Activo e infatigable a sus 80 años recuerda sus mejores coberturas periodisticas, cuenta cómo llegó a la televisión sin desearlo y dice: “Milei está acostumbrado a que todo el mundo le diga que sí”
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A Samuel “Chiche” Gelblung no le gusta hacer memoria. Justo a él, que se convirtió gracias a un programa que llevaba ese nombre en protagonista indiscutido de la televisión consagrada a la actualidad. Pero en la extensa charla que comparte con LA NACIÓN no puede evitar una y otra vez el viaje al pasado, a sus mejores recuerdos, a las épocas “más prósperas y más creativas” que desde su mirada vivió la TV en la Argentina.
Para las nuevas generaciones, Gelblung es un nombre identificado de manera casi absoluta con la radio y la TV. Hoy, a sus 80 años, mantiene su inagotable trabajo diario en los mediodías de Crónica TV y en el programa semanal 70-20 Hoy (El Nueve), además de mantener la dirección de Diario Veloz, un medio digital. Hoy cuenta que se resistió hasta último momento en dar el salto a la pantalla, que se produjo hace 30 años exactos, cuando todavía era un reconocido, exitoso y también polémico editor de revistas. “En ese momento Hugo Moser y yo lo terminamos engañando a Alejandro Romay, algo muy difícil de hacer”, confiesa.
-¿Cómo ve hoy el estado de la televisión argentina?
-Falta creatividad. Los programas son todos iguales, llenos de panelistas. Veo algunos intentos de hacer algo diferente en el streaming, pero siempre con pocos recursos.
-¿Tiene opinión formada sobre el streaming?
-Todavía es un tema lejano para mí. Demasiado amateur para mi gusto. No lo toman ni siquiera ellos mismos muy en serio. Se dedican mucho a la frivolidad, a la agresión. Cuando nosotros arrancamos en la TV veníamos con la cultura de la gráfica. Íbamos a los lugares en donde pasaban las cosas, a las guerras, a Vietnam, a Biafra, a la India. Podíamos hacer otras cosas porque había plata. Hoy no se puede, todo pasa por lo que podemos resolver en el piso o con un móvil muy escueto. Cuando nosotros viajábamos por Gente teníamos un presupuesto ilimitado. Y los ingresos tampoco tenían límites.
-¿Recuerda alguna de esas coberturas?
-Cuando peleó (Carlos) Monzón por última vez con Rodrigo Valdés, en Gente mandamos a Montecarlo un equipo de 22 personas, algo imposible de pensar hoy. Y en televisión llegamos a hacer muchas notas de ese tipo. Nosotros arrancamos con Memoria un martes de1994. El dueño de ese horario era el programa líder del 9, El precio del poder, con Rodolfo Bebán, y Romay nos dio transitoriamente ese horario hasta su vuelta en marzo o abril. Como anduvimos bien tuvimos que cambiar de día para devolverle el horario a Bebán.
-¿Cómo lo hicieron?
-Romay nos pasó al miércoles. Cuando empezamos ese día jugaba la selección y Susana Giménez se iba con Jorge Guinzburg a entrevistar a Woody Allen. Le dije a Romay: “Alejandro, estamos cocinados, dejemos pasar esa semana”. Me preguntó por qué. “La selección va a hacer 30 puntos de rating y Susana, 4. Vas a ver. Woody Allen no existe en la Argentina”. Y fue así. Tenía razón. Nosotros llegamos a 11 puntos con una nota que nos costó 120.000 dólares. ¿Te acordás del chico de la burbuja?
-Claro que sí.
-Para entrevistarlo tuvimos que llevar un móvil con cámaras especiales de Nueva York a Washington, llevar productores y periodistas, pagar un satélite. Cuando le llevé el presupuesto a Romay, que me pidió algo fuerte para competir ese día, lo firmó sin mirar. Hoy eso no podés ni soñarlo. Es imposible.
-Debe extrañar mucho usted aquella televisión de hombres fuertes que tomaban esa clase de decisiones.
-Era gente que valoraba el poder de la noticia, el impacto de la información. Por eso no se preocupaba por lo que podía gastar en eso. Hoy la tele está manejada por contadores. Cuando llegamos a Ucrania cubriendo la guerra para Crónica TV con un camarógrafo y un chofer, la CNN tenía un piso entero del hotel para ellos, con estudios. No podíamos competir, pero igual lo hicimos. Esas cosas requieren plata.
