Carolina y Estefanía de Mónaco: amores, traiciones y tragedias de las princesas que solo querían vivir
Les sucede lo mismo que a todos, pero, casi siempre, guardan recato y protocolo. Bajo coronas y lujos, los integrantes de la realza del mundo sobreviven o sucumben a traiciones, celos, tragedias, y enfermedades. Amores e infidelidades. Bodas y separaciones. Y aunque en el siglo XXl aún se conserva el deber ser de los nacidos y criados dentro de palacio, lo cierto es que existieron, y existen, las altezas serenísimas que eluden ceremoniales y ritualidades impuestas, que se dejan llevar por el deseo y no se preocupan por los enojos conservadores.
Las Princesas de Mónaco, Carolina y Estefanía, conocen el bienestar de la vida monárquica sin sobresaltos económicos, aunque eso no evita otras vicisitudes más humanas y mundanas. Están atravesadas por los sinsabores de las muertes prematuras, el abandono y la frustración del amor trunco. Todo eso y más. Aunque, en público, finjan un statu quo arropado en la alta costura engalanada con brillantes, lo cierto es que un sino trágico parece haberse posado en ellas como un designio del infortunio. Lo tienen todo y nada. El amor las atravesó una y otra vez. Y las hizo sufrir. El amor duele, dicen por ahí; a ellas le sucedió. Solo las paredes infranqueables de sus aposentos saben cuánto han padecido.
A diferencia de su hermano Alberto ll de Mónaco, Carolina y Estefanía no pudieron encontrar la estabilidad afectiva y emocional. Quizás porque Grace y Rainiero lll de Mónaco, sus padres, aún con sus vaivenes, construyeron un amor tan férreo que ese modelo de vara tan alta se convirtió, para ellas, en un inalcanzable paradigma del amor.
Marcadas por el dolor
Carolina y Estefanía eran muy jóvenes cuando debieron soportar la prematura muerte de su madre Grace Patricia Kelly, aquella bella actriz ganadora del Oscar que contrajo enlace con Rainiero lll de Mónaco y se convirtió en una amada Princesa consorte. Endiosada entre los suyos y muy querida en todo el mundo, al punto tal de generar cierta empatía entre la nobleza monegasca y los pueblos de linaje raso. Una antecesora de Lady Di, la otra mujer que supo ganarse el favor popular y manejarse con cierta rebeldía entre los reglamentos monárquicos.
El 13 de septiembre de 1982, Grace Kelly decidió manejar su vehículo sin recurrir a los servicios de su chofer. Romper protocolos era lo suyo. La sinuosa carretera de Mónaco le jugó una mala pasada y su Rover terminó desbarrancado desde una altura de 30 metros. Paradojas del destino, en esa misma ruta, ella y Cary Grant habían rodado escenas del film Atrapa a un ladrón. Al día siguiente, Grace falleció. A la imprudencia de conducirse sola, se le sumó un dato no menor: iba acompañada por la joven Estafanía. Se dijo que, a pesar de sus 17 años, ella era la que conducía el vehículo. Otras versiones daban cuenta de una discusión acalorada entre madre e hija. Lo cierto es que la adolescente no sufrió consecuencias mayores. Aquel accidente del 13 de septiembre dejó sin madre a Carolina y Estefanía y marcó el inicio de una vida sembrada por profundos dolores. Rainiero lll debió hacerse cargo de las jóvenes, pero nunca pudo superar esa muerte inexplicable, absurda.
Carolina y Estefanía crecieron juntas, unidas. Se parecen mucho. Aunque se diferencian en algunas cuestiones esenciales. Suerte aciaga en el amor para ambas. Carolina se permitió elegir libremente y pagar los costos de sus decisiones. A Estefanía, su hermana menor, no le fue mejor y, como un signo de rebeldía, se esmeró por involucrarse con hombres bien alejados del poder, los oropeles de la realeza y las sumas millonarias. Aunque también hizo lo suyo con algunos ricos y famosos.
