El conductor y periodista publicó No va más, libro testimonial autobiográfico que acaba de estrenar en versión teatral; perfil de un hombre que transitó su propio calvario y logró reconstruirse
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Tostadas, mermelada, queso blanco. Tazón de café con leche inmenso. Un desayuno bien amanecido. Y ganas de hablar. De volver a dar testimonio sobre su propia experiencia. El tormento de la ludopatía que lo acompañó gran parte -¿la mayor parte?- de su vida. “Hace siete años que no juego”, afirma con inocultable orgullo.
Nicolás “Cayetano” Cajg sabe que contar es contarse y que contarse en voz alta es poder espejar a miles de historias como la suya. Pero la suya, a diferencia de muchas otras, tiene un epílogo a todas luces esperanzador que puede articularse como un faro para quienes transiten ese mismo andarivel. Una buena razón para exponer su testimonio, ya no sólo en entrevistas periodísticas y en charlas en colegios, sino también montado sobre un escenario, como volverá a suceder este miércoles 18 de septiembre en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza cuando presente No va más, basado en su propio relato editado por Orsai. “La primera vez estaba muerto de miedo”, reconoce.
¿Obra de teatro? ¿Monólogo testimonial? “No sé cómo definir lo que hago, no sé bien lo que es”. Seguramente hay mucho de Biodrama -el formato espectacular investigado y desarrollado por la dramaturga y directora Vivi Tellas- y de experiencia catártica tanto propia como transitada por los espectadores que se acercan a vivenciar la historia dirigida por Corina Fiorillo.
“En la primera función me largué a llorar como creo que no lo hacía desde hacía quince años, cuando falleció mi abuelo”. Esas lágrimas, que fue una forma de “descomprimir” la adrenalina contenida previo al estreno, las motivó la pregunta que le hizo un espectador “privilegiado”, Andy Kusnetzoff, el amigo y compañero con quien trabajó en radio durante dos décadas. “Como me conoce tanto, supo qué preguntarme”. En cada función, hay un momento destinado a “pelotear” en un ida y vuelta entre la platea y Cayetano. “Andy fue al hueso”.
-¿Qué fue lo que te dijo?
-Me preguntó si, además del dinero, qué otras cosas había perdido durante los años de jugador.
-No voy a ser original, replico la consulta de Andy.
-No te lo voy a decir ahora, porque volvería a largarme a llorar.
Sin embargo, a lo largo de la charla con LA NACIÓN todo aquello que confesó en el teatro, incluida la respuesta a su excoequiper Kusnetzoff, emergió naturalmente. Al igual que la emoción.
Basta para él
Samuel, el padre de su padre, integró la histórica Lista de Schindler y Esther, su abuela paterna, llevaba marcado un número en su piel, testimonio físico de su paso por el campo de concentración de Auschwitz. “Mi hermana Julieta hizo una obra de teatro con la historia de mi abuela, interpretada por Laura Oliva, y, buscando material, no encontró una sola foto donde no se cubriera el número que tenía tatuado y que sus nietos habíamos visto tantas veces”, recuerda.
El nazismo sobrevuela su historia, por eso, cuando, en su peor momento como ludópata perdió un departamento que le había regalado su abuela, sintió que mancillaba la historia familiar. Fue su tocar fondo. Su decir “no va más”.
-Perder esa propiedad, ¿fue lo más simbólico?
-Me gusta pensarlo como un simbolismo. Cuando me pasó eso, fue un tomar conciencia de lo que estaba haciendo, se lo conté a mi familia e inicié el proceso de recuperación. Fue mi Día D, mi infierno, aunque hay más abajo, hay gente que va presa por robar para jugar o a la que su familia abandona; muchos terminan en la calle y algunos, ante las deudas, directamente se suicidan.
-El departamento, ¿lo perdiste de golpe?
-En un mes. Me fui de vacaciones y volví con una deuda de alrededor de cien mil dólares, dinero que no tenía, así que, directamente, entregué las llaves.
-La deuda, ¿era con la misma persona?
-Sí, con un lugar de juegos.
Cayetano es literal: su deuda sideral la saldó entregando las llaves de la propiedad a su acreedor. Un amigo, propietario de una inmobiliaria, le tasó el departamento en la misma cifra que el periodista debía. “Lo tomé como una señal de mi abuela. Muchos me dicen, ´tu abuela te regaló el departamento para salvarte´”, asegura.
