China Zorrilla, la actriz de las mil vidas que conquistó las dos orillas del Río de La Plata
Cuando China Zorrilla murió hace seis años, el 17 de septiembre de 2014, las dos orillas del Río de la Plata estuvieron de luto y durante mucho tiempo se habló de las muchas películas que filmó, de las obras de teatro que protagonizó y de las ficciones que hizo en televisión. Pero de lo que más se habló fue de su don de gente, de su gracia, su espontaneidad, sus ocurrencias, su generosidad, y de las miles de anécdotas que tan bien sabía narrar.
Actriz, directora, traductora y adaptadora, China había nacido en Montevideo, Uruguay, el 14 de marzo de 1922, bajo el nombre de Concepción Matilde Zorrilla de San Martín Muñoz. Se jactaba de llevar el arte en sus venas: su abuelo era el poeta Juan Zorrilla de San Martín, y tenía un parentesco lejano con el poeta Estanislao del Campo y con el prócer uruguayo José Gervasio Artigas. Su padre, José Luis Zorrilla de San Martín, era escultor, y su madre, Guma Muñoz del Campo, una melómana.
"Cada vez que llego a un lugar tengo que explicar mi apodo, porque 'chinas' son las mujeres morochas con los ojos achinados y yo soy una gorda, rubia. El tema es que en el Uruguay a las Concepción se les dice 'Cochonas'. Cuando éramos chicas y vivíamos en París por el trabajo de mi papá, teníamos muy incorporado el francés a nuestras vidas y entonces me decían 'Cochone', que quiere decir 'cerda'. Yo vivía con un ataque de histeria porque sentía que todos se reían de mí. Y un día dije la frase fatal: ‘Preferiría que me llamen Cochina’ y después se acortó el apodo y ahí quedó China", relató alguna vez, con esa gracia que era su sello personal.
Mi Buenos Aires querido
Dio sus primeros pasos en el teatro under de su ciudad natal, hasta que una beca le abrió las puertas al mundo y se mudó por un tiempo a Londres, a estudiar en la Royal Academy of Dramatic Arts. A su regreso se sumó al elenco estable de la Comedia Nacional Uruguaya, con quienes hizo más de 80 obras. Terminó viviendo en Buenos Aires porque era su destino. Muchas veces contó China que llegó a nuestro país para rodar Un guapo del 900, en 1971, con la intención de quedarse apenas unos meses. No se fue más. Desde entonces, su vida transcurrió entre Uruguay y la Argentina, y eso la hacía muy feliz.
Le gustaba contar cómo recaló en Buenos Aires y cómo terminó viviendo en un departamento de la calle Uruguay. Ironías del destino. "Vine sólo con una valija en mano. Cuando comenzaron a salir otros trabajos como actriz decidí quedarme a vivir aquí. Entonces salí con un taxi a buscar departamentos. Vi diez y ninguno me gustaba, pero faltaba uno en la calle Uruguay. Lo fui a ver y era justo lo que buscaba. Después empecé a laburar bien y a ganar buena plata y me mudé a uno que quedaba enfrente", contó alguna vez.
En 2004, Zorrilla fue nombrada Ciudadana Ilustre de Buenos Aires. Entonces decía: "Nunca pensé que cambiaba de país cuando venía a la Argentina. De verdad, jamás tuve la sensación de estar trasponiendo una frontera. Para mí era como abrir una puerta. Soy porteña porque mi madre era argentina. Cuando era niña y viajábamos a Punta del Este o a Buenos Aires, y había la misma distancia". Por eso, posiblemente, prefería que se refirieran a ella simplemente como "rioplatense".
A Un guapo del 900 le siguieron muchas otras películas, como La mafia, Los gauchos judíos, Pubis angelical, La tregua, Pobre mariposa, Tres corazones, Triángulo de cuatro, Señora de nadie, Esperando la carroza, Dios los cría, La nave de los locos, Últimos días de la víctima, Besos en la frente, Conversaciones con mamá, Elsa y Fred, Tocar el cielo, Nunca estuve en Viena, El verano del potro y Cuatro caras para Victoria. "Filmé mi primera película con 50 años. O sea que fue casi una aventura aceptar, cuando me llamó Lautaro Murúa", solía decir.
