que uno fue, porque eso pasa. Prefiero a alguien con mirada bella a la que tiene un cuerpo escultural. Por eso no puedo entender la gente que se opera”.
-A pesar de su idealización, ¿la belleza puede jugar en contra?
-Estuve cuarenta años trabajando y nunca me otorgaron un premio, pero, de pronto, debe haber cambiado la mirada de los otros sobre mí, porque me los dieron a casi todos. Antes, ¿qué les molestaba? ¿Mi belleza?
-¿Se percibe como una dama distinguida?
-Nada de nada. Cuando trabajé en Doble vida, hice a una mujer muy vulgar y me encantó, pero, en general, me han hecho hacer otro tipo de roles.
-¿Es de las mujeres que confiesan su edad?
-Claro, nací en 1961.
-¿Cómo?
-¿Qué dije…?
-Soy un caballero, no voy a contradecirla, le creo.
-Tengo 81 años.
Lapacó ríe ante su gaffe involuntario y remarca el orgullo del tiempo transcurrido. “A veces leo que actrices de Estados Unidos se retiran a los 40 para que no las vean envejecer. Un gran error, si hay roles extraordinarios para todas las edades”.
Señales
-Su personaje en Los justos vive en un hogar para adultos mayores, una realidad alejada de la suya.
-A veces es mejor estar en un geriátrico, conocer gente y armar otra historia de la vida. De esa forma, no se está dentro de la casa de los hijos, que están con sus problemas, preocupados por vivir y criar a sus propios hijos. A veces los abuelos se ponen un poco pesados, pero si están con su gente se vinculan mejor.
-La importancia de estar con los pares a cualquier edad.
-Exacto, sin perder lo social.
-Usted está activa, con lo cual no se vincula solo con sus pares.
-Afortunadamente. Es extraordinario poder dirigir la propia vida hasta que llegue el fin. Y que ese fin sea rápido y sin sufrimiento. Pero eso no se elige, a mí hace un año me sucedió algo muy particular.
La actriz se refiere a un accidente cerebro vascular que se le declaró luego de vivir parte del 2020 en casa de uno de sus hijos: “Lo acompañé en su cambio de hogar, así que me instalé con él para ayudarlo. Como una tonta, me obligaba a estar fuerte y lista hasta la mudanza. Se mudó y, al día siguiente, muy temprano, me vestí, le golpeé la puerta y le dije que me quería ir a mi casa. Pobre, no entendía nada, no le parecía correcto que me fuera tan temprano”.
-¿Se fue?
-Manejé 70 kilómetros, ingresé con el auto a la cochera, pero, como no encontraba la llave de mi casa, me senté en el asiento trasero a buscarla y tuve un ACV. ¡Qué horror!
Se ríe de esa anécdota protagonizada en primera persona con esa carcajada estruendosa que es todo un sello: “Tuve mucha suerte, ya que solo estuve quince días internada”.
-Cuando se declaró el ACV, ¿llegó a tener noción de la situación irregular?
-Nada. Solo recuerdo que un vecino me dijo: “Hola Claudia, ¿cómo le va? ¿Qué hace ahí?”. Luego oí a otra persona que decía: “No podemos dejar a esta mujer así”. Nunca me enteré que vino una ambulancia. No me quiero imaginar el susto de mi hijo, al que acababa de dejar 70 kilómetros atrás. El otro hijo vive más cerca, enseguida les avisaron a los dos.
-Más allá de las argumentaciones médicas, ¿puede encontrar algunas causales del ACV?
-Quizás el estrés, el cansancio, sentir que había cumplido ayudando a mi hijo con la mudanza, pero no lo sé. Creo que fue un mensaje para darme cuenta que yo no manejo nada.
-Un freno...
-Me lo mandaron liviano, por suerte.
-¿Cuándo despertó?
-Creo que al día siguiente, internada, por supuesto. Primero me llevaron al Hospital Pirovano y luego a la clínica de la Asociación Argentina de Actores en la calle Moreno. Me desperté perfecta. Primero estuve en terapia con otra gente, así que muy tranquila. Pero cuando me pasaron a una habitación individual, me pidieron que no me levantara de la cama.
-Por su tono, tengo la sensación que no cumplió.