-¿Cuándo comenzaste a jugar?
-Siendo muy chico, pero sin conciencia de lo que se trataba. Podía ir al fútbol 5 y decir “el que pierde paga la cancha” o podía apostar un sándwich en el truco. Siempre necesité apostar algo, como si el partido en sí mismo no me llenara del todo. A la distancia, veo que aquello, que parecía divertido, era el indicio de lo que fue después.
-Es decir que comenzaste en la época de la escuela primaria.
-Sí.
Las funciones de teatro se convirtieron en un catalizador testimonial, en un vehículo de cercanía. “Luego de la función, mucha gente me dijo ‘estás contando mi historia’. Yo sé que es así, me sucedió también cuando lancé el libro”.
La sociedad no rotula de igual modo a las patologías que de ella misma emergen. Las generalidades nunca son positivas, pero es cierto que una dolencia física genera inmediata conmiseración, en cambio la postura ante un jugador compulsivo suele estar cargada de prejuicios, intolerancia e ignorancia.
-¿Experimentaste la incomprensión y estigmatización social?
-Está cambiando mucho esa mirada, pero es real lo que planteás. Cuando era chico, y ya jugaba y me metía en lugares raros, miraba de esa manera a mucha gente grande, que andaba lejos de su familia, mal vestida, con la [revista de turf] Palermo Rosa en la mano y se jugaba todo. Por otra parte, ya no se trata del “viejo” desalineado con olor a vodka, hoy juegan mucho los chicos muy chicos, los adolescentes que están estudiando y jóvenes de veinte.
-Las aplicaciones de juego están en el celular, literalmente al alcance de la mano.
-Se ha convertido en una moda, algo gravísimo, porque no tienen conciencia de lo que están haciendo ni en lo que pueden terminar.
Cayetano da charlas en colegios y lo que encuentra es estremecedor. “No lo hago permanentemente porque implica hablar sobre algo que me duele, no soy Ruggeri hablando de la Copa del ´86″.
-¿Con qué te encontrás en esas charlas en colegios?
-Los pibes no preguntan pavadas, sino que se nota que hay un conocimiento del tema. Tienen el casino a disposición en el celular 24 x 7. Por otra parte, cuando son muy chicos, no trabajan, con lo cual se juegan la plata que les dan los padres para útiles o fotocopias; les piden a los amigos; y los pibes más grandes de los colegios, a veces, ofician de prestamistas y les cobran intereses. Si yo te muestro los mensajes que me envían los padres, son de tono desesperado.
-¿Te llegan esos mensajes?
-Muchísimos, tanto a mi teléfono como a mi Instagram. Cuando los padres se enteran, no saben qué hacer con esa información. Para un padre es muy difícil, porque no se trata de un reto y que el chico cambie de actitud, te lo digo con conocimiento de causa. Por eso siento que debe intervenir el Estado, alguien que pueda ayudar a los pibes de manera profesional. Existe Jugadores Anónimos, que es gratuito, a mí me ha hecho muy bien, pero el tema es que a esos grupos van adultos. ¿Qué se hace con un pibe de catorce años?
-En caso de no haber desarrollado una tarea profesional amparada en tu vocación, ¿qué sentís que hubiese sucedido con tu vida?
-No me he hecho esa pregunta, pero, es posible que, trabajando de lo que me gusta y para lo que estudié y me preparé, tengo una parte de la vida ganada. No es todo, pero es un montón. Si con todo lo que me pasó, encima no hubiese desarrollado mi vocación, es posible que me hubiera ido más para abajo.
-Tu afición al juego, ¿considerás que afectó a tu carrera?
-Claro que afectó.
-¿Por qué?
-Es incomprobable saber cómo hubiese sido, porque ya no volveré a tener veinte o treinta años; pero te aseguro que, en gran parte de mi carrera, no trabajé al ciento por ciento de mis posibilidades, porque mi cabeza estaba en otra cosa, destruida o pensando en juego. Nunca llegué a mi techo como profesional. Quizás, me hubiese ido peor. No lo sé.
-Es contrafáctico.
-De lo que estoy seguro es que, durante muchos años, no trabajé con el ciento por ciento de mis capacidades.
