La cantante y compositora, que se luce en el rol de jurado en Canta conmigo ahora, el programa de Marcelo Tinelli, celebra los 40 años de su disco Me vuelvo cada día más loca, uno de los íconos del rock nacional en estado de rebeldía
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“No miro televisión, o miro muy poco. Hago otras cosas, me la paso leyendo, estudiando o tocando, pero tuve comentarios muy buenos sobre este programa, de parte de gente que respeto mucho. Mi profesor de programas digitales de grabación me dijo que lo miraba y me lo recomendó y, curiosamente, a los tres días, me llamaron”.
Celeste Carballo ofrece café en su camarín de los estudios Baires de Don Torcuato, donde se graba Canta conmigo ahora, el programa de eltrece, conducido y producido por Marcelo Tinelli, en el que la cantante forma parte del jurado integrado por artistas de rango tan disímiles como José Luis “Puma” Rodríguez, Cristian Castro, Susan Ferrer, Manuel Wirtz o Cande Tinelli.
Se afincó cerca de General Rodríguez, en una casa casi rural donde convive con once perros y en donde se montó un estudio de grabación con todos los “chiches” tecnológicos que ella misma construyó a puro fratacho. “Por qué quiere poner la ventana tan abajo, me decía el albañil, cuando yo buscaba que esa ventana me permitiera mirar los árboles y el césped cuando estaba sentada tocando”.
Canta conmigo ahora
Ese es el oasis del que le cuesta despegarse y del que parte cada lunes y martes para grabar la versión local de All together now, un formato exitoso en el mundo que viene ganándole en audiencia a ¿Quién es la máscara?, el otro tanque que puso en el aire Telefe para hacerle frente a Marcelo Tinelli.
“Cuando tengo que ir a Buenos Aires escucho la radio para ver cómo está el tránsito y estar informada. Escucho todo, desde las noticias hasta las emisoras de chamamé, por eso es que, más de una vez, había oído comentarios sobre que el formato era muy rígido y que Marcelo (Tinelli) no podía ser él mismo, cosa que me desmentían todos los conocidos que veían el programa”, reflexiona la cantante criada en la ciudad de Coronel Pringles, cuando aquellos pagos tenían una impronta mucho más pueblerina y campera, que le sirvió de inspiración para su música.
-Sin embargo, sin perder su esencia, hubo una “tinellización” del formato que lo hace más cercano a las audiencias que sieguen al conductor.
-Está toda la impronta de Marcelo (Tinelli), pero lo que me llama la atención es que, luego de haber escuchado comentarios sobre el programa, me llamaran.
-A partir de la experiencia, ¿cuál es el balance? ¿Cómo te sentís evaluando a los participantes del ciclo?
-Me divierto muchísimo, pero no es un juego, porque me lo tomé muy en serio, ya que la gente que se enfrenta a una cámara cantando es, realmente, muy valiente y sabe que tiene talento.
-Y enfrentándose al público...
-El verdadero jurado es el público.
-¿Cómo fue tu encuentro con Marcelo Tinelli?
-Después de dos semanas de estar grabando, organizó un asado en su casa, donde pudimos charlar un poco. Estamos contentos de poder compartir la música.
-Es interesante que una artista de tu trayectoria y que, quizás prejuiciosamente, no se la asocie a determinados productos masivos se haya sumado a una propuesta mainstream. Entiendo que es un aporte muy rico al certamen.
-Antes que existiera Facebook, ya tenía mi página. En una época, en esa web lanzaba una columna que se llamaba “Tomando unos mates” y la terminamos convirtiendo casi en una revista. Cuando apareció Instagram, me puse muy activa ahí, así que el contacto con la gente siempre fue bien fluido y masivo.
-Más allá de eso, no es habitual verte en televisión.
-La gente se extraña por verme en la tele, porque aparezco una vez por año, en un solo programa, cuando estoy por hacer el concierto en el teatro.
-A excepción de La peña de morfi o Lito Vitale anfitrión, no son demasiados los ciclos musicales en la televisión abierta.
-Juan Alberto Badía ya no está, Gerardo Rozín tampoco, aunque sigue el programa. El año pasado, por ejemplo, visité Los Mammones y estuvo buenísimo, pero no hay mucho más para ir. Por eso me parece muy interesante que Marcelo Tinelli haya vuelto a la música, porque es un acercamiento de parte de una persona híper popular.
Celeste diferente
Una vez por año, la cantante ofrece su concierto en el ND Ateneo, la sala de la calle Paraguay que la recibe desde hace una década. “Es mi casa, este año presenté la nueva versión de ´Una canción diferente´ y celebré los cuarenta años del álbum Me vuelvo cada día más loca que, en realidad, salió en diciembre de 1982″. Aquel tema integró ese disco en el que también se incluyó la canción que le dio nombre al material.