También hizo muchos programas de televisión como Alta comedia, Piel naranja, Mi hombre sin noche, La bonita página Situación límite, Leandro Leiva, un soñador, Los especiales de Doria, Ricos y famosos, Gasoleros, Son amores, 099 Cental, Los Roldán, Mujeres asesinas, Vidas robadas, y tantos más. Su debut en Pobre Diabla le dio la popularidad que le faltaba porque la conoció un público que, quizá, nunca la hubiera ido a ver al teatro. Y para ella también significó vencer los prejuicios que tenía sobre los teleteatros. "Aprendió los códigos de la televisión y le dio a sus personajes su toque personal e intransferible. Con su tonada de señora paqueta personificaba a una mujer de barrio con todos sus matices. Era algo fuera de serie. Era muy popular: los taxistas no le querían cobrar el viaje, no podía caminar diez pasos sin que alguien la parara para saludarla o pedirle un autógrafo", contó en algunas notas su amigo Carlos Perciavalle.
En teatro, Zorrilla protagonizó grandes éxitos como Camino a la Meca, Eva y Victoria, Fin de semana, La voz humana, Encantada de conocerlo, Una corona para Benito,Una margarita llamada Mercedes, El diario privado de Adán y Eva. El monólogo Emily, de Emily Dickinson, marcó su regreso a Uruguay, en 1984, con la democracia y después de estar 10 años prohibida. Multifacética, también produjo y dirigió varios espectáculos teatrales como Arlequino, servidor de dos patrones,Scapini, Dando Pasos, Salven al cómico, La pulga en la oreja, La mujer invisible, Doce hombres en pugna y Perdidos en Yonkers, entre otros.
Sus primeros pasos
Sus ganas de ser actriz la acompañaron desde niña. "Mi familia era parte de la vida cultural uruguaya porque mi abuelo era reconocido como el ‘Poeta de la patria’. Pero en esa época, una cosa era el teatro y otra una mujer. Le recitaba poesías a mi abuelo y él me decía que yo le iba a dar el gusto y que iba a ser actriz; mis tías lo escuchaban espantadas. Por el lado de la familia de mamá, nadie aceptaba la idea. Nunca me fueron a ver al teatro", explicaba Zorrilla.
"En la quinta de mis abuelos creo yo que se gestó la actuación. Mamá ponía un cartel que decía: ‘Mañana Show de China’ y hacíamos una tragedia en 15 minutos o bailábamos o recitábamos. Ya de más grande hacía teatro under y vendíamos entradas, pero no iba nadie. En 1946, tuve la gran decisión de mi vida cuando me enteré que había becas del Consejo Británico para ir a Londres. Quería una beca para estudiar teatro y entonces me presenté. El problema era que mi inglés se reducía a 'good morning' y 'bye bye'. Me hicieron un examen y me dieron la beca. Se ve que nadie quería ir a Londres después de la guerra. (...) En esos días, para mi alegría y desesperación, me enteré que en Montevideo se había formado un elenco internacional con actores muy bien pagos ¡Y yo en Londres! En el ’48 volví y me incorporé", contó China hace algunos años, en Revista Metro.
Tenía un diario en el que todos los días escribía, al menos, unas líneas. "Escribo desde marzo de 1946, desde mi viaje a Londres", aclaraba. En su larga trayectoria sólo hay un largo bache sin trabajo. "Durante la dictadura yo estaba prohibida acá y allá. Pero tuve tanta suerte en la vida que hasta la vejez me trajo suerte: trabajo en un medio donde los viejos no se usan porque en la televisión no hay viejos, pero a mí siempre me convocan. Mi vida no es muy novelesca a nivel sentimental pero pasé miles de cosas. Un día me llamó la Sociedad de Actores para decirme: ‘Le conviene irse'. Me llevaron en el vapor de la carrera, me escoltó Arnaldo André. Llamé a (Alberto) Migré y le dije: ‘¡Sacame de tu telenovela, me voy a Montevideo!’. Contado así parece una aventura, pero fue un safari africano. La censura es una cosa horrible, antinatural, monstruosa", relató.