-¿Qué te abrumaba?
-Podía estar trabajando y pensando en cómo iba a pagar una deuda o en el partido que se iba a jugar a la noche.
-¿Cuál era la zona de placer en todo ese nubarrón?
-El placer estaba en el “mientras tanto”, mientras jugaba, mientras la rueda de la ruleta giraba, se jugaba el partido o corrían los caballos por los que había apostado. Para un jugador, toda esa adrenalina es superior a hacer el amor, convertir un gol o tirarse en paracaídas; la ruleta dando vueltas es el gol de Maradona a los ingleses.
-Que dura lo que dura un gol, el resto es tormento.
-Ciento por ciento.
-Una adrenalina tan efímera que no equipara todo lo que sucede después.
-Es una adrenalina mentirosa, es la adrenalina de la ruleta rusa, porque se busca en los lugares equivocados. Cuando dejé de jugar, me costó volver a encontrar esa adrenalina en la vida, me llevó mucho tiempo. Es más, te diría que, en mi vida, esa misma adrenalina no está, hay otras diferentes.
-Estuviste veinte años en Perros de la calle, ¿Andy Kusnetzoff estaba al tanto de tu situación?
-Durante la mayor parte del tiempo no, pero fue una de las primeras personas a la que se lo conté, ya iniciando mi proceso de recuperación.
-¿Cómo reaccionó? ¿Sospechaba algo?
-No sospechaba, se sorprendió. Se puso a disposición para ayudarme.
La vida lo recompensó. En pareja con Carolina, es padre de Paloma (4) y Dante (1): “La familia también es una ocupación, demanda mucho trabajo, pero me hace muy feliz. Fui padre a los cuarenta, evidentemente, antes mi cabeza no estaba puesta en eso”.
-¿Cuánto hace que Carolina es tu mujer?
-Nuestro noviazgo comenzó un año después que dejé de jugar; de lo contrario, no me hubiera elegido.
-El juego, ¿afectó tu vida afectiva? ¿Te costaba establecer vínculos?
-Yo no me presentaba diciendo “soy jugador”; de hecho, no supe que era ludópata hasta el tramo final de mi enfermedad. Uno siente que maneja la situación y esa es una gran mentira. Tuve varias parejas y, en la mayoría de los casos, una vez que les contaba lo que me pasaba o porque me había ido al carajo en una semana de furia, me escuchaban, se sorprendían, le empezaban a cerrar algunas cuestiones de mi comportamiento, y terminábamos separándonos. Y no las juzgo, ¿quién quiere salir con un ludópata?
Así como sus padres y su amigo Andy Kusnetzoff lo comprendieron, también lo ayudaron y apoyaron sus hermanos Julieta, Camila, Agostina y Axel.
-¿La comprensión fue inmediata?
-Al principio se enojaron, lloraron y luego entendieron que necesitaba la ayuda de ellos y estuvieron al lado mío todo el tiempo.
-¿Qué tratamiento seguiste en pos de tu recuperación?
-Recurrí a una psicóloga especialista en adicciones; un año asistí a Jugadores Anónimos; me atendí con un psiquiatra; toda gente muy profesional y yo hice todo para estar bien, le puse mucha voluntad, pero no digo que estoy recuperado, es un día a día, solo por hoy.
-Como en toda adicción.
-Así es, pero, hace mucho que no juego.
-¿Recordás esa fecha en la pusiste un punto a la adicción?
-Habrán pasado siete años.
-Mucho.
-Sí, por suerte.
Camino empeñoso
A pesar que su padre es comerciante -propietario del bazar Shopping Pacheco- y su madre es contadora, desde chico sintió inclinación por el mundo de la comunicación y del relato futbolístico. Para cumplir con un mandato familiar estudió algunos años de abogacía, pero, en simultáneo, cursó la carrera de periodismo deportivo. “Hacía estadísticas de fútbol, era muy fanático de todo eso”. Su hermana “Cayetina” también se dedica a la comunicación y la actuación.
-¿Cómo llegás al programa Perros de la calle?
-Fui a buscar a Andy a la puerta de la radio unas cinco veces.
