Ricardo Mario Darín Bas, más conocido como el Chino Darín, se dio el gusto (mutuo, por cierto), de trabajar junto a su papá, Ricardo, en la última película de Sebastián Borensztein, La odisea de los giles "Hay proyectos con los que estás feliz con el resultado y otros con los que no. En este caso estamos todos felices y de alguna forma sentimos que hay algo recíproco que nos carga de energía", dijo el joven actor en el marco de una conversación intimista, en donde repasó su trabajo en el film –del que además es productor–, sus comienzos, su experiencia como actor, la relación con sus padres y su vínculo con España.
–¿Cómo vivís todo lo que te va sucediendo, con serenidad o de manera vertiginosa?
–Soy bastante reflexivo en cuanto a cómo vivo las cosas, cómo me afectan, cómo me predispongo. Trato de que este camino, más allá de la profesión, esté ligado a mi vida directamente.
–Este es un trabajo vertiginoso, en algún punto.
–Tiene cosas muy vertiginosas y tiene momentos de oasis que están muy buenos, donde no trabajás. Pero eso te puede provocar pánico. En la actuación uno se siente muy expuesto y a veces sentís miedo, inseguridad. Con el tiempo he aprendido a lidiar con eso de otra manera. Es parte del metier.
–Te propusiste, en algún momento, estudiar ingeniería. ¿Querías ir en contra del mandato familiar?
–Había una parte de rebeldía. En esa época en la que hay que hacer definiciones o al menos eso pretende de vos el sistema, la familia, los amigos.
–¿Cuántos años tenías?
–Fue entre mis 16 y 18 años, cuando todos empiezan a definirse, saber lo que les gusta, qué quieren ser, a tomar decisiones que parecen para toda la vida. A mí eso me llenaba de vértigo, yo no puedo decidir algo para toda mi vida. Después entendí que la vida es experimentación y que uno se puede permitir experimentar. Al menos me lo planteé así y hasta ahora lo vengo logrando. No tengo certezas definitivas pero ser actor es algo que me gusta.
–Lo elegiste porque a vos te gusta.
–Lo estoy eligiendo constantemente y está bueno incluso con relaciones personales, cuando tenés la oportunidad de elegir y ver a la otra persona. Tiene que ver con el día a día, proyecto a proyecto, con ir avanzando y no sentir que estás en una cinta transportadora que no te podés ni salir, ni frenar. Y me recargo de cierta autoestima también, no sentir que es algo dado, que está predestinado.
–¿Cuando te empezó a ir bien, también confirmaste que podías ser buen actor?
–Sí, creo que sí. En determinado momento tenía la sensación de que no tenía ninguna posibilidad de ser bueno en esto.
–¿Por qué?
–Porque para mí ser bueno era ser un fenómeno. Tal vez tenía el listón muy alto, soy bastante crítico. Después me di cuenta de que lo importante es que me guste. Lo demás es un proceso, se aprende, se mejora. Algún día seré bueno y haré todo lo posible para conseguirlo. Llegó un momento en que no me importaba ser malo, me preocupaba que me llamasen por algo que no tuviese que ver conmigo, sino con cosas heredadas, con mi viejo.
A veces siento que mi familia me conoce mejor que lo que yo me conozco
–¿Era importante poder diferenciarte de tu papá?
–Sí, era importante para mí, también por eso en la secundaria buscaba otras cosas, buscaba salirme de lo familiar en general, hacer lo mío. También es importante tener un papá y una mamá que te ayuden, que te den una plataforma. Mi mamá es una persona muy concreta, muy pragmática, yo tengo un poco de eso, además viene de una familia que le ha dado mucha libertad. Ella también hizo lo mismo. Es la persona más férrea que conozco en cuanto a apoyar a los suyos, acompañar sin ahogar. La verdad, mi vieja es el soporte número uno. Mi viejo, por otro lado, me ha dado la libertad en lo que fuera, incluso cuando le hablé de hacer cosas que no tenían nada que ver con esto. Hablo mucho con ellos, me conocen muchísimo también. A veces siento que mi familia me conoce mejor que lo que yo me conozco.
