El actor hoy llega nuevamente al cine, para interpretar al rival de Thor, en el film Thor: amor y trueno
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De pequeñas producciones a convertirse en una de las figuras más buscadas de Hollywood, Christian Bale logró una carrera sólida, que inició en su niñez. Y sus llamativos cambios físicos son apenas la cáscara de un intérprete que no duda en llevar al extremo cada uno de los roles en los que se sumerge.
Una infancia entre publicidades
Christian Charles Philip Bale nació el 30 de enero de 1974, en Haverfordwest, Gales (aunque en varias oportunidades, él aseguró que su nacionalidad es inglesa). El padre de Bale era piloto, y su madre trabajaba en un circo, un ambiente que resultó crucial en la educación del pequeño, y en su amor por las artes escénicas. Por sus genes corría el interés por la actuación, y no solo por el oficio de su mamá, sino porque sus dos abuelos también estaban vinculados con ese mundo: uno había sido comediante, y el otro doble de John Wayne. Por esos años, el niño comenzó a estudiar ballet, y tímidamente buscaba algunos castings de los que pudiera formar parte. Y así logró dos pasos muy importantes: en 1982 fue la cara de una publicidad de suavizante, y al año siguiente, protagonizó un comercial del video juego Pac-Man.
Con apenas diez años le llegó una valiosa oportunidad, cuando trabajó en una obra teatral llamada The Nerd, junto a Rowan Atkinson. Llama la atención que hasta ese momento, Bale no había tomado clases profesionales de actuación, guiándose más por su talento natural, que por cualquier tipo de técnica interpretativa. Pero a partir de ahí, se tomó la actuación con total seriedad, y los buenos resultados no tardaron en llegar. En 1986 colaboró en su primera ficción en televisión, una película llamada Anastasia: The Mystery of Anna. Ese trabajo le significó un punto de quiebre, no solo por la experiencia del proyecto, sino porque allí conoció a la actriz Amy Irving, por entonces esposa de Steven Spielberg. Esa coincidencia pronto sería clave.
A mediados de los 80, Spielberg tenía todo listo para poner en marcha El imperio del sol, un relato antibelicista basado en la novela de J. G. Ballard sobre un niño británico que vive en Shanghái, y que durante la Segunda guerra mundial termina en un campo de prisioneros en Japón. Gracias a su contacto con Amy Irving, Bale pudo presentarse al casting en el que buscaban al protagonista, y de una lista que superaba los cuatro mil candidatos, él quedó elegido. El imperio del sol se estrenó en 1987, y aunque no fue uno de los grandes éxitos de taquilla de Spielberg, la crítica elogió al largometraje, y especialmente al pequeño actor, que entregó un trabajo memorable.
Como sucedió (y sucedería) en muchas de sus películas, Spielberg encontró a un niño con una gran capacidad interpretativa, capaz de protagonizar una historia densa, a fuerza de carisma. Pero para Bale, la experiencia fue agridulce. Por un lado, disfrutó y agradeció los aplausos de los especialistas, aunque por otra parte, padeció el interés de la prensa. Con apenas trece años, Christian llegó a la conclusión que lo suyo era actuar, pero que eso no le iba a significar estar pendiente de la fama que el cine llevaba aparejada. De ese modo, comenzó a cultivar una imagen muy sobria, y no solía presentarse en fiestas ni en ningunas de las actividades sociales, que tanto daño causaron en muchos niños estrella de Hollywood.
Un rol consagratorio, que pudo destruir su carrera
Los primeros años noventa no fueron muy generosos con Christian Bale. En buena medida, fue una época que transcurrió entre papeles muy pequeños, o protagónicos en largometrajes que no resultaban demasiado interesantes. De una u otra manera, Bale parecía estar siempre en el lugar incorrecto, aún cuando su talento era innegable. En ese camino, él participó de Newsies, Swing Kids, Mujercitas, Agente secreto y Metroland, entre otras. Finalmente en 1997, su rostro asomó con merecida fuerza, en el marco de un film enorme. Dirigida por Todd Haynes, Velvet Goldmine era una rabiosa carta de amor al rock glam, y a las figuras de Iggy Pop y David Bowie. En ese título, Bale interpretaba a un periodista decidido a reconstruir la vida de un enigmático músico, y si bien era un personaje satélite de la historia principal, su talento le permitió destacarse en pantalla. Lamentablemente, Velvet Goldmine no fue un éxito de taquilla (aunque hoy es una obra de culto), pero alcanzó para poner a Bale ante el ojo de un público que poco a poco, comenzaba a redescubrirlo como actor adulto.
Hay libros malditos, textos que por su irreverencia, resultan un verdadero desafío para ese director o directora, que fantasea con traducir en imágenes esas piezas literarias. Y algo de eso sucedía con Psicópata americano, el feroz retrato de Brett Easton Ellis sobre los yuppies de los 80. El protagonista de la historia es Patrick Bateman, un inversionista que encuentra en los homicidios un placer inesperado, en medio de un mundo de intensos negocios, lujosas tarjetas de presentación y una innumerable lista de sinfonías pop. Se trata de un personaje que juega en los extremos, que busca fascinar desde su repugnancia, y que conduce un relato desbocado que lleva al lector por rincones verdaderamente salvajes. Y elegir al actor indicado para ese rol, no era tarea sencilla. El proyecto pasó por varias manos, entre ellas las del director Stuart Gordon con el protagónico de Johnny Depp, y luego con David Cronenberg junto a Brad Pitt como Bateman. Oliver Stone terminó con el proyecto en sus manos, y eligió a Leonardo Di Caprio para protagonizarlo, pero esa empresa también se empantanó.