-El baño estaba a un metro y medio y para no molestar a nadie me levantaba e iba sola. Cuando vieron eso, me ataron a la cama, cosa que me cayó pésimo. Mis hijos me pedían que me portara bien, pero cómo no iba a ir al baño sola si me sentía perfecta. “Mamá, por favor”, me suplicaban. Cuando lo volví a hacer, me volvieron a atar. Y tenían razón.
-Lo que se dice una señora rebelde.
-Es que estoy acostumbrada a hacer todo lo que decido.
-Hace un momento enumeraba los estamentos de la vida hasta llegar a la muerte. ¿Piensa en eso?
-¿En que algún día no voy a estar?
-Sí.
-Sí, por supuesto. El que no piensa o le tiene miedo a la muerte, está equivocado, porque es algo de lo que no vamos a zafar. Espero que mi muerte sea digna, sin miedos que no conducen a nada y sin estar aferrada a lo que no se debe.
-Mirando para atrás, ¿cómo fue esa vida?
-Tuve muy buenos padres que me permitieron elegir mi carrera ya que tenían admiración por los artistas. Papá era ruso y siempre hablaba de los grandes artistas de su país. Luego estuvo 15 años en Francia, donde se casó con mi mamá que era de allí.
-¿Cuándo arribaron a la Argentina?
-Llegaron en 1939, porque ya había parientes de papá acá. Mamá, en cambio, nunca tuvo familia acá. Recién después de la Guerra pudo volver a ver a sus padres.
Fueron ellos quienes estimularon sus clases de actuación con una figura relevante como Heddy Crilla y que alentaran su viaje a Francia, a comienzos de la década del sesenta, donde vivió un año y medio gracias a una beca de estudio. Padre judío y madre hija de un pastor protestante: “Era una muy buena mezcla. Yo rezaba el Padre Nuestro en francés todas las noches”.
-¿Es creyente?
-Sí, creo en un Dios bueno, no en un Dios de castigo. Hay que ser buena persona y no hacerle mal a nadie, eso es todo.
Dos hijos, cuatro nietos y un bisnieto completan el cuadro familiar de la actriz: “Los amo, son mi bendición”, dice con la mirada esfumada detrás de la imagen de sus afectos más queridos.
Sanar el recuerdo
Cada tanto, Lapacó remarca la satisfacción de haber rodado una película. Y sonríe. Siempre sonríe. Habla pausado, en un tono zen que calma al más inquieto. “Yo hice muy poco cine, porque siempre he estado haciendo teatro y no quería llegar muy cansada a las funciones. Además, tenía a mis hijos y, por suerte, he tenido dos parejas que me encantaron”, remarca.
-Claudia, hablemos de sus pasiones. ¿Qué lugar ocupó el amor y que significaron en su vida esas parejas a las que hace referencia?
-El amor es algo fundamental. A (Rodolfo) Bebán lo conocí cuando él aún no era famoso. No me enamoré de la estrella, me enamoré del hombre. Para mí fue maravilloso ver cómo surgía y se lo empezaba a reconocer.
-¿Fue apacible ese matrimonio?
-Para mí sí, era el hombre que yo amaba y el padre de mis hijos. Pero fue una separación muy abrupta.
-¿Por qué?
-El día que descubrí que él no estaba donde debía estar, puse fin a nuestro matrimonio. En esas circunstancias aparecen cosas que uno no quería ver o no se daba cuenta… Y con Velasco estuve diez años y fue un gran compañero.
-¿Una década con Velasco Ferrero?
-Así es. Nadie me lo nombra y, sin embargo, nunca me he reído tanto como en la época en la que estuve con él. Además, Velasco fue muy bueno con mis hijos.
-Pero se separaron...
-Con él fue al revés que con Bebán: uno o dos meses antes de nuestra separación, él conoció a una mujer de quien se enamoró, pero no comentaba nada, solo amagaba con irse, así que un día le dije: “No me digas más que te vas a ir”.
-¿Qué le respondió?
-Me dijo: “Tenés razón, me voy ahora”. Y se fue. Él decía que quería experimentar vivir solo, pero había conocido a (Adriana) Salgueiro, con quien estaba trabajando. Yo era muy inocente, pero lo maravilloso es que tanto a Bebán como a Velasco los amé hasta el último día como si fuese el primero. Lloré y sufrí después de separarme, pero no estando con ellos.
