Cecilia Dopazo: “Después de una década con muchísima exposición necesité guardarme un poco”
Volvió al teatro con Radojka, una comedia negra, de Fernando Schmidt y Christian Ibarzabal, que protagoniza junto a Patricia Palmer y tiene dirección de Diego Rinaldi. Con su personaje, Cecilia Dopazo luce por primera vez sus canas, como una forma de aceptación y liberación. Sobre esta decisión, su necesidad de parar en un momento con la vorágine laboral y su familia habla la actriz con LA NACION. Y además reflexiona sobre lo agitada que estuvo su vida durante la cuarentena por la pandemia, porque se animó a los streaming y además se mudó. Según relata Dopazo: “Radojka es una comedia negra muy disfrutable que muestra a dos trabajadoras adultas que por una circunstancia que no voy a revelar, están al borde de perder un muy buen trabajo. Entonces emprenden una aventura para conservarlo, un plan disparatado que es su manera de sobrevivir. Es disfrutable entrar en esa fantasía”.
-¿Cómo fue tu regreso al teatro?
-Que me llamaran me resultó sorpresivo y de una felicidad enorme. Una actriz amiga me dijo que no me desilusionara si no recibía la reacción de público que esperaba y que en otro momento hubiera sido diferente, por eso estábamos preparadas para no ver las sonrisas. Pero la obra es graciosa y las risas atraviesan el barbijo. La pasamos muy bien y agradezco este regreso al trabajo porque vuelvo contenta a casa, relajada, flojita, como si hubiera ido al gimnasio. El público se ríe, se olvida un rato de la realidad y todos liberamos endorfinas. Diría que es un acto casi espiritual. Antes de estrenar Radojka fui a ver una obra y lo experimenté como espectadora desde la platea y te da cierta emoción atravesar la dificultad que significa ir al teatro y aún así necesitar ir. Me conmovió. Está bien cuidar la salud y el aparato respiratorio, que es lo que más compromete el Covid-19, pero también hay que cuidar la salud mental.
Sí, son canas
-¿Tu look tiene que ver con el personaje o con una nueva manera de ver la vida?
-Tiene que ver con la aceptación y la liberación, pero me viene bárbaro para el personaje. Me tiño hace 25 años, cada diez días porque empecé a tener mis primeras canas a los 16 años. A los 22 años hice mi primera película y hasta ahí se me mezclaban un poco con el pelo. Para Tango feroz me teñí de un color más rojizo que se usaba en los ’70; después filmé Convivencia con otro corte, bien rubia; y para Caballos salvajes estaba morocha. Fue difícil volver a mi color y para entonces ya tenía bastantes canas y tuve que seguir tiñéndome.
-¿Ahora decidiste no teñirte más?
-Claro, decidí no teñirme más porque ir a la peluquería me resultaba de una opresión y una angustia tremendas. Realmente era de una esclavitud enorme. Ya en las últimas vacaciones, en enero de 2020, no quería perder un día en el hotel tiñéndome mientras mi familia se iba a disfrutar. Si te teñís, no te bancas ver crecer las canas porque después de varios centímetros, te sentís dejaba. Es toda una decisión de vida, de libertad, de terminar con esa esclavitud. Yo no me cuestionaba eso sino que sentía la obligación, no imaginaba que podía no hacerlo. No era aceptado y hasta era rechazado por la sociedad y ni hablar en mi trabajo.
-¿Era una obligación teñirse?
- Si, una especie de secreto porque no se tenía que notar, como tampoco el paso del tiempo. Dejarte las canas no tiene que ver solo con el pelo sino con una liberación de la mujer que es un movimiento que empezó en los ’60 y está volviendo con las marchas de los 8 de marzo, del Ni un a menos, de la ley del aborto. Todo eso tiene que ver con ser libre con el cuerpo de cada una. Por supuesto no estoy haciendo comparaciones sino que hablo de libertades. Hay toda una comunidad que a partir de la cuarentena decidió no teñirse y se apoya muchísimo: son las “sí, son canas” y “sister silvers”.
-¿La pandemia ayudó a esta elección?