Reversionada en su estudio, donde la grabó tocando todos los instrumentos, y mezclada en las consolas del ex Circo Beat, actualmente llamado Romaphonic, “Una canción diferente” suena hoy tan profunda como en el momento en el que Celeste Carballo la compuso. Un título que forma parte de ese acervo imprescindible de un rock nacional que estalló en los ochenta, en el contexto de la Guerra de Malvinas, y que profundizó su inserción en la etapa posterior a la dictadura.
-¿Cuál fue la inspiración de “Una canción diferente”?
-Las ganas de hacer una canción de amor distinta, que incluyera la guerra, la paz, la verdad y la mentira, el cuerpo de una mujer que es mi cuerpo.
-¿Cuánto tiempo te tomó componerla?
-Los tres minutos que dura.
-¿Así de vertiginosa salió?
-Me había mudado a mi departamento de Defensa y Chile y, mientras le pintaba el techo, ponía la radio y escuchaba que pasaban temas en inglés que decían siempre lo mismo, mucho “I love you” y “I need you”. ¡Y nada más! Así que me cansé de esas canciones vacías y me planteé hacer una canción diferente, llena de contenido. La gente supone otras cosas, pero la verdad es esa, quise hablar de la realidad y no de lo utópico.
Celeste Carballo es una de esas artistas que el medio, acostumbrado a ubicar en un casillero casi siempre arbitrario, resulta cuanto menos inclasificable. Carballo es rock, pero también una poderosa cantante de blues. No se privó del tango y mucho menos de los sonidos más metálicos. Cuando compartió su arte con Sandra Mihanovich, de pronto apareció la poesía de Mario Benedetti musicalizado por Alberto Favero y los sonidos amorosos y plantados de “Somos mucho más que dos” y el “Mujer contra mujer” que dijo lo que había que decir cuando no se decía abiertamente en la sociedad todo aquello que se tenía que decir.
Hoy, tan lejos de aquellos tiempos y con una carrera prolífica y ecléctica, sigue estudiando, componiendo, aprendiendo todo aquello que la tecnología le propone y buceando en nuevos sonidos que puedan explicar el ayer desde el mañana: “Es lo que hay que hacer, todos deberíamos estudiar todo el tiempo, desde un médico hasta un ingeniero”.
Su voz renacerá
“Tomate el café que se te enfría”, dice a cara lavada. “Hablemos antes, tranquilos, después me maquillo”. A los 67, sus anteojos oscuros preservan la esencia rocker de la artista que coqueteara con el Latin Grammy. Aún cuando por los pasillos se cruce a Cucho de Los Auténticos Decadentes o a un actor de moda que graba una telenovela en el estudio de al lado. Es ella, más allá de los contextos.
-Entonces, Celeste, de estudiar se trata.
-Todo el mundo tiene que seguir estudiando, si la vida es aprendizaje.
-¿Siempre fue así?
-Aprendí a aprender, después de los treinta años. Ya tenía dos discos de Oro… dos discos de Oro, mirá como te miro...
Conocedora de la industria, remarca el logro que hoy parece extinguido en un tiempo donde los artistas editan temas sueltos que suben a las plataformas y donde lo conceptual de una placa se está diluyendo a pesar de la loable resistencia (también algo snob) del vinilo. “Empecé a estudiar piano y armonía en el piano. Por primera vez, comencé a estudiar música, por eso mis primeros discos eran con cuatro acordes y nada más, esa es la verdad”.
-Había algo intuitivo y mucho para decir con estética propia, más allá de la falencia de lo académico.
-Al poco tiempo de estudiar hice Chocolate inglés, desde el piano, y resultó un disco súper amado por la gente y muy premiado, que tiene canciones como “Cuatro brazos, cuatro piernas”.
Chocolate inglés fue el cuarto material íntegro de la cantante solista e incluía el himno “El día que me quieras” y aquello de “todo todo se olvida” buceaba en resonancias nuevas que adquirían múltiples sentidos en su voz.
-Luego de los discos de Oro y de estar inserta en el gusto del público, es loable la decisión de internarte en el estudio...
-Qué ganas, ¿no? Toda la vida había tenido ganas de aprender a tocar el piano, porque de esa manera iba a entender la armonía, porque el piano es el instrumento que marca la armonía. Estudié con Santiago Giaccobbe, un gran maestro del jazz, que me enseñó desde el Do Re Mi.
-Alguna vez dijiste que te sentías más compositora que cantante.
-Hago el trabajo de escribir canciones, porque es algo mágico. No es algo que uno se imponga. No se puede decir “hoy hago una canción”, la canción aparece y te sorprende, y ese es un verdadero éxtasis que puede suceder tomándote un té. Pero, cuando la inspiración aparece, mejor que te encuentre estudiando, practicando y tocando.
-Pablo Picasso anheló: “que la inspiración me encuentra trabajando”.