-Le tocó adaptarse a las necesidades de ese momento.
-Yo nunca me privé de hacer lo que quería. Cuando había mucho, gastábamos mucho. Y ahora, que hay poco, gastamos poco. Lo que no podía hacer el canal lo bancaba yo con mi productora. Hacer periodismo en la tele hoy es muy difícil porque es muy caro.
-¿Hacia dónde va hoy su interés periodístico?
-Cuando arranqué tenía en mi oficina un cartelito con una frase que escribió Constancio Vigil en la década de 1920. Decía que al lector siempre hay que pegarle en algún lado: en la cabeza, en el estómago, en las b… Lo dijo cuando recién empezaba a armar una editorial que resultó ser excepcional.
-Golpear de esa manera siempre tiene sus límites. ¿También para usted?
-Cuando se mata Yabrán, que había sido una cobertura muy intensa de nuestra parte, un tipo se acerca para ofrecerme el video de la fiesta de cumpleaños de 15 de Melina, la hija preferida de Yabrán. Era una fiesta como las de Las mil y una noches y una joya como material periodístico. Fue un viernes a la tarde y me pedía 40.000 dólares. Conseguimos la plata no sé cómo, nos aseguramos el video y el canal empezó a promocionarlo. Iba a salir ese domingo. Hasta que recibo un llamado de la viuda de Yabrán. Me dijo que no podíamos mostrar eso al aire porque íbamos a destrozarla a ella y a Melina. Decidí no darlo y tuve que enfrentarme al canal, que había puesto los 40.000 dólares cash.
-¿Y cómo se sintió en ese momento?
-Orgulloso de la decisión que tomé. Me moría de ganas de darlo, pero no podía. ¿Qué hacés si te llama la viuda y te dice que le vas a destrozar la vida a ella y a su hija? Le dije: OK, hoy no lo paso, pero me lo voy a guardar un año y en ese momento lo voy a mostrar. Y así pasó. Siempre hay un límite. Igual hay cosas que se te escapan.
-¿Tiene algún ejemplo para ilustrarlo?
-Cuando mataron a José Luis Cabezas surgió una polémica sobre su cámara de fotos, si se había quemado o no en el auto. Compramos un auto igual, una cámara igual y les prendimos fuego. Y pusimos en el lugar del conductor una cabeza de cordero. Yo me arrepentí mucho de haber puesto eso al aire. Gastamos una fortuna pero no debimos darlo. Como los monitores son muy feos, no pude verlo bien y darme cuenta que no teníamos que poner eso al aire.
-Usted fue el verdadero inventor de todas esas dramatizaciones, que otros copiaron hasta el cansancio, casi siempre sin reconocerle el crédito. Eran representaciones ficticias de la realidad. Pero también le atribuyen en otros casos haber manipulado datos y hechos reales.
-¿Me lo decís por el tema del atolón de Mururoa y aquella foto de los pescados muertos? Ya había pasado la marea y yo no podía volver sin esa imagen. Así que compramos los pescados e hicimos la foto. Pero lo contamos tal cual. A esos pescados los había matado realmente la explosión atómica. Después todo se convirtió en mito. Nunca inventamos una historia, contamos exactamente lo que pasó. Murieron decenas de millones de peces en la Polinesia. Te puedo dar otro ejemplo más cercano de cómo trabajamos.
-A ver...
-Cuando falleció el hijo de Mirtha Legrand hicimos una recreación de sus últimas horas, cuando Mirtha se convirtió en madre dolida de su hijo agonizante. Lo que armamos fue toda una dramatización, pero la imagen parecía tan real que Oscar Salvi, el abogado de Mirtha en ese momento, llegó a preguntarme si de verdad habíamos puesto una cámara en ese lugar.
-Esas cosas dejaron de hacerse. Ahora tenemos ficciones muy bien producidas sobre esos casos, como la de María Marta García Belsunce. O documentales muy elaborados sobre casos de true crime.
-A nosotros nos faltó espalda financiera para transitar ese negocio. En un momento teníamos armada una miniserie sobre José López Rega. “El brujo que manejó un país”, se iba a llamar. Netflix nos dijo: nos interesa, queremos comprarla. Pero resulta que en estos casos ellos no pagan de entrada ni un solo peso. Teníamos que costear toda la inversión y recuperarla recién en dos años y medio. No pudimos hacerla.