–¿Te impusieron algún tipo de límites?
–Hubo límites muy sutiles. Lo que más valoro es que no eran límites impuestos, tenían que ver con el ejemplo, con la ética, la moral. Ver cómo se relacionan con el mundo y así uno aprende. Tengo clarísimo que mi viejo es una persona muy generosa en todo sentido, con su tiempo, su emocionalidad, su dinero, su energía, con sus palabras. Es un tipo muy presente, no le da lo mismo todo; lo he visto a lo largo de mi vida tratar igual y darle la misma atención y disponibilidad a cualquier persona que se encuentre por la calle en un momento fortuito como al presidente de la Nación. Lleva todo a tierra, a través de su mirada y de su actitud.
–¿Qué sentías con la popularidad de tu papá?
–Sentía que me lo estaban arrebatando. Yo lo quería para mí, y en determinado momento, gracias a su actitud, lo que entendí es que él estaba muy disponible para cualquier cosa. Es muy empático y genera empatía.
–¿Te duele cuando lo atacan?
–Sí, me duele porque siento que lo atacan desde el desconocimiento.
–¿Por qué le propusiste a tu papá generar la productora Kenya?
–Lo que yo quería era tener control creativo sobre los proyectos, y él también ya venía siendo parte de la producción en muchos proyectos. Un montón de películas se han hecho porque él estaba ahí o han empezado a traccionar guiones porque él les dio su visto bueno. Valoran muchísimo su opinión, lo convocan no solo para que sea una marioneta poniéndole su emocionalidad al personaje en sí, también le piden que se involucre desde otro lugar. Sabe mucho, es muy intuitivo. Pero, cuando hay que cerrar las cosas, decidir un corte final, acaban siendo otros pocos quienes lo deciden y muchas veces lo han usado. Al final su palabra no termina teniendo el valor que tenía al principio del proceso. La gente quiere definir las cosas a su manera. Sebastián Borensztein te lo puede decir, ha trabajado con él como actor y esta es la primera vez que trabaja como productor y el otro día dijo en la conferencia de prensa que no cambió mucho la relación y la forma de trabajo.
–¿Vos querías lo mismo, involucrarte?
–Sí, y lo voy a decir porque es algo que me vengo guardando hace mucho tiempo. Yo formé parte de la producción de El secreto de sus ojosy en determinado momento, Juan Campanella, que ya había hecho tres películas con mi viejo y eran muy amigos, tenían una relación muy estrecha, anuncia que se cayó una pata de la producción de la película. Eso hizo que hubiera menos dinero y uno de los pedidos de la producción de la cual estaba a cargo y encabezaba Juan era que todos hicieran un esfuerzo para poder producirla, poder llevarla a cabo. Mi viejo fue el primero en decir: "yo reduzco mi cachet, se me paga en distintos plazos". Debe ser de los pocos que hizo eso. Eso nunca se le reconoció a él, incluso con el éxito posterior de la película, cuando la película viajó por todo el mundo, yo no vi que le mandaran ni una botella de vino. Me parece muy injusto en ese sentido. Ya en aquel momento le dije: vos tendrías que haber entrado como socio coproductor, ceder que no te paguen esa parte pero que se te reconozca a futuro, financiar la película. Él es el primero que cede.
-Apareció la novela de Eduardo Sacheri y fue el puntapié inicial para que Kenya se hiciera realidad. ¿Fue la primera experiencia de la productora?
–Habíamos decidido fundar Kenya y estábamos buscando algún proyecto que respondiera un poco a la idea de la productora. Queríamos desarrollar un proyecto desde la base. La odisea de los Giles significó eso. La idea era adquirir los derechos de una novela y hacer todo el proceso de llevarla a la pantalla. Nos encantó, porque además es una historia que nos apasiona. La novela es buenísima.
–¿Sabían que querían hacerla con Sebastián Borensztein?
–Desde el principio.
–¿Cómo se dio este equipo de gente muy diversa, de pensamientos muy distintos, tanto en la ficción como en la realidad?