-Y mirá lo prolífico que fue y de excelencia.
-Pensando en inspiraciones, ”Me vuelvo cada día más loca” te encontró llegando a tu casa de San Telmo en medio de un tiroteo.
-Claro, llegué muy asustada y, ya estando adentro de mi casa, me preguntaba si lo que estaba pasando era verdad o me estaba volviendo cada día más loca, eso fue lo primero que pensé. Me senté en la alfombra, con mi mesa ratona al lado y escribí hasta el amanecer. Muchos productores me decían que era un texto muy largo y que no pasaba nada con eso, pero ya tenía la música, que llevó a esa letra a una velocidad increíble y la hizo entrar.
-Convicción ante las imposiciones del mercado.
-Jamás cambié esa letra, es como la escribí.
-¿En todos los aspectos de tu vida sos así de segura?
-Si tengo que decidir entre muchas cosas, puedo dudar, pero, en la vida cotidiana, soy muy precisa, porque entiendo las jerarquías de lo que hay que hacer, de lo importante. Soy muy consciente sobre qué es sí y qué es no. Soy virginiana, tengo un orden.
-En ese orden de prioridades, ¿apareció, alguna vez, el deseo de la maternidad?
-Nunca, jamás, estuvo en mis planes ese asunto de ser madre, para nada.
-El arte es una maternidad.
-Es la obra, lo que uno hace, pero, a veces, me siento madre de los músicos, los tengo que cuidar y también retar, ponerlos en orden. Como, desde hace treinta años, soy manager de la banda y productora de mi música, hago todo y entiendo el business desde adentro, algo que no siempre los chicos de la banda entienden, por eso me siento madre, aunque también me como las críticas.
-A pesar de entender el negocio y el manejo del medio, nunca opacaste a tu yo creativo.
-El arte es una conexión con el inconsciente, pero no el mío, sino con el inconsciente colectivo. Cuando sucede eso, es cuando una canción la va a pegar y mucho.
-¿Tenés ese olfato con respecto a los temas?
-Yo no, pero Mini Cooper, que es mi gata, tiene ese olfato.
-Explicame un poco.
-Estoy cantando un tema y no me da ni cinco de bolilla, pero canto otro y se pone a maullar, se me refriega en los pies, se sube a la silla, toca la guitarra con la patita, se enloquece.
-Ahí hay un hit.
-No sé si pensar en esos términos, pero ese tema la pega.
-Pasaste por el blues, el punk, el rock y el tango y podría seguir enumerando lenguajes y géneros, sin embargo, hay una sola Celeste y su música tiene una unidad estética y poética.
-Es muy cierto lo que decís…
-Sos la que cantaba sola y la que lo hacía con Sandra Mihanovich.
-O la que cantaba con Peter Gabriel.
Rápidamente, Celeste saca la cucarda de aquellos conciertos con el notable músico del Reino Unido con quien compartió escenario en la cancha de Vélez Sarsfield, en el estadio Mundialista de Córdoba y en la ciudad de Rosario.
-En esa multiplicidad, ¿tenés noción del lugar que ocupás como artista?
-Eso me lo pierdo un poco, porque estoy muy metida en el día a día y en todo lo que tengo que hacer.
Cantaba en el patio de la casa familiar de Devoto donde convivía con sus siete hermanos. Esos conciertos entre las macetas eran escuchados por los niños de la cuadra. En el campo, la música la ejerció al pie de la Sierra de la Ventana en una zona rural donde se instaló su familia.
Empezó a tocar en 1976 y, a comienzos de los ochenta se ubicó en un lugar destacado, en un contexto de opresión y falta de libertades políticas y sociales y en donde, además, la mujer no tenía habilitado determinados espacios. Y también debió lidiar con el machismo de la industria, aunque, según explica, no hubo demasiada percepción: “Al principio, no me di cuenta de eso, pero, luego del gran éxito de “Me vuelvo cada día más loca”, cuando quise hacer un disco con un estilo más fuerte, más rockero, luego de haber viajado a España y entender la vida desde otro lugar, encontré que el público no entendió, quizás porque no tuve el apoyo para poder explorar ese material”.
-Entonces…
-Ahí comencé a ser una artista independiente y ahí sí comenzó otra lucha.
-Es que luego de un gran éxito, se le pide al artista otro similar.
-Me decían “hace otro ´Es la vida que me alcanza´”, pero eso es imposible. Eso fue una zapada que hice porque estaba enamorada de un grabador que me había comprado y quería registrar algo que tuviera una impronta muy cotidiana, muy de todos los días, pero la grabé y me olvidé.
-Una amiga tuya la redescubrió.
-Vino a conocer un departamento que me había comprado en la época de la Ley 1050 y, al ver mi grabador, puso play y escuchó el tema grabado. “Esto es un hit”, me dijo.