-¿Se la ha cruzado a Adriana Salgueiro?
-Una vez me habían invitado a hacer un bolo de tres días en Mesa de Noticias. Yo estaba feliz porque ese programa se veía mucho, pero, poco antes de grabar, me llamó una productora y me dijo: “No sé si sabe que acá está la señora Salgueiro”.
-Usted sabías eso...
-Claro. Le respondí: “¿Y?”. Pero me terminaron sacando, nunca lo hice. Yo me río de esas cosas.
-¿Nunca se vieron?
-Sí, nos vimos.
-¿Se saludaron?
-Sí, por suerte. Incluso me ha llamado para programa de radios.
-¿La entrevistó en sus ciclos de radio?
-Sí, claro, en dos oportunidades, muchos años después de todo aquello. Jamás voy a hablar mal de otra mujer. Ninguna mujer se lleva a nadie, seguramente él se quería ir
-¿Hablaron sobre Velasco Ferrero?
-No, de todos modos, en ese momento, tampoco me interesaba estar con un hombre que no quería estar conmigo.
-Se la percibe con una sabiduría y un temple especial.
-Salí así, pero lo que te digo es verdad. No es bueno estar con alguien que no quiere seguir con una. Además, agradezco no haber vivido esa etapa donde uno se entera y sigue conviviendo. Será que era muy ingenua o segura de mí misma. No sé...
-En la obra Más respeto que soy tu madre, su relación con Antonio Gasalla no terminó bien. Sin embargo, usted tiene una mirada condescendiente hacia él.
-Es que lo admiro mucho. Nunca entenderé qué le pasó, pero no fue solo conmigo. Es algo que le pasa con él.
-Con él mismo...
-Pobrecito, le deseo lo mejor…
-Al comienzo de la charla, usted se refería a lo obsceno del exhibicionismo material. En ese sentido, usted se ha despojado de todo.
-Hace 27 años que vivo en un departamento de un ambiente. Estoy muy contenta ahí, tiene mucha luz, con vista abierta. Eso es lo maravilloso. No desde cosas grandes, quiero manejar la situación. No envidio a esas mujeres que se lamentan porque no pueden vender. Yo siempre les digo que bajen el precio, pero no quieren. No entienden que lo material no te conduce a nada.
Vive en Colegiales comunicada a través del teléfono de línea, lo suyo no es la comunicación a través de un aparato móvil. Rara estirpe la de Lapacó, quien, a la hora de posar enfundada en una túnica asiática, desafía a la cámara con seducción única y un profesionalismo admirable.
-Construyó una carrera atípica, hizo de todo. Cantó en francés, transitó la revista y se dio el lujo de hacer un clásico de Bertolt Brecht como Madre coraje.
-Revista solo hice una con Gasalla en el Maipo, en 1979. Una vez me llamó (Gerardo) Sofovich y me preguntó si tenía alguna “rutinita” para hacer. Yo nunca hice “rutinitas”, me gustaba que los espectáculos estuvieran bien escritos y pensados, como lo de Gasalla, donde tenía tres cuadros extraordinarios. En uno, bajaba como un pájaro, tenía los brazos llenos de plumas. La gente que lo vio, no lo olvida. Hasta hice teatro en italiano con Gianni Lunadei y Osvaldo Cattone y, por supuesto, también protagonicé obras en francés. Me ha gustado mucho todo y espero hacer muchas cosas más.
-A los 81, el deseo y los sueños, ante todo.
-No hay que llorar por lo que no se tiene. Lo que uno tuvo, ya no lo va a tener, para atrás no se puede ir. Una prima siempre pedía 14 años menos y eso es un imposible. Nadie te puede dar ni siquiera dos días menos. Hayas vivido como hayas vivido, lo de atrás ya pasó, hay que comprenderlo y perdonarlo y tratar de hacer una vida distinta. No hay que quedarse, la vida es de hoy para adelante.
-Sabe que no hay nadie que hable mal de usted.
-Alguno habrá, pero no les hice nada, te juro.
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