Las frustraciones de Carolina
Carolina comenzó su derrotero amoroso de la mano de Philippe Junot. Lo conoció en una fiesta cuando ella estudiaba Filosofía en París. El joven empresario, dedicado a los emprendimientos vinculados a los bienes raíces, rápidamente la sedujo. En realidad, la atracción fue mutua. Carolina siempre se caracterizó por ser una mujer deslumbrante, elegante y, sobre todo, muy sexy, característica algo vedada en la corona. Se divertían mucho, les gustaba la noche y el sexo.
En 1978, la princesa y el empresario francés se casaron ante la mirada del mundo y la contrariedad de sus padres. En 1980, sin dar mayores detalles más que las "desavenencias personales" de rigor, el matrimonio concluyó, sin el consentimiento de la Santa Sede que llegó muchos años después. Esto causó una seria molestia en el vínculo entre Mónaco y el Vaticano. Al poco tiempo de separarse, Carolina se marchó a Inglaterra para estudiar. Allí conoció a Robertino Rossellini. La cosa no pasó a mayores, quedaron como muy buenos amigos. El tenista Guillermo Vilas fue un amor pasajero y divertido. La sacó del ostracismo para devolverla a las portadas de las revistas internacionales. Sin embargo, la cosa no prosperó. El argentino no sería el amor definitivo para la joven princesa que buscaba divertirse, pero, sobre todo, formar una familia.
Carolina atravesó un extenso período de inestabilidad emocional que incluyó grandes depresiones y tratamientos psicológicos, hasta que el destino la cruzó con Stéfano Casiraghi. El gran capítulo en la historia de amor de Carolina estaba a punto de comenzar a escribirse. Él era tres años menor. Fue un amor a primera vista, sin sobresaltos. Funcionaban bien en el juego protocolar, pero, sobre todo, se entendían muy bien puertas adentro. Fue una pasión de esas que pocas veces suceden. Eran el uno para el otro.
Con Casiraghi, Carolina encontró paz, felicidad y deseos de vivir intensamente la vida. Se casaron el 29 de diciembre de 1983. Rainiero seguía de luto por la muerte de Grace, pero esta boda logró recuperarlo de cierta depresión. ¿Por qué se concretó en tan poco tiempo la boda con el guapo caballero consorte? Carolina estaba embarazada del que sería su primer hijo, Andrea; años más tarde llegarían Charlotte y Pierre.
El 3 de octubre de 1990, en aguas de Montecarlo, Stéfano sufrió un accidente fatal mientras competía en el Mundial Off Shore con su embarcación Pinot di Pinot. Una ola poderosa e inesperada volcó la lancha; el copiloto sobrevivió, pero Stéfano falleció a las pocas horas. La tragedia volvió a vestir de negro a Carolina, quien se encontraba en un salón de belleza cuando se enteró de la noticia luctuosa. Rainiero lo consideraba un hijo, por lo tanto esta pérdida volvió a sumirlo en un marcado ostracismo. En cuanto a Carolina, transcurrió mucho tiempo hasta que se la puedo ver sonreír en público.
El último gran amor de Carolina es Ernesto Augusto de Hannover, jefe de la depuesta Casa Real de Hannover. El vínculo con la hija de Grace Kelly era de larga data, eran amigos de toda la vida. Sin embargo, cada uno fue tejiendo su camino a su modo, sin imaginar que la vida los uniría en plan marital. Él tuvo que separarse de su esposa para contraer enlace con Carolina en 1999. El culebrón ahora contaba con muy buenos ingredientes: Chantal, la esposa de Ernesto, era amiga íntima de Carolina. Cuando su marido la dejó para irse con la princesa, la mujer traicionada repetía a viva voz: "Mi mejor amiga me robó a mi marido".