Su calidez y su vasta trayectoria de más de seis décadas, la convirtieron en una gran estrella y en una actriz popular. Todos la querían y le festejaban sus anécdotas porque, además, tenía el don de narrar. China supo conquistar a públicos de distintas generaciones con personajes tan entrañables como los de Esperando la carroza o Elsa & Fred. Sabía moverse bien en todos los ámbitos, arriba y abajo del escenario.
Su gran amor
Nunca hablaba de su vida privada y mucho menos de sus amores, pero el rumor era que su gran amor fue el aristócrata uruguayo Juan Alberto ‘Poro’ Capurro Fonseca. Se decía que era un amor imposible. Según cuenta el periodista Diego Fischer en su libro A mí me aplauden, él era un bon vivant que no estaba dispuesto a dejar su vida de lujo en París, y ella tampoco quería dejar el teatro. "La duda que tengo es si China no hubiera abandonado su vida artística si Capurro le hubiera propuesto matrimonio. Nunca lo sabremos", reflexionó alguna vez Carlos Perciavalle.
Cuando le preguntaban si le hubiera gustado formar una familia, Zorrilla respondía: "Pensé muchísimo en eso. No se dio, no me preguntes por qué. Mamá siempre se equivocó porque decía que yo iba a ser la primera que se iba a casar y que iba a llenarme de hijos, y soy la única soltera. Yo amé, pero nunca pude sacarme ese nombre de mi vida. Estuve comprometida, tuve un noviazgo formal, pero en el fondo estaba obsesionada con el teatro. No podía dejar el teatro. Amé mucho y me amaron creo. Pero no hablo de eso".
Cuando le preguntaban sobre la muerte, no se andaba con vueltas. "¿Viste que se dice que al momento de morir te acordás de toda tu vida? Bueno, ya me pasó. En esas milésimas del hueco negro vi una linda vida. No puede haber infierno. Mi mamá murió a los 95 años. Ojalá yo llegue a esa edad con su lucidez y envejeciendo bien. Envejecer es algo imperceptible: cambiar de gustos". Murió a los 92 años, y tan lúcida como deseaba.
China vivió mil vidas antes de ser actriz: fue enfermera, oficinista en Nueva York y periodista en Uruguay. "Hasta quise ser monja", contó una vez. "También fui enfermera de un hospital durante dos años, sin haber estudiado. Un día, me presenté y dije: 'Quiero ayudar'. Y me mandaron a bañar a las enfermas de neurocirugía. Yo les hablaba y les hablaba mientras las bañaba y el médico decía: ‘¡Vuelven como curadas!’. ¿Sabés por qué dejé? Porque se me cayó una y se armó un despelote".
Una anécdota que repite Perciavalle pinta la generosidad que remarcan quienes conocieron a Zorrilla: "Le prestó 37 mil pesos a un taxista que no conocía. Había cobrado un juicio, y cuando la fui a buscar porque venía con toda esa plata junta, abrió la cartera y me dijo que le quedaban tres mil nomás porque tomó un taxi y el tipo le contó que le iban a rematar la casa. Ocho años después, el taxista le devolvió el dinero. Es que China no era apegada con lo material". Sobre el dinero ella decía: "No soy lo que la gente cree que soy. Tendría que ser rica, pero no quiero la plata en las manos. Me molesta. He sido una desastrosa administradora".
Se dice de China
Betiana Blum, que trabajó con China en Esperanzo la carroza, la recuerda con nostalgia: "Qué decir de China que ya no se haya dicho. Fue una compañera muy generosa. El día anterior al iniciar el rodaje me trajeron el vestido que tenía que usar y la verdad que no me quedaba bien. Me acordé que había visto un vestido en una vidriera, un trajecito muy lindo que es el que uso en la película. Me quedaba pintado, pero solo había de color rojo. Y la China estaba de rojo. Cuando el director, Alejandro Doria, se lo dijo, ella respondió: 'Ningún problema. Yo me pongo el vestido azul y cuando veo que ella está de rojo, me cambio y me pongo de rojo también'. Así que lo solucionó y además le dio un sentido".
"Era una persona de gran bondad y solidaridad. Lo que ganaba lo daba para ayudar a gente, y se ocupaba. Recuerdo que se enteró de una mujer que tenía cáncer y mandó hacer una peluca y se la regaló. En la filmación de Esperando la carroza, un tema de todos los días era qué íbamos a comer y cada uno aportaba lo suyo: Brandoni con sus descripciones de los asados y la China con ensaladas. Ella me hizo conocer la ensalada caprese porque yo ya era vegetariana. Se la extraña. Una pena que ya no esté con nosotros. Pero nos ha dejado mucha enseñanza", finaliza Blum.