Kusnetzoff había iniciado hacía pocos meses su exitosa fórmula radial y se sorprendió ante la insistencia de ese joven al que, cada dos por tres, lo encontraba en la puerta de la emisora esperándolo. “Finalmente, Andy me pidió que le enviara ideas por mail. Al poco tiempo de eso, me llamó Nilda Sarli, quien era la productora del programa”. El resto es historia conocida, Cayetano estuvo unos ocho años siendo el responsable del móvil de Perros de la calle, que salía por radio Metro, hasta que fue “ascendido” para ocupar un lugar en el staff que “hacía mesa” en el estudio. “Una vez que me pasaron a ese rol, estuve unos catorce años más al lado de Andy”.
-¿Sos de golpear puertas?
-Soy de plantearme algunos objetivos firmes, no demasiados, pero trato de cumplirlos.
-¿Cuáles son esos objetivos?
-…
-¿Son muchos?
-No estoy pensando los objetivos, sino si los quiero decir públicamente.
-Seguramente, la continuidad de la recuperación será uno de ellos.
-No tengas dudas, pero también poder comprar y recuperar el departamento que me había regalado mi abuela y lo perdí jugando.
También se filtra otro sueño, nada imposible para el hombre que va logrando lo que quiere: “Dirijo equipos de fútbol amateurs, así que me gustaría, no llegar a la A, pero sí a la B o a la C”. Actualmente, dirige a Hebraica de Pilar. “De todos modos, aprendí a plantearme objetivos, pero a no mirar a diez años”.
-¿Por qué decidiste contar tu experiencia en un libro y en el teatro?
-Porque, como ludópata, sé que se trata de una enfermedad muy silenciosa y personal, uno no se lo cuenta a nadie, es difícil que otros lo noten. Si yo fuese adicto a las drogas, vos te hubieras dado cuenta si hubiese llegado a esta charla pasado de “merca”; si fuese alcohólico, también lo notarías; pero vos no percibirías nada si yo llegase a esta entrevista después de apostar.
-Es una adicción sumamente tramposa.
-La gente que te quiere no se da cuenta, entonces no te puede ayudar. Hay algo de la soledad que te hunde cada vez más.
-¿Qué sucedía con tu autoestima?
-Uno se siente una basura y que, si lo cuenta, no te van a querer más. Por otra parte, uno siente que, si no paga la deuda, lo pueden matar.
-¿Tenías ese fantasma?
-Sí, por eso entregué el departamento, si no, lo hubiese pagado de otra manera.
-¿Te cruzaste con gente muy “pesada” o compleja?
-Una vez le pedí un préstamo a un prestamista que no me llamaba cariñosamente, pero, vendí el auto y le pagué, entonces la cosa no llegó a mayores.
-Ante ese tipo de personajes, ¿te ayudó ser una figura pública?
-Quizás ayudó para que nadie me haga ningún daño, pero, también pensaba que nada podía salir a la luz, porque me arruinaría la carrera.
-Dar tu testimonio públicamente, ¿mancilló tu carrera, te perjudicó, se convirtió en un estigma?
-Creo que no; por otra parte, llevé a una etapa de mi vida en la que “me chupa un huev…” lo que un panelista de televisión pueda decir sobre mí; pero no sucedió, siempre hubo buena onda. En cuanto al público, le agradezco a Dios el cariño de la gente cada vez que hablo sobre el tema. Mi mayor miedo era la estigmatización de la gente, no del medio, y la gente respondió de la mejor manera.
-Es una gran foto tu presente.
-El tren no pasa una vez sola, tampoco pasa diez. Dejé pasar oportunidades y otras las aproveché más adelante.
-Hay que estar decidido a tomar el tren.
-Primero hay que ver a ese tren que pasa; siendo jugador, podía estar parado en la estación Constitución y no ver un solo tren.
Hace seis años brindó su testimonio público por primera vez, y, como era esperable, lo hizo en Perros de la calle. La sorpresa que significó su confesión tuvo múltiples connotaciones, pero recuerda un llamado muy especial: “Ese mismo día me mandó un audio Gastón Pauls para decirme que cuente con él para lo que necesitara”.
Para agendar. No va más: miércoles 18 de septiembre, 20 horas, sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza (Avenida Corrientes 1660) y en gira nacional.
Agradecimiento: Café Martínez (Av. Federico Lacroze y Conesa, Colegiales)
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