–La historia ya tiene eso de base, es una película muy coral, había muchos personajes y quisimos transmutar parte de esa esencia de la historia a la realidad y creo que lo logramos. Son actores de los colores que se te ocurran, edades diferentes, incluso de distintos orígenes. Está Andrés Parra, que es colombiano. La verdad es que fue espectacular en ese sentido, fue la demostración clara de que la mayoría de lo que se habla es una manipulación. Separarse del otro incluso ideológicamente creo que tiene que ver más con protegerse que con una definición real. Todos están contentos y se sienten afines con el espíritu que transmite la película.
No existe un gil sin un beneficiario de esa gilada
–¿Alguna vez te sentiste un gil?
–Casi permanentemente, en un montón de cuestiones que tienen que ver con burocracia, injusticias; me parece que todos somos un poco giles, salvo unos pocos que también son re giles porque no dejan de vivir una fantasía. Cada gil tiene un "gilador", no existe un gil sin un beneficiario de esa gilada.
–Hablemos de España, que te recibió con los brazos abiertos, ¿por qué decidiste irte?
–No me había imaginado trabajar en España nunca, pensaba desarrollar mi carrera acá. Amo la Argentina, me encanta vivir en Buenos Aires, nunca tuve deseos de irme a ningún lado. Lo que me pasó fue que me llamó Fernando Trueba, que lo conozco porque es amigo de mi familia, que estaba escribiendo una película, La reina de España, con Penélope Cruz y un gran elenco. Fernando quería que yo hiciera uno de los personajes y me dijo que querían verme, encontrarse conmigo y contármelo para que me hiciera ilusión, como dicen allá. Me volví loco, primero porque Fernando es una de las personas más espectaculares que conocí en mi vida. Poder compartir un proyecto con él y con Penélope es algo soñado. Viajé a España, mi viejo estaba haciendo teatro ahí, además hice un casting para una serie y también me eligieron. De repente se armó un año de trabajo en España. Fue increíble.
–Y además te enamoraste.
–Me enamoré. Me tocaba trabajar con Úrsula (Corberó) en la serie, que se llamaba La embajada. Yo tenía pensado terminar y volver para Buenos Aires y acabé metido en este berenjenal.
–¿Y cómo te llevás con este amor a larga distancia?
–La verdad, lo venimos llevando bastante bien. Pasamos momentos de zozobra, porque la primera vez que no te ves en una semana es una cosa, la primera vez en un mes es otra y un mes y medio ya es "uff". Un mes te diría que es normal y hasta sano, tiene algo muy bueno, muy renovador y extrañarse está bueno, porque genera esto de elegirse también.
–¿Cuánto hace que están saliendo?
–Tres años y medio. Me parece que genera algo bueno la distancia, pero no las diferencias horarias, que hacen que estés siempre en otro momento vital. A veces es difícil compartir. Pero intentamos vernos lo máximo posible.
Me encantaría, si formo una familia, que mis hijos sean tan felices como lo fuimos mi hermana y yo
–¿Eso te plantea la duda de irte a vivir a España?
–Llevo tres años y medio en una situación idílica, de vivir en Buenos Aires y empezar a vivir también en Madrid, que son dos ciudades que estoy descubriendo, también a la sociedad española. Está buenísimo poder partir el tiempo en los dos lugares y poder tener todo, no renunciar a nada. Pero tras tres años y medio con este ritmo, las idas y vueltas son desgastantes. Los cambios horarios, viajes, jet lag, el pasar de verano a invierno. Me desgasté mucho en estos años. Fueron muy intensos.
–¿Pensás en formar una familia?
–Siempre pienso en formar una familia. Siempre tuve la idea. Pepe Monje me dijo una vez una cosa: "Qué guacho, tenés cara de haber vivido una vida feliz". Por un lado me generó alegría de ser así y por otro angustia. Me generó cierta angustia existencial que es algo con lo que convivo hace mucho tiempo, siempre me sentí un privilegiado y soy consciente de eso. Me encantaría, si formo una familia, que mis hijos sean tan felices como lo fuimos mi hermana y yo.
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