Eventualmente apareció en escena Mary Harron, y le dio el impulso definitivo a la adaptación. Cuando se enteró que Psicópata americano estaba en marcha, Bale se reunió con Easton Ellis y durante todo el encuentro, actuó como si fuera el propio Patrick Bateman, una actitud que perturbó al escritor, pero que lo convenció de que estaba frente a la opción ideal. Por su parte, Harron intentó convencer a Matt Damon, Ben Affleck, Edward Norton o Ewan McGregor, pero todos se negaron por una u otra razón (McGregor rechazó la oferta en señal de apoyo a Bale, de quien era amigo, luego de trabajar junto a él en Velvet Goldmine). Bale se quedó con el papel.
Muchas voces le aseguraban a Bale que protagonizar Psicópata Americano era un suicidio profesional. Teniendo en cuenta que el suyo no era un nombre muy conocido, la posibilidad de saltar a la fama interpretando a un excéntrico asesino serial, quizá no era la mejor carta de presentación. Pero el actor no escuchó esos consejos, y se metió de lleno en ese proyecto. Y cuando el film se estrenó en 2000, fue un verdadero cimbronazo. No todos los críticos estaban de acuerdo en que era una gran película, pero su impacto fue indudable, y la actuación de Bale lo confirmó como un intérprete único en su estilo. Luego de mucho transitar, él había encontrado un personaje hecho a su medida, y a su radical forma de entender el oficio de la actuación.
El mejor Batman
El nuevo milenio encontró a Bale consolidado como uno de los rostros más talentosos de su generación. Fiel a su estilo de mantenerse alejado de las cámaras, preservando su intimidad y solo dando notas a raíz de sus estrenos, Bale cosechó una imagen reservada y respetada por igual. Como una suerte de pacto tácito de esos que no abundan en Hollywood, el público no indagaba en su vida privada, como si su anonimato fuera parte de esa mística en pantalla. Por esos años, comenzó una seguidilla de títulos que aumentaron su fama de ser un actor camaleónico. De ese modo apareció en proyectos como El maquinista (un personaje que lo llevó a adelgazar casi treinta kilos), Equilibrium, Shaft, El imperio del fuego y El nuevo mundo. Pero no todo brillaba en su carrera, porque no fueron pocos los papeles que también se escaparon de sus manos, como le sucedió con el rol de William Turner en Piratas del Caribe, James Bond en Casino Royale, o un poco más atrás en el tiempo, el de Jack Dawson en Titanic (que le valió el rumor de una disputa con Leonardo DiCaprio, que creció cuando Bale se quedó con el personaje de Psicópata americano, originalmente pensado para DiCaprio).
En 2005, un casi desconocido Christopher Nolan asume el cargo de relanzar a Batman en el cine. No era una tarea sencilla: el traspié que habían significado las películas de Joel Schumacher le producían desconfianza a Warner Bros. Pero Nolan le devolvió a Bruce Wayne su halo trágico, ese mundo de detectives y villanos corruptos en una Gotham que respira violencia en todas sus esquinas. Y para esa versión del encapotado, Bale fue el encargado de darle vida al protagonista. A diferencia de muchos actores, que simulan un presunto fanatismo por los superhéroes a los que les toca representar, Bale no tuvo inconveniente en confesar su desconocimiento sobre ese personaje, aunque aseguró: “Nunca fui alguien metido en el mundo de las historietas, pero luego de leer historias de Batman como Año uno, Victoria Oscura o El largo Halloween, me di cuenta que este era un gran personaje, dueño de una oscuridad que no se comparaba a nada que hubiera hecho antes. Y por primer vez, en ese momento pensé en que me gustaría interpretarlo”. Como era de esperar, la popularidad de Batman y la pulida representación del actor, hizo de su cara una de las más famosas de Hollywood, y le brindó ese lugar de prestigio por el que tanto luchó.
Hollywood, bajo sus reglas
Christian Bale logró eso que pocos actores consiguen, y es amoldar la fama a su estilo de vida, y a su forma de pensar el rol de un intérprete en el microcosmos Hollywoodense. El salto que le significó la trilogía de Batman lo llevó a colaborar en proyectos de todo tipo, pasando por la acción, el drama, la ciencia ficción y hasta los deportes. Pero hay un solo género por el que Bale no muestra ningún interés, como reconoció una vez: “Hace poco me ofrecieron una comedia romántica, y pensé que habían perdido la cabeza. No sé por qué alguien podría llegar a sugerirme una comedia de amor. Yo soy alguien que considera que Psicópata americano es una película divertida”. Con el paso de los años, Bale encontró su lugar en la industria, y supo alternar producciones de costos millonarios, con pequeños dramas que rozan el espíritu independiente. Los ejemplos son numerosos, y se destacan Terminator: Salvación, El ganador, La gran apuesta, El libro de la selva, Escándalo americano o El vicepresidente: Más allá del poder, y eso sin dejar de mencionar esas discretas obras maestras que dirigió James Mangold, El tren de las 3:10 a Yuma y Ford vs. Ferrari. Y a esa lista, ahora se suma la nueva película de Marvel Studios.
En Thor: amor y trueno, el actor encarna a Gorr, el carnicero de dioses, un peligroso villano que le hará frente al asgardiano. En una reciente entrevista, Bale confesó que cuando se confirmó su participación en ese proyecto, le llamaba la atención que en las revistas celebraran su llegada al universo Marvel, y frente a eso solía exclamar: “¿Que hice qué? No entré a ningún lado. ¿Qué se supone que es el MCU?”. Consciente o inconscientemente, estar en ese universo sin saberlo, es una genuina declaración de principios por parte del actor, que subraya ese desinterés por correr detrás de las tendencias, a favor de interpretar esos papeles que verdaderamente lo interpelan. Porque a fin de cuentas, ese nunca dejó de ser el eje en la carrera de Christian Bale.
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