-¿Cambió mucho el periodismo con la llegada de las redes sociales y la aparición de Internet?
-Hay menos precisión. Y mucho burro trabajando en los medios. Hay mucha incultura, mucha ignorancia. Bajó mucho el nivel. Mejoraron, eso sí, algunas cosas. Hoy la mayoría habla inglés, cosa que antes no pasaba. Los periodistas tienen más herramientas, pero menos conocimientos. A nuestra generación le pasaba al revés: la mayoría no sabía inglés, pero le sobraba curiosidad. Hoy no hay recurso intelectual en los medios. No tienen la menor idea de lo que es la lectura. Y si no leés, no podés escribir ni entender. Hay mucha gente bruta en los medios. Con idiomas, eso sí, pero bruta.
-¿Y las redes?
-Democratizaron la opinión, y me parece muy bien. Yo tengo un pequeño diario digital del que me siento muy orgulloso. Pero la esencia de la información no pasa por ahí. Con eso no alcanza para informarte. Tenés la inmediatez, que es algo impresionante. El nivel de cobertura también. Cuando yo viajaba por la revista llevaba 150 kilos de exceso de equipaje.
-¿Cómo fue eso?
-Lo necesitaba para transmitir fotos. Y con las cámaras subías a 200 kilos. Hoy te alcanza con el celular. Instrumentalmente todo es más fácil, pero lo otro, el recurso intelectual, falta. Cuando surgió el caso de Idi Amin le dije al jefe de Redacción en Gente: al primero que abra la puerta de esta oficina y me diga que quiere ir a Uganda lo mando. Nadie abrió la puerta. Terminó yendo el jefe de Redacción...
-Usted debe recordar algunos otros viajes memorables.
-El primer viaje a China de un medio convencional argentino lo hice yo cuando tenía 23 años. En ese momento no dejaban entrar periodistas a China. Y un día me enteré que una agencia de viajes vendía excursiones para médicos que querían saber más sobre acupuntura. La convencí a la dueña de la agencia para que me metiera ahí como médico joven. A esa edad no te importa nada. Nos costó una fortuna. Obviamente, a los dos días los chinos se dieron cuenta de que yo no era médico.
-¿Y qué pasó?
-Fui al Ministerio de Información, expliqué quién era y al final los chinos me dieron un permiso para quedarme 69 días sin limitaciones.
-¿Sintió en algún momento que la gráfica lo limitaba para llevar adelante esas coberturas y por eso llegó a la televisión?
-Yo no quería entrar en la tele. Siempre me resistí. Llegué a través de la radio, que tampoco me gustaba al principio, pero en su momento funcionó muy bien. Como al poco tiempo de estar ahí ya era el centro de la atención apareció Hugo Moser y empezó a volverme loco. Meses enteros estuvo insistiéndome de que tenía que ir a la tele. Hasta que un día me llevó a verlo a Romay y ahí empezó todo.
-¿Quién convenció a quién, al final?
-Moser y yo terminamos engañando a Romay. Él quería hacer un programa de nostalgia. Y yo no estaba dispuesto. Ahí Moser me propuso inventar un título que se pareciera a lo que quería Romay. “Después hacemos lo que querés”, me dijo. Ahí empezó Memoria.
-Cuando apareció ese programa todos pensamos que usted iba a hacer algo parecido a Siglo XX Cambalache.
-Desde el primer momento tenía en la cabeza que iba a hacer un programa de actualidad. Salió al aire el 4 de enero de 1994 por primera vez. Ese día supuestamente Romay iba a estar en Punta del Este y como no había ni satélite no se iba a enterar de nada. Pero resultó ser el único enero en el que Romay se quedó en Buenos Aires.
-¿Y qué pasó?
-Me llamó la secretaria al día siguiente. Quería verme con urgencia. Chau, debut y despedida, pensé. Cuando Alejandro me recibió, lo primero que me dijo fue: “No es lo que vos me dijiste. Igual me gustó. Quedate tranquilo, te voy a apoyar”.
-¿Cuánto duró Memoria?
-Casi 17 años. Cambiaba de día, sumaba emisiones con los temas de actualidad. Llegamos a hacer cuatro en una semana con el caso de María Soledad Morales. Nos adaptábamos a eso.