-¿Le creíste?
-Para nada, para mí ese tema era una zapada. Nunca especulé, me encanta equivocarme porque aprendo mucho más.
-Pero hay que tener la inteligencia de capitalizar el error.
-Ser consciente de la equivocación, a pesar de ser virginiana y buscar siempre la perfección. Pero esa búsqueda no significa que uno sea perfecto.
-La perfección es una utopía, pero la excelencia es posible.
-A los treinta años me hizo muy bien aprender armonía, estudiar las escalas pentatónicas del blues en la guitarra, batería. A los cuarenta años, empecé a entrenar con máquinas y bicicletas, y luego hice boxeo recreativo. También aprendí a alimentarme, fui vegetariana y luego retomé el consumo de proteína animal, pero de otra forma y con límites, es decir que todo eso también te va formando. Se canta con el diafragma, con la capacidad muscular, con las piernas, con todo el cuerpo y con el alma. Todo ese trabajo en el tiempo, escuchar a las grandes voces como Mina, te hacen crecer.
-Vos también sos referente de muchos.
-Ahora sí, pero hay muchos otros referentes también, pero siempre se aprende, por eso me gusta escuchar a los participantes de Canta conmigo ahora. Veo que entendieron el juego, que antes la gente que no era profesional no cantaba así.
Sin etiquetas
-Cuando con Sandra Mihanovich hicieron Mujer contra mujer, fue un shock disruptivo para la sociedad.
-Del que todavía se está reponiendo.
Carballo estalla en una carcajada que es celebrada por los asistentes que se encuentran fuera del camarín, ubicado a pasos de la puerta que da acceso al búnker personal de Marcelo Tinelli.
-Aquella foto de difusión de Mujer contra mujer fue una revolución.
-Pero mirá lo que hacen las pibas ahora, me asusto de verlo, aquello nuestro no era nada.
Somos mucho más que dos, el primer material de Sandra y Celeste fue un boom de ventas que le permitió ganar el Disco de Oro: “Cuando eso sucede es que el disco lo tiene toda la sociedad, es decir que todos acompañaron eso que fue real, acompañó el amor y punto, sin etiquetas”.
-Habla muy bien de aquella sociedad que no contaba con las libertades de hoy.
-El amor no tiene fronteras ni tiempos, si no Romeo y Julieta no hubiese existido jamás. El amor es el motor más grande que nos mueve a todos. Los seres humanos nos conectamos, con nuestro inconsciente colectivo, a través del amor. Eso fue compartido con toda la sociedad y por eso ese material fue Disco de Oro.
-Sin amor no hay arte.
-También tiene que ver con eso.
Trascender el tiempo
De eterna juventud, su manera de hablar y sus modos la convierten en un ser atemporal, pero a Celeste Carballo le faltan tres años para cumplir los 70: “Estoy orgullosa de los años que tengo, jamás los oculto, pero no tengo demasiada conciencia de eso. Empecé a estudiar a los 30 años, a los 40 arranqué con el deporte, diez años después me puse a cantar tangos, cuando llegué a los 60 me fui a vivir al Oeste y empecé a trabajar en la huerta y a estudiar otra vez y a montar CC Digital, mi sello independiente. Y todavía no escribí mi libro, algo que haré después de los 75″.
-Sos un gran ejemplo. Hay gente que a los 50 se siente anciana.
-Eso es porque están condicionados socialmente a un número del almanaque. Chicas, chicos, ese número cambió. Hay que mirar a Mick Jagger que está cerca de los 80 y vive de gira con los Rolling Stones, y no es el único. Sáquense el batón y las chinelas y vayan a estudiar, a empezar algo nuevo siempre.
-¿Cuál fue tu crisis más fuerte?
-Tuve muchas, hubo pérdidas, en realidad vivo una vida de alguien que tiene cien años por todo lo que me pasó. Soy la última de ocho hermanos, de los cuales quedamos cuatro, los viejos y los tíos no están, al igual que mi sobrina María Gabriela (Epumer) y Pappo que tampoco están. Millones de amigos murieron y tenés que acostumbrarte a eso, pero ellos y mi hermana Graciela están siempre, con sus mensajes, con sus señales.
-¿Percibís eso?
-La veo a mi hermana diciéndome “hermanaaaa, ¿qué hiciste hoy?”, como cuando me llamaba por teléfono. Hay que acostumbrarse a una familia que está en la diáspora. Tengo sobrinos nietos que ni siquiera conozco, viven en el mundo. Y no está mi hermano Eduardo que nos unía a todos. Si buscás una crisis, es esa, pero salgo de ahí cotidianamente. Los extraño un montón, aunque están al lado mío. La presencia de ellos es permanente, lo único que falta es el asado de mi hermano. Me bajaron línea siempre y yo los escuché, tuve una familia muy grosa.
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