Carolina y Ernesto tuvieron descendencia: Alejandra ya tiene 20 años y es el fiel retrato de su madre. Pero, una vez más, el destino trunco de los amores de la princesa volvió a marcar su vida. En 2009, Carolina y Ernesto se separaron de hecho, aunque no lo concretaron en papeles por cuestiones hereditarias y de títulos nobiliarios.
Estefanía, rebelde sin causa
A la hija menor de Grace y Rainiero lll no le fue mejor en el amor. Desde siempre, se vio muy atraída por las celebridades del cine y jet set. La fama, para ella, es un valor agregado que no debe ser despreciado. Jean Paul Belmondo, Anthony Delon, Rob Lowe, Christopher Lambert y Jean Claude Van Damme son algunas de las figuras que atravesaron su corazón. Con todos tuvo muy buen vínculo de sábanas. Fueron pasiones intensas, de esas que dejan huella.
Pero Estefanía, quien siempre se ha dejado llevar por el instinto, no se privó de tener amoríos con hombres de clases sociales no acomodadas. Esto, desde ya, no era bien visto en su familia. La más chica de los Grimaldi daba la nota a la hora de escoger pareja. Y no se privaba de mostrarlas en público. Se dijo que lo hacía para humillar y ofender a los suyos, a esa casta privilegiada con la que no siempre se llevó bien. Conformó dos matrimonios.
El primero se concretó con Daniel Ducruet, su guardaespaldas personal. Fruto de esta unión nacieron Louis y Pauline. Se casaron el 1 de julio de 1995, para que los hijos pudieran acceder a la descendencia real. En 1996, la pareja se disolvió. Aquello tenía atmósfera de acuerdo y no de amor verdadero. El detonante de la separación fue la relación que él mantenía con otra mujer. Aquellas fotos de ambos en momentos de intimidad humillaron a Estefanía, la sumieron en el escarnio público. Otro guardaespaldas real, Jean-Raymond Gottlieb, se convirtió en uno de sus amores más intensos. Duraron muy poco, pero lo suficiente para generar descendencia: Camille es la tercera y mimada hija de Estefanía, pero no está incluida en la sucesión Grimaldi.
Su segundo enlace fue con Adans Peres, un acróbata que trabajaba en una importante empresa circense. En esa misma compañía, Estefanía ya había noviado con Franco Knie, el domador de los elefantes. Estefanía y Adans se casaron el 12 de septiembre de 2003, pero la unión duró poco más de un año.
Uno de los grandes escándalos de la casa real fue la relación que la hermana de Carolina entabló con Richard Luca, el mayordomo histórico de Rainiero. El instinto pudo más y el hombre, mayor que ella, sucumbió a sus encantos. Ella sabía que esta relación ponía en problemas al empleado de larga experiencia y confianza. Así fue: Luca fue despedido. Esto llevó a que Carolina se distanciara de su hermana por un tiempo.
Carolina y Estefanía son muy distintas entre sí, aunque comparten la frustración del amor trunco. La mayor es mucho más protocolar y siente ciertos pudores a la hora de mostrar su vida privada. Estefanía, en cambio, disfruta con lo que se dice de ella, sobre todo cuando se trata de esos amores no posibles para la pacatería real. Las bellas y elegantes mujeres se dejaron llevar por los sentimientos más profundos, sobre todo cuando ya no contaban con la mirada de Rainiero lll, quien falleció acongojado por el mal destino de los matrimonios de sus hijas, ya sea por separaciones consensuadas o por las tragedias inevitables.
¿Dónde nace el infortunio de las hermanas? Cuenta la leyenda, porque de eso se trata, que Rainiero ll tenía de amante a una gitana. Para él, la relación solo era eso, un divertimento informal. Por eso, cuando decidió contraer matrimonio con una joven noble, la gitana abandonada habría sentenciado: "Ningún Grimaldi encontrará la felicidad en sus relaciones de amor". El conjuro parece cumplirse. No se trata de los episodios de Game of Thrones sino de la historia de las royals que sufrieron, y sufren, por ese destino inconcluso.
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