-En un momento, Memoria parecía una gran feria de vanidades. Había todo tipo de personajes, algunos eran auténticos freaks.
-Algunos sí, pero Mauro Viale tenía más que nosotros. Lo que siempre digo es que de mis programas salieron muchas figuras que hoy son importantes: Florencia de la V, Viviana Canosa. Marina Calabró empezó conmigo en Las 12 y Chiche.
-¿Eso significa que usted hizo escuela de algún modo?
-Nunca pretendí algo así. Se dio naturalmente. Con Mauro siempre nos quedó trunco el proyecto de hacer una escuela de post-producción televisiva. Estábamos en eso cuando murió por el Covid-19. Faltan productores con ideas en la televisión actual. Todo es leer los diarios y a ver a quién llamamos para que diga algo.
-Usted dice que no hay productores con ideas, sino con una buena agenda.
-Lo que vale son las ideas. Martha Holgado fue una día. Sigo convencido hasta hoy que era la hija verdadera de Perón. Un día me llamó la madre superiora de Nuestra Señora de la Misericordia, de Belgrano, que en ese entonces tenía internado, para mostrarme la ficha. Me contó que venía Perón a verla en una cupé Chevrolet 47 con chofer. Después le trucharon el ADN.
-¿Usted llegó a conocer a Perón?
-Sí, hablé con él dos veces.
-¿Y cómo le cayó?
-Mal. Estaba totalmente ausente. Carismático, pero ausente. Nunca prestaba atención, tenía la cabeza puesta únicamente en lo que a él le interesaba. Ya estaba grande. Pero nunca me terminó de convencer.
-¿Y quién lo impactó más de todas las figuras que conoció?
-Nelson Mandela, probablemente, pero más que nada por lo que significaba haber pasado tanto tiempo en prisión. Las personas en general no me impresionan mucho. Me acuerdo que asistimos al final del Che Guevara. Un día lo vimos vivo en La Higuera, allá en Bolivia. Y al día siguiente estaba muerto. Éramos los únicos periodistas en el lugar. Cuando fuimos a buscar a su hermano Roberto Guevara para que lo identificara, el cuerpo desapareció. Pero nunca me divirtió hacer memoria, nunca quise regodearme en el pasado. La nostalgia me pone viejo.
-Hablemos del presente, entonces. El Presidente Milei fue a visitarlo en su última convalecencia. ¿Cómo es su relación actual con él?
-Yo le agradecí mucho el gesto, fue muy tierna su actitud. Pero no se puede ser amigo de un presidente. No es compatible una cosa con la otra.
-¿Y de un expresidente?
-Tampoco. Con el poder siempre hay que mantener distancia. Cuando Milei hacía campaña la gente se creía que yo era una especie de socio de él. Y la verdad es que hoy Milei no me atiende el teléfono. Se enojó con la última entrevista que le hice. No le gustó. Milei está acostumbrado a que todo el mundo le diga que sí. Yo tengo mucho respeto por la figura presidencial, pero soy periodista y a ningún presidente le dije que sí. Un periodista no puede ser amigo de un presidente.
-¿Cómo evalúa al periodismo en la actualidad?
-El periodismo argentino perdió influencia. Hay menos circulación de los medios, los programas tienen menos rating, la gente elige otras cosas. Se ideologizó demasiado todo. Además, el periodismo militante es el antiperiodismo.
-¿Qué le llama más la atención de la Argentina actual?
-Por qué la gente sigue apoyando a Milei. No tiene el mismo respaldo de antes, pero los jóvenes sobre todo lo siguen viendo como una persona irreverente, rebelde. Yo vaticiné que iba a ser presidente mucho antes de las elecciones. La calle te lo decía. Y yo escucho lo que dice la calle.
-¿Cómo está de salud?
-Bien, muy bien. La edad no es gratis, pero no me impide ni viajar ni moverme. Los proyectos son nuestra vitalidad. Todavía sueño con hacer un diario en papel. No me voy a morir sin hacerlo. Estuvimos a punto de concretarlo hace dos años, pero la Argentina estaba pasando un momento difícil y los socios arrugaron un poco, pero lo vamos a hacer.
-¿Ya tiene el nombre del diario?
-Sí. Se va a llamar La calle de Buenos Aires.
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