-Exactamente. Es una aceptación. Éste es un movimiento que sale a decir que el plateado, el gris, el blanco son un color más. Hay chicas jóvenes que tienen que esconder las canas, ¡es una locura! Salimos a naturalizarlo, y si alguna vez querés volver a la tintura, te teñís y ya fue. No descarto hacerlo si eso me da más felicidad y placer. Y nunca tuve tanto trabajo en mi vida porque con estas canas estoy haciendo tres cosas a la vez. Además del Radojka en el Picadilly, estoy grabando una participación en la segunda temporada de Pequeña Victoria, con Julieta Díaz y Mariana Genesio, y también grabo la segunda temporada de El mundo de Mateo, con Fernán Miras, Luciano Cáceres y un elenco muy lindo. Fui parte de la primera y mi personaje creció mucho ahora. Es la primera vez que hago un policial y es una experiencia nueva que estoy transitando re contenta. Así que las canas me trajeron suerte.
Parar y volver a barajar
-Tuviste mucho trabajo en algunos momentos de tu vida y en otros hubo largas ausencias, ¿por qué?
-Empecé a trabajar a los 19 años y fue un montón de golpe porque en los ’90 no paré. Estuvo muy bueno, pero era muy chica y respondí a todo eso con responsabilidad y de la mejor manera que pude. Después de una década con muchísima exposición necesité guardarme un poco y ver si quería seguir por ese lado. Fue estresante en el buen sentido porque aprendí un montón, estoy re feliz y no lo cambiaría por nada, pero necesité parar y saber si tenía ganas de seguir. Hice alguna telenovela también y es muy sistemático, casi como trabajar en un ministerio porque la exigencia de producción va en contra de la creatividad. Entonces paré, me bajé un rato, hice talleres y cosas y cuando tuve ganas de volver le dije a mi representante que quería hacer teatro, que era lo que menos había experimentado. Y volví. Por otro lado, el trabajo es muy poco, hay muchas latas en televisión y casi no hay elección: tenés suerte o no la tenés. Encima son pocas las historias que se cuentan de gente de 40 años para arriba, como si no fueran parte de la sociedad. Hay pocos personajes para los adultos y eso que en las latas que tanto promocionan y compran, se ve gente de todas las edades y tienen éxito. Todo eso da como resultado que los actores y actrices tengamos poco trabajo.
-¿Cómo estuvo tu cuarentena más estricta?
-Estuve re activa en pandemia. A pesar de la cuarentena y, paradójicamente, estuve bastante comunicada con el exterior y muy guardada en mi casa porque militaba mucho el “quedate en casa”, pero gracias a la tecnología hice varios vivos, dirigí a Julieta Díaz y Natalia Grinberg en un streaming y lo disfrutamos mucho. También hice un corto para la plataforma de Timbre 4, que fue presencial cuando se pudo. Tenía la sensación de supervivencia, de buscar la manera de seguir relacionándonos y siendo creativos y ocupándonos de lo que nos gusta, a pesar de las circunstancias. Además hice un taller de escritura y literatura con el único objetivo de nutrirme y aprender, y leí mucho.
-¿Todo eso combinado con los quehaceres del hogar?
-Conté todo lo lindo (risas). No me gusta todo lo que tiene que ver con lo doméstico y lo que más me cuesta es la cocina. A muchos se les dio por cocinar, pero a mí eso no me importa nada, casi me enoja cocinar dos horas para comer después en dos minutos. Hago cosas muy sencillas y aburre porque repito. En cambio Juan (Taratuto, su pareja director de cine y padre de sus hijos, Santino y Francisco) se da un poco más de maña, experimenta más y la familia lo agradece. Hicimos lo que pudimos. Por mi profesión, pasé mucho tiempo en mi casa y convivía bastante tiempo con mi empleada, por eso sé lo que implica el trabajo doméstico y lo valoro. Tengo la sensación de que estuve bastante ocupada también porque nos mudamos en junio. Así que hicimos las cajas, limpiamos todo, nos mudamos a nueve cuadras de donde estábamos, deshicimos las cajas, acomodamos. Es un plan que teníamos hacía un montón y nos entretuvo bastante.
¿Cuándo y dónde se puede ver Radojka? La obra está los viernes y los sábados, a las 21, en el Teatro Picadilly.
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