Luis Brandoni también la recuerda con cariño. "Un día en el año ‘72 viajamos a Montevideo a un aniversario del teatro El Galpón a colaborar para un festival. Fallaron algunos actores que habían prometido ir y quedó un poco corto lo que se había programado. Entonces ella dijo: ‘Dejame que yo voy a hablar con la gente'. Y, por supuesto, habló durante una hora y la gente se murió de risa. Esa era una de las características salientes y extraordinarias de la China", le dice a LA NACION.
"Hacer una síntesis de algunos recuerdos con ella es una empresa prácticamente imposible. Fue una mujer muy atractiva, interesante, inteligente, activa, muy buena compañera. Entretenida como pocas personas he conocido, capaz de conversar sin descanso en un viaje de Buenos Aires a Génova en barco, y creo que le quedarían algunas cosas por contar, que se le habrán salteado involuntariamente. Era un gusto trabajar con ella y lo hice en más de una oportunidad en cine y en televisión", destaca el actor.
"Tengo el mejor de los recuerdos de ella. Especialmente de Darse cuenta, la película que hice después de haber militado durante ocho años en la lista negra de la dictadura y de eso me quedó un recuerdo imborrable porque fue una película muy importante, que marcó mi regreso al cine, el reencuentro con mi tarea. De las escenas con China hubo una en particular que me dio un miedo horrible hacerla. Era un día lluvioso, y teníamos que filmar en una casa que era la del personaje con su mamá enferma, que la llamaba desde su cama. Y pensé: ‘Ay, dios mío, el público se va a matar de risa con esta escena romántica entre estos dos veteranos’. Y fue una de las dos o tres escenas más importantes de la película", subraya Brandoni.
Marcos Carnevale la dirigió en dos de sus últimas películas, Elsa & Fred (2005) y en Tocar el cielo (2007). "En una conferencia de prensa en Barcelona, me pidieron una definición de China. Como la tenía a mi lado, la miré de arriba abajo y dije: ‘Es un mujer mayor inmadura’. Ella rió satisfecha con mi respuesta. Es que era eso: una chica de 20 años encerrada en el cuerpo de una mujer mayor", cuenta el relizador a LA NACION.
"China supo vivir. Fuimos a un festival en Chicago con Elsa & Fred. Todas las noches yo la acompañaba a su habitación para asegurarme de que estuviera bien. Una noche la dejé a las 11 y me fui a tomar unas copas con unos amigos. Regresé a eso de las 2.30 con mis amigos. El hotel tenía un bar aledaño donde tocaban jazz, entramos para una última copa y mi amigo me señaló la barra y me dijo: 'Mirá, ¿no la dejaste a las 11?'. China estaba en la barra, charlando con dos chicos estadounidenses de treinta y pico. Me acerqué, asombrado, o no tanto porque ya había visto mucho de China, y le pregunté: ‘¿Qué pasó?’. Me respondió: ‘Me desvelé. Te presento a Mike y a Jason’", recuerda entre risas.
"China era famosa por sus cuentos con personajes relevantes de la historia. Una de sus anécdotas era que había trabajado en una oficina con Dustin Hoffman y hasta que lo había alentado a hacer el casting para El Graduado. Mucha gente desconfiaba de la veracidad de sus cuentos. Esta anécdota la contó en Madrid, mientras filmábamos Elsa & Fred. Yo vi la incredulidad en muchos de los rostros presentes. Y ella también, pero no dijo nada", relata Carnevale. "Meses después, la película abrió el Festival de Valladolid. Luego, fuimos la cena de rigor. De pronto, en medio de la velada, entró un actor y la reconoció: ‘¡China Zorrilla!’. Y la señaló delante de todos los presentes: ‘¡En 1960, en la casa de esta mujer, en Nueva York, conocí a Dustin Hoffmann!’. Pausa. China sonrió amplia y justicieramente. Levantó el brazo haciendo un corte de manga y exclamó: ‘¡Tomá!’", finaliza el director.
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